XVIII

EL PADRE PEÑA

—Azorín: ¿sabe usted el tema de hoy?

Yo no sé qué contestar; además, no sé el tema de hoy. El padre Peña ha entrado en clase diez minutos después que los demás profesores en las suyas; viene jadeando por el largo claustro, con el balandrán sobre los hombros, con un periódico en la mano, dando grandes trancos, encorvado.

Cuando llega, cierra la puertecita y se sienta.

—Azorín: ¿sabe usted el tema de hoy? Yo no sé qué contestar: además, no sé el tema de hoy. El padre Peña me lo pregunta dos o tres veces; yo vacilo. Luego abro este libro sobado y resobado, con las puntas redondeadas, y comienzo a leer: «Le lit de fiancée».

Esto me parece que significa la cama de la desosada, y así lo hago constar con voz clara… Mientras yo he hecho esta extraordinaria revelación, los demás sonreían; sonreían viendo al padre Peña. Este padre Peña tiene el pelo emplastado con una recia costra de cosmético; por su cara morena descienden chorreaduras negras que le dan un aspecto tétrico y cómico; él, de cuando en cuando, se soba las mejillas y difumina la negrura. ¿Por qué usa tanto cosmético el padre Peña? Ahora, mientras los alumnos sonríen, él ha desplegado El Siglo Futuro y lo va leyendo. Yo avanzo en mi traducción:

Oú vas-tu de ce pas, jeune charpentier?

Ne sens-tu pas, du poids de ce lourd madrier.

Ton épaule affaisée?

Hoy esto me parece fácil de descifrar; entonces era para mí un enigma. Esta tarde en que me ha preguntado el padre Peña, no sé lo que traduzco: pero algo excepcional será cuando él suelta el periódico y me mira con ojos espantados.

—¡Muchachico! ¡Muchachico! —exclama, llevándose las manos al cosmético de la cabeza.

Pero yo no me inmuto por este asombro del padre Peña: todos sabemos que él en el fondo no siente ninguna sorpresa porque demos tal o cual significado absurdo. Por eso continúa en la lectura de El Siglo Futuro en tanto que yo vuelvo a mi tema:

… Repose.

—Je ne peux: laisse moi, mon ami;

Il me faut au plus tôt faire de ces bois-ci

Un lit de fiancée.

Otra vez vuelvo a decir algo estupendo; el padre Peña alza la vista y torna a exclamar:

—¡Muchachico! ¡Muchachico!

Luego proseguimos ambos nuestra faena: él, en el periódico: yo, en la traducción.

Y cuando suena la hora, el padre Peña se levanta precipitadamente y se va por el claustro adelante dando grandes trancos, respirando fuerte, con el balandrán suelto sobre los hombros, con el periódico en la mano.