De no haber sido por las escapadas ocasionales para encontrarse con Godfrey, la semana de después del funeral se habría vuelto loca. Estar atrapada en Baikie’s con las otras dos mujeres era peor que volver a la escuela. Incluso se planteó regresar a casa a pesar de la distancia con la zona de estudio, pero Jeremy había vuelto de Londres y parecía tener la intención de instalarse en la Abadía durante una temporada. Se le veía desanimado. Quizá uno de sus amoríos se había torcido, o uno de sus negocios, pero se comportaba como un niño necesitado de consuelo, y ella no tenía paciencia para eso. Ya no.
Con Rachael se las habría arreglado. Aunque fuera una zorra frustrada, estirada y cruel, al menos estaba cuerda. Pero desde que se encontró a Grace mirando las casitas de los trabajadores de la finca de Holme Park, Anne se había dado cuenta de que estaba como un cencerro. No era propensa a las fantasías extravagantes, pero despertarse en plena noche por el roce del camisón de Grace o el ruido de sus pies descalzos en el suelo la angustiaba. No le parecía descabellado que Grace perdiera la cabeza, y si alguien había de despertarse con su navaja plegable en las costillas, no tenía intención de ser ella.
Así que, en el pub, le dijo a Rachael que se trasladaba al trastero. No tenía cerradura, pero al menos podía colocar una silla bajo el pomo y no tendría que aguantar los paseos nocturnos de Grace. Ir al pub había sido idea de Rachael. Había asistido a cursos de dirección. Seguro que lo consideraba bueno para unir al equipo. Pero teniendo en cuenta que Grace se pasó toda la noche en la cabina telefónica de la calle y que Anne aprovechó para decirle lo que pensaba de Grace, podía considerarse un fracaso.
—¿Has visto sus notas? —preguntó Anne.
Había bebido mucho en poco tiempo, pese a que tenía claro que a Rachael no le hacía ninguna gracia. Lo necesitaba.
—Todavía no. Solo por encima.
—Es todo una fantasía. Un auténtico cuento de hadas. El otro día la vi a kilómetros de distancia de la zona de estudio. A kilómetros de distancia del río más próximo, de hecho. ¿Se puede saber de dónde la has sacado?
Rachael murmuró algo sobre que había sido decisión de Peter. Anne pensó que Rachael no estaba hecha para mandar por muchos cursos y títulos que tuviera.
Al día siguiente decidió que necesitaba animarse. La clasificación de las plantas había ido bien. Los cuadrados en la turbera eran interesantes. No había nada tan especial como para que corriera peligro con la construcción de la cantera, pero había disfrutado con la variedad de especies que había encontrado. Tenía resaca, y podía permitirse un día libre.
La última vez que había visto a Godfrey, él le había regalado un móvil para que pudieran estar en contacto. No se lo había dicho a las demás y cuando estaban ellas lo tenía apagado. No había un motivo real para mantenerlo en secreto, podía haber dicho que se lo había comprado ella misma, pero sabía lo que sucedería. Rachael lo consideraría propiedad comunitaria y propondría que la última que fuera a las colinas, lo llevara encima como medida de seguridad. Si Anne se negaba la acusarían de ser un monstruo insensible. A hacer puñetas, pensó. Si Peter Kemp no fuera tan avaro les habría proporcionado móviles a todas. Otro de los motivos para querer una habitación propia era poder cargarlo sin que la viera nadie.
Aquella mañana Rachael fue a Kimmerston en coche para reunirse con Peter y los constructores. Grace, más serena de lo que había estado en varios días, desayunó con ellas y las informó de que estaría fuera todo el día. En cuanto se fueron, Anne llamó a Godfrey con su móvil.
—¿Te apetece venir a jugar?
—No sé…
—No pensabas ir a la reunión con Kemp Associates, ¿verdad?
—Ni siquiera sabía que había reunión. Será cosa de Neville.
—Si Neville es tan buena persona como dices, dile que la alargue. Así Rachael tardará en volver y tendremos más tiempo.
—No puedo meterlo en esto.
—¿Por qué no? Si ya lo sabe. —Calló un momento—. ¿Tienes un bolígrafo?
—Claro.
—Apunta esta lista de la compra. Puedes parar en Tesco de camino.
—¿Esperas que vaya a Black Law?
—¿Por qué no? Las dos están fuera.
—Bueno… —balbuceó—. Nos podría ver alguien.
—¿Y qué? Tienes derecho a supervisar la obra de vez en cuando.
—Quiero verte.
—Pues ven.
Cuando llegó iba cargado de bolsas como un marido de las afueras. Parecía muy cómodo en el papel. Anne pensó que debía de hacerle la compra a Barbara. Como una esposa de las afueras, sacó los víveres de las bolsas. Godfrey levantó una bandeja de poliestireno con pollo tapada con papel transparente.
—¿No deberíamos meterlo en el horno si queremos comer al mediodía?
—Sí, hombre. Ya lo haré más tarde. No perderé tiempo cocinando cuando te tengo para mí sola.
El día era gris y estaba nublado, y había encendido el fuego. Comieron delante de la chimenea. Le había pedido que trajera ensalada, pan, queso, aceitunas y chocolate.
—Todas las cosas que más me gustan del mundo —confesó Anne.
—¿Y yo?
—¿Tú? —formuló ella—. Vaya, ¡no creo que pudiera enamorarme de alguien tan necesitado de elogios!
Apartó el bote de aceitunas y tiró de él hacia ella.
Estaban en el punto menos digno de la escena —los pantalones de él desabrochados, pero no del todo fuera, el sostén de ella desabrochado pero colgando de un hombro—, cuando llegó Grace. Oyeron que se abría la puerta de la cocina y después se cerraba y se quedaron paralizados. Godfrey empezó a vestirse a toda prisa, pero era demasiado tarde. Grace entró y los vio. Se quedó en el umbral mirando, con los ojos inexpresivos, la mirada perdida, como si estuviera pensando en otra cosa.
No dijo nada. Ni siquiera «perdonad la intromisión», lo que a Anne le pareció un poco maleducado. Se dio media vuelta y se fue. Anne estuvo a punto de dejarla marchar. ¿Y qué si le decía al mundo que se había tirado a Godfrey Waugh en la casa de Baikie’s? Después pensó que podía complicar las cosas, y no solo para Godfrey. Anne se abrochó el sostén y se puso la blusa. Grace estaba en la cocina, escribiendo algo en un papel de su cuaderno de notas.
—Creía que no ibas a volver —comentó Anne.
Grace no contestó.
—¿Qué haces aquí?
—Había olvidado dejar los detalles de mi ruta y mi hora aproximada de regreso.
—Oye, sobre lo que acaba de pasar…
—¡No es asunto mío!
No lo habrá reconocido, pensó Anne, o habría dicho algo.
—No es asunto mío con quién te relacionas.
Después de esto Anne no lo tuvo tan claro.
—Oye —dijo Anne otra vez, e incluso ella pudo oír la desesperación en su voz—. Está casado. Tiene una hija. Nadie sabe que nos vemos. ¿No dirás nada?
Grace la miró. Anne no fue capaz de deducir qué sentía hacia ella. Desprecio, quizá. ¿Compasión? ¿Envidia?
—No —aseguró Grace, por fin—. No diré nada.
—Gracias. —Anne se sorprendió del alivio que sintió de golpe. Quería hacer algo para agradecérselo—. ¿Qué te parece si cocino esta noche? Para las tres. Algo especial. Ya va siendo hora de que hagamos un esfuerzo por llevarnos bien. ¿De acuerdo?
Grace se encogió de hombros.
—De acuerdo. —Fue hacia la puerta, con un amago de sonrisa—. Os dejo a lo vuestro.
Por el intento de bromear, por liberarla de la angustia, podría haberla abrazado.
Pero cuando Anne volvió a la sala, Godfrey estaba vestido. La camisa abrochada hasta el cuello, la corbata anudada.
—¿Qué haces? Me he deshecho de ella.
—¿Qué ha dicho?
—Nada. Y no dirá nada. —Calló—. Y yo la creo.
—No debería haber venido. Te dije que era arriesgado.
La miró con lástima, lo que le recordó a Jeremy y la irritó mucho.
—¿No querías que se hiciera público? ¿No es lo que me dijiste el otro día en la costa?
—Ahora no. Así no. —Miró por la habitación, que estaba patas arriba, con los restos de la comida esparcidos por el suelo.
—¡Muy bien! —gritó ella—. ¡Más que bien! Porque yo tampoco quiero un compromiso. Nunca lo he querido.
Se miraron a los ojos.
—Lo siento. —Alargó una mano y tocó el algodón de la manga de su camisa—. Al menos termínate el vino. Nuestra primera pelea. Deberíamos celebrarlo.
—No —dijo, y añadió después con un tono más amable—: Iré caminando hasta la mina de carbón. Así si alguien ha reconocido el coche tendré una excusa para haber estado aquí.
—¿Quién iba a reconocerlo? Estás paranoico.
—Quiero ir. Quiero volver a ver el lugar.
—Pues iré contigo.
—No, en serio, prefiero ir solo.
Anne se paseó por la sala, recogiendo los restos de comida, los platos y cubiertos; después subió y lavó algunas prendas en el lavabo del cuarto de baño. No era un buen día para secar la colada, pero lo sacó todo fuera y lo colgó en el tendedero, pensando que desde allí lo vería bajar de la colina hacia la casa. No se le veía por ninguna parte y tampoco a Grace.
Entró de nuevo y empezó a preparar el guiso para la cena con los ingredientes que le había llevado Godfrey. Puso a Annie Lennox en el equipo de música y subió el volumen, para que cuando él volviera no pensara que estaba pendiente de él. Se dijo a sí misma que no tardaría en volver, disculpándose, ruborizado, sin aliento. Pensó que debía de sentirse como un estúpido en la montaña con la ropa que se había puesto por la mañana para ir a la oficina.
Le pareció que llevaba fuera horas y se sobresaltó cuando por fin oyó el ruido del motor de su coche. Salió corriendo al patio, pero se alejaba a gran velocidad. Tuvo que subir por el camino y cerrar la verja que había dejado abierta. Había cruzado hacia el vado sin tomarse la molestia de parar a cerrarla.
Más tarde intentó localizarlo en su oficina, pero su secretaria, que debió de reconocer su voz, dijo que no podía ponerse.
Al principio la sorprendió que Grace tardara en volver de la colina. Creía que habían llegado a un acuerdo, incluso había pensado que podían llevarse mejor durante lo que quedaba del proyecto. Después pensó que ella le estaba mandando un mensaje para que Anne tuviera claro que no podía dar por descontada su cooperación. Intentó decirle a Rachael que lo más probable era que no pasara nada, pero su compañera insistió en salir, llamando a Grace a gritos y montando una escena.
Más tarde, cuando se hizo realmente de noche y Grace seguía sin volver, Anne se preguntó si Godfrey la habría seguido y la habría asustado. Nunca habría dicho que ese fuera su estilo —en todas las situaciones se mostraba calmado y sereno—, pero aquel día se había comportado de una forma rara. Marcharse sin hablar con ella y después no ponerse al teléfono no era propio de él. Anne creía que no habría hecho falta mucho para asustar a Grace. Estaba claro que vivía al borde de un ataque de nervios. Anne se la imaginaba caminando hasta la carretera más próxima para hacer autoestop de vuelta al lugar de donde había venido. Fuera donde fuera.
Llegó un momento en el que no pudo soportar más el melodrama de Rachael. Había puesto buena cara, pero le estaba entrando pánico al pensar en Godfrey. Al pensar que podía perderlo. No se había dado cuenta de cuánto contaba con él en sus planes para el futuro. Se fue a la cama y, a pesar de que no esperaba descansar, se durmió enseguida. No oyó la llegada del equipo de rescate de montaña y lo primero que supo de la muerte de Grace fue por el ruido de Rachael sollozando al pie de la escalera, a primera hora de la mañana siguiente.