38

Cuando Rachael se levantó al día siguiente, Vera ya estaba en Baikie’s. Se encontraba en la cocina con una tostada en una mano y una taza de café en la otra. Mientras bajaba las escaleras, Vera empezó a comer.

Así que había pasado otra noche en Black Law. Otra noche trabajando. ¿Qué motivación tenía? Ambición, de nuevo. Miedo al fracaso. O tal vez, como a Rachael, no la esperaba gran cosa en casa. Nunca había mencionado a un esposo o a un amante, y costaba imaginarse a la inspectora en un ambiente de vida doméstica. Una velada en el sofá viendo la tele no se ajustaba para nada a su imagen.

—No los hemos atrapado —informó Vera—. Pensé que te gustaría saberlo.

Había dejado abierta la puerta de la cocina y el sol iluminaba la habitación.

—Qué día tan bonito —comentó Rachael—. Debería haberme levantado antes. Habría terminado el estudio.

—Ya tendrás tiempo.

—Todavía falta revisar el estudio de Grace.

—Aun así. No hay prisa.

No quiere que nos marchemos, pensó Rachael. Nos quiere aquí. Los cuervos en la trampa. Ahora incluso más que antes. Anoche el cebo funcionó. Además, si nos marcháramos, no tendría excusa para quedarse. Ella también tendría que irse a casa.

—Creía que los atraparíamos —siguió Vera—. Existía la posibilidad de que siguieran en la zona.

—«Los atraparíamos», no —la corrigió Rachael—. Solo había una persona en el coche.

—¿Estás segura?

—Sí, pero no sé por qué. Puede que solo sea una presunción. No, cuando se alejó vi el contorno de una silueta. Solo un ocupante.

—¿Hombre o mujer?

—No sabría decirlo.

—¿Ni siquiera por el tamaño?

—No. Fue todo muy rápido. Lo único que vi fue una forma borrosa. Nada más.

—Había un coche patrulla en la A1 —informó Vera—. Registró los caminos alrededor de Langholme, pero no vieron a nadie conduciendo de manera temeraria. Solo pasaron un motorista y una mujer del pueblo que volvía de visitar a su madre. Eso significa que el agresor no se dejó llevar por el pánico. Tuvo la presencia de ánimo de quedarse quieto en alguna parte hasta la mañana.

Rachael se sirvió café de la jarra de Pyrex. Todavía estaba caliente.

—¿Dónde está Anne?

—Arriba, arreglándose para salir al campo.

—Entonces tengo que darme prisa.

—Insisto en que no hay prisa, ¿no te parece?

—No quiero estar aquí más tiempo del necesario.

—Claro —observó Vera—. Lo de anoche asustaría a cualquiera.

Lo dijo sin entonación, pero sus palabras pusieron a Rachael a la defensiva.

—Mira, siento mucho haber sido tan tonta. Si hubiera bajado del coche en cuanto el otro vehículo se alejó, podrías haberlo atrapado al otro extremo de la pista.

—Lo dudo. Si corría tanto como dices, no lo creo.

—Ya, supongo que no.

—¿Te has acordado de algo más?

—No. Era un Sedán de los buenos. Es lo único que sé.

—¿Color?

—Blanco. O claro. No, metalizado. —Calló y después añadió con amargura—: ¡Qué desastre! Seguramente era la persona que mató a Grace. Si me hubiera esforzado más, si hubiera visto el número de la matrícula, podrías localizarlo.

—No se puede hacer nada —aseguró Vera, en un intento por tranquilizarla—. Puede que lo encontremos de todos modos.

—¿Cómo?

—Voy a hacer más tostadas. ¿Te apetece una? —Cortó dos rebanadas gruesas de pan, las puso sobre la parrilla y encendió el gas. Las cerillas estaban húmedas y tardó en conseguir llama. Rachael la miraba y pensaba que todo formaba parte de una comedia. Vera quería mantener a su público pegado al asiento.

—Sigue —pidió Rachael.

—Bueno, siempre ha sido un misterio la forma en la que nuestro agresor llegó a la colina. Primero pensamos que había venido caminando desde Langholme, pero son muchos kilómetros y hemos hablado con todos los que viven allí. Nadie recuerda un coche desconocido que estuviese aparcado durante todo el día. No pudo venir en coche por la pista porque la señora Preece estaba aquí y no vio a nadie. Pero si hubiera aparcado en aquel camino forestal, nadie podría haber visto el coche desde aquí, desde la casa de la granja o desde el camino principal. En cuanto bajara a aquella depresión lo ocultarían los árboles. Allí todo son pinos y están plantados muy juntos. —Vera se estaba animando—. Uno de nuestros equipos registró la colina, claro, pero no se adentraron tanto en el bosque. Error. Mi error. He vuelto a mirar el mapa y el sendero sigue entre los árboles y sale cerca de las obras de la mina.

—Cerca de la trampa para cuervos —intervino Rachael—. Lo conozco.

—He mandado a Joe Ashworth a echar un vistazo. —La inspectora enseñó sus dientes amarillentos en una sonrisa maliciosa—. No está muy contento. Le he hecho venir al alba.

—No ha sido muy amable por tu parte.

—No me vengas con esas. Ha pasado toda la noche en casa. Podía haberlo hecho venir anoche, pero esperé. Soy la compasión personificada. Y le he dejado volver a la granja para desayunar. Pero ya está de vuelta en el bosque esperando al equipo forense.

—¿Ha encontrado algo?

—Suficiente para animar a una inspectora abatida. Anoche, sin duda, no fue la primera vez que el coche estaba allí. El camino es arenoso. Hay huellas visibles de neumáticos y lo que parecen restos de pintura donde el coche dio la vuelta.

—¿De qué color es la pintura?

—Blanca. ¿Por qué?

—Me metí en aquel camino por error la noche que encontré el cadáver de Bella. No intenté dar la vuelta, sino que retrocedí marcha atrás como puede. Podría haber pintura de mi coche por todas partes. Mi coche es blanco.

Vera parecía decidida a mantener el buen humor.

—Ha llovido, nevado y soplado el viento desde entonces. Creo que cualquier rastro que dejaras habría desaparecido hace semanas. Pero lo comprobaremos. Esto es lo bueno de los científicos. Que tienen pruebas para todo. Respuestas no muchas, pero pruebas las que quieras. —Sacó una tostada de la parrilla y la inspeccionó. Era del color de un té con muy poca leche. Le dio la vuelta y volvió a dejarla en la parrilla.

—Deberías comprar una tostadora. Tengo una vieja guardada en casa, no sé dónde. Os la regalaré. Será mi contribución a la historia natural. —Miró a Rachael como si esperara gratitud por su generosidad—. Hemos remolcado tu coche. Está retenido en Kimmerston. Más pruebas. Podría haber pintura en el guardabarros de atrás, si el arroyo no se lo ha llevado todo. ¿Te las arreglarás sin coche hasta que te lo devuelvan?

—Edie volverá pronto. Podemos compartir el suyo.

—Llegará a la hora de almorzar. Ha llamado.

—¿No le habrás contado lo que ocurrió?

—No con detalle. Soy demasiado cobarde. Pensé que era mejor dejártelo a ti. Me echará la culpa, sin duda.

No, pensó Rachael. Se culpará a sí misma para variar, lo que es peor.

Vera Stanhope se acabó su tostada y se lamió los dedos.

—¿Me han dicho que fuiste a ver a Charlie Noble?

—¿Lo sabías? —Rachael se sintió como una colegiala traviesa.

—Ah, no puedes ocultarle muchas cosas a la tía Vera.

—Le preguntamos al sargento Ashworth si le parecía bien.

—Tranquila. Este es un país libre.

—¿Conoces al señor Noble?

—Lo conocí. Vivía en la casa cuando mataron al viejo. ¿Para qué fuisteis a verlo?

—Pensamos que alguien podía haber amenazado a Bella con sacar su pasado a la luz, que eso podía explicar su suicidio.

—Pues os equivocasteis —espetó Vera con brusquedad—. Al menos, si considerabais a Charlie como posible chantajista. Él no lo habría hecho. Sería demasiado horrible. Esa fue la razón de que dejara el matadero.

—¿Cuándo lo viste por última vez?

—No lo he visto desde la investigación. Fue hace muchos años. Era muy joven, y puede haber cambiado. Tú lo has conocido. ¿Qué opinas?

—Que no —respondió Rachael—. No ha cambiado mucho.

—Lo recuerdo muy bien. Sorprendentemente bien después de tantos años. Quizá porque fue el primer caso importante del que formé parte. Recuerdo que hablamos con él en su habitación. Su escondite. El viejo solía intimidarlo y allí era donde se refugiaba. Todo estaba muy ordenado. Tenía gustos peculiares para un adolescente. Coleccionaba libros, primeras ediciones, todos sobre animales. Todos forrados. Parecía un monitor de escuela a pesar de que entonces ya llevaba tiempo trabajando en el negocio familiar. No paraba de decir que tenía que ser un error, aunque ni siquiera él era capaz de fingir que lamentaba la muerte de su padre. Me dio la impresión de que, en cuanto se acabara el juicio, no tardaría mucho en recuperarse. Estaba claro que sabía lo que quería y no le costaría demasiado creer que una cosa tan desagradable como un asesinato no había sucedido.

—Dijo que había intentado visitar a Bella en el hospital. Que ella se negó a recibirlo.

—Mmm… —Vera parecía imitar a uno de los caballos de Charlie Noble—. Apostaría a que no se esforzó mucho.

—Entonces, ¿por qué Bella no lo invitó a su boda? Era su único pariente.

—Era normal que no lo hiciera si quería mantener en secreto su condena.

—Pero a ti te invitó —repuso Rachael.

—Sabía que podía ser discreta. —Vera le mostró su sonrisa maliciosa.

—Anoche, mientras volvía, se me ocurrió algo… —declaró Rachael no muy segura—. Te parecerá una estupidez, pero…

—¿Te preguntas si Charlie pudo ser el que le rompió la cabeza a su padre? —Vera acabó la frase.

—Pues sí. —Creía que era una idea genial y se sintió decepcionada.

—Mis colegas no son tan listos como yo, lo reconozco, pero no son tontos.

—Por supuesto que no. Pensé que…

—Bella confesó —señaló Vera.

—Lo sé, pero Charlie solo tenía diecisiete años cuando su padre murió. Puede que Bella lo estuviera protegiendo.

—Las huellas de la hermana estaban en la figura. Nos estaba esperando en la misma habitación cuando llegamos.

—Pero…

—De todos modos él no podría haberlo hecho —aseguró Vera. Chasqueó la lengua como un humorista de tres al cuarto en un escenario a punto de soltar la frase graciosa de un chiste malo—. Estaba en la oficina de su padre en el fondo del matadero. Era un lugar diminuto, un barracón prefabricado. Estaba lleno, porque además de Charlie estaban un director, una secretaria y un inspector de sanidad del Ministerio de Agricultura. Todos juraron que Charlie solo había salido una vez en toda la mañana para ir al baño. Solo estuvo fuera cinco minutos. Aunque le hubiera gustado matar a su padre no pudo haberlo hecho.

—Oh.

—Bien pensado —manifestó Vera, magnánima—. ¿Cuál es la siguiente teoría?

—No tengo más teorías. Es la misma. Sobre el suicidio de Bella. Sigo pensando que alguien la amenazó con hacerlo público, le dijo que no le permitirían seguir cuidando a Dougie.

—¿Y quién crees que haría una cosa así? —Vera hablaba con el tono de una maestra de guardería que sigue la corriente a un niño pequeño.

—Hay alguien. Neville, el hijo de Dougie, se ha beneficiado de su muerte. Va a quedarse con la granja. —Al ver que Vera no respondía, siguió—: Lo conociste en la boda de Bella.

—¿Sabría lo de la condena?

—Es posible. Ella guardaba un recorte de periódico, algunos detalles de su pasado en la casa. Pudo haberlos encontrado y seguido las pistas de la misma forma que hicimos nosotras. —Calló un momento—. Es el ayudante de Godfrey Waugh. Trabaja para Slateburn Quarries.

—Lo recuerdo de la boda —afirmó Vera—. Un joven apuesto. No me importaría volver a verlo. —Miró a Rachael con los ojos entornados—. Tú no te metas. Se acabó lo de jugar a los detectives. Déjame al señor Furness a mí.