Diez ideas para afrontar una crisis
En este capítulo…
La importancia de encarar la crisis con optimismo
Apostar por un comportamiento prudente y discreto
El valor de saber gastar con tino según tus posibilidades
Una lanza a favor de la decencia
Si has llegado hasta aquí en la lectura de este libro, te habrás dado cuenta de que no hay recetas mágicas para afrontar una crisis económica. Los políticos te dirán que sí hay una, que es crear empleo, pero para eso no hace falta estrujarse demasiado las meninges. Es de puro sentido común. Ahora bien, cómo crear ese empleo tan necesario es más problemático, como demuestra el que las tasas de desempleo en España sean cada vez más preocupantes.
Pero si nos ponemos pesimistas no vamos a llegar a ningún lado. Por ello, y aunque no sean mágicos, sí te doy a continuación diez consejos que deseo te permitan encarar la crisis con un talante optimista y con energía. Espero que te sirvan.
Lo primero de todo es ser optimistas, aunque para ello sea necesario redefinir lo que es el optimismo. Aunque reconozco que cuando, en la situación actual, se saca este tema se corre el riesgo de que la gente te diga: «Podías callarte y cambiar de canción». Mi amigo de San Quirico no es una excepción. Como hay días en que lo veo un tanto alicaído, le suelto lo del optimismo y siempre me responde que vamos apañados, que con la que está cayendo es imposible ser y comportarse así, y que los que piensan y se comportan así en realidad o son unos iluminados o unos ingenuos. Yo la verdad es que no me veo ni lo uno y lo otro, pero sí optimista, radical y entusiastamente optimista. Es ese estado de ánimo lo que me hace luchar con uñas y dientes para salir de una situación concreta que reconozco que no es para tirar cohetes. No sé tú, pero yo soy de los que piensan que luchar es diferente que no asumir la realidad.
Hay que mirar adelante. Sólo así evitaremos esos pensamientos tan negros del tipo: «Esto no lo arregla nadie, y hay que esperar a que lo económico se enderece algún día porque sí. Nadie sabrá por qué, pero todos se apuntarán el tanto. Unos dirán que ya lo sabían y otros que también. Todos dirán que se ha salido gracias a ellos y acabaremos haciéndoles varios homenajes; organizados por ellos mismos, por supuesto, con gran asistencia de crítica y público».
Mi amigo es así, y también piensa que no aprenderemos nada de esta mala época. Argumenta que en cuanto los bancos paguen esas deudas de unos cuantos euros que tienen y se animen a dar crédito, desempolvaremos las tarjetas y ¡hala! a sacarles chispas otra vez; a comprar productos financieros extraños y toda clase de chismes que no sirven para nada, pero que nos hacen quedar muy bien delante de nuestros amigos. Pues bien, yo estoy radicalmente en contra de esta postura. Es más, soy de los que creen que las crisis son aún más graves cuando las gestionan los pesimistas, aquellos que dicen que no hay nada que hacer y que sólo se puede esperar.
Por lo tanto, toca ser optimistas. En todos los momentos de nuestra vida, no sólo cuando la fortuna nos sonríe. Al contrario, hay que serlo sobre todo cuando las cosas se tuercen. Obrar así nos servirá, como mínimo, para redescubrir valores de fondo. Estoy seguro de que, cuando ves a alguien que los tiene, dices que te gustaría parecerte a él cuando seas mayor.
En todos los órdenes de la vida es bueno ser prudente, esto es, no pasarse ni quedarse corto; callar cuando toca; escuchar siempre; tomar notas; pedir alguna que otra aclaración y enterarse de lo que pasa. En otras palabras, ser prudente es el arte de conocer y medir las consecuencias de las acciones y, una vez evaluadas, decidir hacerlas o no atemperando muchas cosas. Obrar con prudencia es, por consiguiente, todo lo contrario de hacer ruido.
Lo cierto es que, por su discreción, esta virtud no es ni mucho menos fácil, pero es básica porque nos hace tener los pies en el suelo. O sea, todo lo contrario de lo que han hecho muchos financieros y banqueros, que en los orígenes de esta crisis se volvieron locos o se dejaron llevar por una actitud frívola y absurda que se tradujo en la compra de fondos ruinosos y paquetes de hipotecas que en realidad eran porquería pura y dura. Ahora, visto el estropicio que han armado, la prudencia ha vuelto a ellos y todos piden contritos ayudas a los gobiernos para arreglar el desaguisado. Pero no vale: la prudencia es algo que debe darse siempre, no sólo cuando las cosas van mal. Es más, si obráramos siempre con prudencia seguramente conseguiríamos que esas cosas no fueran mal, lo que se dice mal, nunca.
En el ámbito de los que nos gobiernan, esa prudencia puede expresarse diciendo que el año que viene creceremos un modesto 1%. También calculando unos presupuestos generales del Estado contenidos, que no empiecen a gastar partiendo de la idea de que los ingresos subirán, por la sencilla razón de que no subirán.
Según el diccionario de la Real Academia Española, que ya sabes que para mí es una herramienta básica en esto de buscar definiciones, distraer significa «apartar la atención de alguien del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla». Otra acepción es «malversar fondos, defraudarlos», que, por supuesto, es algo absolutamente reprobable y que tendremos que evitar siempre. Pero a mí me interesa la primera de esas acepciones, porque creo que una de las cosas que tenemos que evitar siempre son las distracciones. Por tanto, y dicho de forma positiva, tenemos que estar centrados en lo que es verdaderamente importante.
Somos humanos y, ante las adversidades, tenemos la tentación de huir en lugar de afrontarlas. Esto último es precisamente lo que hay que hacer, encararlas sin miedo. De otro modo, nos pondremos a mirar que el tirador de la puerta sea de diseño, que la lámpara tenga las orlas más preciosas y que los manteles estén bordados que son un primor, sin reparar en que la casa se nos cae a pedazos y que más valdría que saliéramos sin perder un instante a buscar vigas con las que apuntalarla. Tras esas vigas, cemento, piedra, ladrillo y lo que sea para que el edificio recupere su estabilidad. Donde digo edificio, que es un ejemplo que remite demasiado a la burbuja inmobiliaria, ya puedes suponer que en realidad me refiero a algo más amplio y general, como es nuestra economía. La micro y la macro, que esta última también nos afecta.
En suma, dedicarse a los flecos cuando tenemos un problema central es una mala estrategia. A no ser que alguien, conscientemente, quiera distraernos partiendo de la base de que el personal es bobo. De bobos, que quede bien claro, no tenemos ni un pelo.
Uno de los problemas de nuestra sociedad es que todo nos incita a consumir y consumir. Eso no está bien. Seguramente el ministro de Economía y muchos economistas y financieros me dirán que estoy equivocado. Pero permíteme que te recuerde que soy aragonés y, como tal, bastante cabezón; si creo que tengo razón en algo no es tan fácil convencerme de lo contrario.
Para mí no hay que consumir por consumir. Por supuesto, tampoco se trata de guardar los ahorros bajo el colchón; ni mucho menos. Lo que quiero decir, y creo que es algo de puro sentido común, es que hay que gastar sabiendo lo que se gasta y no a lo loco.
En este sentido, y espoleados por la crisis, estoy seguro de que recuperaremos un valor, que es el de la «no tontería». Algo a lo que otros llaman austeridad, una palabra que también me gusta, aunque yo prefiero llamarla de esa otra manera, porque así lo entiendo mejor. A mi amigo de San Quirico le gusta eso de la «no tontería». Dice que conoce a gente que hizo tonterías cuando las cosas le fueron bien y ahora sudan y sudan y sudan para llegar al día 6 de cada mes. Cuando le corrijo y le apunto que se dice «que no llegan a fin de mes», él me responde que cuando dice «el día 6» quiere decir «el día 6». Que los otros veinticuatro días, o veinticinco, según los meses, no sabe cómo los pasan. Pero deben de pasarlos, porque él sigue viéndolos por la calle, aunque le da la impresión de que ahora pasean más que antes, porque pasear es gratis. Seguramente de lo poco que, todavía, es gratis.
Por lo tanto, hay que gastar con la cabeza, sabiendo en todo momento cuánto se ingresa al mes y cuánto se puede gastar. Para ello, para que luego no haya sustos, es importante llevar una contabilidad mínima de casa, qué gastos fijos tenemos al mes y en qué otros gastos podemos recortar si se da el caso.
Otra cosa relacionada con esto: hay que gastar con lo que yo llamo euros de goma, algo de lo que ya te hablé en el capítulo 20. Es decir, se trata de estirar y estirar el euro de modo que con él se puedan comprar más cosas. ¿Y cómo se consigue ese milagro? Pues muy sencillo: no comprando en la tienda lo primero que te cae en la mano. Hemos de hacer lo que mi familia y muchas otras hacen. Buscar las mejores ofertas y oportunidades, en mercados, mercadillos y tiendas, sin necesidad de sacrificar en calidad. Así conseguiremos de todo y esos pocos euros que tenemos en el bolsillo habrán dado más de sí.
En definitiva, se trata de huir del consumo desenfrenado. Porque lo de la austeridad es gastar con la cabeza. Y gastar con la cabeza es vivir de una forma normal.
Un gran error que se comete a menudo es no pensar por uno mismo. En muchas ocasiones tendemos a dejarnos llevar por lo que opinan los demás. Eso es algo que hay que desterrar ahora mismo, ya. En su lugar, debemos aprender a discurrir, a pensar y a sacar conclusiones. Eso nos llevará a gastar con la cabeza (acabo de decirte en qué consiste). Si el vecino se compra el último modelo de coche y una casa de tres pisos y piscina climatizada con vistas al mar, pues allá él. Nosotros podemos seguir en nuestro pisito la mar de bien, sin miedo a haber contraído tantas deudas que estemos en un tris de quedarnos en la calle en cuanto vengan mal dadas.
Hay que pensar, hay que valorar todas las posibilidades que se nos presentan. Todo ello sin miedo al que dirán los demás. Nadie mejor que nosotros conoce nuestras posibilidades y expectativas económicas y, por lo tanto, nadie mejor que nosotros para gastar ese dinero de la forma en que nos sea más provechosa. A nosotros y a nuestra familia.
Cuando compro un melón sé que estoy comprando un melón, aunque en ese momento no sepa si me va a salir bueno o va a estar avinado. Pero todos podemos permitirnos ese gasto porque no supone un gran dispendio.
Con esto de que hay que saber qué se compra no me refiero tanto a la cesta de cada día como a esos productos que los bancos, antes con más desparpajo que ahora, nos ofrecen. Productos que, como los melones, no sabes si serán buenos o no, pero que si resultan malos nos pueden destrozar la economía y, con ella, la vida. Literalmente.
Por consiguiente, si el director de tu sucursal bancaria o de tu caja de ahorros te ofrece algo, por muy bien que te caiga no le digas que sí y ya está. Oblígale a que te explique de qué se trata con pelos y señales. Si no lo entiendes, que te lo repita las veces que haga falta. Si resulta que, al final, llegas a la conclusión de que quien no entiende qué está diciendo es él, entonces huye lo más rápido que puedas y, sobre todo, ni se te ocurra firmar nada. Porque puedes estar dando permiso para que tus ahorros vayan a no se sabe qué fondo de inversión garantizado que lo único que te garantiza es que no vas a volver a ver ni un céntimo.
Así que lo que no entiendas, recházalo. Compra sólo aquello que luego sepas explicar tú mismo a los otros miembros de tu familia, y que ellos también puedan comprender sin ningún problema. Que te quede bien claro qué réditos te va a dar, sin dejar que te líen con conceptos como TAE o Euríbor, que de esos no se come.
Como te decía, es importante saber qué gastamos. Por eso, te recomiendo que uses más la tarjeta de débito que la de crédito, por la sencilla razón de que la primera te indica aquello que tienes, mientras que la segunda te señala aquello que se supone que vas a tener. En tiempos de crisis no hay que suponer nada de nada, porque hay muchas posibilidades de que esa suposición falle y nos encontremos con unas deudas que luego nos va a ser muy difícil asumir.
Todo eso lo evitarás si recurres a la tarjeta de débito. Con ella gastarás lo que tengas y ni un céntimo más; de esa manera te ahorrarás sustos, lo que siempre es un ahorro que vale la pena.
Una vez hice con mi amigo de San Quirico una lista de cosas buenas para una familia. Me salieron, entre otras, estas:
Que se quieran.
Que se diviertan juntos.
Que los padres se den cuenta de que son ellos los responsables primeros de la educación de los hijos.
Que los hijos se den cuenta de que la familia es de todos, no sólo de los padres, y que decir: «Yo quiero esto…» debe ir acompañado por «… y para eso ayudo con esto».
Los hijos deben aprender en el seno de la familia que si se gasta con la cabeza se vive muy bien, al nivel adecuado, mientras que si se gasta con los pies, la familia vive artificialmente bien durante una temporada, hasta que llega el momento del castañazo de aúpa.
Pero la familia es importante no sólo por ser una escuela de la vida, sino también por ser un refugio. Porque es el único lugar donde encontrar cobijo, consuelo y risas, lo que nunca va mal. Eso es así siempre, en tiempos de prosperidad, pero también, y quizá más, debe serlo en tiempos de crisis.
Por lo tanto, hay que recurrir a la familia sin miedo, y aceptar todos sus regalos, consejos y ayudas sin miedo.
La crisis ha hecho que mucha gente haya perdido su empleo. Pues bien, eso es algo que no hay que callarse. Al contrario, hay que decírselo a todos nuestros familiares, amigos y conocidos porque nunca se sabe de dónde puede salir el siguiente trabajo. Es más, el trabajo se encuentra cuando los otros saben que lo buscas.
Por otro lado, seguro que si has trabajado durante un cierto tiempo en un determinado sector has hecho contactos. Recupéralos entonces, llámalos, ve a verlos y coméntales tu nueva situación personal, porque quizá así encuentres nuevas oportunidades.
Por supuesto, todo esto no sirve de nada si no tienes claro que hay que dedicar al menos ocho horas diarias a trabajar buscando trabajo, porque una cosa está bien clara: no es lo mismo estar en el paro que estar parado. Nunca debes pararte, sino que debes moverte y buscar nuevas salidas y opciones con optimismo.
Estoy tentado de decir que este décimo punto es el más importante de todos. Pero la verdad es que todos son importantes sin excepción. Sólo que este es de esos que me tocan especialmente la fibra. Sobre todo porque estoy convencido de una cosa: que esta crisis, además de económica, ha sido una crisis de decencia.
Las crisis están causadas por muchas cosas, entre ellas la sinvergonzonería. Eso es lo que ha pasado, cuando mucha gente se ha saltado a la torera las normas éticas en pos de un enriquecimiento rápido sin importarles a quién se llevaban por delante. Eso es algo vergonzoso; aún diría más: es inmoral.
Por consiguiente, es fundamental la decencia personal. No sólo eso, sino que, para saber de qué hablamos exactamente, es necesario fijar unos valores y una ética que rijan todo lo referido a la sociedad. En otras palabras, hay que establecer unas obligaciones y unos derechos; en ese orden, porque me gustaría que se educara a los chavales primero en sus obligaciones y luego en sus derechos. Todo a fin de conseguir un nuevo modelo de sociedad más justa, que prime el trabajo bien hecho y castigue el chanchullo y el pelotazo.