Las casualidades eran demasiado para Anne. Escarbó en ellas, las removió como el suelo de su parcela. Godfrey era un habitual del restaurante Harbour Lights, donde cocinaba Edmund Fulwell. Eran más que meros conocidos, y lo sabía.
En uno de sus encuentros ilícitos, Godfrey había reconocido que tenía resaca. Algo insólito en él.
—¿Y cómo llegaste a ese punto? —había preguntado ella, divertida.
Él le contó que había quedado con un contacto profesional en el restaurante. El cliente no llegó y él, Rod y Edmund habían acabado celebrando una especie de reunión. En aquella reunión, ¿Edmund no había mencionado a su hija? Godfrey no había comentado nada. Pero salió disparado de Baikie’s para seguir a Grace a la colina. Y ella había muerto.
Anne estaba sentada en el jardín de Baikie’s mientras pensaba en todo esto, la casa la protegía de un viento fresco del este. Los árboles estaban llenos de hojas y la vista del Skirl quedaba oculta. El estudio estaba casi terminado y tenían tiempo para descansar. A Rachael le faltaban las últimas visitas a dos de sus parcelas y Anne tenía que revisar con detalle uno de sus cuadrantes, el dedicado al terreno más cercano a las obras de la mina. Se lo había reservado como un premio. En cuanto terminaran sus propios trabajos, Rachael quería que completaran el informe de Grace sobre las nutrias. Creía que no tardarían mucho, pero Anne pensaba que sería más complicado. Nunca se había fiado de los resultados de Grace.
Con los ojos entornados para protegerse del sol, Anne veía la colina por encima de los árboles. El equipo que había estado registrando la zona se había marchado, pero Vera y Joe seguían instalados en Black Law con un reducido equipo de detectives. Se habían acomodado a su aire. Joe Ashworth tenía empapelada la pared de la cocina con fotografías de su hijo.
Aquella tarde Rachael y Edie también estaban en la granja, hablando con Vera Stanhope, llenándole la cabeza con alguna idea. Sobre Bella, lo más seguro. Rachael estaba obsesionada con Bella, parecía pensar que las dos muertes tenían relación. Y Edie la incitaba. Anne pensaba que Edie era divertida. No entendía por qué Rachael se quejaba de ella. Ojalá su madre hubiera sido tan comprensiva.
Anne descansaba en una hamaca de tela a rayas. La había asegurado en la última muesca de la barra, de modo que estaba casi tumbada y, como consecuencia, adormeciéndose, cuando oyó pasos en el camino que llevaba al patio donde aparcaban los coches, al otro lado de la casa, en el jardín delantero. Se incorporó haciendo un esfuerzo, sintiéndose nerviosa de repente, vulnerable. Alrededor de ella el paisaje vacío se extendía hacia el horizonte. No había oído ningún coche, pero quizá se había dormido más de lo que creía. No había nadie que pudiera oírla gritar a pesar de las precauciones que Vera aseguraba que había dispuesto. Edie y Rachael no volverían todavía de Black Law. En el breve instante que tardó en ponerse de pie, se preguntó si sería Godfrey. Quizá, al final, había decidido hablar con la Policía, decir que había estado allí el día que Grace había muerto. Quizá había ido a verla.
Pero no era Godfrey. En cuanto estuvo de pie lo dedujo por las pisadas, que eran ligeras y apresuradas. Era Livvy Fulwell, esforzándose por algún motivo en ser cordial.
—Esta casita es una monada. —Retrocedió hacia el césped, para mirar la casa de arriba abajo—. La había visto de lejos durante las cacerías, pero no había estado nunca. Robert sí, claro. Connie celebraba fiestas y de vez en cuando lo invitaba a cenar. Quizá quería convertirlo. Odiaba las cacerías. Robert era muy joven, apenas un muchacho, pero creo que estaba enamorado de Connie. Era todo un carácter.
—¿A Edmund también lo invitaban?
—No lo sé. —Soltó una risita nerviosa—. Eso era antes de mi incorporación a la familia. Tendrías que preguntar a Robert. Probablemente no. Edmund era varios años más joven. —Hizo una pausa—. Te estarás preguntando qué hago aquí.
Estaban las dos de pie, incómodas. Anne le hizo un gesto dirigido a la hamaca.
—¿Por qué no te sientas?
Cuando Livvy estuvo tumbada y en desventaja, Anne se sentó en el suelo, a su lado.
—¿Te apetece un té?
Pero Livvy tenía su discurso preparado. Cambió su centro de gravedad para estar inclinada hacia Anne, con el trasero hundido en la tela.
—Solo quería decirte que estamos desolados, por el asesinato. Y que si podemos hacer algo, lo que sea…
—Es un poco tarde para Grace —repuso Anne.
Recordó que hacía poco estaba deseando perderla de vista.
—¡Ah! —exclamó Livvy—. Esa es otra. Quería explicar lo de Grace.
Ya estamos, pensó Anne, recordando las palabras de Vera. Ahora es cuando nos dan la visión sesgada.
—Sabes que todo ocurrió mucho tiempo antes de que me casara con Robert —declaró Livvy con seriedad—. Que yo no tuve nada que ver.
—Por supuesto.
—Y a Robert tampoco le dejaron opinar mucho. Su madre todavía estaba viva. No la conociste.
No era una pregunta. Livvy había hecho los deberes. La madre de Robert había muerto antes de que Anne se mudara a Langholme. Aun así esperaba una respuesta.
—No.
—Era una mujer formidable, una auténtica tirana. Robert le tenía miedo. ¿Te imaginas tenerle tanto miedo a tu propia madre? —Calló un momento y bajó la voz para hablar en tono confidencial—. No creo que fuera mentalmente muy estable. No se lo diría a Robert, claro, él es muy leal, pero a veces me pregunto si Edmund no heredaría los problemas de su madre. Eso dicen, ¿no?, que las enfermedades mentales son hereditarias.
—Entonces ¿fue Lady Fulwell quién expulsó a Edmund de la casa de la familia?
—Yo no lo diría así.
—¿Cómo lo dirías?
—Edmund nunca fue una persona fácil. Ni siquiera de niño. Robert me lo ha contado todo de él. Hoy diríamos que tenía algún tipo de trastorno o síndrome. En aquella época no sabían qué hacer. Lo expulsaron de la escuela, de varias. La única persona que sabía manejarlo era una mujer que la madre de Robert tenía empleada en la cocina. Era poco recomendable como niñera, pero es lo que acabó siendo porque no había nadie más que pudiera aguantarlo. Era medio gitana, por lo que se ve, y no muy limpia. Para la familia fue muy difícil. Está claro que quieres a todos tus hijos por igual, pero debió de ser difícil sentir afecto por Edmund. En aquella época no parecía que nada se le diese bien, aparte de emborracharse en el Ridley y perseguir a las hijas de los granjeros.
Fraternizar con la plebe, pensó Anne. Eso no les debió de sentar bien.
—Además, no lo echaron de Hall. Se mudó a una de las casas de la finca porque quería ser más independiente. Tener más intimidad. De hecho, creo que Robert fue generoso con él. Vivía en aquella casa sin pagar alquiler, y eso que era un espacio que podía haber ocupado uno de los trabajadores. Edmund nunca colaboró con la gestión del negocio.
—¿La madre de Grace era la hija de un granjero?
—No —respondió Livvy, y añadió—: ¿Grace no te comentó nada?
—Nada. No sabía que fuerais familia. Le hice una broma con el apellido.
—¿Y tampoco te lo dijo?
—No.
—¿Por qué era tan reservada?
—Quizá la avergonzaba ser familia vuestra y no quería que nadie la relacionara con los Fulwell —dejó caer Anne—. No sois lo que se dice muy populares entre los naturalistas. Estáis dispuestos a vender un hábitat valioso para un proyecto a todas luces perjudicial. —Calló y, al ver que Livvy se preparaba para lanzar la vieja defensa sobre proteger la herencia de la familia, añadió—: ¿Quién era la esposa de Edmund?
—Se llamaba Helen. —Livvy soltó una risita nerviosa—. De hecho era la hija del rector. Muy Lawrence. Aunque Robert cree que solo la sedujo para hacer enfadar a su madre. Por supuesto estaba embarazada cuando se casaron. De pocos meses. No se notaba. Y muy enamorada. Según dice Robert, Edmund era guapísimo y su estilo desaliñado ayudaba. Ella creía que podía cuidarlo, hacer que dejara de beber. Creía que conseguiría que sentara la cabeza.
—¿Y lo hizo?
—Durante una temporada, sorprendentemente, pero sí… Se volvió casi respetable. Se compraron una casita cerca del mar. Helen creía que él debía alejarse de Langholme y empezar de nuevo. Se convirtieron en una pareja típica de las afueras. Incluso consiguió un empleo. Él y un amigo abrieron un restaurante.
—El Harbour Lights.
—Así que Grace te contó lo del restaurante.
—No, es que he estado ahí. Lo conocí. Sin saber quién era, claro.
—Ah —repuso Livvy—. Oí decir que había vuelto con Rod cuando se cansó de viajar.
—Deduzco que el sueño de ser una familia típica no duró.
—Bueno, duró un tiempo. Un par de años. La familia pensaba que el problema estaba resuelto. Les gustaba Helen. Era una mujercita dócil. Después del nacimiento de la niña los alojaron en Hall. Vivieron allí una temporada. No sé si Grace se acordaba. Quizá no. Debía de ser muy pequeña.
—¿Qué pasó entonces?
—Edmund tuvo una aventura. No sé quién era la mujer. No estoy segura de que Robert lo sepa. Helen se lo tomó muy mal. Supongo que habiendo vivido en una rectoría tenía ideas anticuadas.
—Muy de las afueras —señaló Anne.
Livvy no detectó el sarcasmo.
—Bastante. Normalmente es posible encontrar una solución a esas cosas.
Significa eso que tú tienes aventuras, se preguntó Anne. O que Robert las tiene. Quizá le gusta Arabella, la niñera. Podría enamorarse de una mujer más joven. Se casó con Livvy cuando ella era muy joven; pero quién soy yo para juzgar.
—Pero Helen se suicidó —apostilló Anne, y pensó: como Bella, pero no como yo. No encontrarías a un hombre que me impulsara a hacer eso.
—Por desgracia, sí.
—Y Edmund huyó.
—Creo que estaba muy angustiado por lo que había pasado. A su manera, amaba a Helen. Y a la niña.
—Pero no lo suficiente como para cuidarla.
—Los hombres no suelen hacerlo, ¿no? Ni siquiera ahora.
Ni las mujeres de tu clase, pensó Anne. Pagáis a otros para que lo hagan. ¿Qué esfuerzo hicieron mis padres para ocuparse de mí?
—¿La madre de Robert no se sintió responsable de Grace?
—Estaba muy enferma entonces —respondió Livvy, evasiva—. No se veía capaz.
—¿Tan pesado habría sido tener a la niña en casa? —preguntó Anne—. Es una casa enorme. Ni siquiera habría tenido que verla.
Livvy volvió la cabeza y miró hacia el horizonte.
—No fue solo por Grace —dijo.
Anne tardó un momento en entender adonde quería ir a parar.
—Quieres decir que si Grace se instalaba en la casa, la familia tendría que aceptar que Edmund también volviera.
Livvy asintió, contenta de no haber tenido que verbalizarlo.
—Era muy problemático.
—¿Y lo ha sido últimamente?
—¿A qué te refieres?
—La Policía dice que ha desaparecido. Pensaba que podía haberse presentado en Holme Park Hall.
—Por Dios, no, somos los últimos a los que recurriría. Nunca se llevó bien con Robert y a mí no me conoce. —Calló—. Grace se las arregló, ¿no?, a pesar de todo. Me han dicho que tenía dos carreras. Edmund estaría orgulloso.
—No era muy feliz —remarcó Anne.
—¿No? Vaya por Dios. —Pero su expresión de pesar no fue convincente. La cabeza de Livvy estaba en otra parte. Con una agilidad que Anne envidió, se levantó de la hamaca—. Oye, tengo que irme. Los niños han venido a pasar el fin de semana y tenemos muy poco tiempo para estar juntos.
—Gracias por venir. —Al fin y al cabo, había sido interesante.
Livvy volvía a ser la misma mujer segura de sí misma de siempre.
—De nada. Llámame si hay novedades. En serio, a cualquier hora.
Anna la acompañó hasta el patio y observó alejarse el Range Rover por la pista. Cuando volvió al jardín, Vera Stanhope se había materializado en la hamaca. Estaba sentada, con las piernas elevadas, estiradas hacia delante, y los ojos medio cerrados, como si hiciera horas que estuviera allí. Percibió la llegada de Anne y se volvió para mirarla. El peso, al girar el cuerpo, hizo crujir la tela como el velamen en una tormenta. Anne se la imaginó rasgada y a Vera cayendo sobre la hierba.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó Vera.
—¿Cuánto has oído?
—Todo —confesó la inspectora con satisfacción. Volvió a moverse y señaló con la cabeza los ventanales abiertos—. Desde allí. He visto pasar el coche desde Black Law. He pensado que sería interesante.
—¿Lo ha sido?
—Mucho. Creo que recuerdo a Robert en aquellas fiestas que daba Constance. Mi padre me obligaba a asistir. Teníamos más o menos la misma edad. Pero ¿a Edmund? —Se sumió en sus pensamientos.
—Es mucho más joven que Robert —repuso Anne.
—No soy tan vieja —aclaró con una sonrisa—. Todavía no. Me enteraré de lo que está pasando.
—Estoy segura.
—¿Sabes si Livvy Fulwell se encontró con Grace mientras ella vivía aquí?
—Ninguna de las dos mencionó que se vieran, pero Grace no contaba nada de absolutamente nada. —Anne vaciló—. Un día la vi en la finca, mirando las casas de los trabajadores en la calle Avenida. Supongo que tenía curiosidad por ver dónde había vivido su padre.
Vera siguió recostada, varada en la hamaca.
—Y yo me muero de curiosidad —señaló con una intensidad sorprendente— por saber dónde se ha metido Edmund.