Capítulo 8

El dinero es el aceite del sistema

En este capítulo…

La importancia de los créditos que conceden las entidades financieras

Todo depende de los créditos

Repercusiones internacionales de la teoría del engrase

El papel que desempeñan los bancos

Al lado del Estado hay otro gran protagonista en esa gran obra de teatro que es la macroeconomía; me refiero a las entidades financieras. Lo que te decía en el capítulo 7 acerca de que una política económica equivocada es capaz de llevar al desastre a un país puede aplicarse también a estos nuevos actores. Si quieres una prueba sólo tienes que ver lo que unos cuantos especuladores, banqueros y financieros desaprensivos han provocado con esta crisis que ahora nos toca capear. Es igual si lo han hecho por ignorancia o por codicia, porque su comportamiento y sus acciones son absolutamente injustificables. Eso sí, luego, en vez de pedir perdón y desaparecer con la cabeza gacha en un rincón lo más escondido posible, se van a casa tan ufanos y con indemnizaciones y planes de pensiones millonarios.

Pero de la catadura moral de esa gente no es de lo que quiero hablarte en este capítulo. Tiempo habrá para ello, ya que este tema ha sido estrella en unos cuantos desayunos con mi vecino de San Quirico. No, este capítulo me gustaría dedicarlo simplemente a explicar el funcionamiento de esas entidades financieras que, si funcionasen como debieran, serían el engrase necesario para que todo el engranaje económico tirara para adelante.

No creas que me olvido de los mercados, de los cuales ya te hablé en los capítulos introductorios. Los tengo presentes, pero de ellos me ocuparé cuando abordemos la microeconomía, porque son algo que se entiende mejor si se relaciona directamente con la empresa. Por lo tanto, no te impacientes; todo llegará.

La teoría del engrase

Voy a explicarte la teoría del engrase. Pero antes, al césar lo que es del césar: he de reconocer aquí la trascendental aportación de mi amigo de San Quirico, pues fue él quien primero apuntó una idea, a la que luego dimos muchas y muchas vueltas (la cantidad de servilletas que llegamos a escribir así lo atestigua), pero el mérito principal es suyo. Así que, si algún día me dan el Premio Nobel de Economía por este asunto, será de justicia que lo comparta con él. ¡Igual incluso nos hacen un monumento en San Quirico! O ponen una placa en nuestro bar, con una inscripción que diga: «En este lugar nuestros ilustres vecinos de San Quirico alumbraron la teoría del engrase, que tanto ha contribuido al desarrollo de la humanidad».

Por soñar que no quede, aunque eso sí, para entonces ya le habremos cambiado el nombre a la teoría, que tal como es ahora, queda más pringoso que serio. Lo mejor será ponerle un nombre en inglés, que siempre da más el pego cuando se trata de economía. Aunque en esto también tendré que discutir con mi amigo, ya que la primera vez que le sugerí algo al respecto me espetó: «¡Claro que tú, con lo de la crisis ninja, tampoco discurriste mucho y hay que ver la fama que te ha dado!». Como siempre, tendrá razón. Pero ya estoy yéndome peligrosamente por las ramas.

Todo está financiado

La verdad es que cuando mi amigo me dijo que tenía una nueva teoría, yo me lo tomé con calma. Uno ya ha vivido mucho, ha oído bastantes teorías y, como muchas de ellas eran una auténtica besugada, ha perdido un poco la fe en el prójimo, lo cual ya sé que es poco cristiano, pero qué le vamos a hacer. Sin embargo, aquí creo que me equivoqué, como espero poder demostrarte pronto.

La esencia de la teoría del engrase no es otra que esta: todo está engrasado por el sistema financiero; así de sencillo. Aquí «engrasado» significa «financiado», es decir, que un banco o caja de ahorros ha prestado a alguien unos dinerillos que tendrá que devolver en unos cuantos años añadiendo unos cuantos intereses.

Vamos a ver algunos ejemplos bien cercanos (al menos a mi casa), que en realidad son uno solo de tan relacionados que están:

  1. Cuando voy a cenar con mi mujer al restaurante de siempre y me sirven muy bien, y veo la cocina, que es una maravilla, resulta que esa cocina está financiada por la caja de ahorros de San Quirico. O sea, que si esta entidad no le presta el dinero, el dueño del local no cambia la cocina y si no cambia la cocina, yo seguramente no iré a cenar allí porque el efecto y, a lo mejor, los resultados no serán tan sabrosos.
  2. Cuando voy a cenar allí, como está a 20 kilómetros de mi casa, me desplazo en mi coche, que pagué a plazos porque otra entidad financiera me prestó el dinero, que, gracias a Dios, pude devolver en unos cuantos años, pagando los intereses correspondientes.
  3. Además, pongo gasolina en la gasolinera de siempre, que es de un señor que también se pasó por la caja de ahorros de San Quirico para instalarla.
  4. La gasolina que me ponen, que es de una marca determinada, la ha suministrado una petrolera gorda que debe de tener préstamos hasta la coronilla. Préstamos en los que, por supuesto, no ha intervenido la caja de ahorros de San Quirico, porque, si interviene, se le atraganta el préstamo y hace primero suspensión de pagos, luego quiebra y, después, quiebra fraudulenta, y van a la cárcel todos los iluminados que hayan participado en esa operación.
  5. Cuando por la mañana recibo el periódico La Vanguardia en casa, es también gracias a que alguien lo ha confeccionado. Eso ha sido posible porque otra caja de ahorros (a la de San Quirico se le habían quitado las ganas de hacer locuras después de la aventura con la petrolera) le dejó euros para que pagase al diseñador del nuevo formato y cambiase la maquinaria.
  6. Es muy posible también que quien me trae La Vanguardia a casa lo haga utilizando una furgoneta financiada por alguna otra entidad financiera.

Como puedes ver, todo es de sentido común, aunque no reparemos normalmente en ello; en que todo lo que nos rodea funciona porque hay dinero circulando en forma de créditos (poca gente tiene tanto dinero como para poder montar un negocio, comprar una casa o un coche sin pedir ni que sea una parte prestada). Ese dinero es como el aceite que engrasa y permite que funcione toda la maquinaria económica.

>

El caso de mi «amigo» el engrasador

Hasta que mi amigo me habló de ello, la verdad es que nunca se me había pasado por la cabeza pensar en las entidades financieras como «engrasadoras». Es más, el concepto de «engrasador» nunca me había gustado, y menos desde que conocí a Isidro en una fábrica textil en la que hice prácticas en verano, hace ya unos cuantos años.

Isidro era un hombre de unos cincuenta años, delgado y muy simpático. Lo llamaban el engrasador porque se ocupaba del mantenimiento de la maquinaria. Debía de ser un mantenimiento de lo más rudimentario, pues siempre lo recuerdo con una aceitera colgada del cinturón y un martillo en la mano. Nos hicimos muy amigos. Un día, mientras nos comíamos el bocadillo de tortilla a media mañana (como puedes ver, a mí esto de los desayunos se me ha dado siempre muy bien), me explicó cuál era su horario: entraba todos los días a las cuatro de la mañana. A mí aquello me maravilló. Lo del bocadillo era a las diez, de modo que yo, inocente de mí, pensaba que a esas horas Isidro llevaba ya seis trabajando. Pero Isidro no tardó en desengañarme: sí, fichaba a las cuatro, pero de inmediato se iba a un colchón que tenía en un rincón del almacén donde no entraba nunca nadie. Allí dormía como un lirón (que debe de ser un animal bien perezoso) hasta las ocho, momento en que tomaba la aceitera y el martillo y empezaba a pasear por la fábrica, haciendo algo aquí y algo allí hasta la hora del almuerzo, a las diez. Luego seguía hasta el mediodía y se iba a casa.

Nunca he olvidado a Isidro el Engrasador. Por eso, cuando mi amigo empezó a hablarme de su teoría mi primera reacción fue de rechazo; hasta que comprendí qué quería decir.

Bien, ahora, con la crisis económica que nos ha caído encima, la verdad es que esto no se da tanto, porque precisamente una de las consecuencias de esa crisis es que la fuente del crédito se ha secado:

punteo.png Porque las entidades financieras no tienen dinero para prestar.

punteo.png Porque las entidades financieras, después de todo lo que ha pasado, no se atreven a prestar a nadie bajo ningún concepto.

Así nos luce el pelo. Porque si algo falla en las entidades financieras, nos falla a muchos de rebote.

El engrase a alturas macroeconómicas

Los ejemplos que te he puesto más arriba son muy caseros y podría habértelos contado en los próximos capítulos de microeconomía. Pero el funcionamiento es el mismo si remontamos un poquito más el vuelo. Te lo explico con otros ejemplos para que lo veas más claro:

Pensemos, por ejemplo, en Estados Unidos. Según he leído en el periódico quiere convencer a China para que aprecie el yuan, su moneda nacional. No le digo a mi amigo que también se llama renminbi, porque me dirá que ese nombre no es serio y entonces mis argumentos perderán fuerza.

China responde que sí, de acuerdo, pero que lo hará poco a poco. ¿Y por qué? Pues porque resulta que Estados Unidos le compra muchas cosas a China. Las compra porque son majas, porque los chinos hacen las cosas bien, porque el servicio es bueno y porque el yuan está bajo. O sea, que por 1 dólar te dan muchos yuanes, y cuando los chinos aparecen diciendo que esto tan bonito vale tantos yuanes, el americano que se lo compra traduce a dólares y piensa «qué baratos son estos chinos». Eso al chino le gusta.

Al que no le gusta tanto es al americano que fabrica lo mismo que el chino y que intenta vender en dólares. Como no puede vender en su casa, porque el chino se le ha colado, se dice: «Pues nada, fastidiaré al chino vendiendo en China». Pero allí tampoco vende, porque quiere vender en dólares y el chino, para comprar en dólares, tiene que poner muchos yuanes y no le sale a cuenta.

Hay que leer y entender lo que se firma

Ya que estoy soltándote un buen rollo sobre las entidades financieras no puedo resistirme a contarte lo que me pasó hace un tiempo. Como bien sabes, tengo una cuenta corriente en la caja de ahorros de San Quirico, de la que un día me enteré que mi mujer no era titular y que sólo estaba «autorizada». Me pareció muy mal que así fuera y como quise que ambos fuéramos titulares, me fui a hablar con el director. Me dijo que se trataba de un tema muy difícil, por razones fiscales; no sé cuáles, pero en cuanto te nombran el fisco, te convencen de inmediato.

Por lo tanto, pensé que lo más práctico era cancelar la cuenta y abrir otra, tal como yo quería. Así se hizo. El director de la sucursal conectó la impresora, que empezó a escupir papel, tanto que pensé que se había estropeado y que no se pararía hasta que se acabasen las hojas. Pues no señor, aquello era el contrato: ¡doce páginas!

En contra de lo que aconsejo siempre a todo el mundo, firmé sin leer. Conozco al director desde hace tiempo y sé que es una buena persona y que no va a estafarme (conscientemente). Pero así no se hacen las cosas, porque si mañana me dijeran que le había donado graciosamente mi casa de San Quirico al presidente de la caja, no podría quejarme.

Hay que leer y entender lo que se firma

En definitiva, Estados Unidos le compra mucho a China y le vende poco. Importa mucho de China y exporta poco a China. Lo que traducido significa que gasta mucho dinero en China y trae poco dinero de China. Esa diferencia entre exportaciones e importaciones es lo que se llama balanza comercial. Si las exportaciones son mayores que las importaciones, como es el caso de China, esa balanza comercial es positiva, o sea, tiene superávit; y si es al revés, la balanza es negativa y hay déficit.

¿Qué pasa cuando hay déficit?

Cuando se saca del bolsillo más de lo que se ingresa en ese mismo bolsillo, la solución es muy simple: o acudir a los ahorros o pedir prestado.

En el caso de Estados Unidos, ¿sabes quién está dispuesto a prestarle dinero? Sí, sí, quien estás pensando: ¡China!, que gracias a que el yuan está un pelín escuchimizado les vende mucho, les compra poco y encima, les presta dinero para que le compren más. En mi tierra, y creo que en cualquier otro sitio, a eso se le llama hacer un negocio redondo.

Aunque si piensas que «menudos pringados esos americanos», vete con cuidado, porque aquí en Europa, y particularmente en España, tampoco podemos decir que la situación sea miel sobre hojuelas. China también nos presta sus yuanes y nos vende un montón de cosas.

Por lo tanto, ya ves lo que es esto de la economía, que en un pispás nos vamos de la cocina del restaurante a las relaciones comerciales entre China y Estados Unidos. Porque, aunque distingamos entre macroeconomía y microeconomía, todo es lo mismo. Y si el engrase del que depende todo se estropea, como ha pasado ahora, pues apañados vamos: se para el mundo; lo que me recuerda aquello que dijo no sé quién hace tiempo: «¡Qué paren el mundo, que me bajo!». En realidad ya puedes bajarte, porque se ha parado de verdad.

Vamos a hablar de los banqueros

Es el turno de hablar de las entidades financieras. Por ahí a lo mejor oyes que les tengo manía y que tengo una visión reduccionista de ellas. Y hago aquí un inciso: la primera vez que oí eso del reduccionismo se lo agradecí muchísimo a mi amigo Alberto, que es quien me lo soltó, porque supongo que lo que quería decir es que soy un poco simplón, pero como utilizó su amabilidad de siempre, todos contentos.

La verdad es que a los bancos y cajas de ahorro no les tengo manía; sólo la justa. Por otro lado, comprendo a los banqueros. Son gente que trabaja con materia prima, como cualquier otro hijo de vecino. También mi amigo compra cosas para la construcción y luego las vende. Si lo hace bien, gana unos euros de manera honrada que le sirven para que sus empleados vivan, él viva y a final de año pueda dar a todos una paga extraordinaria.

La materia prima de los financieros es el dinero y con ella han de hacer como todo el mundo que tiene un trabajo: acumular mucha de esa materia prima y sacarle el máximo partido posible. Ambas cosas están bien, a no ser que hagan tonterías o bellaquerías. Las mismas tonterías o bellaquerías de las que te hablaré en el capítulo 14, porque, aunque tengo amigos que trabajan en entidades financieras —y no se trata de perder amigos con lo escasos que van hoy—, no me duelen prendas en reafirmarme en mi idea de que casi todas las entidades financieras del mundo tienen la culpa de lo que ha pasado.

Sí, los bancos hacen falta

Dicho esto, también hay que decir que sí, que los bancos hacen falta. Como has podido ver a través de la teoría del engrase, son el vehículo a través del cual el dinero que ingresamos en ellos llega a más gente. Gente que, gracias a eso, podrá pedir créditos con los que abrir o ampliar más negocios. O remozar el cuarto de baño en la propia casa, para lo cual también hará falta contratar a un albañil y comprar unos materiales que vende alguna empresa. Con esos movimientos se crean la riqueza y la prosperidad de un país, pues el dinero va de un sitio a otro y comprando y haciendo negocios va también a las arcas del Estado, que luego puede invertir en muchas cosas útiles, como la sanidad, las pensiones para los mayores, la ayuda a los desempleados o la educación.

Todo eso, mal que nos pese, es gracias a las entidades financieras, esas que hace unos años eran lo más guay del territorio nacional y hoy son los bichos más despreciables a los que nadie quiere saludar. Pues ni tanto ni tan calvo.