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Yuste ha muerto; el P. Lasalde se ha marchado al colegio de Getafe: Justina ha entrado en un convento. Y Azorín medita tristemente, a solas en su cuarto, mientras deja el libro y toma el libro. El no puede apartar de su espíritu el recuerdo de Justina; la ve a cada momento: ve su cara pálida, sus grandes ojos, su manto negro que flota ligeramente al andar… Y oye su voz insinuante, dulce, casi apagada. Así, en un estupor doloroso, Azorín permanece horas y horas sentado, vaga al azar por la huerta, solo, anonadado, como un descabellado romántico.

De cuando en cuando, alguna mañana, al retorno de misa, entra Iluminada, enhiesta, fuerte, imperativa, sana. Y sus risas resuenan en la casa, va, viene, arregla un mueble, charla con una criada, impone a todos jovialmente su voluntad incontrastable. Azorín se complace viéndola. Iluminada es una fuerza libre de la Naturaleza, como el agua que salta y susurra, como la luz, como el aire. Azorín ante ella se siente sugestionado, y cree que no podría oponerse a sus deseos, que no tendría energía para contener o neutralizar esta energía. «Y después de todo ¡qué importa! —piensa Azorín— después de todo, si yo no tengo voluntad, esta voluntad que me llevaría a remolque, me haría con ello el inmenso servicio de vivir la mitad de mi vida, es decir, de ayudarme a vivir… Hay en el mundo personas destinadas a vivir la mitad, la tercera parte; la cuarta parte de la vida; hay otras en cambio destinadas a vivir dos, cuatro, ocho vidas… Napoleón debió de vivir cuarenta, cincuenta, ciento… Estas personas claro es que el exceso de vida que viven, o sea, lo que pasa de una vida, que es la tasa legal, lo toman de lo que no viven los que viven menos de una… Yo soy uno de estos: vivo media vida, y es probable que sea Iluminada quien vive una y media, es decir, una suya y media que me corresponde a mí… Así, me explico la sugestión que ejerce sobre mí… y si yo me casara con ella la unidad psicológica estaría completa: yo continuaría viviendo media vida, como hasta aquí, y ella me continuaría haciendo este favor inmenso, el más alto que puede darse, de ayudarme a vivir, de vivir por mí».

Azorín sonríe. Y en el zaguán, Iluminada, sana, altiva, imperiosa, pletórica de vida, va, viene, discute, manda, impone a todos jovialmente su voluntad incontrastable.