Cuando Anne regresó a Baikie’s por la noche, el efecto de la ginebra se estaba desvaneciendo. Se arrepentía de haber aceptado quedar con Barbara. No debería haber permitido que Jeremy la convenciera de que la llamara. El encuentro con Godfrey había sido insatisfactorio, pero parecía que tenía algún plan. ¿Y si tomar el té con Barbara lo hacía fracasar? ¿Qué diría Godfrey si se enteraba? Y encima no había llegado a ninguna conclusión sobre lo que debía hacer cuando terminara el proyecto.
Los pensamientos, torpes e inmaduros, bailaban en su mente como si tuviera fiebre. Había pasado demasiado tiempo al sol y estaba desasosegada y con ganas de discutir. Rachael estaba en el salón, trabajando. Tenía los papeles ordenados en pilas simétricas.
—¿Qué? —preguntó Anne—. ¿Le has dicho a la inspectora Stanhope que hemos tomado una decisión? Nos quedamos hasta el fin de semana y ni un día más.
Rachael levantó la cabeza, parecía preocupada.
—No pude.
—Me prometiste que no me fallarías. Dijiste que era un ultimátum. Me prometiste que no dejarías que la inspectora te intimidara.
Anne lanzó el bolso sobre el sofá levantando una pequeña nube de polvo.
—No pude. No pude ni hablar con ella. Neville Furness estaba allí.
—¿Qué quería?
—No creo que quisiera nada. Me parece que Vera le había pedido que fuera para contestar a unas preguntas.
—¿Sobre qué?
—¿Y cómo quieres que lo sepa?
—Tiene que ser sospechoso.
—Puede. Pero esta tarde Vera ha vuelto a desaparecer y Joe Ashworth no ha querido decirme nada.
—Neville estaba con Godfrey Waugh en el pub de Langholme a la hora de almorzar. Informando de todo a su amo y señor, supongo.
—¿Ah, sí? —Anne pareció sonrojarse y se puso nerviosa. Rachael no sabía qué deducir de la información. Pocas horas antes se habría emocionado con aquella prueba de la perfidia de Neville. Sin embargo, solo estaba confundida. No le gustaba la idea de que Neville obedeciera las órdenes de Waugh. De repente, se lo imaginó en la colina, reuniendo al rebaño con un perro, y aquella imagen le pareció más agradable—. Es posible que no trabaje mucho tiempo más para Slateburn Quarries.
—¿Por qué lo dices?
—Ha comentado que podría ser que volviera a Black Law a trabajar en la granja.
—¿Se ha despedido de verdad?
—No lo creo.
—Apuesto a que no. ¿No te lo habrás creído? —Anne se paseaba arriba y abajo, hablando prácticamente a gritos—. Sabes que es un truco. Le dice a cada uno lo que quiere escuchar y así confían en él.
—¿Cómo lo sabes?
Anne se quedó quieta un momento.
—He conocido a otras personas que han caído bajo el hechizo de Neville Furness. ¿Crees que Vera le haría venir aquí si no estuviera involucrado en el asesinato?
Se miraron. Rachael estaba avergonzada por su impulso de salir en defensa de Neville Furness. En el jardín hubo un estallido de cantos de pájaros. Arriba se oyó una cisterna y los pasos de Edie en el baño, agua que corría, tarareos sofocados.
—Me ha invitado a cenar —informó Rachael. Sintió que se ruborizaba.
—¡Le habrás dicho que no!
Rachael no contestó.
—Pero ¡no lo culpabas por el suicidio de Bella! —gritó Anne.
—Lo sé.
—Pues entonces, ¿estás loca?
—Quizá me equivoqué pensando que Neville había presionado a Bella. Ella les contó lo de su condena hace años a Dougie y a él, antes de que se casaran.
—¿Y no será que te engañas a ti misma?
—No. ¿Para qué iba a sacar a relucir Neville la información después de tanto tiempo?
—No lo sé. Por la cantera. Porque quiere quedarse con la granja. Además, solo tienes su palabra de que Bella se lo dijo. Dougie no está en condiciones de contradecirlo. ¿Cómo puedes saber que te dice la verdad?
Anne se había acercado a la mesa y se apoyaba en ella, con la cara muy cerca de la de Rachael, que apartó la suya.
—Lo creí. No quería, pero lo creí.
A Anne le temblaba la voz por el esfuerzo de mantener la calma.
—Oye, te estás planteando salir a cenar con un sospechoso de asesinato.
—No es eso. No se trata de salir. Solo vamos a hablar, a terminar una conversación que hemos empezado esta mañana.
—¿Se lo has dicho a Edie? Seguro que tendrá algo que decir. Y Vera también, ¡vamos!
—¿Qué pasa con Vera?
La voz, resonante como la de una sirena, las hizo girar. La inspectora debía de haberse movido con más cautela, si cabe, que de costumbre, o quizá ellas estaban muy enfrascadas en la conversación, porque apareció de repente en las puertas vidriera como un personaje de una farsa del Whitehall Theatre. Su forma voluminosa tapó la última luz. Rachael se preguntó cuánto tiempo llevaría escuchando y cuántas conversaciones de la casa habría oído a escondidas.
—¿Qué? —preguntó Vera con desenfado. Parecía cansada, pero más alegre—. ¿Alguien estaba tomando mi nombre en vano? —Abrió la puerta de par en par y se quedó fuera, apoyada en el marco. Llevaba uno de sus vestidos estampados sin forma, con una chaqueta de lana verde botella encima. La chaqueta estaba bien abrochada y el vestido le subía por encima de las rodillas. Anne la miró implorante.
—Neville Furness ha invitado a Rachael a cenar mañana por la noche. Ella ha aceptado. Me ha parecido que tendrías algo que decir al respecto.
—No es asunto mío —contestó Vera, encogiéndose de hombros.
—Pero lo más probable es que esté relacionado con el asesinato.
—Ay, ay, ay… No puedes ir por ahí diciendo cosas como esa. Son especulaciones. Ha colaborado en la investigación y basta. No está pendiente de arresto. Puede salir con quien quiera. —Vera señaló a Rachael con la cabeza—. Lo mismo que ella. Es mayor de edad.
—La estás colocando a conciencia en una situación peligrosa.
—No seas tonta. Se coloque donde se coloque, se colocará ella sola. Y no correrá mucho peligro cuando todos sabemos con quién está y adónde va. Porque a ti no te caiga bien ese hombre…
Rachael escuchaba el conflicto que se producía en su cabeza. De nuevo sintió que formaba parte de una obra interpretada en beneficio de otras personas. Vera estaba encantada con el nuevo giro.
Rachael pensó: es justo lo que quería. Neville es el cuervo y yo soy el cebo. Y Anne parece demasiado apasionada para ser del todo objetiva. A lo mejor Neville es una de sus conquistas. No quiso entretenerse con ese pensamiento y entró en la conversación.
—Ya le he dicho que iría.
—¿Por qué no? —preguntó Vera con entusiasmo—. Se puede permitir invitarte a una buena cena.
—Hemos quedado en su casa.
—¿Ah, sí? —Vera le hizo un guiño. Se apartó del marco de la puerta, entró en la habitación y cerró. Luego se dirigió a Rachael—: Tú y yo tenemos que hablar.
—¿Sobre qué?
—Tu conversación de después de cenar. Hoy he hablado con el señor Furness, pero no ha dicho mucho. Ha sido muy amable, pero reservado. Averigua si sabe algo de Edmund. Quizá siga en contacto con los Fulwell y podrían haberle dicho algo.
—¿Por qué debería hacerte el trabajo sucio?
—No lo harás —espetó Vera—. Harás el tuyo. Fuiste tú la que quiso jugar a los detectives.
—Nos vamos. —Rachael se sentía como una niña rebelde—. El próximo fin de semana, como muy tarde. Para entonces habremos terminado nuestro trabajo.
—¿De veras? Yo también, espero. —Se marchó, casi sin hacer ruido, por donde había venido.
Rachael estaba de pie en el jardín. Anne se había ido a la cama, pero a Rachael se le había contagiado su estado de ánimo febril y no creía que fuera capaz de dormir.
La hierba estaba húmeda. Había un lago de neblina sobre la tierra llana junto al arroyo, pero el cielo estaba despejado. Oyó un ruido detrás de ella y se volvió, sobresaltada.
—Por Dios, Edie, no te acerques así.
—No deberías estar sola afuera.
—Es un poco tarde para que te pongas protectora conmigo.
—Tal vez. —Edie llevaba una túnica de lana color crema, una prenda que había utilizado toda la vida como bata, por lo que Rachael recordaba. Con la neblina de fondo parecía un personaje de una película de terror de bajo presupuesto, una sacerdotisa en un sacrificio ritual o algo parecido. Se puso al lado de su hija.
—He oído que le dabas un ultimátum a Vera.
Caramba, pensó Rachael, ¿en esta casa todo el mundo escucha a los demás?
—Creía que ella debería saber lo que pasa. A finales de semana habremos concluido nuestro trabajo. No tendremos ningún motivo para quedarnos.
—No sé si habrá terminado todo para entonces. Me refiero a la investigación.
—Ella parece creerlo.
—Es lo que le gustaría que pensáramos.
—Pero ¿tú no lo crees? —preguntó Rachael—. No soportaría que no lo atraparan nunca.
—¿Por qué? ¿Tan importante es la venganza? —La voz de Edie era despegada. Como si estuviera realizando una investigación académica.
—No. No es venganza. Pero no saberlo… ¿No sientes lo mismo?
—No conocía a Grace. Es muy diferente. —Estuvieron un momento en silencio hasta que Edie dijo—: En cierto modo me dará pena marcharme.
—Antes de que nos vayamos… —Rachael se detuvo de pronto.
—¿Sí?
—Necesito saber quién es mi padre.
—Otro ultimátum.
—Tómalo como quieras. Pero no, es una petición y nada más. Háblame de él.
Esperaba la negativa de siempre, la consigna: ¿Qué importancia tienen los genes? ¿De verdad necesitas una figura paterna para sentirte realizada? ¿Por qué te dejas arrastrar por la conspiración patriarcal?
—¿De verdad es importante? —preguntó Edie en tono afectuoso. Otra pregunta para su estudio de las actitudes morales.
—No saberlo es importante. A eso me refería con Grace. Y se interpone entre tú y yo.
—No me había dado cuenta —admitió Edie—. He sido una estúpida. Está claro.
—Hiciste lo que creíste que era lo mejor.
—No. Hice lo que me pareció más fácil. —Calló—. Será decepcionante, sabes. No es nada espectacular. Es justo lo que me ha impedido decírtelo.
—Da igual.
—Me he estado preparando para esto. Después de encontrar a Bella, supongo. Me preguntaba si te imaginabas que tu padre era un asesino.
—¿Lo es?
—Que yo sepa, no. —Sonrió, pasó un brazo por el hombro de su hija.
Rachael no se apartó como solía hacer. Habría sido una grosería después de que Edie dijera que estaba dispuesta a hacer concesiones.
—Si vamos a hablar, ¿no sería mejor que entráramos? —preguntó Edie—. Empieza a hacer frío.
Quizá fuera la palabra «hablar» investida de todo el significado especial de Edie. Quizá fue el brazo por encima del hombro. Pero de repente a Rachael le entró miedo.
—No hace falta que me lo digas ahora. Como he dicho, antes de que nos vayamos…
Edie se apartó de su hija y la miró.
—Estaba pensando que quizá sería más fácil si lo escribo —dijo—. Así ordenaría las ideas y tendrías algo para conservar.
—Sí. —Rachael se sintió agradecida. No se sentía capaz de afrontar una escena emocional aquella noche—. Sí, me gustaría.
Entraron en la casa juntas. Edie cerró las puertas vidriera y corrió el pestillo. A mitad de las escaleras, se detuvo.
—Mañana tienes que contarme todo lo que sepas de Neville Furness —declaró—. Quiero saber cómo es.