Notas

[1] Martínez Ruiz había utilizado con anterioridad otros seudónimos, a saber: «Fray José» (en sus colaboraciones para La Educación Católica, revista de Petrel, Alicante, 1892), «Cándido» (en los folletos La crítica literaria en España y Moratín, ambos de 1893), «Ahrimán» (en el folleto Buscapiés, 1894) y «Este» (en los artículos de la sección Avisos de Este que llevaba en el diario madrileño «El Progreso», 1897).

El seudónimo «Azorín» aparece por vez primera en el número 8 (Madrid. 28-1-1904) del diario España, como firma de un articulo titulado Impresiones parlamentarias. <<

[2] Carecemos de un texto definitivo y critico de Las confesiones… que recoja las adiciones, supresiones y modificaciones de mayor y menor envergadura realizadas desde 1904 a través de las varias ediciones, por ejemplo: la de 1909, la del editor Caro Raggio, la ofrecida en las Obras Selectas y en las Obras Completas de Azorín. <<

[3] Como las de: Valle-Inclán. Juventud militante (n.º del 27-XII-1903) y Ramiro de Maeztu. Juventud menguante (número del 24-I-1904). <<

[4] A partir de la segunda edición (1909). Las confesiones… lleva la dedicatoria siguiente: «A Don Antonio Maura, a quien debe el autor de este libro el haberse sentado en el Congreso: deseo de la mocedad». (Azorín fue diputado por primera vez en la legislatura de 1907). <<

[5] Gómez de Baquero en El Imparcial afirmaba que «pocos saben admirar, como este pequeño filósofo, la poesía íntima y familiar del detalle»: para Navarro Ledesma (en ABC). «Azorín niño, presentado por este libro (…). es tan interesante, en cuanto muchacho como David Copperfield, como Oliverio Twist (…)»: «Ángel Guerra» (seudónimo de José Betancourt) advertía en la revista «La Lectura» cómo «ese amable filósofo (el autor del libro) ha dado en la flor de contar (…). más que las andanzas de su vida, que nada tiene de accidentada ni de épica, la génesis de su estado actual de espíritu y la lenta formación de su carácter a lo largo de unos cuantos años de existencia». <<

[6] Como Valencia y Madrid (1941), y Memorias inmemoriales (1946). Quede cercano o lejano el tiempo en que la recordación se realiza del tiempo recordado, el procedimiento fue siempre el mismo, el que se enuncia así en el capítulo I de Madrid: «En el acervo copioso de mis evocaciones, separo unas y me quedo con otras. Y no sé si el cernido es bueno o malo. Desde el fondo de la personalidad, suben hasta la conciencia imágenes del remoto pretérito (…). ¿No habré olvidado acaso algo? ¿No habré olvidado lo que tanto quise? Contra nuestra voluntad, a veces lo más dilecto se nos escapa» (pág. 185. t. VI. Obras Completas de Azorín. Madrid. Aguilar. 1948). <<

[7] Lo cual —esta condición simbólica de Yecla respecto a los pueblos de España— aparece con más destacado bulto y mayor extensión en la primera parte de La voluntad, y así lo he considerado en las págs. 111-120 (apartado «Noventochismo») de mi libro Las novias de Azorín) Madrid, Ínsula, 1960). <<

[8] Mero contemplador, sí, que ya que no se indigna ni prorrumpe en denostaciones, aunque pudiera hacer lo uno y lo otro, o se indigna mínimamente; en Yo, pequeño filósofo, II leemos estas palabras, corolario a una visita efectuada por el autor al colegio de Yecla: «¿Tenía yo razón para volverme a indignar? Sí, yo me he vuelto a indignar en la medida discreta que me permite mi pequeña filosofía» (el subrayado es mío). <<

[9] Como los mencionados por Anna Krause en las pags. 18-21 de su libro Azorín, el pequeño filosofo. (Espasa-Calpe. Madrid. 1955). <<