LAS TENERÍAS
Cerca del colegio, a un lado, estaba situada una tenería… ¿No os inspiran un secreto interés estas viejas tenerías españolas, estas tenerías de Ocaña, estas tenerías de Valencia, estas tenerías de Salamanca que están al lado del río, no lejos de la casilla ruinosa en que vive la Celestina? Yo siempre he mirado con una viva emoción estos oficios de los pueblos: los curtidores, los tundidores, los correcheros, los fragüeros, los aperadores, los tejedores que en los viejos telares arcan la lana y hacen andar las premideras. Y recuerdo que cabe estas tenerías, que yo veía siempre curioso y ávido, había una callejuela que se llamaba de Las Fábricas. ¿Qué fábricas eran estas? Eran esas pequeñas fábricas que hay en los pueblos vetustos y opacos: tal vez una almona; luego, al lado, una almazara; después, más lejos, acaso uno de esos viejos alambiques de cobre que van destilando lentamente, asentados en grandes anafes negruzcos…
La calle era corta, de casas bajas, sin revocar; no vivía nadie en ellas; durante el invierno, los cofines del piñuelo puestos al sol en las puertas, indicaban que estaban trabajando las almazaras; de cuando en cuando se asomaba un hombre con el traje grasiento, y los arroyuelos de alpechín corrían serpenteando por medio de la calle.
En tanto, en la tenería se oía de rato en rato el bullicio de los zurradores; el viento arremolinaba ante la puerta los montoncillos de cerdas y lanas; y sobre los tejados pardos y bajos, a lo lejos, se escapaba de una pequeña chimenea el humo tenue de las almonas o del sosegado alambique.