Rachael salió de la carretera asfaltada y frenó de golpe. Había una inesperada verja de acero y casi choca con ella. Algún inquilino nuevo de Holme Park con ganas de impresionar. Una oveja con la lana raída y las ancas sucias la empujó con el hocico cuando bajó del coche para abrir la verja. La oveja estaba gorda. Allí las ovejas no parían hasta finales de abril. El acero del pestillo estaba tan frío que Rachael tuvo la sensación de que le helaba los dedos.
La pista estaba peor de lo que la recordaba, llena de baches provocados por el hielo. Condujo tan despacio que tardó tanto como si hubiera ido a pie, y avanzó con dos ruedas casi en el filo. Aun así el tubo de escape golpeó contra una piedra.
Al cabo de kilómetro y medio se dio cuenta de que se había equivocado y aquella no era la pista que cruzaba el bosque. Debería haber salido de la arboleda a campo abierto, ya debería haber llegado al vado. En lugar de eso se hallaba en un sendero arenoso, bastante uniforme pero muy estrecho. A cada lado los pinos impedían el paso de la luz de la tarde. Siguió conduciendo con la esperanza de encontrar un lugar donde poder dar la vuelta, pero la pista se convirtió en un sendero más estrecho donde los árboles se tocaban sobre su cabeza.
Tuvo que volver marcha atrás hasta la bifurcación. Las ramas arañaron la pintura del coche con un ruido de tiza sobre una pizarra mojada. El parachoques golpeó un muro de piedra oculto por la maleza. Metió primera y dio un salto hacia adelante antes de volver a retroceder. Cuando llegó a la pista principal era casi de noche y estaba temblando.
Al llegar al vado paró el coche y bajó a comprobar la profundidad. Cinco años atrás un estudiante que volvía a Baikie’s tras una noche en el pub se ahogó porque su coche volcó con la fuerza de la crecida. Los faros del coche se reflejaban en la superficie, lo que impedía calcular la profundidad. La primavera había sido seca y Rachael decidió arriesgarse. El agua levantó vapor y siseó al contacto con el calor del motor, pero no le costó mucho esfuerzo salir al otro lado.
La pista estaba de nuevo obstruida por una verja, esta vez de madera. Estaba demasiado oscuro para leerlo pero sabía que había un rótulo. Acceso único a las granjas Black Law y Baikie’s. Dejó el motor en marcha mientras abría la verja. El coche estaba parado en una subida, de modo que los faros iluminaban en vertical la falda de la colina. Un movimiento debió de llamarle la atención, porque levantó la cabeza y vio, atrapada en el haz de luz, la silueta de una figura vestida con ropa de abrigo, en la que destacaba un anorak de Gore-tex con capucha. Un destello de luz la iluminó y le hizo pensar a Rachael que la persona llevaba prismáticos o una cámara. Estaba segura de que era un hombre aunque estuviera demasiado lejos para saberlo con certeza. La figura se volvió y desapareció en la penumbra.
Rachael tuvo la desagradable sensación de que la habían estado observando durante un cierto tiempo. Mientras conducía el último kilómetro hasta la casa se preguntó quién estaría tan loco como para pasearse por la colina a esas horas.
Decidió no pasar por la granja. A Dougie le inquietaban las visitas que se presentaban sin avisar. Bella oiría el coche y, si podía, bajaría a la casa cuando Dougie estuviera dormido. Había luz en la cocina de la granja, pero las cortinas estaban corridas. Los perros ladraban con fuerza y se agitaban en un granero del patio. El ruido parecía resonar en las colinas y Rachael pensó: Bien. Así se dará cuenta de que he llegado. Entonces vio luz arriba y pensó que probablemente Bella estuviera preparando a su marido para pasar la noche.
Cruzó la era, que estaba barrida y limpia, con el coche. La granja Baikie’s se encontraba al final de la pista, tenía vistas al valle, y estaba rodeada de árboles que habían ido plantando con los años para protegerla del viento.
La llave estaba donde siempre, bajo una maceta ornamental alargada, cerca de la puerta de atrás. Una vez dentro, palpó la pared buscando el interruptor de la luz. La casa olía a moho, pero Rachael sabía que estaba limpia. Había ido en noviembre, después de que se marcharan los últimos estudiantes, para hacer limpieza. Bella apareció entonces con un par de botellas de vino casero y dieron buena cuenta de ellas. Acabaron en la granja bebiéndose el whisky de Dougie. Rachael durmió en el cuarto de invitados —la habitación de Neville, como la llamaba Bella, aunque Rachael supiera que Neville hacía años que no la utilizaba— y se despertó con la peor resaca de su vida. Era la única vez que había dormido en la granja.
Rachael abrió la bombona de gas de fuera y fue a la cocina a poner agua a hervir para hacer café. La cocina era diminuta: una ampliación moderna tan estrecha que, si se extendían las manos, se podían tocar ambas paredes a la vez. Enchufó el frigorífico oxidado, cerró la puerta y sintió alivio al oír el zumbido. La llama del gas crepitaba, pero el agua no estaba ni siquiera tibia. Mientras esperaba que hirviera, fue al salón y cerró las cortinas para que no hubiera corriente. En sus tiempos eran de terciopelo verde, pero el sol las había descolorido y ahora eran de rayas bastante lisas. Había un sofá cubierto con una colcha india que Rachael había llevado el año anterior de su casa, un par de sillones que necesitaban algo para tapar las manchas de la tela, libros salpicados de moho y, en un rincón, un zorro en una urna de cristal. Rachael se lo sabía de memoria y no se fijó en nada. Solo pensaba en calentarse. Incluso dentro hacía tanto frío que vahaba al respirar.
En la chimenea encontró papel y yesca, pero no había troncos en el cesto. Había cerillas en la repisa, aunque estaban húmedas. Tras intentar encenderla varias veces, Rachael retorció papel de periódico como si fuera una antorcha y lo prendió con la llama del gas de la cocina. Se ocupó del fuego, recordando viejos trucos de la última vez. El hervidor silbó y Rachael se preparó un café instantáneo del bote de emergencia que había traído en la maleta. Lo bebió agachada ante el fuego, prestándole atención hasta estar segura de que no se apagaría.
Vació el coche y puso un cazo con agua al fuego. Se iba a preparar pasta para cenar y tomaría una copa del vino que pensaba compartir con Bella más tarde. Recogió el cesto para ir a buscar leña. Los troncos estaban amontonados detrás de un cobertizo alto y abierto por delante, donde también se guardaban un tractor oxidado y se apilaban varias balas de paja. La luz de la casa no alcanzaba tan larga distancia, así que se llevó una linterna. Fuera, el ambiente era transparente y gélido. Las estrellas en el amplio firmamento, sin la contaminación de la luz de las farolas, parecían brillar más que en casa.
Bella había organizado su suicidio con la misma eficiencia con que lo hacía todo en la vida. Se balanceaba bajo la luz de la linterna, colgando de un lazo hecho con una cuerda fuerte de nailon. Tenía la cara blanca. Se había preparado para la ocasión pintándose los labios y poniéndose la blusa de seda que Rachael le regaló como muestra de agradecimiento al finalizar la última temporada. Los zapatos negros brillaban tanto que se podía ver en ellos el reflejo de la linterna. Había apartado dos balas de paja de la pared y se había subido encima para atar la cuerda alrededor de una viga. Después, cuando llegó el momento, las apartó de una patada.
Por supuesto, había una nota. También había pensado en ello. Estaba dirigida a Rachael y se disculpaba por haber hecho que fuera la primera en descubrir el cadáver: «No podía hacerle esto a Dougie y sabía que tú podrías con ello». La nota continuaba recordando a Rachael que la puerta de la cocina de la granja estaba abierta, de modo que podía entrar y telefonear sin molestar a nadie, con lo que de nuevo se refería a Dougie. Pero no había ninguna explicación para el suicidio. Solo decía que no podía soportarlo más. Sabía que Rachael la encontraría aquella misma noche porque había vaciado el cesto de la leña. Rachael siempre había sabido que Bella era una mujer inteligente.
Cuando Rachael vio a Bella, balanceándose, reconocible por la blusa de seda, los cabellos cuidadosamente teñidos y el pintalabios, no era realmente Bella, porque Bella jamás había estado así de quieta en vida, y se puso furiosa. Se volvió loca de rabia. Quería utilizar el cuerpo como un saco de boxeo, darle puñetazos en el estómago. Quería subirse a una bala y abofetear aquella cara blanca y sin vida. Porque Bella era una amiga. ¿Qué derecho tenía a hacer aquello sin hablarlo primero con Rachael? Y porque, desde que supo que el proyecto se ponía en marcha, Rachael estaba deseando que llegara aquella noche. Se había imaginado con Bella en la granja Baikie’s, compartiendo una botella de vino y montones de cotilleos.
Pero no golpeó el cuerpo. En lugar de eso, se volvió y pegó un puñetazo a una bala de paja, una y otra vez, hasta que los nudillos se le desollaron y le sangraron.
Más tarde tomó conciencia del tiempo que había pasado en el cobertizo del tractor. Cuando volvió a la casa, el cazo de agua hervía; aquella llama lastimosa había tardado media hora en calentar el agua.