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Aquella noche, ya tarde, Peter Kemp apareció con su Range Rover blanco nuevo por la pista. Rachael lo había llamado desde Black Law en un momento de pánico. Un par de días antes de la muerte de Grace había enviado los recuentos preliminares de nutrias. Ahora quería que supiera que probablemente no eran exactos, antes de que quedara como un idiota haciéndolos públicos.

Amelia, la bella mujer de los dientes grandes, atendió el teléfono. De fondo se oían voces, risas.

—Unos amigos que han venido a cenar —comentó Amelia, a modo de explicación.

Y Rachael pensó que ella y Peter nunca parecían estar solos. Le dijo a Peter que no era urgente, que no era necesario que fuera a Baikie’s, pero él se alegró de tener una excusa para marcharse.

A pesar de que eran las diez cuando llegó, Rachael propuso salir a dar una vuelta. No había olvidado el almuerzo dominical en la casa de Kimmerston y no podía soportar la idea de tener que aguantar el sarcasmo de Edie. Además, no había salido en todo el día y se sentía inquieta y enjaulada. Todavía había luz, aunque el sol estaba bajo y el color del brezo y los helechos se había apagado. Caminaron en silencio y, sin ponerse previamente de acuerdo sobre su destino, siguieron la pista a través de la plantación de pino hacia el lago de montaña, en lo alto del páramo. El estanque, rodeado de juncos, estaba a punto de desbordarse, a pesar de la reciente sequía, y su superficie reflejaba la última luz. El cielo estaba despejado, tenía un color lavanda y gris con rayas doradas.

Me he equivocado, pensó Rachael. Estaba mejor dentro de Baikie’s, con Anne flirteando y Edie haciendo comentarios maliciosos, que fuera removiendo viejos recuerdos. Porque allí podía perdonarle el trabajo robado y su matrimonio. Habría sido fácil alargar la mano y tomar la suya.

—¿Te apetece un baño? —propuso él, y esto empeoró más las cosas.

Era una especie de broma, una referencia a los viejos tiempos, cuando vivían solos en Baikie’s y subían allí después de un día de trabajo de campo, riéndose con el impacto del agua fría, el barro turbio deslizándose entre los dedos de sus pies mientras vadeaban buscando un lugar profundo para nadar.

Estuvo a punto de decir: «¿Por qué no?». Sabía lo que él quería. Un poco de seducción. La confirmación de que el antiguo encanto todavía funcionaba. Alguien con quien quejarse de Amelia y de la pesadez de la vida conyugal. Ella, en cambio, quería olvidar el caso durante una hora, sentir la excitación de lanzarse al lago y el tacto del jersey de él cuando la abrazaba. El contacto humano que Grace no había tenido.

—No —contestó, con voz tranquila—. No hemos venido a divertirnos.

Fingir que podía volver a intimar con Peter era como la pretensión de Grace de que había más nutrias en aquel valle que en el resto del condado. Era seductor pero falso, y al final la volvería loca.

Se quedaron mirando más allá del lago. No había brisa, ni ruidos lejanos, ni aviones. De vez en cuando un pez plateado saltaba y aterrizaba levantando salpicaduras y una anilla de pequeñas olas, y el agua golpeaba suavemente contra las cañas, desbordándose casi hasta sus pies.

—Grace mintió —dijo.

—¿Estás segura? Era muy buena. Todo el mundo lo decía. Puede que viera cosas que a vosotras os han pasado desapercibidas. Porque si fuera cierto, sería dinamita.

—Tendrías que escribir un artículo —propuso Rachael.

—¡Claro! —exclamó, pasando por alto el sarcasmo de sus palabras.

—Estoy segura. Muy segura. Y si publicas esos resultados tal como están ahora, los cuestionaré públicamente.

—Entendido. No hace falta que te pongas así. Somos un equipo. No haría nada sin consultártelo primero.

Rachael no dijo nada. Se había convencido a sí misma y no merecía la pena discutir.

—¿Por qué lo hizo? —siguió él.

—Anne cree que estaba loca y la inspectora cree que su padre la convenció para que lo hiciera.

—¿Y qué piensa Edie, el gran oráculo?

—No estoy segura.

—No es propio de Edie tener la boca cerrada.

Peter se sentó en la hierba y se abrazó las rodillas como un colegial. La miró desde abajo.

—¿Y cuál es tu teoría? Eres la persona más observadora que conozco. Alguna idea tendrás.

Rachael se encogió de hombros.

—¿Hasta qué punto la conocías, Peter?

—No la conocía de nada.

—Debiste de conocerla antes de que empezara. Al menos la entrevistarías. No empleas a nadie sin una entrevista. Política de empresa. Si lo sabré yo. Pero ella no fue a la oficina. Me acordaría. Se suponía que era mi equipo, que yo lo elegía. Pero descubrí que habían nombrado a una especialista en mamíferos y tuve que aguantarme.

—Pero era buena, Rache. La mejor. Tenía que aprovechar la oportunidad cuando se presentó.

—¿Dónde la encontraste?

—En Escocia. Trabajaba para un amigo mío. La vi en acción y me impresionó. No hubo necesidad de hacerle una entrevista formal. Oye, no pretendía que te sintieras atacada.

—Pero la evaluaste, con sola una reunión.

—Sí, era la bomba.

Rachael calló un momento.

—Háblame de su trabajo en Escocia.

—Trabajaba para el Departamento de Protección, en su segundo año de los dos del contrato. En principio tenía que ser la coordinadora de voluntarios para el recuento, pero no era buena delegando y acabó haciendo casi todo el trabajo sola. Había alojamiento previsto para el personal contratado, pero ella no lo utilizó. Era la única mujer. Tal vez fue por eso. Empezó acampando y después encontró una habitación en una granja.

—¿Fuiste a quedarte con ella para el proyecto de Black Law?

—No, por Dios. Fui porque mi amigo cumplía treinta años y celebraba una fiesta. Ella asistió, pero solo estuvo un momento. No era la alegría de la huerta, precisamente. Al día siguiente él le dijo que me llevara a dar una vuelta. Ella estaba a punto de acabar el contrato. Necesitábamos a alguien para los mamíferos en Black Law. Era lógico. —Hizo una pausa—. Bueno, sé que debería haberte consultado pero, como he dicho, era buena. Ideal. Le apetecía estar más cerca de casa, no tenía ataduras.

—Como yo, vaya. Solitaria y a punto para el viejo encanto de Kemp.

—No sé a qué te refieres —dijo Peter, que se lo tomó como si fuera un cumplido.

—¿Se encaprichó de ti? Vamos, seguro que te diste cuenta.

Esta vez fue él quien se encogió de hombros.

—Creo que Grace se encaprichó de ti —insistió Rachael—. Como casi todas. Al menos durante un tiempo. ¿Por eso aceptó trabajar con nosotras?

—¿No estarás celosa, Rachael? —Su tono era bromista, a la vez que ofensivo.

Ella se volvió como si la hubiera golpeado y él siguió en un tono más amable.

—Mira, no intenté nada si te refieres a eso. Acabo de casarme, por el amor de Dios.

—Oh —repuso Rachael furiosa—. No te estoy acusando de eso. ¿Qué importancia tiene?

—Entonces ¿qué?

—He intentado entender quién ganaría con el recuento de nutrias inflado de Grace. Y a ti no te haría ningún daño. Sería un gran prestigio descubrir la mejor reserva de nutrias del país. No un artículo, se escribiría un libro, se haría una película para la tele.

—¿Estás loca? Me paga Godfrey Waugh. Es lo último que querría.

—Así también tendrías fama de honesto. El señor Waugh parece un hombre honorable. Quizá le gustaría. Peter el incorruptible.

—No tan incorruptible si se descubría el fraude.

—Entonces sería un error de Grace. No tuyo. —Hizo una pausa—. No digo que le pidieras a Grace que mintiera. Pero quizá lo hizo para complacerte.

—Estás chiflada —afirmó Peter—. No tengo tanto poder. Has pasado demasiado tiempo en las colinas.

—Sí, puede que sí.

Se sentó en la hierba junto a él, en un gesto de disculpa. Nunca había sido propensa a teorías conspirativas, y aun así no podía dejarlo.

—Entonces, ¿no es cierto?

—No, no lo es.

Lo creyó.

—Perdona.

Estuvieron un rato en silencio. El sol se apagaba muy deprisa. Ya no se veía el horizonte. Las colinas eran borrones negros. Había una luna brumosa.

—Tranquila —le dijo Peter—. Has tenido unos días horribles. Pero rumores como ese podrían hacerme mucho daño.

—Lo sé —siguió Rachael cautelosa—, pero la tarde que Bella murió estuviste aquí, ¿no?

Él no contestó.

—¿Peter?

Creía que le iba a mentir pero recuperó la cordura, quizá porque vio que sería más creíble si decía la verdad.

—Sí, aquel día estuve por aquí.

—¿Por qué no me lo dijiste cuando te lo pregunté?

—Porque no era asunto tuyo.

—Por supuesto que lo era.

—No —aseguró él—. Esta vez no.

—¿Por qué ibas caminando?

—Había estado toda la semana en la oficina, sentado, en comidas con clientes. Necesitaba hacer ejercicio.

—¿Tanto ejercicio? ¿Caminar desde Langholme?

—No caminé desde Langholme. Aparqué el coche en la pista del bosque, caminé y pasé por Black Law. Volví por el lado de la colina.

—La inspectora cree que el asesino de Grace aparcó allí su coche.

—Bueno, yo no maté a Grace. No podría haberlo hecho. Por el amor de Dios, si estaba reunido contigo en aquel momento.

Rachael no contestó.

—¿Estás satisfecha? —preguntó con aspereza.

—Quiero saber de qué hablaste con Bella.

—Negocios, Rache. Eso es lo que hago ahora. No hago conservacionismo. Negocios. —Se volvió hasta casi darle la espalda—. Para poder tener una esposa guapa y una casa bonita.

—¡Cómo te atreves a culpar a Amelia! —gritó Rachael.

Una focha asustada salió volando de las cañas y aleteó sobre el agua.

—No —repuso él en voz baja—. No, no sería justo.

Rachael se sintió de nuevo seducida por su tristeza. Tuvo que esforzarse para no sucumbir a la necesidad de consolarlo y decirle que todo se arreglaría. ¿Qué nos pasa?, pensó. ¿Por qué lo hacemos? ¿Así era como se sentía Bella con su hermano? Los hombres se ponen patéticos y nosotras vamos a arreglarlo todo.

—Tengo que saber qué le dijiste a Bella. —Mantuvo un tono firme—. Tengo que saber si algo de lo que le dijiste hizo que se suicidara.

—Por supuesto que no. ¿Por quién me has tomado?

—¿Qué era, Peter?

—Te lo he dicho. Negocios.

—¿Te mandó alguien?

—¿Qué? —La idea lo dejó estupefacto.

—¿Negocios de quién? ¿Tuyos? ¿De Godfrey Waugh? ¿O fuiste en nombre de Neville Furness? Para hacerle el trabajo sucio.

Peter no contestó. Se levantó y ayudó a Rachael a levantarse. Le puso las manos en los hombros y la miró a la cara.

—Tienes que olvidarte de esto —sugirió—. Acabarás enferma.

—No.

—Eres mi colega, pero a veces te pones muy seria.

La tomó de la mano y la llevó colina abajo. Ella lo siguió, riendo a pesar suyo, y corrieron, agarrados de la mano. Hansel y Gretel hacia las luces de la casita.