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Este Enrique Olaiz está ahora paseando por su despacho, en cortos paseos, porque el despacho es corto. Olaiz es calvo —siendo joven—; su barba es rubia y puntiaguda. Y como su mirada es inteligente, escrutadora, y su fisonomía toda tiene cierto vislumbre de misteriosa, de hermética, esta calva y esta barba le dan cierto aspecto inquietante de hombre cauteloso y profundo, algo así como uno de esos mercaderes que se ven en los cuadros de Marinus[137], o como un orfebre de la Edad Media, o como un judío que practica el cerrado arte de la crisopeya, metido allá en el fondo de una casucha toledana.

Y tiene Olaiz realmente algo de misterioso. El ama lo extraño, lo paradójico; le seducen las psicologías sutiles y complicadas; admira esos pueblos castellanos, tan sombríos, tan austeros, perdidos en la estepa manchega. Yo creo que ha sido él quien ha infundido entre los jóvenes intelectuales castellanos el amor al Greco… Y véase la contradicción: este hombre tan complejo, tan multiforme, es sencillo, sencillo en su escritura. Escribe fluidamente, sin preparación, sin esfuerzo; y su estilo es claro, limpio, de una transparencia y de una simplicidad abrumadoras. Acaso por esto sus libros no son admirados, plenamente admirados, por la crítica. Es natural que suceda esto en un medio literario en que sólo alcanza admiraciones lo que se suele llamar el estilo «brillante», y que es en realidad una moda momentánea de retórica y de sintaxis. Olaiz no es brillante: tiene la simplicidad que no envejece, que es de todos los tiempos, la simplicidad, incorrecta a veces —¡y qué importa!— de lo que se siente hondamente, de lo que es original, pintoresco, sugestivo.

Aquí en su despacho está ahora Olaiz conversando con Azorín. Tiene un pañuelo blanco al cuello: lleva unos zapatos suizos. Y con las manos metidas en los bolsillos y un poco encorvado, esfumada casi su silueta en la turbia claror de este día de invierno, en que sólo resaltan la mancha rosa de la calva y la mancha oro de la barba, parece que va a comunicar misteriosamente que la ansiada transmutación se realizará de un momento a otro, tal vez hoy, acaso mañana.

El despacho es una pieza cuadrada con una ventana que da a un patio. A un lado hay una mesa y un estante con libros: junto a la ventana, otra mesa con tapete verde, y por la estancia, ligeros sillones de gutapercha y sillas de reps verde. Lucen en las paredes reproducciones de cuadros del Greco, una fotografía del Descendimiento de Metsys[138], aguas fuertes de Goya, grabados de Daumier y Gavarni. De cuando en cuando Yock[139], que es un perro kantiano, entra y sale familiarmente. Y un reloj marca con su tic-tac sonoro el correr del tiempo inexorable.

Enrique Olaiz dice:

—Nuestro tiempo es un tiempo de excepción para los intelectuales. En primer lugar, el hecho que se ha mostrado claramente a todos los pensadores es que el principio democrático es un error, que los dogmas de la Revolución, Libertad, Igualdad y Fraternidad, contienen una contradicción, una blasfemia en contra de la naturaleza eterna… Libertad e Igualdad son incompatibles porque la Naturaleza ha hecho a los individuos desiguales, y por consiguiente estos en la realización de su libertad volverán siempre a la reconstrucción de su desigualdad… Hay también otro motivo: la destrucción de los privilegios de la herencia no ha tenido por consecuencia ni siquiera aquella igualdad relativa que correspondería a la desigualdad natural de los hombres: sino que esta destrucción de los privilegios ha allanado el camino a dos nuevos dueños, o sea, a la burguesía y al pueblo… En contraste con los sueños de la Revolución francesa, la realidad ha demostrado que la mera liberación de una Humanidad todavía ineducada e ignorante, fundada en el principio democrático… esta liberación no podía producir otra cosa que un nuevo privilegio: el de los declamadores, entre los astutos y entre los interiormente menos delicados.

La libertad llevada a sus últimas consecuencias, repugna. Actualmente un hombre, a no ser un sectario, encuentra lógica y necesaria la libertad de conciencia y la libertad de emisión del pensamiento. La mayoría de los hombres creemos que todos tienen el derecho de buscar la verdad, su verdad: pero esta libertad que para el pensamiento la aceptamos todos, no la aceptamos respecto, por ejemplo, del comercio. Si alguien tratara de vender en la calle venenos o abortivos, todos creeríamos que la libertad del vendedor debería ser atajada… También nos molesta pensar que un hombre pueda comprar los favores de una mujer por dinero, y sin embargo, es libre él para comprarlos y ella para prostituirse…

La igualdad no es necesaria llevarla al absurdo para comprender que es una idea sin base ninguna… Respecto a la fraternidad es un sueño hermoso, pero irrealizable, al menos por ahora.

Consecuencia de estos tres dogmas es la Democracia, la santa, la intangible Democracia, que es el medio de realizar esos ideales… Hablo, al decir Democracia, del dogma político-social así llamado, no de esa piedad y benevolencia por las clases menesterosas, producto de la cultura de la humanidad y que no tiene nada que ver con el dogma… Me refiero a la Democracia que tiende al dominio de la masa, al absolutismo del número, y que ya no tiene tantos partidarios como antes entre los hombres libres que piensan sin prejuicios… El número no podrá nunca ser una razón: podría serlo si la masa estuviera educada: pero para educarla, alguno tiene que ser el educador, y ese educador tiene que estar alto, para imponer una enseñanza que quizás la misma masa rehusara… Hoy todos los que no tenemos intereses ni aspiraciones políticas, estamos convencidos de que la Democracia y el sufragio son absurdos, y que un gran número de ineptos no han de pensar y resolver mejor que un corto número de inteligentes. Estamos viendo la masa agitada siempre por malas pasiones: vemos los clamores de la multitud ahogando la voz de los hombres grandes y heroicos. Desde la que condena a Cristo hasta la que grita a Zola, casi siempre la masa es de instintos protervos… A pesar de la cultura adquirida, con haber triunfado la Democracia no se puede decir que haya abierto el campo a las energías de los fuertes; actualmente al menos no se ve que la Democracia sea comadrona de genios o de hombres virtuosos. Dada la manera de ser comunista de la enseñanza —y esto es bastante para que todos los espíritus libres y algo revoltosos sientan antipatías por ella—; dada esta enseñanza un hombre de talento o de carácter no tiene más medios que antes de sobresalir; acaso tenga menos que hace doscientos años, porque el afán de lucro arrastra hacia las universidades y escuelas especiales, y un turbión de gente obstruye todos los caminos y ahoga con su masa las personalidades más enérgicas…

Para la realización de la Democracia, medio de conseguir el sagrado lema Igualdad, Libertad, Fraternidad, se creyó primero en la república: hoy ya se consideran como formas superiores la del Socialismo y la de la Acracia… El socialismo se ve lo que es. Bernstein en sus obras, ya célebres, Hipótesis del socialismo y ¿Es posible un socialismo científico?,[140] ha demostrado que las afirmaciones de Marx no tienen el carácter de seguridad y de certeza que se les ha querido asignar. Ha observado Bernstein, y ha observado concienzudamente en Alemania, en Inglaterra, en Francia: y de sus estudios, de la comparación de los hechos, de las estadísticas se obtiene un resultado diametralmente opuesto a la teoría de Karl Marx. Y este resultado es la diseminación de la propiedad territorial, la multiplicación de las empresas, el fraccionamiento de los capitales. En Inglaterra la propiedad territorial lleva camino de dividirse menudamente: en Francia las propiedades pequeñas forman, según las estadísticas, las tres cuartas partes de la propiedad rústica: en Alemania se observan fenómenos análogos. Esto respecto a la tierra… Con relación a la industria, Bernstein demuestra con datos que la fábrica grande permite vivir a las pequeñas, a las cuales necesita muchas veces como auxiliares… Y en cuanto al dinero, según las observaciones del autor, se fragmenta y se democratiza como las demás riquezas gracias a la multiplicación de las sociedades y al precio siempre pequeño de las acciones… Estas obras de crítica de Bernstein han producido verdadero pánico entre los socialistas científicos. La negación de las premisas del marxismo ha bastado para llevar a todos los afiliados a la doctrina a la desorientación más profunda.

Estamos acercándonos a la débâcle del socialismo doctrinario. El obrero, cuanto más instruido, aparece más individualista. Y es lógico. La emancipación de la clase trabajadora podrá ser un gran ideal para el apocado, para el pobre de espíritu, para el que no se reconoce con fuerzas ni cualidades de hombre de presa; pero para el audaz, para el enérgico, la emancipación suya, que le permita desenvolver sus energías, estará siempre y en todos los actos antes que la emancipación de la clase. El hombre podrá tener solidaridad con la humanidad, pero ¿por qué la va a tener con su clase? El obrero fuerte y ambicioso ha de encontrar absurdo cerrar su porvenir arruinando a la burguesía. ¿Qué fuerza puede tener la famosa lucha de clases cuando no hay diferencia de jerarquía social, ni antagonismo desde el punto de vista económico entre el obrero y el pequeño burgués, cuando el paso de una clase a otra es continuo y sin dificultades? Podrá tener, y esto es todo, el odio que en un ejército, donde los grados se conquistan por méritos de guerra o por intrigas, pueden tener los soldados a los jefes… Esto sin contar con lo repulsivo que es para todo espíritu libre, el sentir el peso de la disciplina social en los actos más individuales… porque la solidaridad humana ha de ser sentimiento de afecto espontáneo, no imposición de disciplina rigurosa.

Olaiz calla un momento. Silenciosamente va y viene en la penumbra. El reloj marca su tic-tac infatigable. Yock reposa tranquilo debajo de la mesa.

Olaiz prosigue:

—El edificio socialista cruje, se derrumbará: el porvenir es individualista. Todo lo que asciende se diversifica… Vamos hacia un tiempo en que cada uno pueda viajar en automóvil, en que por la facilidad de transportar la fuerza motriz a distancia, cada uno pueda convertir su casa en taller… Vamos al máximum de libertad compatible con el orden, al mínimum de intervención del Estado en los intereses del individuo. Y esto se lo debemos a la ciencia, no a la democracia. La ciencia es más revolucionaria que todas las leyes y decretos inventados e inventables. La máquina que funciona da más ideas que todos los libros de los sociólogos…

Después del socialismo, especie de dogma católico de la Humanidad, viene el anarquismo dogmático, que es un misticismo ateo. Sólo pensando que la doctrina anarquista supone como premisa la bondad innata del hombre, la utilización y el aprovechamiento de las pasiones como fuerzas de bien y de vida, y otras cosas muy bellas, se comprende la imposibilidad de este sueño de Arcadia venturosa, de esa Jerusalén Nueva de hombres sin malas pasiones, sin vicios, sordideces, ni miserias… Habría que creer que toda la historia antigua, moderna y aun actual es mentira, para figurarse al animal humano como un cordero, más que como una bestia feroz a quien las necesidades de todos han limado los dientes y han cortado las uñas… Y yo creo que, desgraciadamente, hoy el hombre es malo. La evolución, la herencia pueden cambiar o hacer desaparecer los instintos… Sí, sí, será cierto… en lo futuro. Hoy la realidad es dolorosa: la mentira, la explotación, la tiranía, triunfan. Y es preciso destruir el mal, ser sinceros, ser audaces, no contemporizar, no transigir, ¡marchar hacia delante con toda la brutalidad de quien se siente superior a los otros[141]!

Olaiz calla. Y sus palabras son como el espíritu, como el aliento de un grupo de jóvenes entusiastas que son un anacronismo en el ambiente actual de industrialismo literario e industrialismo político.