XIX

EL PADRE MIRANDA

El padre Miranda tenía la clase de Historia Universal; pero cuando se presentaba en lontananza un sermón ya no teníamos clase. Entonces él nos dejaba en el aula charlando y se salía a pasear por el claustro, mientras repetía en voz baja, gargajeando ruidosamente, de cuando en cuando, los períodos de su próximo discurso.

El padre Miranda era un hombre bajo y excesivamente grueso; era bueno. Cuando estaba en su silla, repantigado, explicando las cosas terribles de los héroes que pueblan la Historia, ocurría que, con frecuencia, su voz se iba apagando, apagando, hasta que su cabeza se inclinaba un poco sobre el pecho y se quedaba dormido. Esto nos era extraordinariamente agradable; nosotros olvidábamos los héroes de la Historia y nos poníamos a charlar alegres. Y como el ruido fuera creciendo, el padre Miranda volvía a abrir los ojos y continuaba tranquilamente explicando las hazañas terribles.

Fue rector del colegio un año o dos; durante este tiempo, el padre Miranda iba diezmando las palomas del palomar del colegio; nosotros las veíamos pasar frente a las ventanas del estudio en una bandada rauda. Poco a poco la bandada iba siendo más diminuta…

—Es el padre Miranda que se las come —nos decían sonriendo los fámulos.

Y esta ferocidad de este hombre afable levantaba en nuestro espíritu —lo que no lograban ni César ni Aníbal con sus hazañas— un profundo movimiento de admiración.

Luego, el padre Miranda dejó de ser rector: de la ancha celda directorial pasó a otra celda más modesta: no pudo ya ejercer su tiranía sobre las nuevas palomas. Y véase lo que es la vida: ahora que era ya completamente bueno y manso, nosotros le mirábamos con cierto desdén, como a un ser débil, cuando pasaba y repasaba por los largos claustros, resignado con su desgracia.

Algunos años después, siendo yo ya estudiante de facultad mayor, me encontré en Yecla un día de Todos los Santos. Por la tarde fui al cementerio, y vagando ante las largas filas de nichos, pararon mis ojos en un epitafio que comenzaba así: Hic jacet Franciscus Miranda, sacerdos Scholarum Piarum