LOS TRES COFRECILLOS
Si yo tuviera que hacer el resumen de mis sensaciones de niño en estos pueblos opacos y sórdidos, no me vería muy apretado. Escribiría sencillamente los siguientes corolarios:
«¡Es ya tarde!»
«¡Qué le vamos a hacer!», y
«¡Ahora se tenía que morir!»
Tal vez estas tres sentencias le parezcan extrañas al lector: no lo son de ningún modo; ellas resumen brevemente la psicología de la raza española: ellas indican la resignación, el dolor, la sumisión, la inercia ante los hechos, la idea abrumadora de la muerte. Yo no quiero hacer vagas filosofías: me repugnan las teorías y las leyes generales, porque sé que circunstancias desconocidas para mí pueden cambiar la faz de las cosas, o que un ingenio más profundo que el mío puede deducir de los pequeños hechos que yo ensamblo leyes y corolarios distintos a los que yo deduzco. Yo no quiero hacer filosofías nebulosas: que vea cada cual en los hechos sus propios pensamientos. Pero creo que nuestra melancolía es un producto —como notaba Baltasar Gradan— de la sequedad de nuestras tierras; y que la idea de la muerte es la que domina con imperio avasallador en los pueblos españoles. Yo, siendo niño, oía contar muchas veces que un vecino o un amigo estaba enfermo; luego, inmediatamente, la persona que contaba o la que oía se quedaba un momento pensativa y agregaba:
—¡Ahora se tenía que morir!
Y este es uno de los tres apotegmas, uno de los tres cofrecillos misteriosos e irrompibles en que se encierra toda la mentalidad de nuestra raza.