Al día siguiente apenas vieron a Vera Stanhope, y las nubes seguían tan bajas que no merecía la pena salir al campo a hacer recuentos. Por la noche Rachael pensaba que otro día encerrada en Baikie’s la volvería loca, y aceptó la propuesta de Edie de visitar al día siguiente a Alicia Davison, la directora de la escuela donde hacía tiempo, según los papeles encontrados en Black Law, Bella había ejercido de maestra. Edie fue a Black Law a hacer unas llamadas.
—No me gusta dejarte sola, Anne, aunque la Policía siga por aquí.
—No te preocupes. De todos modos quería ir a Kimmerston a ver a alguien.
A un hombre, se imaginó Rachael, aunque a la mañana siguiente, cuando se marcharon casi al mismo tiempo, no lo pareciese. Ni maquillaje ni perfume. Ni ropa de vestir guardada en una bolsa para cambiarse más tarde.
Por la noche había cambiado el tiempo. Todavía había neblina sobre el páramo, pero no hacía frío y había calma. Edie había hablado con Alicia por teléfono y estaba encantada consigo misma.
—Le dije que investigábamos la historia local. Alicia dio por supuesto que se trataba de la escuela Corbin. La cerraron a mediados de los setenta, por lo visto. Le asignaron la dirección de una escuela más grande y se hizo un nombre.
Estaba conduciendo y calló para concentrarse y adelantar a un tractor.
—Formó parte de una comisión asesora sobre educación primaria y se la consideraba una experta en escuelas rurales. Escribió un libro sobre el tema. Aunque nunca abandonó las aulas. Me imagino que será una de esas viejas solteronas deprimentes que solo saben relacionarse con niños pequeños.
Rachael estuvo a punto de preguntar adónde había ido a parar la solidaridad femenina. Edie también era soltera y había dado clases toda la vida. Pero se calló. Era un alivio alejarse de Baikie’s y no le apetecía empezar una pelea.
Cuando la señorita Davison las invitó a entrar en su casa quedó claro que de solterona deprimente no tenía nada. Era menuda, muy ágil y animada. En ella nada daba la impresión de vejez. Llevaba un chándal gris de felpa y unas zapatillas de deporte blancas y nuevas, y dijo que acababa de volver de la clase semanal de yoga en el centro municipal. Su nueva pasión era el taichi, pero no quería abandonar el yoga. Era importante mantener la flexibilidad.
Vivía en una pequeña urbanización de bungalós nuevos y elegantes a las afueras de un pueblecito cercano a la A1.
Las guio por la casa casi disculpándose.
—Cuando me jubilé soñaba con una casa de piedra y un gran jardín, pero vi que no sería práctico. Tengo demasiados intereses. Aquí estoy bien. En Swinhoe Close todos tenemos una edad. La mayoría son parejas, eso sí, pero no les importa incluirme en sus planes. Y hay un viudo muy caballeroso. —Hablaba con rapidez, con frases tajantes y secas que brotaban con el ritmo repetitivo del canto de un pájaro—. Siéntense, por favor. Tomaremos un café, si les parece. No están aquí para hablar de mí. Quieren saber cosas de la escuela. Será un proyecto interesante. Supongo que viven en Corbin. No me lo han dicho.
Rachael iba a explicarse, pero la señorita Davison no parecía esperar una respuesta.
—Llegué a Corbin a principios de los sesenta; el edificio no ha cambiado, la verdad, desde principios de siglo. Mi primer destino como directora. No sabía qué esperar. Había una sala grande dividida en dos por una cortina. Los pequeños se sentaban a un lado y los mayores al otro. Había quince en cada grupo cuando llegué y nunca he dado clases a un puñado de monstruos peores que esos. Hacía tiempo que no tenían maestro y se habían vuelto unos salvajes. El aula estaba caldeada, si es que se puede decir así, gracias a una estufa de petróleo que soltaba humo y gases de azufre. Recuerdo que en mi primera mañana una familia de murciélagos cayó del techo sobre mi mesa. Los niños los echaron sobre las niñas, que empezaron a chillar. Pensaba que había ido a parar a un manicomio.
Sonrió y Rachael pensó que se lo había pasado en grande.
—¿Entonces la señorita Noble ya daba clases con usted? —preguntó Edie.
—No —respondió la señorita Davison, seca—. Eso fue más tarde. ¿Por qué lo pregunta?
—Nos interesa mucho la señorita Noble.
De repente la cordialidad de la mujer se transformó en hostilidad.
—¿A eso han venido? No están aquí por la escuela. ¿Quiénes son? ¿Periodistas? ¿Por qué no pueden dejarla en paz, después de tanto tiempo? Fuera. Mi amigo vive en la casa de al lado. Si no se marchan enseguida, le diré que las eche.
Rachael se horrorizó ante la perspectiva de que un viudo anciano la sacara de una casa. No comprendía el cambio de actitud y se preguntó si la mujer no estaría loca.
—Bella está muerta, señorita Davison —informó—. Era amiga mía. Sigo siendo amiga de su marido. Encontré su nombre entre unos papeles. Creímos que le gustaría saberlo.
Desde que habían llegado, no habían parado de hablar. De repente, la casa parecía muy silenciosa. Era una habitación insólita para una mujer mayor, sin trastos, decorada con colores cálidos e intensos. Sin televisor pero con un reproductor de CD caro y un ordenador en una mesa. Unas puertas vidriera daban a un pequeño jardín rodeado de una pared de piedra color miel. Una de las puertas estaba entreabierta y por ella entraba el murmullo del tráfico y gritos de niños.
—La hora del recreo —aclaró la señorita Davison—. Aquí, al menos, hemos salvado la escuela del pueblo. No sabía que Bella había muerto. Pero no tenía modo de saberlo. Hace años que perdimos el contacto.
—Puse una esquela en el Gazette para el funeral.
—No creo que fuera mucha gente —dijo la señorita Davison—. Habría ido de haberlo sabido. Pero no leo el Gazette. Está lleno de tonterías. Y si lo leo me pongo a buscar noticias de los niños a los que di clase, lo que es más bien patético. Como si no me hubiera desenganchado. —Miró a Rachael—. ¿Bella estuvo mucho tiempo enferma? Ojalá la hubiera visitado. Debería haberme preocupado más por saber qué había sido de ella.
—Bella no estaba enferma —informó Edie—. Se suicidó.
—¡No! —Vieron cómo debía de ser cuando era maestra. Firme, decidida, incapaz de aguantar bobadas a pesar de su cordialidad y de aquella voz cantarina—. No me lo creo. ¡Ahora! Estaba todo olvidado. Entonces me lo habría creído, lo habría entendido. Pero ahora no tenía motivos.
—Le aseguro que fue un suicidio —insistió Edie, triunfal. Era su as en la manga—. Mi hija encontró el cadáver.
Rachael se estremeció.
—Por eso hemos venido —explicó—. Necesitamos saber por qué. Era amiga de Bella pero nunca me hablaba de su pasado. Esperaba que usted me ayudara a entenderlo y a aceptarlo.
Dios mío, pensó, ya hablo como mi madre.
Alicia seguía desconfiando.
—¿No sabían nada del caso judicial?
—Nada.
—Salió en todos los periódicos. Viven en Kimmerston, ¿no?
—Como usted —puntualizó Edie—, nunca hemos seguido la prensa local.
Alicia siguió mirándolas con desconfianza.
—Bella fue condenada por asesinato. Mató a su padre. —Sin dejar de mirar a Rachael a la cara, siguió en un tono más amable—: Veo que realmente no lo sabía.
—No tenía ni idea.
Bella, ¿por qué no me lo dijiste?, gritaba Rachael por dentro. Qué idiota me siento.
—Bella llegó recién salida de la universidad, llena de entusiasmo, energía, ideas. La maestra de los pequeños que había antes que ella era mayor y estaba a punto de jubilarse. Era poco más que una cuidadora. Leía cuentos, dejaba jugar a los niños, cantaba canciones, pero lo que se dice enseñar… —Se encogió de hombros—. Intenté introducir nuevos métodos de trabajo, pero ella no escuchaba.
»Entonces llegó Bella y todo cambió. El trabajo volvió a gustarme. Nos lanzábamos ideas la una a la otra. Logramos más en los dos años que estuvo ella de lo que conseguí yo en ninguna otra escuela. Creo que Bella también lo disfrutó.
—Utilizó su apellido —dijo Rachael—. Antes de casarse se llamaba así, Bella Davison. Una especie de homenaje, ¿no cree?
—Creo que le fallé. Entonces y después.
—¿Qué pasó?
—Su padre era un empresario local, carnicero. Tenía un par de carnicerías y un matadero. Se le podía considerar rico. Estaba acostumbrado a salirse con la suya.
—Y era concejal —agregó Rachael.
—Ah, sí, concejal. Alfred Noble. Tenía intereses en muchos asuntos. —Calló—. Discúlpenme. Soy soltera pero no por eso deben pensar que no me gustan los hombres. Alfred Noble me era muy antipático, a pesar de que no llegué a conocerlo.
»Bella se fue de casa para ir a la universidad y dijo que era lo mejor que había hecho en la vida. Había un hijo más joven que se vio forzado a dedicarse al negocio, y tenían los mismos planes para ella. Se suponía que trabajaría en la oficina, que se pondría un delantal y ayudaría en la carnicería cuando hiciera falta. Pero Bella se negó. Siempre había querido ser maestra.
»Entonces su madre murió y de repente se esperaba de ella que lo dejara todo, su profesión y sus nuevos amigos, que volviera a casa y se ocupara de su padre. La intimidó para que lo hiciera.
—¿Estaba enfermo?
—Estaba gordo y llevaba una vida sedentaria —replicó la señorita Davison—. Se podría decir que eso es una enfermedad.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó Rachael—. Era independiente. Ya se había ido de casa. No necesitaba su bendición.
—Las cosas eran diferentes entonces.
—No —comentó Edie—. No tan diferentes.
—Era un manipulador. Creo que al principio le dijo que se estaba muriendo. Después la convenció de que no servía para nada más que para atenderlo. La vi seis semanas antes de que lo matara y apenas la reconocí. Le dije que le había encontrado un trabajo, que podía pagar a alguien para que cuidara a su padre, pero ella había perdido toda la energía y la seguridad en sí misma. Dijo que no tendría valor para decírselo. No era capaz de afrontar la confrontación. Siempre le había tenido miedo. Ahora quizá pensaríamos que había abusado de ella. En aquella época era algo insólito. —Habló con amargura—. Existía un respeto natural por los mayores. Algo admirable. Eran los años sesenta, pero no se veía mucha rebeldía entre la juventud de Kimmerston.
»La acusaron de asesinato. Reconoció que lo había matado. Lo golpeó en la cabeza con una figura de bronce, que, por lo visto, era un recuerdo de uno de sus toros premiados. Dijo que era lo que tenía más a mano, pero resultó muy apropiado. Con el tiempo se acabó pareciendo a una de sus bestias. Después llamó a la Policía y esperó a que llegaran. La declararon culpable de homicidio con el atenuante de responsabilidad disminuida. Locura transitoria, alegó su abogado, causada por el estrés de cuidar a su padre enfermo. Aunque era la mujer más cuerda que he conocido. La mandaron a un hospital de seguridad en el sur, y más tarde volvió a Saint Nicholas, el gran hospital psiquiátrico de la costa, para prepararse para la puesta en libertad.
—¿Fue a visitarla?
—No fui capaz. ¿No es terrible? No era que no fuera capaz de ver a Bella, sino a todos los demás infelices. Supongo que tenía miedo. Me escribió cuando la trasladaron a Saint Nicholas. No me pidió que la visitara, pero estoy segura de que era lo que quería. ¿Para qué iba a escribir si no? Le fallé de nuevo. No sé muy bien qué esperaba yo. Una imagen de pesadilla de manicomio, quizá. Locos gritando y cadenas y camisas de fuerza. Racionalmente sabía que no era así, pero no fui capaz de ir. Le escribí pero no estuve muy simpática. No le di pie a mantener el contacto. No me sorprende que no me escribiera cuando la pusieron en libertad.
Calló de golpe. Sonó una campana a lo lejos. En la escuela el recreo había terminado.
—¿Ha dicho que estaba casada? ¿Era feliz?
—Mucho —respondió Rachael—. Debió de conocer a Dougie poco después de salir del hospital. La contrató para cuidar a su madre enferma.
—¿De eso trabajaba? ¿De cuidadora? ¿Con lo mal que le sentó tener que cuidar a su padre?
—No creo que tuviera muchas alternativas —profirió Edie, seca—. No habría muchas escuelas que quisieran contratarla como maestra. No tenía amigos ni familia a quienes acudir. ¿Qué más podía hacer?
—El caso es que no le fue mal. —Rachael pensaba que Edie estaba siendo demasiado dura con la señorita Davison. Entendía su reticencia a implicarse—. Dougie era granjero. A ella le encantaban las colinas, le encantaban. Hace unos años él sufrió una embolia, pero ella siguió queriéndolo como siempre.
—¿Y qué sucedió? —preguntó la señorita Davison.
—¿A qué se refiere?
—Algo debió de suceder. ¿Por qué se habría suicidado, si no?
—No lo sé —repuso Rachael—. Era por eso que queríamos verla. Necesitaba una razón. Éramos buenas amigas.
—Pero nunca le habló de la condena.
—No.
—¿Se lo habrá contado a su marido?
—Lo más seguro es que no.
Rachael creía que si Bella no había podido confiar en ella, no se lo habría contado a nadie.
—Entonces quizá el pasado volvió a amargarle la vida. O alguien de su pasado.
Al principio, Rachael no entendió a qué se refería, pero Edie sí.
—¿Quiere decir que corría el peligro de que su pasado saliera a la luz? —Lo pensó un momento—. Se había creado una identidad nueva. Quizá incluso ella misma se la creía. Entonces encontró a alguien que la reconoció. Alguien que la amenazó con decírselo a Dougie, o peor, a las autoridades. Había matado a un hombre mayor y enfermo. ¿Podían correr el riesgo de dejar que cuidara a otro? No se sintió capaz de soportar los juicios, los rumores. —Edie miró a Rachael—. Es una explicación plausible.
Rachael estaba de acuerdo. Pero Bella era una luchadora. Seguía pensando que había algo más en su suicidio. Y si Bella tenía aquel secreto en su vida, quizá tuviera otros.