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Este buen maestro —¡habrá que confesarlo!— es en el fondo un burgués redomado. Él es metódico, amigo del orden, lento en sus cosas; se levanta a la misma hora, come a la misma hora, da a la misma hora sus paseos; tiene sus libros puestos en tal orden, sus papeles catalogados en tales cartapacios… Y sufre, sufre de un modo horrible cuando encuentra algo desordenado, cuando le sacan de su pauta. ¡Es un burgués!

Así, esta tarde, que hace un hermoso sol y los árboles ya verdean con los retoños primaverales, hubiera sido una crueldad privarle al maestro de su paseo… Él y Azorín han ido a la Magdalena. Allí, se han sentado bajo la higuera que plantó S. Pascual —indudablemente para que ellos se sentaran debajo— y han contemplado a lo lejos la ciudad ilustre —muy ilustre— y amada[48]

Y como en este ambiente confortador, a la vista de este espléndido panorama, en el sosiego de esta tarde de Primavera, no hay medio de sentirse sanguinario, ni de desear el fin del mundo para diputados y concejales. El buen Yuste ha tenido la magnanimidad de guardarse sus furibundos anatemas, y ha hablado dulcemente de la más amena y nueva —¡siendo tan vieja!— de las fantasías humanas, quiero decir, que ha hablado de metafísica.

—La metafísica —dice el maestro— es eterna, y pasa a través de los siglos con distintos nombres, con distintos disfraces. Hoy se habla mucho de la sociología… ¡La sociología!… ¡Nadie sabe lo que es la sociología! ¿Existe acaso? Hemos conocido la teología, que hablaba de todo, que lo examinaba todo: la guerra, la simonía, la colonización, la magia, el matrimonio, todo… Nullum argumentum, nulla disputatio, nullus locus alienus videatur a theologica professione et instituto, decía el P. Vitoria, gran teólogo[49]. Y más tarde, Montaigne, el gran filósofo: Les sciences qui reglent les moeurs des hommes, comme la Theologie et la Philosophie, elles se meslent de tout. Il n’est action si privée et secrette, qui se desrobbe de leur cognoissance et jurisdiction[50]… Pero los años pasan, pasan los siglos, y la investigadora teología envejece, vegeta en los seminarios, muere. Nace la filosofía, la filosofía de los enciclopedistas y novadores del siglo XVIII, la combatida por Alvarado[51], Ceballos[52] Vélez[53]., ¿Qué es la filosofía? La filosofía habla también de todo: de política, de economía, de arte militar, de literatura… soluciona todos los conflictos, ocurre a todas las contingencias… Y un día la filosofía muere a su vez. ¿Cuándo? Acaso, en España, llega hasta la Revolución de Septiembre; de la Gloriosa acá impera el positivismo. El positivismo… ¿qué es el positivismo? El positivismo lo examina también todo, lo tritura todo. Y cansado de tan prolijo examen, aburrido, hastiado, el positivismo perece también… Le sucede la sociología, que es algo así como un nuevo licor de la Madre Seigel, como unas nuevas píldoras Holloway… ¿Sabe alguien lo que es la sociología?… Proyectos sobre el bienestar social, sobre las relaciones humanas, sobre todos los problemas de la vida… hipótesis, generalidades, conjeturas… ¡metafísica!

Yuste se detiene un momento y golpea en la cajita de plata. El campo está en silencio: hace un tibio y voluptuoso bochorno primaveral. Los pájaros trinan; verdean los árboles; el cielo es de un azul espléndido.

Yuste prosigue:

—Sí, metafísica es la sociología, como el positivismo, como la teología… ¿Por qué metafísica? La metafísica es el andamiaje de la ciencia. Los albañiles montan el andamio y edifican; terminada la construcción, quitan el andamio y queda la casa al descubierto, limpia, sólida… Pues el pensador construye la hipótesis, que es el andamio; la realidad luego confirma la hipótesis; y el pensador entonces desmonta la hipótesis y queda al descubierto, fuerte y brillante, la verdad… Sin el andamio el albañil no puede edificar; sin la hipótesis, es decir, sin la metafísica, el pensador no puede construir la ciencia… Hay andamios que sospecho que no han de ser desmontados nunca: todavía no hemos quitado el de la causa primera. Hay otros provisionales, de primer intento: como esos a los cuales llamamos los milagros… Una hostia profanada mana sangre, un místico ve a través de los cuerpos opacos. ¡Milagro, milagro!, gritamos… Y un día se descubre el hongo rojo de la harina, se descubren los rayos X… y el andamio queda desmontado.

El maestro vuelve a callar y aspira en larga bocanada el aire sano de la campiña.

—¡Ah, lo incognoscible! —exclama luego—. Los sistemas filosóficos nacen, envejecen, son reemplazados por otros. Materialismo, espiritualismo, escepticismo… ¿dónde está la verdad? El hombre juega con las filosofías para distraer la convicción de su ignorancia perdurable. Los niños tienen sus juguetes: los hombres los tienen también. Platón, Aristóteles, Descartes, Spinosa, Hegel. Kant, son los grandes fabricantes de juguetes… La metafísica es, sí, el más inocente y el más útil de todos.”[54]

Torna a callar el amado maestro, absorto en alguna melancólica especulación. A lo lejos se oye, en la serenidad del ambiente, el campaneo de una novena. La torre de la iglesia Vieja destaca en el añil del cielo…

Yuste prosigue:

—Sí, el más útil de todos… Anoche, en una hora de insomnio, imaginé el siguiente cuentecillo… óyelo… Se titula Sobre la utilidad de la metafísica, y dice de este modo:

«Una vez caminaban solos en un vagón dos viajeros. Uno era gordo y con la barba rubia; otro era delgado y con la barba negra. Los dos dejaban traslucir cierta resignación plácida, cierta melancolía filosófica… Y como en España todos los que viajamos somos amigos, estos dos hombres se pusieron a platicar familiarmente.

»—Yo —dijo el gordo acariciándose suavemente la barba— creo que la vida es triste.

»—Yo —dijo el flaco ocultando con la palma de la mano un ligero bostezo— creo que es aburrida.

»—El hombre es un animal monótono —observó el gordo.

»—El hombre es un animal metódico —replicó el flaco.

Llegaron a una estación: uno se tomó una copa de aguardiente, otro una copa de ginebra. Y volvieron a charlar melancólicos y pausados.

»—No conocemos la realidad —dijo el hombre gordo mirándose contritamente el abdomen.

»—No sabemos nada —repuso el hombre flaco contemplándose tristemente las uñas.

»—Nadie conoce el noumenos[55] —dijo el gordo.

»—Efectivamente —contestó un poco humillado el flaco—, yo no conozco el noumenos.

»—Sólo los fenómenos son reales —dijo uno.

»—Sí, sólo los fenómenos son reales —repitió el otro.

»—Sólo vivimos por los fenómenos —volvió a decir uno.

»—Sí, sólo vivimos por los fenómenos —volvió a repetir con profunda convicción el otro.

»Y callaron en un silencio largo y triste…

»Y como llegaran al término de su viaje, se despidieron gravemente, convencidos de que no conocían el noumenos y de que sólo los fenómenos eran reales.

»Uno era un filósofo kantiano: otro un empresario de barracas de feria.»

Cae la tarde. Y al levantarse para regresar al pueblo el maestro ha observado que aquí, en estas lomas de la Magdalena, vivieron centenares de siglos antes unos buenos hombres que se llamaron los celtas, y muchos siglos después otros buenos hombres que se decían hijos de S. Francisco, y que precisamente en estos parajes unos y otros pasearon su Fe ingenua y creadora, mientras ellos, hombres modernos, hombres degenerados, paseaban sus ironías infecundas…