La mañana siguiente, tras un recuento a primera hora, Rachael fue a la casa de Black Law. Quería decirle a Vera Stanhope que terminarían el estudio en una semana. Era tranquilizador tener una fecha. Una fecha límite para todos.
Llamó a la puerta de la cocina y entró. El hervidor burbujeaba. Al alcanzar el punto de ebullición, se apagó solo. En otra parte de la casa se cerró una puerta. No oyó pasos, pero de repente Neville Furness apareció en el umbral. La forma en la que caminaba, casi de puntillas, le hacía parecer un gran felino. Rachael tuvo que recuperarse primero de la sorpresa.
—Cuánto lo siento —se disculpó ella—. Buscaba a la inspectora Stanhope. No sabía que…
—No está. —No dejaba transmitir lo que pensaba de la invasión de desconocidos de la que había sido su casa—. El sargento tampoco. Se han marchado temprano esta mañana para ir a Kimmerston. Regresarán en cualquier momento.
—Lo siento —repitió ella—. Volveré más tarde. —Ya estaba retrocediendo hacia la puerta.
—¡No! Por favor —dijo con vehemencia—. Estaba preparando café. La Policía tendrá café en alguna parte.
—En el armario junto al fregadero.
Se quedó por curiosidad. Mientras él se movía por la cocina con energía controlada, buscando tazas, agachándose para sacar la leche de la nevera, intentó adivinar qué edad tenía. Treinta y tantos, y estaba muy en forma. No tenía canas. Llevaba vaqueros y una camisa con el cuello abierto. Se volvió de golpe para ofrecerle una galleta y vio que lo estaba mirando. Sonrió y Rachael se sonrojó como si la hubiera pillado en medio de una fantasía libidinosa. Tenía vello oscuro en el dorso de la mano y de los puños de la camisa le asomaban pelos negros y rizados. Sus dientes parecían muy blancos.
Un felino no, pensó Rachael. Un lobo. Y yo soy Caperucita Roja.
—Pase a la otra habitación. Se está más cómodo.
Qué dientes tan grandes tienes, abuelita.
—Vamos —dijo—. No muerdo.
La acompañó a la habitación con las puertas vidriera que daban al jardín descuidado y tenían vistas a la colina. Neville parecía demasiado inquieto como para estar sentado y enseguida se levantó; se quedó de pie frente al gran cuadro de los trabajos de la vieja mina.
—Lo pintó mi madre —manifestó.
—Lo sé, me lo dijo Bella.
—¿Ah, sí? —Parecía sorprendido, complacido.
—Éramos buenas amigas. —Rachael quería crear una alianza.
—Me alegro. Seguro que necesitaba amigas. No debió de ser fácil cuidar a mi padre. Tanto esfuerzo y ninguna reacción.
—Sí había reacción —replicó Rachael con vehemencia—. Todavía la hay… Entiende más de lo que la gente cree.
—¡Oh! —Se mostró educado pero incrédulo.
—¿Se acuerda de su madre? —preguntó, quizá para vengarse.
Pero Neville Furness estuvo encantado de tener la oportunidad de hablar de ella.
—No mucho. Canciones infantiles que me cantaba antes de ir a la cama. Juegos. Le gustaba disfrazarse. Y me montaron un columpio en el granero. Me acuerdo de eso. Me columpiaba hacia la luz y otra vez hacia la oscuridad. La abuela protestaba porque creía que me iba a caer y mi madre se reía. También me llevaron a una fiesta en Baikie’s. Debió de ser cerca de Navidad, porque el campo estaba helado y hacía mucho frío. Se suponía que era como un premio, pero Connie era una mujer tan enorme que me daba pavor. Una de las damas elegantes llevaba un abrigo de piel y yo me acurruqué en él, para esconderme. Se rieron todos. —Fue hacia las puertas vidriera y miró a la colina—. No es mucho.
No. Pero es más de lo que yo recuerdo de mi padre, pensó Rachael con amargura. Y tomó la decisión de acorralar a Edie cuando hablara con ella. Tenía derecho a conocer a su padre fuera como fuera. No toleraría más evasivas. Se enfrentaría a Edie antes de que se fueran de Baikie’s. Como había dicho Anne, aquel era un buen sitio para resolverlo. Terreno neutral. Sería otra fecha límite.
—Lo siento. —Se dio cuenta de que él había dicho algo—. Estaba en la luna.
—Decía que mi padre quedó destrozado cuando mi madre murió. No se interesaba por nada. Seguía cumpliendo con el trabajo de la granja, pero supongo que solo era una forma de evasión. Se cansaba para poder dormir. Pero no era capaz de interesarse por mí. Le costaba demasiado esfuerzo. Emocional, quiero decir. Todo lo que tenía se lo había dado a mi madre. Era pequeño pero me daba cuenta. Los niños ven esas cosas. Así que intentaba dejarlo en paz.
Rachael se imaginó a un niño, de puntillas por la casa, encogiéndose en la penumbra, sin hacer ruido, y le costó reconciliar aquella imagen con la de ese hombre próspero y enérgico.
—¿Y vino su abuela para cuidarlo?
—Ivy, sí. —Se volvió para mirar a Rachael—. ¿Bella también se lo contó?
—Que usted, Dougie e Ivy vivían juntos, sí.
—Hubo buenos momentos. No éramos una familia convencional, pero funcionaba bien. Para mi padre fue más fácil cuando crecí y pude ayudarle en la granja. Entonces teníamos temas de que hablar.
—Un terreno neutral —sugirió ella, repitiendo lo que pensaba sobre sí misma y Edie.
—Algo así.
—¿Por qué se fue?
—Primero me fui a estudiar. Está demasiado lejos para ir y venir todos los días de Kimmerston, sobre todo en invierno, así que el municipio tiene un albergue donde pueden vivir los alumnos del instituto durante la semana. Al principio me sentía solo, pero supongo que me ayudó a ser una persona independiente. Después me fui a la universidad. Como usted, supongo. Es lo que hacen los jóvenes.
—¿No pensó nunca en volver?
—Entonces no. Tenía otras ambiciones. Puede que quisiera demostrar algo. Más adelante, cuando mi padre enfermó y lo natural habría sido que me encargara de la granja, Bella estaba ya aquí, y lo hacía por lo menos tan bien como lo habría hecho yo.
—¿Le molestó que se encargara ella? —Era una pregunta propia de Edie, pero no pareció importarle.
—Un poco, supongo. Es normal, ¿no? Pero yo no habría tenido la paciencia de cuidarlo con tanto esmero como ella. Como he dicho, no nos llevábamos bien. A causa de la muerte de mi madre, no pudo ser nunca un padre afectuoso, a pesar de que su carácter sí lo era al principio. No me podía imaginar haciendo todas esas cosas íntimas de las que Bella se encargaba: darle de comer, bañarlo, todo eso. Y tampoco me podía imaginar que mi padre quisiera que lo hiciera. Supongo que podía haberme encargado de la granja, pero no creo que hubiera funcionado, viviendo los tres juntos. En cambio ahora… —Había hablado casi para sí mismo y, al darse cuenta de que tenía público, se detuvo bruscamente.
—¿Piensa explotar Black Law usted mismo?
Estaba atónita. Todo el encuentro había sido una sorpresa. Creía que Neville Furness era un empresario. Despiadado, ambicioso. Por trabajar primero para la finca de Holme Park y después para Slateburn Quarries, a su modo de ver, era uno de los malos, de los que destruían la naturaleza. Un villano de dibujos animados. Había sido fácil culparlo del suicidio de Bella, incluso sospechar de él en relación con el asesinato de Grace. En cambio, hablaba con mucha modestia de su padre, con gran afecto de la granja.
Cuidado, chica, que te están engatusando, pensó. Mira qué dientes más grandes tiene. Un lobo con piel de cordero.
—Se me ha pasado por la cabeza mudarme otra vez aquí —reconoció—. O eso o venderla, cosa que no creo que sea capaz de hacer. Pero tengo que echar cuentas. Puede que no esté siendo realista.
—¿Y la cantera?
—Oh, la cantera seguirá sin mí. O no, dependiendo del resultado de la investigación.
—Supongo que venderá el acceso al lugar a través de las tierras de Black Law —dejó caer Rachael—. Tendría más beneficios que con las ovejas.
—En este momento cualquier cosa da más beneficios que las ovejas.
—¿Llegará a un acuerdo con Godfrey Waugh? —insistió ella.
—No lo sé. Me gusta mucho este sitio. No sería lo mismo con una carretera pasando frente a la puerta de la cocina y camiones articulados circulando las veinticuatro horas del día.
No seas ingenua, se dijo. No te dejas engatusar. Todos te dicen lo que quieres oír. Acuérdate de Peter Kemp.
—¿Tiene alguna idea de por qué se suicidó Bella? —preguntó de repente.
—En cierto modo me siento responsable.
—¿Usted? —Era lo último que se esperaba oír.
—Debería haber visto que era demasiado para ella. Cuidar a mi padre, la granja. Algo debió de estallar. Al menos…
—¿Al menos qué? —preguntó ella.
Neville sacudió la cabeza. Una mueca de repugnancia en su cara la empujó a terminar la frase por él.
—Iba a decir que por lo menos dirigió la violencia contra sí misma y no contra su padre.
—Sí —apostilló—. Eso.
—¿Sabía lo de su condena?
—Por supuesto.
—¿Cuándo se enteró?
Así que fuiste tú, pensó Rachael. Tú la llevaste al suicidio. Lo descubriste y no podías soportar la idea de que cuidara a tu padre. Pero su respuesta la sorprendió de nuevo.
—Fue hace muchos años, antes de que se casaran. Me invitaron a tomar el té. Esta habitación estaba igual que ahora. Nos sentamos aquí, tomamos el té y tarta de nueces y dijo: «Creo que deberías saberlo. He cumplido condena por homicidio». Con mucha calma, como si fuera una noticia que había oído en el supermercado.
»Y me acordé del caso. Era pequeño entonces, pero había salido en todos los periódicos y habían hablado de ello en la escuela. Charlie Noble había sido alumno allí un par de años antes. Se lo dijo a mi padre la noche antes, y se ofreció a marcharse en ese mismo momento si era lo que quería. Por supuesto, él le dijo que se quedara, pero Bella insistió en que debía decírmelo a mí también.
»Dije que era cosa suya, que era su vida. Era lo que esperaban y lo que yo habría esperado de ellos de haber sido la situación al revés. Pero no fue fácil. Pensaba que iba detrás del dinero de mi padre.
—No era así. —Rachael se preguntó cómo se sentiría si Edie se juntara con un exconvicto.
—No. Me di cuenta más adelante. De todos modos, entonces me costaba que me cayera bien. No era mi madre. Y mi padre parecía feliz con ella. Mucho más feliz de lo que había podido hacerlo yo. Quizá me sirvió de excusa para ponerme en su contra. —Sonrió—. Me reconcilié con la idea cuando mi padre se puso enfermo. Habría sido una grosería mantener la misma formalidad gélida. Empecé a visitarlos y a pasar alguna noche aquí de vez en cuando.
Así que la habitación de Neville era realmente la habitación de Neville, pensó Rachael.
—Lo que le dije en el funeral era verdad. Al final nos llevábamos muy bien.
—Me alegro. —Pero no se alegraba. Estaba celosa. ¿Cómo podía haber confiado Bella en Neville Furness y no en ella? Y tampoco estaba segura de creerlo.
Se oyeron voces a lo lejos. Vera Stanhope y Joe Ashworth habían vuelto. Desde allí Rachael percibía su rabia y su frustración. Hubo portazos. Vera maldijo. Por lo visto, la reunión en Kimmerston no había sido lo que se dice un éxito.
—Quiero que se quede con algo —se apresuró a decir Neville. Miró hacia la puerta como si esperara que Vera fuera a entrar en tromba—. Algo de Bella. A ella le gustaría.
—Oh, no sé.
—¿Le permiten salir de aquí?
—Por supuesto.
—Venga a cenar conmigo. Esta noche no, tengo una reunión. Mañana.
—No puedo —alegó Rachael—. Mi coche está en el taller.
—Pasaré a recogerla. Faltaría más. —Fue hacia la puerta—. A ver qué quieren de mí.
Entonces Rachael comprendió que Vera lo había convocado en Black Law para interrogarlo. No había dicho que estuviera allí por gusto; solo había querido dar esa impresión. Se sintió engañada. Quería preguntar a Vera si había novedades del coche que la había seguido, pero se marchó enseguida y volvió a Baikie’s a trabajar.