Las monjas están en la puerta; llevan velas encendidas: tienen los rostros ocultos en sus velos. Y cuando Justina llega a ellas, silenciosa, con la cara baja, un poco triste, las monjas rompen en un largo cántico:
O gloriosa domina
excelsa super sidera,
qui te creavit provide,
lactas sacrato ubere.
Terminado el himno, las monjas llevan procesionalmente a Justina al coro. Allí la espera un sacerdote. Y colocadas las monjas a lo largo de los bancos, las versicularias salen en medio y dicen: Ora pro nobis sancta Dei genitrix. El coro responde: Ut digni efficiamur promissionibus Christi. Justina se arrodilla en mitad del coro sobre un paño negro. El sacerdote dice la siguiente oración: Oremus, Deus, qui excellentissimae Virginis et Matris tuae Mariae titulo humilem ordinem tibi electum singulariter decorasti… Luego, dirigiéndose a Justina, le pregunta dulcemente:
—Hija mía, ¿qué es lo que pides al llegar a esta santa casa?
Justina contesta:
—La misericordia de Dios, la pobreza de la Orden, la compañía de las hermanas.
El sacerdote la exhorta brevemente sobre la estrechez de la regla. Después le dice:
—Hija mía, ¿deseas ser religiosa por tu propia voluntad y llegas a esta casa con propósito de perseverar en la Orden?
Justina responde:
—Sí.
El sacerdote torna a preguntar:
—¿Quieres sólo por amor de Dios guardar la obediencia, castidad y pobreza?
Justina torna a contestar:
—Sí, con la gracia de Dios y las oraciones de las hermanas.
El sacerdote entonces murmura:
—Deus, qui te incipit in nobis, ipse te perficiat. Per Christum Dominum nostrum.
Las monjas responden a coro: Amén. Luego Justina se levanta y las monjas la van desnudando mientras rezan: Exuat te Dominus veterem hominem cum actibus suis. Y despojada de sus ropas profanas, vístenle el hábito y la toca: cálzanle unas alpargatas: pónenle en la mano una vela encendida. En esta forma, Justina torna a arrodillarse sobre el negro paño. El sacerdote dice:
—Domine Deus virtutum converte nos.
Las monjas contestan:
—Et ostende faciem tuam et salvi erimus.
El sacerdote:
—Dominus vobiscum.
Las monjas:
—Et cum spiritu tuo.
El sacerdote:
—Oremus. Domine Jesu Christe, aeterni patris unigenite…
Acabada esta oración le pone a Justina la cinta, luego el escapulario, luego la capa. Y reza, mientras la asperja con agua bendita:
—Adesto supplicationibus nostris, omnipotens Deus… Y he aquí el momento supremo: Justina se tiende sobre el paño, como si estuviera muerta, inmóvil, rígida. Y el coro canta:
Veni Creator Spiritus,
mentes tuorum visita…
Acabado el himno las monjas susurran: Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison. Pater noster… Y mientras Justina yace con las finas manos cruzadas sobre el pecho, pálida, con los ojos cerrados, el sacerdote va rociándola con agua bendita.
La ceremonia acaba. Justina se levanta y va entre las monjas a besar el altar; después le besa la mano a la abadesa: luego abraza una por una a las religiosas diciéndoles: Ruegue a Dios por mí. La comunidad entona el salmo Deus misereatur nostri y se dirige hacia la puerta[100].
Y las monjas van desapareciendo, la puerta torna a cerrarse, el coro queda silencioso… Justina es ya novicia: su Voluntad ha muerto.