PRÓLOGO

Si por casualidad buscaras la granja Baikie’s en un mapa del Servicio Estatal de Cartografía, no figuraría por su nombre y, en cambio, la granja Black Law, sí. Está resaltada con un cuadrado abierto y referenciada en letra pequeña en el mapa n.º 80: PENINOS DEL NORTE, KIMMERSTON Y ÁREAS CIRCUNDANTES. No es fácil localizarla porque está justo en el pliegue del papel. La pista que sale de la carretera está representada con una línea de puntos, como un camino público. En el mapa, la granja está rodeada en tres de sus lados por áreas de color verde claro. Sobrepuestos a estas áreas hay unos arbolitos de Navidad dibujados con ordenador que indican un bosque. En el cuarto lado la página está en blanco, salvo por unas curvas de nivel marrones, hasta que se llega al arroyo. En ese punto el arroyo es ancho, resaltado por dos líneas azul oscuro y coloreado con un azul más claro. Las líneas son sinuosas; el dibujo de un río que haría un niño. Este arroyo es el Skirl. Más allá, las curvas de nivel están muy juntas, dando a entender que las pendientes son pronunciadas. Las cimas están señaladas con unos símbolos que parecen nubecillas. Son peñas rocosas y tienen nombre: Fairburn, Black Law, Hope. Entre el arroyo y Hope hay otro punto marcado con letras marrones, que dice: MINA DE PLOMO (ABANDONADA).

Desde el dormitorio de la granja Black Law, Bella miraba hacia Fairburn. Todavía quedaba nieve en las cimas. Bella veía la sombra oscura del bosque, los edificios de piedra gris al fondo de la era. Se volvió y fue al tocador. Con mano firme se pintó los labios; después, los frotó uno contra el otro y acabó apretándolos contra un pañuelo de papel. En el espejo veía a Dougie en la cama. Se miraron a los ojos. El párpado de él tembló y ella se hizo la ilusión de que intentaba guiñarle un ojo y decir: «Qué guapa estás hoy, cariño». Después de la embolia les habían dicho que era muy posible que recuperara el habla, pero no fue así.

—Solo bajo un rato a Baikie’s —informó—. Si aparece Rachael, dile que igual me retraso un poco. ¿Estarás bien, verdad, mi amor?

Dougie asintió, sonrió con la boca torcida y le acarició el brazo con su mano sana.

—¿Quieres que ponga la tele?

Él asintió otra vez. Ella se inclinó para besarlo.

—Adiós —le dijo.

En la cocina se puso las botas de agua y guardó los zapatos negros de piel en una bolsa de la compra. Fuera, un viento del este que creaba remolinos de briznas de paja en la era la dejó sin aliento.