Había estado mucho tiempo en aquella casa, meses sin duda, tal vez un año. Había ido a la escuela, que era un edificio moderno de obra vista, con grandes ventanas y moqueta de cuadros grises en el suelo. Debido a la moqueta, tenían que limpiarse cuidadosamente los zapatos antes de entrar. Cada mañana Lesley la acompañaba hasta la verja blanca de madera, que estaba abierta para que pasaran los coches de los maestros. Lesley entraba con ella hasta el guardarropa y colgaba su abrigo. Allí intentaba darle un beso de despedida. En la clase había dos cajas: una para los libros de lectura y otra para los almuerzos. La fiambrera del almuerzo de Grace era de plástico rosa con un dibujo de Barbie a un lado. Todos los días devolvía un libro de lectura. Ya había llegado a los que tenían una pegatina naranja en el lomo, mientras la mayoría de los niños de la clase todavía estaban leyendo los de la pegatina azul.
Si llovía, Dave las acompañaba a la escuela en el coche y entonces ella se ponía botas de agua —rosas, para hacer juego con la fiambrera—, que debía cambiarse en el guardarropa. Sus padres de acogida se llamaban Lesley y Dave, pero ella ya los llamaba mamá y papá. Quería ser como los demás niños de la clase. Podía haber leído los libros con las pegatinas verdes, pero se lo tomó con calma para no ser demasiado diferente.
Vivían en una casa nueva en una urbanización nueva. También era de obra vista con grandes ventanas. Había un garaje donde Grace guardaba su triciclo y el cochecito de la muñeca, un poco de césped, un jardín de rocas delante y un jardín detrás. En verano Lesley dijo que pondrían un columpio. Todavía estaban construyendo la carretera y había baches y barro por todas partes. Lesley detestaba el barro y Grace también. Ambas eran personas pulcras y por eso parecían ser perfectas la una para la otra.
Eso fue lo que dijo la asistente social cuando Dave y Lesley le dijeron que no querían que Grace siguiera viviendo con ellos.
—Pero si parecía perfecta para ustedes.
Grace sabía que era esto lo que había dicho porque estaba escuchando detrás de la puerta. La habían dejado entreabierta, pero nadie se dio cuenta de que ella estaba detrás. Debió de oír a Lesley explicando avergonzada que no creían que estuviera funcionando, pero más tarde no se acordaba de nada. Solo oyó lo que dijo la asistente social.
—Es una niña tan dulce… ¿Qué le pasa?
—No le pasa nada.
Lesley y David se miraron con la esperanza de que lo explicara el otro. Podrían haberse limitado a decir que le pasaba de todo.
—No han llamado para comunicar que había problemas. —La asistente social empezaba a estar desesperada. Si la asignación no funcionaba sentiría el fallo como propio. Era una mujer desarreglada y con los cabellos lacios. Se le había descosido el dobladillo del vestido y llevaba una chaqueta larga mal abrochada. A Grace no le gustó nada aquella falta de pulcritud. Era muy cuidadosa con su ropa, sobre todo con el uniforme escolar azul y blanco. La mujer siguió—: Porque podríamos haber echado una mano. ¿Ha vuelto a mojar la cama?
—Eso nunca ha sido importante.
Lo dijo David. Era el mecánico jefe de un gran garaje situado en la carretera principal a la salida de la ciudad. Grace lo había visto allí. Llevaba un mono azul con su nombre bordado en el pecho y a veces una americana con botones dorados. Había vuelto a casa pronto para aquella reunión. Se había limpiado las uñas e iba vestido con una americana y corbata. La torpeza lo había vuelto agresivo.
—Esto no nos preocupaba. Por supuesto que no. ¿Qué se cree que somos? ¿Ogros? Al menos demuestra que es humana.
—¿A qué se refiere?
La voz de la asistente social se volvió aguda, como si estuviera a punto de llorar. Incluso a los cinco años Grace sabía que, en aquella situación, no era una forma correcta de comportarse para un adulto responsable.
—Mire. —Dave se echó hacia adelante. Desde su escondite Grace podía ver la curva de su espalda. Era un hombre grande y desde aquel ángulo parecía deforme, como una de las ilustraciones de Juan y las habichuelas mágicas, su último libro de lectura. Quizá, como había dicho él mismo, fuese un ogro—. Mire, no queremos hacerle perder el tiempo, pero tenemos que ser sinceros, ¿no le parece? Creo que es mejor ahora que cuando estén rellenados todos los formularios. Le ahorraremos trabajo.
Soltó una risa breve. Grace comprendió que era una especie de broma, pero la asistente social no la encontró divertida. Dave tampoco porque continuó hablando en tono serio.
—No podemos amarla —aseguró—, nos gustaría pero no podemos. Es tan fría… Nos mira con esos ojazos. No deja que la toquemos. Tienes que amar a tu hijo, ¿no? —Hizo una pausa—. Puede que la culpa sea su procedencia.
—¿A qué se refiere? ¿Su procedencia? —La voz de la asistente social era estridente, casi histérica.
—Mire, esa gente es diferente a nosotros.
—Es una niña —recalcó la asistente social—. Necesita una familia.
No negó la diferencia. Se dirigió a Lesley. Dave se movió y Grace vio que no era un ogro. Él también parecía a punto de echarse a llorar.
—¿Piensa lo mismo? —preguntó la asistente social.
—Lo hemos intentado —dijo Lesley—. Cuando nos habló de Grace creímos que sería perfecta para nosotros, en serio. A pesar de las diferencias. Y cuando nos contó lo que había vivido esperábamos que estuviera angustiada. No nos habría importado. Habríamos tolerado el mal comportamiento, las pesadillas, las lágrimas. Creíamos que podíamos ayudarle. Pero no conseguimos llegar a ella. Este es el problema. No nos necesita.
—¡Se equivocan! —gritó la mujer—. No ven que los necesita precisamente por ser tan retraída. Tan controlada. —Calló y se puso rígida—. Pero no intentaré convencerlos. Tienen que estar del todo comprometidos si quieren ser padres adoptivos. Estoy segura de que se lo explicaron cuando solicitaron…
La frase quedó a medias, como una amenaza. Grace percibió ese tono, aunque no entendió qué significaban exactamente las palabras.
—¿Quiere decir que si devolvemos a Grace no tendremos a otro?
Dave estaba a punto de saltar del asiento, pero Lesley le puso una mano en el codo para retenerlo.
—Por supuesto que no —repuso la asistente social con tono petulante. Había dejado clara su posición—. Veamos —siguió—, no tomen una decisión precipitada. Dense otro mes, a ver cómo va.
Le dieron otro mes. Durante ese tiempo Grace se esforzó mucho. Dejó que Dave le diera un beso de buenas noches. Dejó que Lesley la abrazara en el sofá cuando le leía el cuento de antes de ir a la cama, a pesar de que la sensación del cuerpo blando de la mujer a través del camisón de Winnie the Pooh le daba arcadas. Pero todo el tiempo se preguntaba qué la hacía diferente. Era igual que los demás niños de la escuela. Un poco más delgada, el pelo un poco más oscuro, quizá. ¿Eso podía impedir que Dave y Lesley la quisieran? Al final no llegó a ninguna conclusión. Y sus esfuerzos no sirvieron para nada. Al cabo de un mes la llevaron a vivir con Carol y Jim. No los llamó mamá y papá. Sabía que no merecía la pena.