41

La carta de Grace estaba fechada hacía dos años. La dirección era de un pueblecito en el suroeste de Escocia. En el sobre, junto a la carta, había una postal que mostraba una escena de un río y prados con la torre de una iglesia al fondo. No había nada escrito en el reverso de la postal, pero la imagen estaba marcada con una cruz y Grace había escrito encima con bolígrafo: «Aquí es donde acampamos anoche».

A Rachael le conmovió la imagen y la nota escrita a mano. Grace se había comportado de una forma tan rara que la veía como un espectro que se movía entre ellas provocando perturbaciones y malestar. Aquello la hacía humana, real. Era el tipo de carta que ella podía haber mandado a Edie para que estuviera tranquila.

Vera estaba allí. Debía de estar esperando su regreso porque acababan de encender el gas para hacer té cuando oyeron que llamaba a la puerta de la cocina. Entró sin esperar a que la invitaran.

—¿Por qué ha elegido la vieja daros esta postal? —preguntó.

Rachael esperaba que la inspectora estuviera agradecida de que hubiesen vuelto con un trofeo, pero estaba de peor humor de lo que había estado nunca desde el principio de la investigación. Según Edie, había pasado toda la tarde en Kimmerston.

—Lo más seguro es que haya elegido una carta al azar para deshacerse de nosotras —respondió Anne—. No quería reconocerlo, pero juraría que no sabe leer.

Vera, de un humor truculento, le llevó la contraria incluso en esto.

—No lo creo. Lo más probable es que las guarde por orden cronológico y que os haya dado la que estaba encima. Tiene que haber habido otra después de esta. Grace podría haberle escrito. ¿Escribía cartas?

—Nunca la vi hacerlo, pero quién sabe.

—No es gran cosa. —Vera sostenía la única hoja entre el pulgar y el índice—. ¿Por qué creéis que le escribía?

—Puede que considerara a Nancy como de la familia —intervino Edie—. Quizá lo veía como un deber, como escribir cartas de agradecimiento a los abuelos.

—Adelante. —Vera dejó la carta sobre la mesa frente a Anne—. Léela.

Anne miró alrededor para asegurarse de que la escuchaban y empezó a leer, como una madre que lee un cuento a sus hijos a la hora de dormir:

Querida Nan,

Hoy he salido en busca de rastros de nutrias y me he acordado de los paseos a los que me llevabas cuando era pequeña. Estoy empleada aquí por el Departamento de Protección de la Fauna y Flora. Se ofrecieron a encontrarme alojamiento, pero prefiero ir a mi aire, así que me he traído una tienda y he acampado en la zona señalada en la postal. Es un sitio precioso. El Departamento tenía a un estudiante que hacía el mismo trabajo antes que yo, pero se fue de repente y sus resultados no me han parecido nada del otro mundo. Demasiadas elucubraciones y no suficientes recuentos a mi entender. Así que no tengo más remedio que recorrer los tramos de río que él había estudiado para confirmar sus resultados. Sería mucho más fácil si todos siguieran las normas. Si te has formado como es debido, no es difícil. Espero que sigas con buena salud y que todavía estés a gusto en Kimmerston. Si puedo, cuando vuelva a estar por la zona, iré a verte con papá.

—Está firmado simplemente «Grace». Ni besos, ni mis mejores deseos, ni nada.

—Nada fascinante —opinó Vera—. ¿Y qué sentido tenía que escribiera si la pobre mujer no sabía leer?

—Edmund se las leía.

—¿Cuándo lo vio por última vez?

—Fue a decirle que Grace había muerto. No quería que se enterara por otros.

—Suena como si entonces todavía se comportara de manera racional. —Vera miró a Anne—. ¿Le preguntaste dónde estaba Edmund?

—Claro. Dijo que no lo sabía.

—¿La creíste?

Anne se encogió de hombros.

—Disfruta enredando. No creo que le cueste mucho mentir.

Vera apartó la carta con disgusto.

—Bueno, no nos sirve de mucho.

—No estoy tan segura —dejó caer Rachael de mala gana.

—¿Qué? —gruñó Vera—. Suéltalo.

—Anne y yo estamos sorprendidas con los resultados del recuento de nutrias que tomó Grace en los ríos de la zona de estudio. Nunca se había estudiado sistemáticamente, pero los recuentos en porciones similares del condado nunca han dado cifras parecidas. Desde que murió hemos repetido algunos de sus trayectos. Parece que los recuentos están exageradísimos. Existe la posibilidad de que cometiera un error, pero esta carta sugiere que era consciente del peligro de excederse en los cálculos, o sea, que no me parece muy probable.

—¿Adónde quieres ir a parar?

—O bien estaba más loca de lo que creíamos —contestó Anne Preece— y alucinaba viendo legiones de nutrias desfilando por el valle de Langholme, o bien se lo inventaba.

—¿Por qué haría eso? Era una científica.

—Ha habido científicos que falsificaban datos por motivos propios.

—¿Qué motivos?

—Gloria personal. O porque los han engañado.

—¿Quieres decir que la empresa de la cantera la había sobornado para exagerar sus datos?

—No —replicó Anne—. De ninguna manera. Desde el punto de vista de la cantera, eso sería del todo contraproducente. Es lo contrario de lo que querrían. El objetivo de la evaluación de impacto medioambiental es ver qué efecto tendría el proyecto sobre el paisaje. A la empresa le interesa que no encontremos nada con valor de conservación en el lugar. Así pueden afirmar en la investigación pública que la cantera no causaría ningún daño medioambiental significativo. Si el informe hallara la mayor concentración de nutrias del país, les costaría mucho defender los supuestos beneficios de la cantera para que se aprobara. Las nutrias son graciosas y peludas. Todos los grupos de presión del país se concentrarían aquí con pancartas.

—¿Así que crees que la oposición la había sobornado?

—Yo no digo nada. —Anne empezaba a exasperarse—. No sé qué le pasaba por la cabeza. Pero en vista de la carta, no es probable que se equivocara.

Edie había escuchado la conversación.

—¿Quiénes son la oposición? —preguntó.

Vera apreciaba las intervenciones de Edie en las conversaciones, pero en aquel momento, como estaba enojada y frustrada la miró desafiante.

—¿A qué viene eso?

Edie arqueó las cejas como si desaprobara el comportamiento de un niño mimado y respondió con calma:

—Me refiero a si hay un grupo de oposición organizado, una sede de campaña, personas al frente. Y si hay alguna prueba de que Grace estuviera involucrada con ellos, o con cualquier otro grupo de presión conservacionista. Quizá falsificó sus datos por la errónea convicción de que estaba sirviendo a una causa en la que creía.

Vera aceptó la lección.

—No lo sé. Se puede averiguar.

—En Langholme hay un grupo de personas que está en contra del proyecto —informó Anne—, pero no creo que sean muy eficaces. Y por ahora, que yo sepa, no han conseguido que ninguno de los grandes grupos de presión los apoye. Se trata más bien de un grupo de vecinos que se preocupa por la bajada de los precios de la vivienda si hay una cantera enorme al lado y camiones rugiendo por el pueblo de día y de noche. La típica reacción de «no delante de mi casa».

—Además —interrumpió Rachael—, Grace no era tonta. Sí, ya sé que piensas que mientras estuvo aquí parecía una chiflada, pero tenía que saber que a la larga este tipo de fraudes no se sostienen. El único motivo por el que aceptan los estudios medioambientales en las investigaciones públicas es la seguridad de que son objetivos. Si los inspectores perdieran la fe en ellos, los conservacionistas perderían toda la influencia que tienen en el proceso de planificación. Grace tenía que saberlo por fuerza. Creo que lo hacía de mala gana —siguió Rachael—. Alguien debió de forzarla a mentir. Habéis oído la carta. Estaba obsesionada con hacer bien las cosas. Puede que fuera por eso por lo que parecía tan estresada mientras estuvo aquí. No soportaba el fingimiento. Lo comprendo. A mí también me habría vuelto loca. Debería haberme dado cuenta. Está claro que necesitaba hablar con alguien.

—Sí —afirmó Vera—. Bueno, parece que ella también se dio cuenta.

—¿Cómo lo sabes?

—Hoy me he reunido con su asistente social, la señora Antonia Thorne. Menudo oficio el de la asistencia social. Yo no podría hacerlo. Siempre pensé que para ser policía tenías que ser insensible, pero ellos lo tienen peor. Aquella mujer conocía a Grace Fulwell desde que era niña, la colocó con una pareja de padres de acogida tras otra hasta que encontró una que funcionó. Cualquiera diría que le tenía aprecio a la chica, afecto incluso, pero en cuanto Grace fue a la universidad se lavó las manos. Ni siquiera le mandó una felicitación de Navidad. Una podría pensar que al menos sentiría curiosidad, pero, por lo visto, no. Me ha dicho que se había olvidado de ella por completo hasta que se enteró de que había muerto.

—Creo que los instruyen para que no se involucren —señaló Edie.

—¿Con un niño? —Vera sacudió la cabeza—. No me parece normal.

—El caso es… —instó Edie.

—El caso es que cuando la señora Thorne volvió de sus vacaciones en la playa tenía un montón de correo esperándola. No lo había abierto cuando hablé con ella hace unos días. Una de las cartas era de Grace. Supongo que no tenía a nadie más a quien acudir. Es triste. —Calló, perdida en sus pensamientos, y aquella vez Rachael no pensó que buscara un efecto teatral—. Grace decía que había algo que la angustiaba. Que necesitaba hablar de algo. Aunque ya no estuviera oficialmente a cargo de los servicios sociales, ¿la recibiría la señora Thorne?

—Oh. —Rachael estaba a punto de llorar—. Si hubiera estado en la oficina, quizá Grace no habría muerto.

—¿No podía encargarse otro empleado? —preguntó Anne, furiosa.

—Era una carta personal. Nadie la abrió.

—¿Estás diciendo que por eso mataron a Grace? —preguntó Edie.

—¿Para impedir que le contara a alguien que estaba falsificando los datos sobre las nutrias? Tengo que decir que no parece tan importante.

—Los motivos para asesinar no suelen serlo —rebatió Vera.

—En tal caso, tienes que averiguar quién la presionó de entrada para mentir.

—Oh, eso creo que ya lo sabemos —informó Vera—. ¿Quién estaba resentido con la camarilla de Holme Park? ¿Quién no querría sacar tajada de la venta de la tierra a una empresa constructora? Nuestro querido Edmund Fulwell. Y parece haber desaparecido como un espejismo. Como las malditas nutrias de Grace.