XXII

EL PADRE JOAQUÍN

Del padre Joaquín lo más notable que recuerdo es que tenía dos raposas disecadas en su cuarto; ya murió también. Todos los días leía El Imparcial: es el primer periódico que yo he visto; yo le profesaba por esto una profunda veneración a este escolapio.

—¿Cómo es —me preguntaba— que el padre Joaquín lee un periódico liberal?

Y entonces, desde lo más íntimo de mi ser, no me cansaba de admirar este rasgo de audacia.

El padre Joaquín tenía en su cuarto tres o cuatro botellas y una licorera en que aparecían colgadas seis copitas azules; todo esto estaba guardado en un armario. Sobre la mesa había una gran caja repleta de tabaco suave y oloroso. La habitación se hallaba situada en el segundo piso, al final de uno de los dormitorios: tenía dos balcones, y en pleno invierno, en los días claros, entraba por ellos una oleada de luz y de calor, mientras los canarios colgados de las jambas, trinaban con gorjeos rientes…

«¡Cuando Azorín vaya por Madrid hecho un silbantillo!…» Yo, al evocar la figura del padre Joaquín, oigo siempre esta frase que él decía con voz sonora y dando una gran palmada: «¡Cuando Azorín vaya por Madrid hecho un silbantillo!…» Se había estrenado por entonces una zarzuela popularísima, y este vocablo de la efímera jerga madrileña era muy repetido; no sé a punto fijo lo que significa; no sé tampoco, cuando recuerdo mi doloroso aprendizaje literario, si he ido por Madrid hecho tal cosa; pero yo creo que el padre Joaquín lo decía en un sentido entre cariñoso y picaresco…

En clase, muchas veces nos entreteníamos en charlar gustosamente; la disección de las zorras famosas nos ocupó cerca de un mes. Otras veces el padre Joaquín, que era el ecónomo, tenía que hacer sus complicadas cuentas, y no bajaba; entonces gritábamos, jugábamos a la pelota, acaso dábamos unas pipadas a un cigarro.

Sin embargo, al finalizar el curso, todos estos desahogos los pagábamos por junto; teníamos que aprender de memoria, palabra tras palabra, quince o veinte hórridos cuadros esquemáticos de clasificaciones botánicas y zoológicas. Yo no recuerdo tormento semejante a este; pero yo no le guardo rencor al padre Joaquín en gracia del amable vaticinio que él repetía a cada paso, dando una gran palmada: «¡Cuando Azorín vaya por Madrid hecho un silbantillo!…»