XXI

CÁNOVAS NO TRAÍA CHALECO

Vivía cerca del colegio una mujercita que nos traía sugestionados a todos: era el espíritu del pecado. Habitaba frente a un patio exterior; su casa era pequeñita: estaba enjalbegada de cal, con grandes desconchaduras; no tenía piso bajo habitable; se subía al principal, único en la casa, por una angosta y pendiente escalerilla; arriba, en la fachada, bajo el alero del tejado, se abría una pequeña ventana. Y a esta ventana se asomaba la mujercita: nosotros, cuando salíamos a jugar al patio, no hacíamos más que mirar a esta ventana.

—¿Qué estará haciendo ahora ella? —pensábamos.

Ella, entonces, al oír nuestros bullicios, hacía su aparición misteriosa en la ventana, y nosotros la contemplábamos desde lejos con ojos grandes y ávidos.

Nos atraía esta mujercita: ya he dicho que era el espíritu del pecado. Nosotros teníamos vagas noticias de que en la ciudad había un conventículo de mujeres execrables; pero esta pecadora que vivía sola, independiente, a orillas de la carretera, allí, bajo nuestras ventanas, esta mujercita era algo portentoso e inquietante.

Y como nos atraía tanto, al fin caímos; es decir, yo no fui, yo era entonces uno de los pequeños, y quien fue figuraba entre los mayores. Se llamaba Cánovas: su nombre quiero que pase a la posteridad.

Se llamaba Cánovas. ¿Qué se ha hecho de este Cánovas? Cánovas fue el que se arriesgó a ir a casa de la mujercita. Aconteció esto una tarde que estábamos en el patio y se había ausentado el escolapio hebdomadario. Cánovas saltó las tapias; yo no me hallaba presente cuando partió; pero le vi regresar por lo alto de una pared, pálido, emocionado y sin chaleco.

¿Por qué no traía chaleco Cánovas? Este detalle es conmovedor; me dijeron al oído que Cánovas no tenía dinero cuando fue a ver a la mujercita y que apeló al recurso de dejarse allí esta sencilla y casi inútil prenda de indumentaria… Desde aquel día, tanto entre los pequeños como entre los mayores, Cánovas fue un héroe querido y respetado.