Ayer se celebraron las elecciones[67]. Y ha salido diputado como siempre, un hombre frívolo, mecánico, automático, que sonríe, que estrecha manos, que hace promesas, que pronuncia discursos… El maestro está furioso. El augusto desprecio que por la industria política siente, le ha abandonado: y a pesar suyo, va y viene, en su despacho, irritado, iracundo. Azorín lo contempla en silencio.
—Y yo no sé —exclama Yuste—, cómo podremos llamar al siglo XIX sino el siglo de la mixtificación. Se mixtifica todo, se adultera todo, se falsifica todo: dogmas, literatura, arte… Y así León Taxil[68], el enorme farsante, es la figura más colosal del siglo… de este siglo que ha inventado la Democracia, el sufragio universal, el jurado, las constituciones… León Taxil principia a vivir a costa de los católicos publicando contra ellos diatribas y diatribas que se venden a millares… Luego el tema se agota, se agota la credulidad de esos ingenuos librepensadores, y Taxil, que era un hombre de ingenio, tan grande por lo menos como Napoleón, se convierte al catolicismo, poco después de la publicación de la encíclica Humanum genus… Y comienza la explotación de los inocentes católicos… Taxil inventa una historia admirable —mejor que La llíada…— La orden más elevada de los masones —dice— es el Paladium, que tiene su asiento en Charlestown, en los Estados Unidos, y fue fundado el 20 de Septiembre de 1870, el día en que los soldados de Víctor Manuel penetran en Roma… El fundador del Paladium es Satanás, y uno de los hierofantes, Vaughan. Vaughan tiene una hija, y esta hija, casada nada menos que con el propio Asmodeo, es la gran sacerdotisa del masonismo… Hay que advertir que la abuela de esta Vaughan, que se llama Diana, es la mismísima Venus Astarté… Todo esto es estrambótico, ridículo, estúpido, pero sin embargo, ha sido creído a cierra ojos por el mundo clerical… Es más, León Taxil anuncia que Diana Vaughan se ha convertido al catolicismo; la misma Diana publica sus Memorias de una ex paladista… y todos los católicos del orbe caen de rodillas admirados de la misericordia del Señor. El cardenal-vicario Parocchi escribe a Diana felicitándola de su conversión que el inocente califica de «triunfo magnífico de la Gracia»; monseñor Vicenzo Serdi, secretario apostólico, la felicita también, y lo mismo monseñor Fana, obispo de Grenoble… Y aun la misma Civilta Catolica, el órgano cauto y avisado de los jesuitas en Roma…
Yuste coge nerviosamente un volumen del estante.
—Aquí lo tienes —prosigue—, la misma Civilta Catolica dedica en su segundo número de Septiembre de 1896 un largo y entusiasta estudio a estas patrañas, tomándolas en serio… Mira; veinte páginas… Aquí se califica de terribile explosione las revelaciones de Taxil… Aquí se dice que las de Diana Vaughan son rivelazione formidabili…
El maestro sonríe con ironía infinita. Y después añade:
—¡Qué más! En Trento se reunió un formidable congreso de treinta y seis obispos y cincuenta delegados de otros tantos… y no se habló más que de Diana en ese congreso… ¿Y Taxil? Taxil contemplaba olímpico el espectáculo de estos ingenuos, como Napoleón sus batallas… Y un día, el 19 de Abril de 1897, se dignó anunciar al mundo entero que Diana Vaughan iba a hacer su aparición en París, en la sala de la Sociedad de Geografía… Y cuando llegó el momento, el gran León subió a la tribuna y declaró solemnemente que Diana Vaughan no existía, que Diana Vaughan era él mismo, León Taxil…
Yuste calla un momento y saca su cajita de rapé. Luego:
—Decía Renan que nada da idea más perfecta de lo infinito como la credulidad humana. Es cierto, es cierto… Mira a España: la Revolución de Septiembre es la cosa más estúpida que se ha hecho en muchos años; de ella ha salido toda la frivolidad presente y ella ha sido como un beleño que ha hecho creer al pueblo en la eficacia y en la veracidad de todos los bellos discursos progresistas…
Larga pausa. Instintivamente la mirada del maestro se para en una hilera de volúmenes. Y Yuste exclama:
—¡He aquí por qué odio yo a Campoamor! Campoamor me da la idea de un señor asmático que lee una novela de Galdós y habla bien de la Revolución de Septiembre… Porque Campoamor encarna toda una época, todo el ciclo de la Gloriosa con su estupenda mentira de la Democracia, con sus políticos discurseadores y venales, con sus periodistas vacíos y palabreros, con sus dramaturgos tremebundos, con sus poetas detonantes, con sus pintores teatralescos… Y es, con su vulgarismo, con su total ausencia de arranques generosos y de espasmos de idealidad, un símbolo perdurable de toda una época de trivialidad, de chabacanería en la historia de España.
Tornó a callar. Y como la noche llegara, y con la noche la sedante calma de la sombra, el maestro añadió:
—Después de todo el medio es el hombre. Y ese diputado frívolo y versátil, como todos los diputados, es producto de este ambiente de aplanamiento y de cobardía… Yo veo a diputados, concejales, subsecretarios, gobernadores, ministros, como el entomólogo que contempla una interesante colección… Sólo que esos insectos están clavados en sus correspondientes alfileres. Y estos no están clavados.
En tanto, Azorín piensa en que este buen maestro, a través de sus cóleras, de sus sonrisas y de sus ironías, es un hombre ingenuo y generoso, merecedor a un mismo tiempo —como Alonso Quijano el Bueno— de admiración, de risa y de piedad.