Capítulo 22

Diez cosas que puedes descubrir en una crisis

En este capítulo…

El valor de discurrir por ti mismo sin dejarte llevar por otros juicios

El único indicador válido de la crisis es el índice de paro

El poder que tienen todas las personas

La virtud de una gestión conservadora frente a otra progresista

Aunque parezca mentira, de una crisis como la que ahora nos sacude también se pueden extraer enseñanzas positivas y provechosas. Porque de todo se aprende siempre algo. Incluso de lo malo. Es más, te diría que sobre todo de lo malo, porque es entonces cuando tenemos que cambiar nuestra mentalidad y aprovechar lo bueno, poco o mucho, que haya. De ahí que lo del optimismo de que te hablaba en el primer punto del capítulo 21 sea básico.

Esta crisis, pues, no es una excepción y hay muchas cosas de ella que podemos extraer para que nos sirvan de experiencia en el futuro. Voy a enseñarte unas cuantas.

No hacer caso de economistas y gurús

Dirás que esto es tirar piedras contra mi propio tejado, porque de un tiempo a esta parte son bastantes los que, llevados por su buena fe, me consideran un gurú de la economía. Ojo, no un economista, porque ya sabes que no lo soy. Mi contacto con la carrera de Económicas fue más que fugaz y siempre digo que no sé nada de tal disciplina, que me limito a leer, entender y, hecho eso, copiar y pegar.

Pero yo no soy el único gurú de economía. Hay otros y hay también muchos economistas profesionales. Gente que, a veces con la mejor de las intenciones, nos sacude de lo lindo con expresiones y términos que el común de los mortales desconoce y no tiene por qué saber. Expresiones y términos que tampoco son conocidos siempre por quien los profiere, y eso cuando significan algo, que también puede pasar que sean pura palabrería. Eso por no hablar de los gráficos, que ya acaban de rematar cualquier posibilidad de comprensión. Yo, al menos, en cuanto veo que en un artículo hay gráficos me los salto porque no los entiendo.

Por lo tanto, eso es lo primero que debemos aprender de esta crisis: no hay que hacer caso de los economistas y gurús, pues saben tanto o menos que nosotros. Si supieran, no nos habríamos metido tan fácilmente en esta historia. O, al menos, nos habrían sacado de ella en menos que canta un gallo.

Lo importante es discurrir y no dejarse llevar

Si has ido leyendo este libro, te habrá quedado clara la importancia que concedo al discurrir. Es un ejercicio que debemos hacer todos, tú y yo. Es la base misma de mi método, leer, copiar y pegar, pero no sin antes haber discurrido, pensado o reflexionado sobre lo que he leído.

A mí me gusta discurrir escribiendo. Por ejemplo, los desayunos con mi amigo de San Quirico no son, en el fondo, más que excusas para discurrir. En mi caso particular me gusta hacerlo escribiendo sobre las servilletas de papel. Ahí apunto las ideas que van surgiendo, muchas de ellas auténticas besugadas, alguna que otra brillante (aunque luego resulte que otro la había ideado antes). Hecho eso, pienso sobre ellas, sobre lo que me dicen. Porque cada idea trae consigo no sólo respuestas, sino también más preguntas. Eso es para mí discurrir: reflexionar y entender. Es un trabajo, sin duda, pero provechoso porque hace que antes de creernos algo lo cuestionemos y saquemos nuestras propias conclusiones.

Eso sí, discurrir por uno mismo no es lo mismo que pensar que soy el más listo del mundo y que, fuera de mí, todo es un desierto y un pedregal. No. Hay millones de personas que discurren, que ven las cosas de un modo distinto al nuestro. Y, como decía un amigo mío, hay que escucharlas porque podría darse el caso de que dijeran algo inteligente. Si les prestas atención, resulta que igual dicen muchísimas cosas inteligentes; hasta puede ocurrir que sean de un partido político distinto al nuestro.

El paro, un dato que hay que tener muy en cuenta

Los únicos datos válidos para saber si la crisis económica mejora o empeora son los de la encuesta de población activa (EPA) en la que se ve la cifra real de desempleados. Es el dato clave, por la sencilla razón de que una sociedad próspera genera trabajo y tiende hacia lo que los economistas llaman el pleno empleo. Que, como te explicaba en el capítulo 6, no significa que absolutamente todas las personas estén trabajando, sino que todo aquel que quiere se coloca fácilmente. Por el contrario, si la tasa de parados se incrementa, entonces debemos preocuparnos, porque la economía no sólo no crece, sino que puede estar en recesión, ir para atrás. La gente no gasta, no invierte, compra lo mínimo imprescindible, y así muchas empresas, al vender menos, acumulan excedentes a los que no pueden dar salida y se ven obligadas a recortar gastos. O, lo que es lo mismo, a despedir a trabajadores.

Por lo tanto, que no te vengan con milongas diciéndote que hay brotes verdes y que la economía empieza a mostrar signos evidentes de recuperación. Si luego miras los datos del Instituto Nacional de Empleo, y más en concreto la EPA, y ves que esa lista crece o sigue igual de preocupantemente alta, entonces desconfía, no te creas nada. Sabrás de inmediato que la economía empieza a recuperarse en cuanto la lista de parados empiece a reducirse de forma convincente y sostenida.

Lo que es bueno para la familia es bueno para el país

Si comparas cualquier colectivo —país, sector, mercado, empresa— con una familia, podrás ver las cosas con más claridad. De ese modo descubrirás que, por lo general, lo que no es bueno para la familia no lo es para un país, sector, mercado, empresa…

Por eso a mí me gusta explicar temas como los presupuestos generales del Estado poniendo como ejemplo lo que pasa en una familia que lleva al día sus cuentas, que se preocupa por saber qué ingresa y qué previsión de gastos tiene. De este modo se advierte que lo que funciona para la microeconomía, la que atañe a nuestro propio bolsillo, funciona también para la macroeconomía. En nuestro caso decimos: «Este año van a entrar en casa tantos euros. Como el año pasado entraron tantos otros, si le resto los tantos previstos de los tantos del año pasado, me sale que voy a cobrar más. Si divido esa cantidad por lo que cobré el año pasado y lo multiplico por 100, diré que el año que viene voy a cobrar, por ejemplo, el 3% más que el año pasado». Otro tanto hará el ministro, sólo que él lo dirá de una forma más alambicada y con cara seria, rezando porque de verdad se dé ese 3% de más y añadiendo que «los presupuestos se convierten en el resultado final de una estrategia de acción colectiva, definida en función de las relaciones entre las diversas fuerzas políticas y sociales del país».

Pero con palabras más o menos raras, la verdad es esa. Si nosotros en casa somos responsables con nuestra economía y no nos lanzamos a endeudarnos como locos para viajar a Hawái y presumir luego ante los vecinos de lo buenas que son las playas allí mientras les enseñamos nuestro último Ferrari, pues todo irá bien. Lo mismo ocurre en el ámbito estatal con el ministro: imprevistos habrá siempre, pero si hemos llevado las cuentas con tino, al menos habremos ganado algo.

El poder de cada persona es mayor de lo imaginable

Para mí las personas son lo primero. Si has leído este libro, habrás visto cómo los economistas, siguiendo a Adam Smith, hablan de una mano invisible que rige los mercados. Pues bien, yo no creo en eso. Yo creo en las personas, que pueden ser honradas o trapaceras, responsables o dinamiteras locas. Pero todas son personas, hombres y mujeres que trabajan para salir adelante.

A mí me gusta hablar de personas. Usando esta palabra en concreto, más que «gente», que siempre me ha dado la sensación de algo amorfo, una masa sin cabeza. Aunque, en todo caso, mejor «gente» que «unidad de producción». Porque esta última incluso me parece una falta de respeto hacia la persona.

Pues bien, a lo largo de estas páginas te he dicho varias veces que de esta crisis sólo nos sacarán las empresas. No los gobiernos, sino las empresas. Las empresas son personas. Grupos más o menos grandes de personas (hay empresas que son unipersonales, pero no por ello menos importantes) unidas por un mismo fin, que es el de trabajar y hacer todo lo posible para, con su esfuerzo, dejar atrás este mal sueño de la crisis. Crisis que, por supuesto, también ha sido causada por personas. Unos individuos a los que me gustaría decirles: «Mira, tú eres muy buena persona, te quiero mucho, te respeto mucho, pero lo que has hecho, tu comportamiento, no es ético. No es ético, porque no casa con lo que nos dice la ética, que es eso que los hombres llevamos dentro y que nos hace distinguir lo bueno de lo malo». (Esta última definición de «ética» es mía, no de la Real Academia Española).

No obstante, yo cada vez creo más en las personas y menos en los entes y organismos, tras los cuales no sabes quién se esconde. De ahí que frente a la pregunta que todos nos hacemos acerca de cuánto durará esto, me entusiasme la respuesta que dan algunos: «No lo sé, pero mientras dura, yo a trabajar y a ver si salgo adelante». Para mí una respuesta así es magnífica, porque es un ejemplo de confianza. Quienes hablan así, además de decir, harán y acabarán saliendo adelante.

La conclusión está clara: como personas, todos debemos convencernos de nuestro poder. Todos contamos y todos podemos hacer que las cosas cambien con nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. No debemos esperar a que venga papá Estado a solucionarlo todo. Debemos ser nosotros los que tomemos la iniciativa. Si luego el gobierno acaba echando una mano, mejor que mejor. Pero si nos quedamos esperando a que llegue esa mano, acabaremos ahogándonos.

No hay que ser pesimista, pero sí realista

Se dice por ahí que «un pesimista es un optimista bien informado». Permíteme que lo dude. El pesimismo nunca ha llevado a ningún sitio. Todo lo más, a encerrarse en casa, tomar una botella en la que ahogar las penas y esperar a que, por algún milagro, la tormenta pase.

No, siendo pesimistas no se llega a ninguna parte. Es un estado de ánimo que, por definición, no tiene salida alguna porque, ¿para qué vamos a intentar cambiar algo si es imposible hacer nada? Ahora bien, ¿quién dice que es imposible? Lo más seguro es que sea difícil, pero por eso mismo no debemos dejar de intentarlo.

Un pesimista está abocado al fracaso o, peor, a la inacción, a no hacer nada. Nosotros debemos actuar. Somos los protagonistas de esta función que se llama vida y de la cual la economía es uno de los telones de fondo; por eso debemos actuar. Es posible que fracasemos, pero de ello aprenderemos y tomaremos nuevas fuerzas para lanzarnos de nuevo al ruedo. Todo gracias al optimismo, a confiar en nuestras posibilidades como personas y poner todo de nuestra parte para demostrar al mundo que no somos meras comparsas que están ahí para hacer bulto.

De todo se sale siempre

No hay mal que cien años dure. Pero ¡si hasta la guerra de los Cien Años terminó! Esta crisis no es una excepción. Algún día acabará y saldremos reforzados de ella, más fuertes y con alguna que otra lección bien aprendida.

Aunque dura, esta crisis tampoco ha sido la primera; ni será la última. Posiblemente sí sea una de las más virulentas de la historia, más incluso que el famoso crac del año 1929, que hundió la bolsa y la economía estadounidenses. La diferencia principal es que el mundo ha cambiado. Hoy vivimos en la aldea global, en un mundo en el que todo está relacionado e interconectado. No sólo en cuanto a comunicaciones, sino también en lo que se refiere a relaciones económicas. Cualquier banco o caja de ahorros, como la de San Quirico, por poner un ejemplo bien cercano, tiene intereses o inversiones en cualquier rincón del mundo. Así, si cualquier país estornuda, todos lo notan. Eso es lo que ha pasado en este caso; que Estados Unidos se infectó del virus de la crisis ninja y propagó la epidemia al resto del planeta, sobre todo a una familia europea que todavía hoy guarda cama y con algunos miembros directamente en la UVI.

Pero saldremos de esta. Saldremos más fuertes y convertidos en mejores personas. Lo que no quiere decir que desaparezcan los sinvergüenzas. Quizá haya unos pocos menos. Pero, en general, esto va a ser bueno. «En general» quiere decir para la gente normal, la que se da cuenta de que lo de «todo vale» no es verdad y que la ausencia de escrúpulos nos ha llevado a esta situación y que no podemos educar a nuestros hijos en ella, porque van a ser unos desgraciados; quizá con mucho dinero, pero desgraciados. Yo conozco a más de uno que tiene aspecto de muy triunfador y me da pena porque, como dice un amigo mío, «es tan pobre que sólo tiene dinero».

La probable virtud de una gestión conservadora

Aquí a lo mejor me meto en camisa de once varas, porque cuando aparece el tema de los colores políticos todos nos volvemos muy susceptibles. Yo mismo, cuando alguien saca el tema a colación, me niego a participar en el juego, porque soy de los que piensan que las personas tienen las ideas relativamente claras y que esas ideas desbordan las etiquetas que muchos (periodistas, políticos y tertulianos) pretenden colgarnos. Unas etiquetas que a fin de cuentas lo único que hacen es dar una visión reduccionista. Es reducir mi riqueza mental, y la de los demás, decir algo tan sencillo como «eres liberal» o «eres socialista».

Aun así, yo soy de la opinión de que, probablemente, una gestión calificada como conservadora será más efectiva que una gestión considerada progresista.

Me explico. Para mí, una gestión conservadora puede ser más eficaz porque por definición irá a lo seguro, no hará cosas disparatadas que pueden salir muy bien, pero también llevar a la ruina a un país. En cambio, una progresista es fácil que se pierda en políticas que lucen mucho en los titulares de la prensa pero que, en realidad, son poco más que distracciones, cosas que afectan a un sector muy pequeño de la sociedad. Obrando así puede pasar que se gasten energía, medios y recursos que habría que haber dedicado a lo que verdaderamente importa.

Porque yo también tengo claro que el Estado debe ocuparse de cosas que nos afectan a todos y que están representadas por los ministerios de Interior, Asuntos Exteriores, Defensa y Economía. Otras cosas, como la ayuda a los menos favorecidos, deben recaer en nosotros mismos como personas responsables y solidarias, no en el gobierno. Porque los gobiernos hay cosas que ni pueden ni deben hacer. Me parece que eso lo tienen más claro los gestores conservadores que los progresistas.

Dicho esto, también te explicaré que una vez un amigo sindicalista al que aprecio mucho me preguntó si era de izquierdas o de derechas. Sin dudarlo un instante, respondí que de derechas. Entonces él quiso saber mi opinión sobre diversos temas. Para su sorpresa, y la mía, cuando le contesté, me espetó: «Pero ¡si tú eres de izquierdas!».

Con eso quiero decir que hay personas que antes eran de derechas y otras que eran de izquierdas y que, en algunos temas, ahora piensan lo mismo. Hay gente que llama a esto transversalidad, pero, lo llamemos como lo llamemos, es un hecho que ha cambiado bastante esta historia de las ideologías puras y duras, en las que todo es blanco o negro, bueno o malo.

Los gobiernos no crean empleo

Es así, los gobiernos no crean empleo. Sólo las empresas pueden crearlo. Por eso lo que debe hacer el gobierno, sea del color que sea, es favorecer en todo lo posible que las empresas puedan llevar a cabo esa labor. No debemos olvidar que la encuesta de población activa es la que de verdad nos indicará que estamos en el buen camino de superar esta crisis, o todo lo contrario, seguimos hundiéndonos en un pozo que se traduce en una tasa de desempleo atroz.

Yo siempre digo que de esta nos sacarán las empresas, no los gobiernos. Estos lo que deben hacer es no poner palos a las ruedas. Si de verdad quieren ayudar, deben redactar una reforma laboral que funcione, no un simple papel que luego se revele como algo insustancial que nadie se toma en serio pero que a la hora de dar titulares queda muy bien.

Si se hace una reforma laboral que no ayude a los empresarios a crear empleo, sólo habrá servido para que durante unos años unos cuantos señores hayan salido en los periódicos diciendo que ahora se quieren, ahora no se quieren, y así sucesivamente. Las empresas, mientras tanto, sin créditos, con miedo a invertir y con la firme decisión de no crear empleo. Traducción de todo eso: que el número de personas desempleadas crece, a no ser que se maquillen mucho los datos.

Que no me vengan con cortinas de humo del tipo de que la reforma laboral significa abaratar el despido. Cuando todo está ya lleno de humo, aparece un señor que grita que no nos moverán, que los obreros, que los patronos, que el capital y que el proletariado. Una vez dicho esto, se va a su casa, se toma un vino y se acuesta con la conciencia tranquila. Pero con eso no habrá solucionado nada de nada.

La economía sumergida tiene su qué

Este es un punto que me ha valido numerosas reprimendas. La verdad es que yo soy el primero que reconoce que la economía sumergida no es buena. Ahora bien, hay que reconocer también que existe en abundancia y que es buena para la paz social.

Por lo tanto, y en períodos de crisis como el que vivimos, me gustaría que dejara de demonizarse a la economía sumergida, porque lo importante es que la gente trabaje de la forma que sea. De ese modo dejarían de hacer cola ante las oficinas del INEM, la economía empezaría a animarse y empezarían a crearse puestos de trabajo. Lo ideal entonces sería que esa persona emprendedora dejara de cobrar en dinero negro y diera el paso de hacer visible y legal el negocio que se ha montado, pagando los impuestos que le tocan y haciendo que sus trabajadores coticen en la Seguridad Social, como debe ser. Pero eso lo dejaremos para cuando la crisis sea sólo un recuerdo. Mientras tanto, lo importante es trabajar y dar trabajo.