31

Edie no fue tan fácil de frenar como Jeremy. Rachael corrió bajo la lluvia hasta Black Law para telefonear, impulsada por el comentario de Jeremy sobre aquellos chismes dudosos. No quería que Edie oyera en las noticias que una naturalista había sido estrangulada en los páramos de Black Law.

Cuando Rachael le contó lo ocurrido, Edie no propuso que su hija volviera a casa. Su estilo era mucho más sutil.

—Tú eres la que decides, claro —dijo.

—Claro. —El sarcasmo se había convertido en un hábito.

—Pero de todos modos pensaba proponerte que vinieras a pasar unos días en casa.

—¿Ah? ¿Y eso?

—He localizado a Alicia Davison. La directora de Corbin cuando Bella trabajaba allí. Si te quedaras unos días aquí podríamos ir a verla. —Calló. Rachael no respondió y Edie siguió—: Si quieres que vaya contigo, claro. Puede que prefieras verla tú sola.

—No puedo ir a casa. Todavía. Anne está decidida a quedarse y no puedo dejarla sola. Además está el estudio. No está terminado.

—Podrías terminarlo aquí.

—No. Tengo que quedarme.

La Policía debía de haber hablado con Neville Furness porque ocuparon la planta baja de la casa de la granja. Rachael estaba llamando desde el teléfono del dormitorio de Bella. De repente se oyó abajo un ruido de vajilla rota, después una risa explosiva y ovaciones simpáticas. Vera Stanhope gritó pidiendo silencio. Rachael no había oído nunca tanto ruido en casa de Bella, pero pensó que a ella le habría gustado. Habría preparado bocadillos para todos y les habría secado la ropa.

—¿Edie?

—Sí.

—¿Por qué no vienes tú? Anne y yo hemos decidido salir en pareja a hacer el trabajo de campo. Estaría bien tener a alguien que se asegure de que hemos vuelto. Un refuerzo extra. Y un día podemos ir a ver a la señorita Davison.

—Puedo cocinar —propuso Edie—. Limpiar. Esas cosas.

—No hace falta que exageres. —Que Rachael recordara, en Riverside Terrace siempre habían tenido mujer de la limpieza a pesar de los principios socialistas de Edie. Costaba imaginársela con guantes de goma.

—Esta noche Tesco está abierto hasta tarde. Pararé a comprar de camino.

—Te esperaré en la carretera. No lo encontrarías nunca sola de noche.

—Mmm… —Apenas escuchó las instrucciones, estaba demasiado absorta en su lista de la compra. Absorta también, pensaba Rachael, en planificar una estrategia terapéutica para ayudar a su hija a superar el trauma de otra pérdida.

Al volver a Baikie’s, Rachael vio que había llegado Peter Kemp. Incluso en la penumbra reconoció el Range Rover reluciente aparcado junto al cobertizo del tractor.

Él también, pensó. Otro que viene a convencernos para que hagamos las maletas y huyamos. Supongo que no haría ningún bien a su reputación perder a otra empleada.

Se había puesto cómodo. Estaba sentado en el brazo del sillón donde estaba sentada Anne, con las largas piernas estiradas hacia el fuego. Como si fuera el dueño de la casa. Una botella de whisky, que debía de haber traído él, estaba sobre la repisa de la chimenea, y tenía un vaso en la mano. Cuando vio a Rachael, se puso de pie y fue a abrazarla, pero ella se apartó torpemente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Me han hecho venir.

—¿Qué quieres decir?

—Ha llamado una inspectora… —Calló, esperando que reconociera la referencia. Cuando Rachael frunció el ceño impaciente, siguió—: La inspectora Stanhope. Una mujer extraña. ¿Crees que está en sus cabales?

—¿Te ha pedido que vinieras a estas horas de la noche?

—No exactamente. Podías haberme comunicado lo que le había pasado a Grace… —Eso fue lo más parecido a una expresión de simpatía que obtendrían de él—. La inspectora quiere ver su expediente de empleo. Le he explicado que éramos una organización informal, pequeña, y que Grace trabajaba por contrato, pero ha insistido. He traído todo lo que he encontrado.

Sacó una carpeta de la cartera y blandió tres o cuatro fotocopias. Rachael reconoció el formulario para el puesto de trabajador de campo temporal, una referencia del Departamento de Protección de las Nutrias de Escocia, simples detalles sobre el sueldo, un número de cuenta corriente y una dirección.

—¿No podías dejarlo en la comisaría de Kimmerston?

—Supongo que sí. —Le sonrió como un adulto siguiendo la corriente a un niño agresivo y le sirvió un whisky—. Pero me ha dicho que estaba aquí y que era urgente. Además, quería ver cómo estabais.

—No nos han permitido salir al campo para seguir trabajando, de modo que no tenemos datos nuevos.

—No me refería a eso. —Entonces vio que ella bromeaba—. Claro que no. ¿Cómo estáis?

—Alucinadas —contestó ella—. ¿Qué esperabas?

—¿Qué planes tenéis?

—Terminar el estudio.

—¿Crees que es prudente…?

Anne lo interrumpió si no acaba la pregunta.

—No nos van a asustar para que nos marchemos, si es lo que piensas. No vamos a huir para dejar vía libre al promotor.

—¿Eso es lo que cree que está pasando?

Era Vera Stanhope, de pie en el umbral, en penumbra. Debía de haber entrado por la cocina. Para ser tan gorda se movía con sigilo. Rachael se imaginó que tenía práctica de cuando acechaba animales con su padre. Por lo visto, la habían adiestrado para que se estuviera quieta y escuchara.

—Bueno —insistió Vera—. ¿Cree que el asesinato de Grace Fulwell ha sido un acto corporativo de intimidación para ahuyentarlas antes de que encuentren algo significativo? ¿Algo que pudiera convencer al inspector del Departamento de Medio Ambiente para detener el proyecto?

—No —repuso Rachael—. De haber habido algo especial ya lo habríamos descubierto. —Miró a Anne esperando confirmación—. ¿No crees?

—Puede ser.

—Pero existe la posibilidad de que algo se les haya pasado por alto.

Vera se adentró en la habitación y se detuvo, con las piernas separadas, mirándolos uno por uno. Por un momento, Peter la miró fijamente. Rachael vio un segundo de horror y, pensó: Solo está acostumbrado a las mujeres que se preocupan por su aspecto. Incluso yo lo hice por él. Pero el encanto profesional se impuso y Peter le dio la mano y se presentó, y después le ofreció un whisky, que ella aceptó con una gran sonrisa de gato de Cheshire. Cuando ella repitió la pregunta, la dirigió a él, como si lo reconociera como el experto.

—A ver, señor Kemp, ¿cree que a las chicas se les ha pasado algo por alto?

—Supongo que siempre existe la posibilidad, pero lo dudo. No encontrará mejores trabajadoras en este ámbito que Anne y Rachael.

—¿Y Grace? ¿También era buena?

—Vino muy bien recomendada, como podrá ver en las referencias de su expediente.

—El expediente, sí. Ha sido muy amable trayéndolo. —Miró por encima de su vaso—. ¿Estuvo por aquí en algún momento a lo largo del día de ayer, señor Kemp? ¿Para supervisar su estudio, quizá? ¿Vigilando que sus empleadas no holgazanearan?

Aquella pregunta repentina lo sorprendió.

—No, estuve todo el día en la oficina. En reuniones, como le confirmará mi secretaria.

—Entonces no lo entretendremos más, señor Kemp. Gracias por venir.

Peter vaciló, sin saber muy bien cómo tomarse aquella despedida tan taxativa.

—Pero puede dejar el whisky —siguió Vera—. A las chicas les vendrá bien, sin duda.

Lo acompañó a la puerta y él murmuró algo que Rachael no entendió. Oyeron el rugido del motor diésel alejándose por la pista.

Vera llenó los vasos y se puso cómoda. Rachael esperaba algún comentario sobre Peter, pero no hizo ninguno.

—Por supuesto, ustedes deciden qué hacer a partir de ahora —comentó Vera, repitiendo casi exactamente las palabras y el significado de Edie, y la misma intención—, pero preferiría que hicieran lo que yo deseo.

—No nos vamos a ir —aseguró Rachael.

Se preguntó cuántas veces más tendría que repetirlo.

—No estaba insinuando que tuvieran que irse. —Vera enseñó los dientes en una sonrisa—. No estoy en condiciones de limitar su acceso a la colina, excepto cuando mi gente esté trabajando, ni de restringir sus movimientos.

—Pero…

—Pero a mis superiores les preocupa su seguridad. ¿Qué sabrán los jefes? Están todo el día metidos en sus despachos con calefacción, son el tipo de hombre que no se aventuraría en un parque sin una brújula y una barrita energética. No entienden qué hacen ustedes aquí. Lo único que ven son dos chicas solas en medio de la naturaleza con un loco suelto. Entenderán mi problema. —Sonrió y continuó—: Me han ordenado que consiga que se vayan. Están en medio, son una distracción innecesaria. Y si algo… —calló—, si algo malo le sucediera a alguna de las dos, la prensa se frotaría las manos.

Vació su vaso y fijó la vista en el fuego un instante, después continuó:

—O sea que tómenlo como una advertencia, ¿entendido? Yo les he dicho que se vayan y ustedes se han negado, de modo que ahora si tienen problemas es responsabilidad suya. No pueden demandar al jefe de Policía.

—¿Por qué le interesa tanto que nos quedemos? —preguntó Rachael.

Sabía interpretar a las mujeres de mediana edad con carácter y sabía que aquello era justo lo que quería Vera.

—No creo que corran ningún peligro —aseguró Vera, expeditiva—. Habrá hombres deambulando por la colina durante semanas. Estarán más seguras aquí que en el centro de la ciudad. ¿Para qué echar a perder semanas de investigación si no es necesario?

—No —replicó Rachael—. Tiene que haber otro motivo.

Vera la miró.

—Olvida que vengo a estas colinas desde que era niña. Quiero tan poco una cantera aquí como ustedes.

Por un momento Rachael se lo creyó, pero enseguida pensó que Vera Stanhope era ambiciosa, tanto como Peter Kemp. Estaba ansiosa por llevar a cabo la investigación con éxito.

—Hay algo más.

—Digamos que no creo que fuera beneficioso para mi investigación que se abandonara su proyecto.

Primero Rachael pensó que Vera estaba dando a entender que ella y Anne eran sospechosas, que le preocupaba que pudieran huir si abandonaban la colina. Pero vio que había otra explicación.

—Cree que el asesino podría volver cuando vea que no hemos abandonado el proyecto. Quiere usarnos como cebo.

Como el cuervo en la trampa, pensó.

Vera aparentó estar profundamente ofendida y dolida por aquella insinuación.

—No podría hacer algo así —afirmó—. El jefe de Policía no lo consentiría.

Pero enseñó los grandes dientes parduzcos en otra sonrisa.