Este es un viejo que va todas las tardes al Congreso. En el sombrero de copa, yo he visto escrito en el forro blanco, con lápiz: Redón. Yo no sé quién es Redón. Tiene una barba larga y blanca; lleva en el dedo índice de la mano izquierda un anillo con un sello de oro; sus ojos son pequeñuelos y azules; cuando sonríe se le marcan sobre las sienes unos hacecillos de arrugas que le dan un aire picaresco. Entra en la tribuna de la prensa y se sienta con mucho cuidado, levantándose el gabán, sosteniendo en alto el sombrero. Y luego se pone a mirar hacia allá abajo y tose de rato en rato…
Yo creo que este viejo oye atentamente todo lo que dicen; pero no lo oye. ¿Cómo lo ha de oír si es sordo? Entonces, ¿para qué viene? Hace veinte años que viene todas las tardes, con el mismo sombrero en que pone: Redón, con el mismo gabán que se levanta escrupulosamente al sentarse. A veces sonríe y se pasa la mano por la barba.
—¡Aquellos oradores sí que hablaban bien! —exclama este viejo.
Yo quiero saber quiénes eran aquellos oradores. Y entonces él me dice:
—Yo he oído a Martínez de la Rosa: ¿usted ha oído hablar de Martínez de la Rosa?
¿Quién no ha oído hablar de Martínez de la Rosa?
—Sí, sí que le he oído nombrar mucho. —Y el viejo me mira satisfecho y prosigue:
—Era un orador…
Al llegar aquí tose pertinazmente y se aliña después la barba.
—Era un orador…
Otra vez vuelve a toser durante un breve rato, y otra vez vuelve a pasarse la mano por su blanca barba.
—Era un orador notable… Yo no he oído a nadie que tuviera la dulzura que tenía Martínez de la Rosa. Aquellos eran otros hombres: ¿no le parece a usted?
Evidentemente, me parece que aquellos hombres eran distintos que estos. Yo tengo la franqueza de decirlo, y mis declaraciones le producen una gran satisfacción a este viejo. Por eso sonríe con su aire bondadoso y clava su mirada en el fondo de su sombrero. Este sombrero él se lo ha puesto durante una porción de años para venir al Congreso. ¡No se comprará otro! Y como este sombrero, que tiene un forro blanco con un letrero que dice: Redón, le recuerda tantas cosas, él le pasa la manga con amor por la copa. Y luego se lo pone con las dos manos y se aleja un poco inclinado, tosiendo, pasándose suavemente la mano por su barba blanca.