¡MENCHIRÓN!
La casa tiene un pequeño huerto detrás; es grande; enormes salas suceden a salas enormes; hay pasillos largos, escaleras con grandes bolas lucientes en los ángulos de la barandilla, cocinas de campana, caballerizas… Y en esta casa vive Menchirón. Al escribir este nombre, que debe ser pronunciado enfáticamente —¡Menchirón!—, parece que escribo el de un viejo hidalgo que ha peleado en Flandes. Y es un hidalgo, en efecto, Menchirón; pero un hidalgo viejo, cansado, triste, empobrecido, encerrado en este poblachón sombrío. Yo no puedo olvidar su figura: era alto y corpulento, llevaba siempre unas zapatillas viejas bordadas en colores: no usaba nunca sombrero, sino una gorra, e iba envuelto en una manta que le arrastraba indolentemente… Este contraste entre su indumentaria astrosa y su alta alcurnia causaba un efecto prodigioso en mi imaginación de muchacho. Luego supe que un gran dolor pesaba sobre su vida: en su enorme casa solariega había una habitación cerrada herméticamente; en ella aparecía una cama deshecha; sobre la mesa se veían frascos de medicamentos viejos, y sobre los muebles destacaban acá y allá ropas finas y suaves de una mujer. Nadie había puesto los pies en esta estancia desde hacía mucho tiempo: en ella murió años atrás una muchacha delicada, la más bonita de la ciudad, hija del viejo hidalgo. Y el viejo hidalgo había dejado, en supremo culto hacia la niña, la cama, las ropas y los muebles tal como estaban cuando ella se fue del mundo.
¡Menchirón! Helo aquí, por las calles de Yecla, contemplando por mis ojos ansiosos, hastiado, cansado, con su manta que arrastra, con sus zapatillas, con su gorra sobre la frente. Yo vi, años después, su epitafio en el cementerio: decía que el muerto era excelentísimo e ilustrísimo: rezaba una porción de títulos y sinecuras modernísimos. Pero yo hubiera puesto este otro:
«Aquí yace don Joaquín Menchirón. Nació en 1590: murió en 1650. Peleó en Flandes, en Italia y en Francia; asistió con Spínola a la toma de Ostende; se halló en la rendición de Breda. Cuando se sintió viejo se retiró a su casa de Madrid; con los años adoleció de la gota. Un día, estando dormitando en el sillón, de donde no podía moverse, oyó los clarines de una tropa que se marchaba a la guerra; quiso levantarse súbitamente, cayó al suelo y murió».