XVIII

En la tarde del mismo día en que Azorín ha recibido estas dos cartas, poco después de comer, ha llegado un criado y le ha puesto en sus manos otra voluminosa.

Azorín, después de leerla, ha decidido salir la misma tarde para Petrel, a pie, dando un paseo.

La carta de Verdú es como sigue:

«Querido Azorín: Después de acostarme y levantarme veinte veces, da la una de la madrugada y no puedo estar en la cama ni fuera de ella; y no tengo más remedio, para luchar con el mal, que escribir; pero ¡ay! que no puedo ya.

»Mi situación, Antonio, es horrible. No puedo tomar caldo ni leche, y, sin embargo, mi estómago está bueno; pero no funciona porque no le puedo dar alimento. La tirantez, sequedad, dolor y debilidad de la cabeza son insufribles.

»Como mi debilidad es tan grande, apenas puedo tenerme de pie; y, sin embargo, el delirio, el desasosiego me obligan a andar… a pasear por la sala y a escribir, para ver si puedo apartar de mí los tristes pensamientos que me devoran. Un mar de moscas no me deja tener las manos sobre el papel. Me quejo al Criador de mis grandes sufrimientos y de su impasibilidad y de la tristísima suerte que me espera, sin hijos, sin amigos, sin médico, sin sacerdotes, sin nadie. Mi profecía de hace doce años acerca de mi triste fin se cumple. Hace ocho días repetí mis vaticinios en la poesía Lágrimas que he compuesto.

»En confianza te diré que mis ideas religioso filosóficas son un caos… Sin embargo, en Lágrimas hice un esfuerzo, y acudí a Dios, demandándole que no permita acabe en tal estado.»[63]

(Hasta aquí la carta es de letra de Verdú, fina, enrevesada, desigual, ininteligible; lo que sigue va escrito en caracteres firmes y regulares.)

»Tú, querido Antonio, apenas me has conocido. ¿Por qué no contarte algo de mi vida? Acaso sea para mí como un alivio.

»Estudié en Valencia la carrera de Derecho; me gradué de abogado en Julio de 1859.

»De allí a cuatro meses, en Noviembre del mismo año, recibí en el mismo sitio donde me había licenciado, es decir, en el Paraninfo de la Universidad, una flor de oro y plata, como premio a mi oda a la Conquista de Valencia en los Juegos florales celebrados en dicha ciudad bajo el patrocinio del excelentísimo Ayuntamiento; y con tal motivo, en nombre de mis compañeros igualmente premiados (don Víctor Balaguer[64], don Teodoro Llorente[65], don Wenceslao Querol[66] y don Fernando León y de Vera[67]), y en nombre propio, pronuncié un discurso que me valió calurosos plácemes.

»En esos mismos Juegos florales se ofreció una pluma de oro a la mejor Memoria histórico-filosófica acerca de la expulsión de los moriscos y sus consecuencias en el reino de Valencia, a cuyo premio también opté, presentando una Memoria con el lema El tiempo es la mejor prueba de la justicia. Mi trabajo suscitó en el seno del jurado una discusión importantísima, de la cual se ocupó mi hermano Julio en la carta que con tal motivo dirigió al barón de Mayals. Yo atacaba valientemente la medida de la expulsión, demostrando hasta la evidencia que fue injusta y cruel, aparte de antieconómica y antisocial. Con la venida de la Casa de Austria a España —decía yo— se inauguró un sistema de intolerancias contrario a las doctrinas de paz y caridad y verdadera libertad proclamadas por Jesucristo. Se debía haber empleado la persuasión, la dulzura, la caridad, y se empleó el rigor y la dureza por casi todos los encargados de la expulsión de los moriscos. Se debía haber continuado el sistema de conciliación inaugurado por don Jaime el Conquistador, y se tomaron medidas humillantes y vejatorias, que dieron por resultado la exasperación de los ánimos, las situaciones violentas y, por fin, la expulsión, que se realizó de la manera más cruel, pues muchos murieron de hambre y de sufrimientos en los desiertos de África, si es que no eran robados y muertos en el camino.

»Sin duda, la exposición de estas verdades, tan dolorosamente amargas, perjudicó algún tanto a mi trabajo, y el premio no se me concedió, habiéndose entregado la pluma de oro, faltando a las condiciones del certamen, a una composición poética.

»En el aquel mismo año de 1859 fui nombrado secretario general de la Academia de Legislación y Jurisprudencia de Valencia; y en el siguiente de 1860 gané las asignaturas del Doctorado en la Universidad de Madrid, habiendo estudiado privadamente en Valencia, por conceder la ley en aquellos tiempos este privilegio a los que hubiesen obtenido todas o casi todas las notas de sobresaliente durante la carrera de leyes, en cuyo caso me encontraba yo. También hice oposiciones (aunque no tenía la edad reglamentaria, y sólo por complacer a la familia, pues no era esa mi vocación) a una relatoría vacante en la Audiencia de Valencia. Me colocaron en segundo lugar; pero como, según he dicho, no eran esas mis inclinaciones, no hice gestión ninguna en Madrid para que se me eligiese dispensándome de la edad.

»Esta era mi situación a principios de 1860, cuando apenas había cumplido veintidós años. Se me presentaba un porvenir brillante; me querían mis amigos y compañeros; gozaba de una naturaleza privilegiada y de unas facultades mentales superiores; amaba a mi patria hasta el sacrificio, y me sentía poeta y dueño de una palabra fácil y atractiva.

»Pero el cólera morbo, que ya en 1834 atacó a mi madre y la dejó enfermiza para toda su vida, volvió a herir a mi familia en 1860, arrebatándonos a mi hermano Julio, letrado notabilísimo, y atacándome también a mí, que, habiendo quedado sumamente débil, tuve que trasladarme a la provincia de Alicante, donde tenían mis padres unas tierras. Al poco tiempo murieron también mis padres. Estando en Valencia, algún tiempo después, me casé con una joven distinguidísima. No habrían transcurrido muchos meses de nuestro matrimonio, cuando mi mujer murió, tras una larga y penosísima enfermedad. Todo esto me anonadó y fue causa de que saliera de Valencia por segunda vez.

»De 1860 a 1870 me dediqué en Petrel al ejercicio de la abogacía y a mejorar las pocas tierras que había heredado de mis padres. Al mismo tiempo remitía a mi compañero y amigo Teodoro Llorente, director de Las Provincias, correspondencias y artículos sobre el fomento de la agricultura en general y el arbolado en particular, tan notables, que la Sociedad de Amigos del País y la de Agricultura y los periódicos de la capital me felicitaron por mis trabajos de tanta utilidad social, y aquellas Sociedades, además, me honraron nombrándome socio corresponsal.

»Entre mis escritos apareció uno titulado: “Causas de la despoblación de los montes de España; sus fatales consecuencias para la agricultura, salubridad y seguridad públicas. Sus remedios”. Y entre los que yo proponía para evitar la destrucción de los montes públicos y conseguir su repoblación, fue la completa y absoluta desamortización de la propiedad forestal.

»Mis artículos llamaron la atención; muchos periódicos de Madrid y provincias, pero en particular La Gaceta Económica, que era el órgano más autorizado de la escuela economista, reprodujeron dichos trabajos, elogiándolos calurosamente. El cuerpo de Ingenieros de Montes comprendió que tenía delante un enemigo, y, aparte de fundar La Revista Forestal, sin duda (aunque otra cosa quisiera dar a entender) con el principal objeto de contrarrestar las doctrinas desamortizadoras sostenidas por mí y toda la escuela economista, delegó en el ilustrado y elocuente escritor y orador don Juan Navarro Reverter[68] la tarea de contestar a mis artículos. Lanzose Navarro Reverter al combate, remitiendo a Las Provincias una serie de artículos en que intentaba demostrar que la medida desamortizadora que yo había propuesto bastaba por sí sola para, si se realizaba, acabar con lo poco que quedaba en España de arbolado en los montes públicos. Contesté yo, replicó Navarro Reverter; pero mis argumentos quedaban en pie a pesar de todo. Y la prueba es clara. La Revista Forestal publicó todos los artículos de Navarro Reverter; de los míos, ni uno solo. Si mi argumentación hubiera sido frívola, ya los hubieran reproducido.

»No llevaba mucho tiempo en Petrel cuando fui elegido diputado provincial, y al poco tiempo individuo de la Comisión, y, por fin, vicepresidente de la Diputación. ¿Qué te diré de mi gestión en la Casa de la provincia? Defendí siempre los derechos e intereses provinciales de una manera que no está bien que yo lo diga. Cuando estuvieron los reyes Amadeo y Victoria en Alicante, en 1871, Bossio, el famoso fondista, presentó una cuenta de 17 000 duros. Mis compañeros todos estaban pagados. Yo me opuse, y cuando el presidente dijo: ¡A votar!, dije: Ustedes votarán lo que quieran, pero yo me marcho a casa, tomo mi pluma y digo al público lo que he de decir. Resultado, que la cuenta quedó reducida a poco más de la mitad.

»Maissonnave[69] quería que la Diputación le subvencionase un ferrocarril de Alicante a Alcoy con varios millones. Todos estaban pagados. A mí nadie se me acercó; pero el expediente nunca se despachaba. Maissonnave lo tomó como una ofensa personal, y me desafió, ¡a mí, que, como el don Diego de Flor de un día[70], mataba las golondrinas con bala y era digno rival en esgrima de mi maestro valenciano don Juan Rives! Pero mis creencias religiosas no me permitían batirme. Así se lo dije a Maissonnave en una carta; pero añadiéndole que aquellas creencias no me impedían defenderme. La subvención no se concedió; pero en Alicante le han levantado ahora una estatua a Maissonnave.

»En Orihuela querían un hospital provincial. Toda la Diputación estaba conforme, y los que se oponían lo hacían fríamente. Mi conciencia como presidente de la Comisión me obligaba a oponerme; en primer lugar, porque la Diputación debía muchos miles de duros por obligaciones de beneficencia, carreteras, etc., y en segundo, porque con el hospital de Elda bastaba. Sabía también lo que sucedía en los hospitales de distrito. Me llamó el gobernador, diciéndome que el ministro deseaba complacer a sus amigos de Orihuela. Me hablaron Santonja y don Tomás Capdepón[71], diputado por Orihuela. Me escribió Rebagliatto, gran cacique de aquella ciudad, y a más, íntimo de mi padre, pues se querían como hermanos. A todos contesté que mi conciencia me lo impedía. Vino la discusión en la Diputación. Hablé, y hubo empate en la primera votación. Volví a hablar, volvió a votarse, y tuve mayoría. Y no se concedió el hospital a Orihuela.

»Permanecí en la Diputación de Alicante desde el año 1871 hasta el 1876, en que me trasladé a Madrid. Durante estos cinco años me encontraba en lo mejor de la vida, de los treinta a los treinta y cuatro años; atendía a muchos y variados trabajos; por una parte, a la Diputación, cuyo peso llevaba casi yo solo; por otra, continuaba al frente de mi despacho de abogado, que tenía abierto en Petrel, primero, y en Alicante después, el cual despacho llegó a adquirir tal prestigio que me fue preciso tener en él dos compañeros que me ayudasen, uno de ellos don José Maestre y Vera[72], presidente que ha sido de la Diputación y gobernador de Vizcaya. Puedo decir que he tenido tanto éxito en los asuntos por mí tratados, que no he perdido ni un solo pleito. A pesar de tanto trabajo, aún me quedaba tiempo para asistir a las veladas literarias del excelente literato y cronista de la provincia don Juan Vila[73] y del inspirado poeta Alejandro Harssem, barón de Mayals[74]. En este período de cinco años escribí la mayor parte de mis poesías. De esta época es mi composición A la Purísima, que leí por primera vez en una sesión celebrada el 8 de Diciembre de 1872, en el altar mayor de Santa María, de Alicante, presidida por el señor obispo de Orihuela, don Pedro María Cubero, la cual poesía despertó un entusiasmo extraordinario. Entonces tomé todos los años la costumbre, el día 8 de Diciembre, de corregir o adicionar la dicha oda a la Inmaculada, y en tal estado la dejé, que más que oda es un canto épico.

»También escribí en Alicante, con motivo de la restauración de la iglesia de San Roque, mi poesía La erección de un templo. Y también, en distintas ocasiones, la égloga A la primavera, la elegía A la muerte de una niña, y otras. Pero el principal trabajo literario que hice en Alicante fue el romance histórico don Jaime el Conquistador, que obtuvo el primer premio, consistente en una pluma de oro y plata, en el certamen poético celebrado en Mayo de 1876.

»Como siempre sucedía en casos semejantes, yo pronuncié, en el acto de la distribución de premios, un breve discurso que produjo en Alicante un inmenso entusiasmo. Al poco tiempo de celebrado este certamen trasladé mi domicilio a Madrid, renunciando a mi cargo de vicepresidente de la Diputación, con el objeto de dedicarme exclusivamente a la práctica del foro. Esto ocurría por el mes de Julio de 1876, y al reunirse la Diputación en Noviembre de dicho año me dedicó en su Memoria semestral el siguiente párrafo: “No cumpliría con un deber que a la vez imponen los fueros de la cortesía y el homenaje que las rectas conciencias rinden a la verdad, si al comenzar este trabajo, la Comisión no hiciese público el sentimiento de consideración que debe al que fue su dignísimo vicepresidente, don Pascual Verdú, el cual renunció su cargo en Julio último, no por disentimiento con sus compañeros, sino por tener que trasladar su residencia a Madrid. Al consignar estas breves frases en honor al celoso funcionario que ha prestado el concurso de su palabra, siempre elocuente, y de su voluntad, siempre inquebrantable, en pro de los intereses de la provincia, la Comisión cree que se hace intérprete de los sentimientos de la Diputación, al dejar estampado en este documento el tributo de respetuosa consideración que le merece el inteligente diputado y vicepresidente que fue de la Comisión.”

»En Madrid permanecí de Julio de 1876 a Diciembre de 1882. El tiempo que estuve en la corte lo dediqué exclusivamente a mis trabajos de abogado y a la práctica de la caridad, como socio de San Vicente de Paúl y Asociación de Católicos. Fui también socio del Ateneo y de la Juventud Católica. Esta última sociedad me honró con el cargo de presidente de la sección de Derecho. Cuando yo leía en la Juventud Católica, Selgas[75] (1876) dijo una vez a Monasterio (el violinista)”. “¿Usted no ha oído recitar versos a Verdú?”. “No, —contestó Monasterio”. “Pues imagínese usted a Calvo y Vico[76] fundidos en uno, y no llegará en cien leguas al encanto que produce oír leer a este hombre.”

»Cuando hablaba en el Tribunal Supremo y en el Consejo de Estado, a las primeras palabras quedaban como en suspenso los magistrados, y don Carlos Bonet, fiscal del Supremo, me decía: “¿Qué demonios tienes, que esta gente, que ya está empachada de informes, cuando tú hablas parecen unos memos oyéndote?”.

»De labios de varios prelados, que de paso en Madrid asistían a las veladas de la Juventud Católica, he oído lo que nadie ha oído, y lo mismo de los nuncios y demás sacerdotes ilustrados. El padre Ceferino González[77] me dijo: “Sevilla tiene la gloria de ser la patria del mejor pintor de la Virgen; Valencia, la de serlo del mejor poeta de la Purísima”. Rampolla[78] quiso que fuera a Roma. “Es necesario que venga usted a Roma —me dijo—. Quiero que Su Santidad le oiga leer a usted sus poesías… ¿Por qué no funda usted un periódico?”.

»Manterola[79] se entusiasmaba también oyéndome.

»En el Ateneo hablé tres noches, tomando parte en las discusiones sobre la poesía religiosa y el arte por el arte[80]. Mis discursos fueron elogiados y aplaudidos…

»La Juventud Católica me designó como su representante para asistir al certamen que se celebró en Sevilla en honor de Murillo; pero no pude asistir porque me lo impidieron mis asuntos profesionales. En cambio, asistí al centenario de Santa Teresa y en su honor publiqué en La Unión Católica una poesía.»

(Al llegar aquí acaba la letra gruesa y comienza otra vez la fina y enredijada de Verdú.)

»Todo marchaba para mí en dirección al éxito. ¿Cómo me veo otra vez en este pueblo, enfermo, solo, olvidado?

»En el verano de 1883 tuve una ligera indisposición; no parecía nada, pero se fue agravando hasta tal punto, que estuve largo tiempo enfermo. No tenía a nadie; estaba mal cuidado, y para colmo de infortunio caí en manos de médicos desaprensivos. Cuando pude levantarme me fui a Valencia. Allí me recibieron en palmas; fui socio del Rat Penat, de la Sociedad de Agricultura, de la Academia de la Juventud Católica… De pronto, un verano no volví a aparecer más por Valencia, porque había vuelto a caer enfermo en Petrel, y aquí comenzó mi calvario.

»¡Cuánto he sufrido y cuánto sufro, querido Antonio! Mi vida ha fracasado; podía haber sido algo y no he sido nada. ¿Por qué, por qué?

»Ven pronto.

»Te abraza tu tío,

Pascual[81]

Y esta es la carta que ha recibido Azorín —una página de nuestra historia contemporánea, un fragmento vivo, auténtico, con detalles vulgares, con rasgos épicos— ¡en la realidad todo va junto! —de nuestra vida de provincias literaria y política.