Justina está en su celda. Es una celda diminuta, de blancas paredes, con una ventana al patio. En un ángulo vese una pobre cama, compuesta —según lo manda la regla— de dos banquillos de hierro, tres tablas, un jergón de paja, soleras de estameña frailesca, una blanca frazada, una almohada. A un lado hay un banquillo de madera, con un cajón para las tocas, velos y labor; junto a él, una jofaina, un cántaro y un vidriado jarro blanco. Y en las paredes lucen estampas piadosas, estampas de vírgenes, estampas de santos.
Justina lee en un libro; su cara está pálida; sus manos son blancas. De cuando en cuando Justina suspira y deja caer el libro sobre el hábito. Y su mirada, una mirada ansiosa, suplicante, se posa en un gran lienzo colgado en una de las paredes. Este cuadro tiene un rótulo que dice: Idea de una religiosa mortificada. Representa una monja clavada por la mano izquierda en una cruz; la cruz está clavada en la esfera de un mundo. La religiosa sostiene en la mano derecha un cabo de vela: sus labios están cerrados con un candado: sus pies desnudos se posan sobre el mundo como para indicar que lo huella, que lo desprecia. Alrededor de la figura y en ella misma léense varias leyendas que explican el misterioso y pío simbolismo. En la bola del mundo: Pereció el mundo con su concupiscencia. En el pecho de la monja: Mi carne descansará en la Esperanza. En el pie izquierdo: Perfecciona mis pasos en tus sendas, porque no declinen mis huellas. En el derecho: Corrí por el camino de tus mandamientos cuando dilatastes mi corazón. En el lado izquierdo, donde por una rasgadura de la túnica asoma un diminuto gusano: No morirá jamás su gusano. Verdaderamente es loable el temor aun donde no hay culpa. En el derecho: Ceñid vuestro cuerpo; y entonces verdaderamente le ceñimos cuando refrenamos la carne. En la mano izquierda: Traspasa mi carne con tu temor, porque he temido tus juicios. En la derecha: Resplandezca vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. En el oído: Hablad, Señor, que vuestra sierva oye vuestras palabras. Me llamáis y yo responderé, y obedeceré vuestra voz. En los ojos: Apartad mis ojos para que no se fijen y me perviertan por la vanidad: porque ellos han cautivado mi alma. En la boca: Poned Señor, guarda a mi boca y un candado sobre mis labios. En la cabeza: Mi alma eligió este estado de mortificación. Yo estoy fija con Jesucristo en la Cruz, y su preciosa carga me hace más dichosa cuanto más me mortifica[101]…
Justina mira esta religiosa clavada en el madero y piensa en sí misma. Ella también mortifica sus ojos, su boca, sus manos, su carne toda; ella también suplica al Esposo que no la abandone: ella tiene fe: ella espera; ella ama… Y, sin embargo, siente una gran tristeza, siente un íntimo desconsuelo. Y su cara está cada vez más blanca y sus manos más transparentes.