7

Los restos mortales de Bella se enviaron al gran crematorio de Kimmerston. Por alguna razón, Rachael se había imaginado que la enterrarían en el camposanto de Langholme, que en la práctica era un pedazo de tierra más con ovejas pastando, justo al otro lado de un muro de piedra bajo, con la peña Fairburn detrás, a lo lejos. Si la hubieran enterrado, al menos Rachael habría tenido una tumba que visitar. Pero Neville y Dougie —si Dougie había podido opinar, cosa que dudaba— habían decidido incinerarla. Interpretaron a Vivaldi con gaitas, y un vicario que no parecía saber nada de Bella celebró la deprimente ceremonia.

El día del funeral Grace se quedó en Baikie’s, a pesar de que Rachael se ofreció a llevarla a la ciudad.

—No quiero decir que debas venir al crematorio. Por supuesto que no. No conocías a Bella. Pero te mereces un poco de distracción. Tómate un aperitivo o date una vuelta por las librerías. Podríamos quedar después para comer…

Pero Grace no aceptó el ofrecimiento.

—Sé que no está permitido salir a la colina si no hay alguien aquí para asegurarse de mi regreso, pero tengo un montón de trabajo. Por fin podré ponerme a revisar el material que he acumulado hasta ahora. —Calló, ruborizada—. Además, puede que venga a verme un amigo. Igual se queda a pasar la noche. No te importa, ¿verdad?

—¡Oh, no! —Rachael estaba encantada con que hubiera alguien más, de no ser la única responsable del bienestar de Grace—. Si tienes compañía, no hará falta que nos apresuremos en volver.

Aunque no le gustara reconocerlo, no le apetecía mucho el trayecto en coche hasta Kimmerston con Grace, cuyos abstraídos silencios mataban cualquier conversación. Anne Preece podía ser irritante y tozuda, pero al menos era normal. Al pensar esto, Rachael sintió una punzada de culpa. Oyó la voz de Edie en su cabeza: ¿qué derecho tienes a juzgar? ¿Se puede saber qué es normal?

Llegaron pronto al crematorio —Rachael era incapaz de llegar tarde— y esperaron un rato fuera, sin saber muy bien qué debían hacer. Todavía soplaba un viento racheado que empujaba las nubes y aplastaba los narcisos moribundos que alguien había plantado junto a la pared exterior. Rachael había estado en el crematorio una vez en otoño. Había aparecido un ave rara, un mosquitero oriental, en el Jardín del Reposo. Habían llegado observadores de pájaros de todo el país con sus telescopios y trípodes, mezclándose con afligidos familiares y furiosos directores de funeraria. Después le describió la escena a Bella, que se rio. Se acordó de Bella, de pie en la cocina de Black Law, sosteniendo la tetera con el cubreteteras manchado de taninos, riendo tanto que el té se vertió sobre la mesa y, por primera vez aquel día, sintió que estaba a punto de llorar.

En el interior de la capilla escogió un asiento cerca del pasillo para poder observar a los asistentes. El lugar estaba casi vacío. Llegó Edie, se hizo sitio a su lado y le tocó la mano. Rachael sintió como si alguien la empujara en una cola, acercando la cara demasiado a la suya, exigiendo una reacción. Deseaba apartar a su madre. Pensó que no debió haber ido a verla, no debió haberle pedido ayuda.

Anne reconoció a algunas personas de Langholme. Las identificó en un susurro: la cartera y su marido, la pareja joven que explotaba Wandylaw, arrendatarios de la finca. Peter estaba sentado al fondo con Amelia, iba vestido muy elegante con el traje caro que se ponía para impresionar a los posibles clientes. De haber habido muchas personas en la capilla, a Rachael le habría molestado la presencia de Amelia. Seguro que no había conocido a Bella y parecía estar allí a regañadientes, aunque también se había arreglado para la ocasión. Estaba sentada a cierta distancia de Peter y miraba con una intensa concentración sus uñas inmaculadamente arregladas. En realidad, Rachael estaba contenta de que hubiera una persona más conmemorando el fallecimiento de Bella.

—¡Dios santo! —A Anne se le escapó de manera involuntaria la exclamación al ver entrar a una pareja de mediana edad.

La mujer tenía la mano sobre el brazo del hombre. Parecían agradables, corrientes. Rachael esperó que fueran parientes de Bella o amigos de su pasado.

—¿Quiénes son?

—Nada menos que Godfrey Waugh y su esposa. ¿Cómo se atreven a venir aquí? Qué cara más dura.

Godfrey Waugh era el presidente de Slateburn Quarries, la fuerza viva tras el proyecto en Black Law, la razón de que Anne, Grace y Rachael estuvieran en Baikie’s, el porqué de sus recuentos en las colinas. Parecía poca cosa y demasiado inofensivo como para haber causado tanto alboroto. Rachael estaba decepcionada y, curiosamente, se sintió obligada a defenderlo.

—Viven en Slateburn, ¿no? Según cómo se mire son vecinos.

Pero Anne seguía echando humo.

—Pues a mí me parece un caradura.

Rachael pensó que debería expresar su opinión con más contundencia, pero tuvo que callarse porque empezaba la ceremonia.

Dougie estaba en una silla de ruedas que empujaba Neville. Rachael pensó que no estaba tan aseado como a Bella le habría gustado. Llevaba su mejor traje, pero el cuello de la camisa estaba arrugado. El que lo había afeitado había olvidado un trozo en su mejilla. A los zapatos les faltaba un cepillado. Neville, en cambio, iba impecable. Era un hombre bajo y musculoso, con los cabellos del negro azulado de las plumas del cuervo y una barba negra. En contraste con la piel oscura, su camisa parecía de un blanco asombroso y sus zapatos brillaban.

El vicario ya había empezado a hablar cuando la puerta se abrió de golpe otra vez. Rachael se acordó de una mala película inglesa antigua, aunque no estaba segura de si era un thriller o una comedia. El vicario se calló a media frase y todos se volvieron a mirar. Incluso Dougie intentó girar la cabeza en aquella dirección.

Era una mujer de cincuenta y pico años. La primera impresión era la de una pordiosera que venía de la calle. Llevaba un gran bolso de piel colgado al hombro y una bolsa de supermercado en una mano. Tenía la cara grisácea y con manchas. Llevaba una falda hasta la rodilla y un jersey largo con los bolsillos llenos. Iba sin medias. A pesar de todo, afrontaba la situación con tal seguridad y aplomo que todos dieron por sentado que tenía derecho a estar allí. Se sentó, inclinó la cabeza como si rezara en silencio, y después fijó la mirada en el vicario como si le diera permiso para continuar.

Neville había reservado una sala en el hotel White Hart y los invitó a todos a almorzar al terminar la ceremonia. Anne se disculpó, y sonrió a Rachael furtivamente.

—¿No te importa, verdad? Es que tengo cosas mejores que hacer en una tarde libre que estar en el White Hart comiendo bocadillos de huevo e intentando evitar hablar sobre el suicidio de Bella. Ella decidió hacerlo, ¿no? Me cuesta sentir lástima. Sé que erais amigas, pero es lo que siento.

Rachael se imaginó que tenía una cita. El apetito sexual de Anne era legendario, y llevaba puesto un vestido negro y una chaqueta que le servirían lo mismo para una cena discreta que para una ceremonia de incineración llena de corrientes de aire. Rachael se dio cuenta de que se iría en cuanto salieran de la iglesia.

—¿Dónde quedamos? —preguntó.

Anne vaciló.

—Mira, no sé lo qué haré. Pero me apetece pasar una noche en mi cama. Jeremy me acompañará a Baikie’s mañana a primera hora.

Rachael tardó un poco en recordar que Jeremy era el sufrido marido de Anne.

En el White Hart había incluso menos concurrencia que en el crematorio. Godfrey Waugh solo se quedó un rato. Mantuvo una conversación breve e intensa con Neville, que a Rachael le pareció que tenía más relación con negocios que con Bella. Su mujer no había hecho acto de presencia.

Peter y Amelia se presentaron más tarde. La frialdad que había entre ellos le hizo pensar a Rachael que se habían peleado en el coche. Amelia ignoró con un gesto ostentoso la comida y se fue al aseo de señoras.

—Ves —señaló Peter—. He venido. Sabes que siempre sigo tus consejos.

Dios mío, pensó Rachael, ¿esto era lo que me impresionaba?

Sus ojos vagaron por encima del hombro de Rachael y ella se dio cuenta de que estaba asegurándose de que no podían oírlos.

—¿Qué te hizo pensar que estuve en casa de Bella la tarde que murió?

—Nada. Fue una tontería.

Él insistió, pero Rachael no quiso decir nada más. Al final, se dio por vencido.

De la fea mujer con la bolsa no había rastro. Rachael se quedó hasta más tarde de lo que tenía pensado con la esperanza de que la desconocida hiciera otra entrada teatral y tardía como había hecho en el crematorio. Preguntó a algunos de los presentes, pero nadie parecía saber quién era. Entonces se dio cuenta de que Dougie tampoco estaba y pensó que quizá la mujer era pariente suya, que estaban pasando un rato juntos.

Iba a avisar a Edie de que se iba cuando la sobresaltó un golpecito en el hombro. Se volvió rápidamente y vio a Neville tan cerca de ella que pudo apreciar una cana solitaria en la barba y oler el aroma del jabón que había usado.

—Me alegro de que hayas podido venir —comentó—. ¿Eres Rachael? No estaba seguro de que te vieras con ánimos. Después de lo…

Ella lo interrumpió, no porque pareciera avergonzado, sino porque quería dejar una cosa clara:

—No me lo habría perdido por nada del mundo. Éramos buenas amigas, Bella y yo.

—Hablaba a menudo de ti.

—¿Sí? —Rachael se sorprendió. No tenía ni idea de que hubiera un contacto real entre Neville y Bella.

—Oh, sí. —Era bajo para ser un hombre y la miraba casi directamente a los ojos—. ¿Habíais hablado en los últimos meses?

—No.

—Oh. Creí que podrías tener una idea de por qué…

—No.

—La apreciaba, sabes. Era un niño cuando murió mi madre. Me alegré de que mi padre encontrara a alguien. Me alegré por los dos.

—Por supuesto. —Bella nunca lo había mencionado, pero no parecía el comentario más adecuado—. ¿Cómo está tu padre?

Por primera vez le pareció incómodo.

—¿Cómo podemos saberlo?

—Bella parecía saberlo siempre.

—¿Sí? A mí me parecía que se engañaba. Que era su manera de afrontarlo. Yo no puedo. Afrontarlo, quiero decir. De verdad que no. Por eso, últimamente casi no he ido.

—¿Alguien de la residencia lo traerá al hotel?

Esperaba que pusiera nombre a la mujer de la bolsa, pero Neville contestó con brusquedad:

—No. Lo han llevado de vuelta a Rosemount. Dicen que es mejor que mantenga unos horarios.

—Ya. —Rachael esperaba que Neville al menos hubiera preguntado a Dougie si quería que lo llevaran enseguida a la residencia. A Dougie le gustaban las fiestas, incluso después de la enfermedad. Organizaron una en Baikie’s al final de su proyecto. Estaba Peter y también el resto de estudiantes. Uno de los chicos había llevado un violín. Bella había abrigado a Dougie y lo había llevado en la silla por la pista hasta la casa. Rachael recordaba cómo bailaban, con los ojos brillantes; Dougie seguía la música de violín con la mano sana.