MI PRIMERA OBRA LITERARIA
Esto no lo recuerdo bien: yo hice un discurso. Tengo una idea confusa: no quiero arreglar nada. Me place dejar estas sensaciones que bullen en mi memoria tal como yo las siento, caóticas, indefinidas, como a través de una gasa, allá en la lejanía…
Yo hice un pequeño discurso; es decir, lo escribí en un cuadernito, con mucho cuidado, con esa meticulosidad forzuda que ponen los niños —inclinándose violentamente, apretando los labios— en sus empeños.
Y este discurso, recuerdo que cuando llegó la ocasión —no sé qué ocasión— yo me levanté y lo leí ante la concurrencia silenciosa. Sí; recuerdo que fue en el largo comedor, con mesas de mármol corridas, con sus ventanas que daban a la huerta ornada de parrales, y por la que se veía cerca una redonda higuera verdeja. Y ya no puedo recordar, por más esfuerzos que hago, lo que decía en mi pequeña alocución; cuando la acabo de leer, los buenos escolapios que presiden la mesa callan gravemente, y —cosa rara, es decir, no, no, cosa muy natural— sí que tengo muy vivo, muy presente, muy entero, el gesto benévolo y las frases lisonjeras de uno de ellos…
Este escolapio tan afable, ¿presentía mi vocación? Yo no sé: tal vez me veía en el Congreso pronunciando discursos terribles; tal vez me consideraba en una cátedra diciendo cosas estupendas. Pero sus presentimientos no se han cumplido. Y yo, cuando paso por delante del Congreso, bajo la cabeza tristemente y pienso en esta horrible paradoja de mi vida: en haber comenzado haciendo un discurso a los ocho años, para acabar siendo un pobre hombre que no ha podido lograr un acta de diputado.