LA IRONÍA
Je partirai! Steamer balançant ta mature
Lève l’ancre pour une exotique nature.
STÉPHANE MALLARMÉ: Brise marine.
Vamos a partir; la diligencia está presta. ¿Adónde vamos? No lo sé; este es el mayor encanto de los viajes…
Yo no he podido ver una diligencia a punto de partida sin sentir vivos deseos de montar en ella; no he podido ver un barco enfilando la boca del puerto sin experimentar el ansia de hallarme en él, colocado en la proa, frente a la inmensidad desconocida.
Vamos a partir. ¿Adónde vamos? No lo sé: este es el mayor encanto de los viajes… Yo tengo vivo entre mis recuerdos de niño el haber visto un barquito, lo que se llama un modelo, metido en un desván, revuelto entre trastos viejos: luego visité el mar de Alicante, y vi sobre la mancha azul, grandes, enormes, muchos barcos como este pequeñito del desván.
Y entre todos estos barcos yo sentí —y siento— una viva simpatía por las goletas, por los bergantines, por las polacras, por todos esos barcazos pintados de blanco, viejos, lentos, con una pequeña cocina, con las planchas de cobre verdosas. ¿Qué hacen estos barcos? ¿Adónde van? Yo tengo presente la imagen de uno de ellos: era una polacra vieja de las que transportan petróleo en sus bodegas: hacía dos meses que permanecía inactiva en el puerto: la pequeña cocina estaba apagada y llena de polvo: en la litera del capitán no había colchones. Nos acompañaba un marinero de la tierra, un hombre moreno, con una barba canosa y corta, con unos ojuelos hundidos y brillantes. Recorrimos todo el barco, solitario, silencioso: como pasáramos por una camarilla en que había un armario lleno de tarros de ginebra, yo dije señalándolos: «Esto es ginebra». Entonces el viejo marino los miró un momento en silencio con sus ojillos brillantes, y luego contestó con una ironía maravillosa, soberbia, que yo no he encontrado después en los grandes maestros: «¡Ha sido!».