Capítulo 19

Empresarios de nuestras vidas

En este capítulo…

La importancia de las empresas para salir de la crisis

Todos tenemos que ser empresarios, aunque no tengamos empresas

El hombre fue hecho para trabajar

Algunos consejos para encontrar trabajo

Ante un problema tan grave como es el de la crisis económica, está claro que los gobiernos, sean del color que sean, no han de quedarse de brazos cruzados esperando que los mercados obren el milagro de arreglarse por sí solos; según la teoría económica más ortodoxa, su objetivo no es otro que el de procurar nuestra felicidad, pero no, por sí solos no harán nada, por lo que los gobiernos deben darles un buen empujón.

Pero lo mismo que te digo esto te digo también que de esta crisis, enorme, descomunal, la peor de hace no sé cuántos años, y de las que vengan en el futuro, que vendrán, sólo nos sacarán las empresas. Cuando digo empresas digo las grandes que, al fin y al cabo, no son muchas, aunque dan trabajo a muchas otras, y las pequeñas, que, al fin y al cabo, son muchísimas. A todas esas empresas hay que animarlas para que hagan negocio, para que ganen dinero y para que ese dinero se reparta como es debido.

Dicho en pocas palabras: hay que poner de moda el trabajo y hay que hacer que los empresarios vuelvan a estar de moda.

Hay que confiar en las empresas

Que de esta crisis sólo nos sacan las empresas es una de mis manías. Pero debo ser el único que piensa así, porque no veo que el gobierno se lo crea. Desde fuera, me parece que estos señores que ocupan los ministerios lo único que hacen es abrir el paraguas a ver si deja de llover en otros países y, como consecuencia de ello, sale el Sol también aquí. Ese paraguas no es más que ir dando y dando y dando, sin hacer nada para que las empresas se animen y actúen, y, de paso, contraten un par de personas aquí y un par de personas allí; de dos en dos, igual bajamos la burrada de la cifra de desempleados.

Todos somos empresas

Como ya sabes, para mí las empresas son las personas, no las unidades de producción ni el proletariado ni la patronal ni ninguna de esas denominaciones que tanto me molestan porque las veo tergiversadoras y reduccionistas. Pues bien, a esas personas hay que animarlas a que se jueguen ese dinero que no corre para montar empresas, para mantener las que hay y para hacerlas crecer, porque cuantas más empresas funcionen bien, más personas trabajarán y menos parados sufrirán.

Por lo tanto, hay que ponerse a trabajar. Ya te lo decía en el capítulo 17 al hablarte del esfuerzo. Pues eso; todos, cada uno en su ámbito de responsabilidad, desde el de más arriba hasta el de más abajo, debemos matarnos a trabajar y dejarnos de tonterías, como son, por ejemplo, la de rebajarse el sueldo de no sé cuántos millones de euros en un 0,003% para dar ejemplo en época de crisis, o la de esos que procuran hacer huelga en el momento en que saben que pueden hacer más daño a las empresas y, por lo tanto, a toda la sociedad.

Por supuesto, al hablar de empresarios hay que alejar de la mente a ese señor gordo con sombrero de copa, anillos de oro y el signo del dólar en la solapa. Eso no es un empresario. Eso, si existe, es un desgraciado. Los empresarios son otra cosa. Nos hacen falta, y muchos.

Ser empresarios, incluso sin empresas

Mi amigo de San Quirico, que es un empresario que se desvive por su empresa, me dijo un día algo que es una verdad como un templo; por eso me permito citarlo: «Todos tenemos que ser empresarios. Incluso los que no tienen empresas».

La frase me impresionó tanto que luego me puse a discurrir sobre lo que me había querido decir. Es así: todos tenemos que ser empresarios, de nuestra empresa, grande o pequeña; de nuestra familia, y siempre de nuestra vida, responsabilizándonos de que las cosas nos vayan bien y de que nos vayan mal, sin esperar a que alguien (nuestros padres o papá Estado) nos saque las castañas del fuego. Si luego nos las sacan, fenomenal, porque siempre hay gente dispuesta a ayudar. Pero es nuestra vida y tenemos que gestionarla nosotros; tenemos que ser empresarios de nuestra vida como si nuestra vida dependiera sólo de nosotros, o sea, como es en realidad.

La ilusión por el trabajo bien hecho

Aplicado a nuestro trabajo, esta idea significa que debemos de tomar las riendas y ayudar a los demás a que también las tomen.

En este ámbito, la gente se divide en dos grandes grupos:

punteo.png Los que tienen trabajo

punteo.png Los que no tienen trabajo

Los del primer grupo se dividen a su vez en otras dos o, mejor dicho, tres categorías:

  1. Los que intentan trabajar mucho y hacerlo muy bien
  2. Los que intentan no pegar ni sello y, además, hacerlo muy mal
  3. Todo el abanico de posibilidades intermedias, caracterizadas por una mayor o menor mediocridad en el trabajo

En lo que se refiere al segundo grupo, por desgracia cada vez más numeroso, de los que no tienen trabajo, se divide en cinco categorías:

  1. Los que buscan en serio, dedicando ocho horas diarias a leer anuncios en diferentes periódicos, a escribir, a conseguir entrevistas, a buscar posibilidades de conseguir entrevistas…
  2. Los que buscan trabajo en serio, dedicando ocho horas diarias a montar con dos amigos un «negociete» más o menos importante, más o menos sumergido, que les permita salir adelante a ellos y sus familias.
  3. Los que no lo buscan y se quejan de que los empresarios no inviertan.
  4. Los que no lo buscan y esperan que el gobierno invierta.
  5. Los que no han trabajado de verdad nunca, han conseguido apuntarse al paro y se dedican a esperar. Digo a esperar y no a esperar tiempos mejores, porque peores, imposible.

Lo que hay que conseguir es que estos grupos que trabajan y buscan trabajo con ganas se llenen de personas que sepan que el trabajo no es una maldición, sino algo natural en el hombre. Lo que no significa que necesariamente haya que trabajar cuarenta horas a la semana en algo productivo y dado de alta en la Seguridad Social.

No hay que dejar nada al azar

Esto del trabajo bien hecho me recuerda una historia que pasó hace ya bastante tiempo. Como creo que tiene su moraleja, voy a contártela con la esperanza de que no la tomes como la típica batallita del abuelo.

El trabajo no es una maldición

Como bien sabes, cada día leo dos periódicos, uno generalista y otro económico. Pues bien, en el primero de ellos topé un día con una entrevista a Mario Vargas Llosa, por entonces flamante nuevo premio Nobel de Literatura. En ella, el novelista decía: «Nunca dejo de trabajar, ni siquiera en vacaciones. Discrepo con el cristianismo: el trabajo no es una maldición. Voy a escribir hasta el fin de mis días». Y nosotros, como lectores, que nos alegramos.

No obstante, y a pesar del respeto que le tengo a don Mario, he de decirle que aquí ha tocado el violón. Porque el trabajo nunca ha sido una maldición. Al contrario, siempre ha sido una bendición. Lo que ha sido una maldición es el cansancio. Lo de «ganarás el pan con el sudor de la frente» tiene dos partes: la buena («ganarás el pan») y la mala, o sea, el castigo («con el sudor de la frente»).

Verás, una vez tuve un jefe que se llamaba Antonio. De hecho, en casa dicen que ha sido el único, pero no quiero molestar a los otros jefes que he tenido. Sea como sea, Antonio ha sido una de las personas de las que más he aprendido. Todavía, a pesar de los años transcurridos, pienso mucho en él. Pues bien, resulta que en la empresa en la que trabajábamos me encargaba de la compra de terrenos, y había uno que me gustaba mucho. Negociamos las condiciones con el propietario y concretamos la operación. Sólo faltaba el visto bueno de Antonio.

Fui a despachar con él con sensación de triunfo. Le enseñé el terreno, que era una preciosidad, le planteé las condiciones, que eran muy buenas, y quedé a la espera de su aprobación y de su felicitación por lo bien que lo había hecho. Pero, una vez más, Antonio me desconcertó; me dijo: «He oído que, en el futuro, por ahí podría pasar una autopista. ¿Sabes algo?». Con voz ligeramente temblorosa, le contesté: «Sí, pero no nos afectará». Él continuó: «¿Estás seguro?». Le dije: «Sí». Entonces, me contestó: «De acuerdo, compra el terreno».

Con aire triunfal, recogí los papeles, di la vuelta y empecé a salir de su despacho. Digo «empecé» porque, cuando estaba al lado de la puerta, Antonio dijo: «Espera un momento. Una cosa sin importancia. Por favor, prepara una nota, sin ningún formalismo, en la que digas que si en el futuro pasa una autopista, que no pasará, o pasa lo suficientemente cerca como para que haya mucho ruido, que no sucederá, te quedarás tú con este terreno y el edificio que hayamos construido encima, y lo irás pagando en plazos mensuales con tu sueldo».

Mi cara debió de ser un poema porque Antonio, medio sonriendo, me preguntó, el muy ladino: «¿Qué pasa, es que no estás seguro?». Le contesté: «Hasta ese punto, no». Él, sin perder la sonrisa, me dijo: «Hay que estar seguro, hasta ese punto».

Han pasado cuarenta años y no se me ha olvidado. Mis hijos también han ayudado a que no se me olvide, porque, cada vez que pasamos por la casa que allí ha construido alguien y a la que, por cierto, sí que le ha afectado un poco la ronda (lo que Antonio llamaba «la autopista»), me dicen: «Papá, tu chalé de Pedralbes».

Aquel día, aprendí el significado de la palabra «todo» y le cogí un gran respeto. Creo que tenemos que darnos cuenta de qué es lo que decimos cuando hablamos de que hemos acabado un trabajo del todo, de que nos hemos entregado del todo a nuestra mujer o a nuestro marido en el matrimonio, de que decimos toda la verdad.

«Todo» es un término que representa lo opuesto al no compromiso, a la chapuza en el trabajo, a las medias verdades que son mentiras completas, y a otras cosas que se hacen a medias.

Cuando en una empresa, en una familia o donde sea, se consigue que todo quiera decir todo y que cuando alguien dice todo, te puedas fiar, aquello funciona de maravilla.

Trabajar siempre es bueno

Hay, pues, que devolverle su prestigio al trabajo. Un prestigio que la búsqueda del chollo, del enriquecerse rápidamente, del amiguete de la amiga del exministro conectado, del pelotazo, del bonus por la venta de productos estructurados y otros chanchullos han dejado malparado.

Así, yo expondría a las personas mi particular teoría del apretón de tuercas, que ya sé que es un nombre que no suena bien del todo. Incluso, en alguna empresa, me han pedido que la llame nuevo sistema de gestión, aunque de nueva no tiene nada. El nombre, en todo caso, es lo de menos. No así sus puntos, entre otros:

punteo.png El hombre fue hecho para trabajar.

punteo.png El trabajo es bueno en sí mismo, no sólo como elemento productor de dinero para vivir.

punteo.png El trabajo bien hecho es una fuente de satisfacción importante.

punteo.png El trabajo no está hecho hasta que no está acabado, y bien acabado.

punteo.png Las chapuzas están pasadas de moda, si es que alguna vez estuvieron de moda.

punteo.png El trabajo en equipo quiere decir que todos tiramos del carro a la vez, y en la misma dirección.

punteo.png La persona que se levanta pensando que va a hacer un buen trabajo sale de casa con espíritu optimista; por eso, cuando le preguntan: «¿Qué, a trabajar como siempre?», responde: «No, ¡a trabajar como nunca!».

punteo.png Una persona que vuelve a casa por la noche de trabajar, llega con la gran sensación de que ese día «se ha ganado la cena».

Todo eso no depende de nuestro puesto en la sociedad, sino del empuje con el que hagamos las cosas. En suma, recuperar las riendas en el trabajo nos hace empresarios de nuestra vida, la empresa más importante que tenemos entre manos.

A todo eso podemos llamarlo de muchas maneras, pero a mí me gusta llamarlo iniciativa o empuje.

La crisis nos ha dejado sin trabajo

Todo esto es un catálogo de buenas intenciones que choca con la realidad con que nos topamos cada día al ver las noticias, leer la prensa o salir a la calle y hablar con amigos y familiares. Mucha gente ha perdido su trabajo. Muchos son de esa categoría de gente que quiere trabajar y lo hace bien. Uno de ellos, que me toca muy de cerca, es aquel amigo del que os hablé en el capítulo 14, que había trabajado durante veinte años en la misma empresa y ahora se ha visto de patitas en la calle. A buscar trabajo con el problema añadido de que ya es «mayor».

Pues ese amigo no hace más que decir que el hombre (y la mujer, por supuesto) fue hecho para trabajar. No puedo estar más de acuerdo con él. Por eso, y para animarlo, una vez nos fuimos a desayunar y en una servilleta empecé a anotar una serie de cosas que pueden ayudarle, a él y a otros en su misma situación. Son las siguientes, y perdóname si alguna es demasiado obvia. Lo será, pero no por ello deja de tener valor:

punteo.png Hay que buscar trabajo. Lo que resulta claro. Pero hay que entender que ese es nuestro principal trabajo ahora. Tenemos que dedicar ocho horas al día y siete días a la semana a buscar trabajo. O a pensar en si sabemos hacer algo que nos ayude a tener unos ingresos. Si no se nos ocurre nada, a buscar trabajo mientras seguimos discurriendo la manera de conseguir ingresos. Lo que no podemos hacer es quedarnos en casa esperando, porque no hay nada que esperar.

No es lo mismo estar en el paro que estar parado

No, no lo es. Lo del paro le puede pasar a cualquiera (que se lo pregunten, por ejemplo, a todos los que, con pinta de triunfadores, decían que trabajaban en la central de Lehman Brothers y que, de un día para otro, se encontraron en la Quinta Avenida de Nueva York con una caja de cartón con sus pertenencias, directos a la cola del paro de Nueva York con otros brillantes ejecutivos de fondos estructurados). Lo de estar parado no te puede pasar nunca, mucho menos cuando estás en el paro. Hay que moverse.

punteo.png El trabajo se encuentra cuando la gente sabe que lo buscas. Por lo tanto, hay que decirlo, ya que:

punteo.png La gente, al final, se entera. Es mejor que la gente que te quiere, y que puede ayudarte, se entere por ti de que estás buscando trabajo.

punteo.png Levanta la moral y levanta oportunidades, que ayudan a seguir con la moral alta, en un período en que es común tener la moral baja.

punteo.png Escribe lo que has hecho en tu vida de forma ordenada. A eso lo llaman currículum. Te lo pedirán en todos los sitios a los que vayas a buscar trabajo. Hazlo claro y pide consejo a alguien con criterio que pueda ayudarte.

punteo.png Utiliza tus contactos. A lo largo de tu vida laboral seguro que has conocido a mucha gente del sector. Esa gente puede tener buena opinión de ti; pues tienes que ir a ver a todas esas personas. Con cierta prisa, antes de que te pases de moda y tu experiencia ya no interese tanto. Piensa que, aun en época de crisis, las empresas buscan permanentemente gente válida para trabajar.

punteo.png Mirar las páginas de internet que se dedican a la búsqueda de empleo. Hay muchas, como www.infojobs.net o www.laboris.net. Debes luchar por conseguir entrevistas y por esas oportunidades con toda la ilusión posible. Tras las entrevistas, hay que ir «molestando» a esas personas de vez en cuando y con prudencia para que no se olviden de ti.

punteo.png Conoce a gente nueva. A eso se le llama ahora tener network. Pues ¡a networkear se ha dicho!

punteo.png Piensa en lo que sabes hacer. Estudia la posibilidad de poner en marcha algo, solo o con amigos.

punteo.png Haz el colchón económico más grande. Por si acaso tardas más de lo que crees en encontrar trabajo, piensa en ello antes de quedarte sin ahorros, antes de que el banco no esté dispuesto a ayudarte (aunque siempre esté dispuesto a vendernos bonitos productos estructurados).

punteo.png No pierdas nunca la alegría. Esto es algo que requiere mucha fuerza de voluntad y paciencia. Pero, al final, el trabajo sale de los lugares más insospechados. Hasta que llegue ese momento, tienes que conseguir que en tu casa todo siga como siempre. Te has quedado en el paro. Puede ser un drama para ti, no lo conviertas en un drama familiar. Aunque te cueste.

La lección del violinista

Hace un tiempo leí por casualidad una cosa que me gustó. Se refería a Itzhak Perlman, un violinista que yo no sabía ni que existía. Si tú sí le conocías, perdón por mi ignorancia.

Resulta que este señor tuvo polio, a pesar de lo cual consiguió hacer carrera y convertirse en uno de los mayores virtuosos del mundo. Una vez, en un concierto en Nueva York, se le rompió una cuerda del violín. Silencio absoluto. Consternación general. La sustitución del violín por otro era una tarea un poco pesada. El hombre andaba mal, tenía que salir dificultosamente, afinar el nuevo violín, volver a entrar.

Perlman estuvo con los ojos cerrados unos momentos, sonrió y, ante el asombro de todos, le indicó al director de orquesta que podían seguir. Tocó maravillosamente. Al acabar, el público, el director y el resto de los músicos, puestos en pie, le dieron una enorme ovación. Él levantó el arco del violín para pedir silencio, y dijo: «¿Saben?, a veces el deber del artista es descubrir cuánta música puede hacer con lo que le ha quedado».

Ahora está quedándonos menos de lo que teníamos. Es muy posible que nos quede todavía menos. Pero hay que descubrir cuánta música podemos hacer cada uno de nosotros con lo que nos queda. No cuánta música puede hacer el gobierno para que toquemos el violín. Porque cada uno de nosotros, no lo olvides, somos el violín.

Son algunos consejos que creo que pueden serte útiles para encontrar trabajo. Pero, ya puestos, te recomiendo que vayas a por el libro Buscar trabajo para Dummies, que ha escrito Maite Piera para esta misma colección. Ahí encontrarás todo tipo de consejos e informaciones prácticas para que ese trabajo que es buscar trabajo te sea lo más fácil posible.

Probar fortuna fuera

Todos esas ideas que he plasmado en el apartado anterior son ineludibles a la hora de ponerse a buscar trabajo con ciertas garantías. El proceso puede ser largo, pero será más fácil llegar a meta teniendo todo eso en cuenta que obviándolo.

No obstante, hay también otra posibilidad que merece no ser desatendida: es la de cambiar de aires. Recuerda lo que te decía en el capítulo 15. ¿Acaso no habíamos quedado en que ahora vivimos en la aldea global? Pues si es global, habrá que buscar trabajo por el globo terráqueo que, a pesar de ese nombre de aldea, es muy pero que muy grande y está plagado de oportunidades.

Un ejemplo es el de mi amigo Fernando. De treinta y cinco años, casado y con tres hijos, especialista en luminotecnia de espectáculos, vio que en España, y concretamente en la calle Muntaner de Barcelona, que es donde él vivía, no había muchos espectáculos en busca de iluminador. Pues se metió en internet, que para eso está y no sólo para enterarnos de los cotilleos de Wikileaks, y ahora anda trabajando en Singapur y tan contento. Dice que hace más calor que en Barcelona, que no puede hablar catalán y que de los resultados del Barça se entera tarde, porque cuando juega el Barça, él ya está durmiendo. Pero ha encontrado trabajo y no tiene tiempo para hablar de lo mal que está todo.