Capítulo 17

Se puede salir de esta crisis

En este capítulo…

Algunas ideas básicas e importantes para combatir la crisis

Hay que ser optimistas y llevar ese optimismo a la práctica

La necesidad de recuperar valores como la laboriosidad y la lealtad

En la parte III te explicaba cómo se ha originado esta crisis económica que la mano invisible de Adam Smith no pudo evitar. Quizá porque su lugar ha sido suplantado por unos cuantos millares de manos sucias, muy sucias; todo por la sencilla razón de que también la economía, como ciencia humana que es, tiene sus defectos, por mucho que los economistas ortodoxos se desgañiten diciendo que es una fuente de felicidad universal y que sólo busca nuestro bien. Ahí está la historia, la de esta crisis y la de toda la humanidad, para demostrarlo.

Pero cometeríamos un gran error si nos diéramos por vencidos y empezáramos a ir de un lado a otro sollozando y repitiendo una y otra vez que la vida nos ha tratado mal. Incluso si la situación es complicada, como la de muchos hogares que se han quedado sin trabajo, hay remedio. Es un remedio que tenemos que buscar por nosotros mismos, pues cada vez está más claro que nuestros políticos, y me da igual de qué color sean, no están por la labor; y menos aún nuestros financieros. Esta crisis se puede, y se debe, superar. Y la superaremos. Y saldremos de ella más fuertes. Toca, pues, ser optimistas. Heroicamente optimistas.

¿Hasta cuándo va a durar esto?

Un economista al que conozco me dijo un día: «No se estudia la economía para hacer previsiones». Pero como yo no he estudiado economía, no tengo por qué seguirlo a pie juntillas.

No obstante, he de reconocer que cuánto y hasta cuándo va durar la crisis son interrogantes peliagudos, por varias razones:

punteo.png Porque seguimos sin conocer la dimensión real del problema (las cifras que los expertos barajan oscilan entre 100 000 millones, 1 billón y 5,3 trillones de dólares, unas cantidades tan dispares que equivalen a reconocer que nadie tiene ni la más remota idea).

punteo.png Porque no se sabe quiénes son los afectados. No se sabe si la caja de ahorros de San Quirico, mi caja de toda la vida, una caja seria y con tradición en la zona, tiene mucha porquería en el activo. De hecho, la que menos lo sabe es la propia caja.

punteo.png Porque hasta que las hipotecas no pagadas por los ninjas en Estados Unidos no empiecen a ejecutarse y los bancos consigan vender esas casas hipotecadas al precio que sea, no se sabrá cuánto valen, si es que valen algo, los MBS, CDO, CDS, Synthetic CDO y otras basuras de ingeniería financiera que nos han colado (si quieres refrescar la memoria sobre lo que significan estas siglas, puedes acudir al capítulo 14).

Fin de la historia, por ahora. Mientras, los principales bancos centrales (el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de Estados Unidos) han ido inyectando liquidez monetaria para que los bancos puedan tener dinero.

Una gran falta de confianza

Para acabar de adobarlo un poco más, algunos expertos sostienen que sí hay dinero, pero no confianza, por lo que la auténtica crisis de liquidez que hace que ningún banco conceda créditos es, en realidad, una auténtica crisis de fe en el prójimo. A eso hay que añadir una serie de elementos desconcertantes y sorpresas que, día sí y día también, nos asaltan en el periódico y los telediarios:

punteo.png Monstruos empresariales que otros monstruos empresariales valoran en cero

punteo.png Quiebras de grandes multinacionales

punteo.png Problemas gravísimos en bancos enormes

punteo.png Miles de despidos

Ante este panorama desolador, se da la paradoja de que gente liberal piensa en la intervención del Estado (algo que antes les habría hecho poner el grito en el cielo y que habrían juzgado como propio de un peligroso régimen comunista), de forma que en un abrir y cerrar de ojos se pasa del «cada palo que aguante su vela» a la nacionalización de bienes por parte de los gobiernos. No es de extrañar que economistas y políticos anden totalmente despistados.

Todo esto hace que sea arriesgado poner fecha al final de esta crisis y saber cuándo los brotes verdes de que nos hablan los políticos serán una realidad frondosa y fructífera.

No obstante, insisto en que no hay que hundirse en la desesperación, hay que salir adelante.

Mi «amigo» el banquero

Te voy a confesar un secreto. Tengo muchísimos amigos y desde que me convertí en gurú económico, más aún; pero eso ya lo sabes, no es ningún secreto. El secreto es que tengo un amigo banquero. Porque, en contra de lo que la gente piensa, los banqueros también tienen amigos. La banca es otra cosa; esa tiene pocos, o más bien ninguno, pero los banqueros, como personas que son, tienen derecho a tener sus amistades.

Este amigo no es el de la caja de ahorros de San Quirico, sino otro con más ínfulas, responsabilidades y poder. Hace un tiempo, justo cuando acababa de publicar mi primer libro y me llamaban de aquí y de allí para dar conferencias, me lo encontré por la calle y me dijo que mi informe de la situación, si no era el más acertado, sí era el más divertido que había leído nunca. A lo mejor, en lugar de elogiarme lo que estaba haciendo era decirme que soy un graciosete que no rasca bola. Lo cierto es que, curiosamente, ni él ni los suyos han sacado ningún informe que analice de una forma comprensible lo que está pasando. Pero si saco a colación a este amigo no es por esto, sino por otra cosa que me dijo. Sonrió y añadió: «Ahora, lo que tendrías que hacer es sacar otro informe diciendo lo que hay que hacer para salir de la crisis».

Para ser sincero tengo que decir que me dio bastante rabia. Entonces pensé tres cosas:

punteo.png Si fuera capaz de escribirlo, no tendrías dinero suficiente en tu banco para pagármelo.

punteo.png Si fuera capaz de escribirlo, ibas a comerte el informe página a página delante de mí.

punteo.png Si tú fueras capaz de escribirlo, ya lo habrías hecho.

Como puedes comprobar, consiguió sacarme de mis casillas, y eso es bastante difícil y, además, no me gusta, pues soy de los que piensan que no hay que dar motivos a la gente para picarse. La crispación en modo alguno facilita el entendimiento. Por otra parte, si queremos salir de esta, tenemos que entendernos.

¿Hay que redefinir el modelo económico?

Para solucionar la situación de crisis económica global, grave y profunda que vivimos, cuyas causas parecen estar claras pero cuyos efectos son difícilmente medibles, se ha reunido gente muy importante de todos los países del mundo en torno a foros, simposios y mesas redondas. Uno de los temas recurrentes tratados en esas reuniones era el de redefinir el modelo económico capitalista (que es mucho redefinir).

En mi humilde opinión, es una tarea difícil porque el modelo capitalista se sustenta en la capacidad de iniciativa del individuo, y para redefinirlo habría que redefinir primero al propio individuo, y eso parece más complicado, aunque al ritmo que vamos, nunca se sabe.

Yo me conformaría con que pusiesen controles, entre férreos y muy férreos, para evitar que agencias de rating y banqueros sin escrúpulos volvieran a jugárnosla otra vez, pero no tengo mucha fe. Supongo que intentarán cambiar algunas cosas y, de paso, se enterarán de cómo y a qué plazo va a afectar a la economía planetaria todo lo que ha pasado. Y saldrán con algún acuerdo que espero que incluya medidas que ayuden no sólo al sistema financiero, sino también a las empresas, o sea, a las personas.

Ideas básicas para capear el temporal

Mi amigo banquero no es el único que me incita a dar ideas para salir de esta. También lo hace el director de la caja de ahorros de San Quirico, a pesar de que ni uno ni otro tendrían por qué hacerlo, porque yo ya discurro por mi cuenta en compañía de mi amigo, el de los famosos desayunos. Cómo no, también él anda preocupado por lo mismo y con este tema hemos rellenado muchas, pero que muchas servilletas, incluso algún mantel.

No se trata de hacer un brainstorming, una de esas «lluvias de ideas» que siempre me han parecido algo así como de James Bond, pero, en lugar de con «licencia para matar», con «licencia para decir bobadas, con la cara muy seria y sin peligro de que te echen a patadas» (no encontrarás esta definición en ningún diccionario de Management).

Bromas aparte, lo que está claro es que antes de ponerse a actuar hay que tener en cuenta una serie de factores:

punteo.png Saber qué ha pasado. No es ninguna obviedad, pues para atajar un problema hay que conocer primero las causas y su desarrollo. Eso incluye también saber quiénes han sido los responsables de esto: banqueros, agencias de rating, empresas inmobiliarias, intermediarios de toda índole, estrategas de productos, gobiernos y fondos soberanos. Eso es lo que tú llamarías «saber dónde estamos» y en las empresas designan como «tener un diagnóstico suficiente de la situación actual».

punteo.png Saber cómo estamos. Ya sabemos que mal, pero eso no es suficiente. En el fondo, yo creo lo mismo que un economista muy bueno: lo que tiene menos importancia en esta crisis es lo económico. Esta crisis es de ambición y de falta de controles efectivos; y es global porque global es el mundo en el que nos movemos.

A partir de estas premisas, mi amigo y yo dimos con tres principios generales que deberían ser los que nos ayudasen a superar esta crisis:

punteo.png El optimismo

punteo.png No distraerse

punteo.png La prudencia

Como seguramente los encontrarás decepcionantes, paso a explicártelos con algo más de detalle.

Optimismo llevado a la práctica

Lo del optimismo se entiende bien con historias concretas. Una de ellas es la que llevó a la práctica una constructora catalana en China. Allí compró un terreno de 300 000 metros cuadrados y construyó catorce naves que vendió a catorce pymes catalanas. De esta manera, esas catorce empresas, en lugar de quedarse en el Maresme quejándose de la competencia de los chinos, se han hecho «chinas». No sé si les saldrá bien o mal, pero esa es la actitud que hay que tener. Y si en esa tarea ayudan el gobierno, los organismos o las corporaciones, mejor que mejor. No obstante, yo creo que el Estado debe seguir a la persona y no la persona al Estado. Lo mejor es siempre fiarse de uno mismo y cuando lo hagas, a lo mejor llega la ayuda del Estado o de quien sea.

Otro caso es el de un empresario amigo mío que, a pesar del momento delicado por el que pasaba su negocio, había optado por mantener al personal y orientar a aquellos a los que iba a despedir hacia una mayor actuación comercial. «Puede ser que no me salga bien —me decía—, pero creo que, por lo menos, tenemos que intentar salvar los puestos de trabajo». Es decir, tratar de sacar el mejor partido posible de una situación concreta.

Hay que tener un talante optimista

Lo primero es tener optimismo. Quizá pienses que para tal simpleza no hay que matarse mucho pensando y que ya podía ir callándome o cambiando de tema. Aun así, insistiré en ello porque creo que, más que importante, es muy pero que muy importante.

Una vez fui a una conferencia en un país en el que el terrorismo golpeaba con mucha violencia. Para mi asombro, el conferenciante, un señor serio y respetable, empezó a hablar también de optimismo. Dijo que el optimismo no consiste en decir que aquí no pasa nada, «porque aquí pasan muchas cosas y muy graves»; y añadió: «El optimismo consiste en sacar el mejor partido posible de cualquier situación concreta». Pues bien, esta es una situación concreta.

Desde entonces intento ser optimista siempre. Cuando las cosas van bien y cuando van menos bien; y, sobre todo, cuando la vida viene torcida. Por lo tanto, siempre hay que luchar por sacar el máximo partido posible de cualquier situación concreta. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que luchar es diferente a no asumir la realidad.

Hacerlo así no es fácil. Es más, a veces es heroico, pues el resto del mundo te mira como a un bicho raro, diciendo: «Este no se ha enterado». Pues bien, precisamente porque nos hemos enterado muy bien es por lo que tenemos que ser optimistas.

Las crisis lo son más cuando las gestionan los pesimistas. No digo que haya que tomar decisiones temerarias en momentos de crisis ni mucho menos. Pero tenemos multitud de ejemplos de empresas y personas que, ante una situación de crisis, han optado por seguir invirtiendo prudentemente. De eso se trata.

Como colofón al optimismo, quiero decirte que hay que evitar lo que llamo saludo de la crisis: «Hola buenos días, ¿cómo está usted?». «Pues ya ve usted, con esto de la crisis…». Si se habla de la crisis es para salir de ella, no para andar con lamentos; ¿entendido?

Nada de distracciones

El segundo principio es no distraerse. Por definición, distraerse es hacer cosas que no ayudan a resolver una situación. Y eso es malo siempre, excepto cuando salgo a pasear con Helmut por el campo, sencillamente porque entonces salgo con el propósito de evadirme y, de paso, para que el pobre animal haga un poco de ejercicio, que buena falta le hace. En ese caso concreto, lo de distraerse es una de las actividades más sanas y recomendables.

Aplicado a la crisis, distraerse significa obviarla o negarla y, en vez de centrarse en los asuntos críticos, dedicarse a la demagogia abriendo ministerios sin contenido y sin dotación económica (por el mero hecho de que el dinero escasea y el que hay debe invertirse en cosas necesarias de verdad). Por lo que respecta al ámbito doméstico particular, consiste en que tu mujer o tu marido estén en el paro y tú pensando en renovar la cocina o tunear el coche.

¿Es prudente recortar puestos de trabajo?

Aunque sea doloroso, recortar puestos de trabajo para salvar una empresa puede ser una medida necesaria. A pesar de ello, hay que ser siempre prudente, sobre todo en la ejecución de esas cosas que nos parecen correctas.

Una vez hablaba a propósito de esto con un empresario prudente de una mediana empresa con algunas tiendas y me decía que, de momento, iba capeando el temporal excepto en tres de sus establecimientos. Por ello, diseñó un plan de recorte de personal cuya ejecución dejó en manos de los responsables de cada establecimiento.

El problema fue que esa medida prudente se ejecutó con criterios erróneos, pues se despidió a personal de atención al cliente, por lo que el servicio se resintió, la afluencia se resintió, la venta se resintió y lo que era un plan para garantizar la solidez y continuidad de la empresa tuvo efectos totalmente contrarios.

Por lo tanto, es esencial aquí medir y prever las consecuencias de nuestros actos si no queremos llevarnos un disgusto.

El problema de las distracciones es que cuestan mucho dinero. Por eso, si son los gobernantes los que las cometen, provocan la indignación de los ciudadanos.

Pues bien, en los momentos en que hay problemas hay que concentrar todas las fuerzas (trabajo, esfuerzo, planes, acciones) en lo fundamental para sacar adelante la familia, la empresa, los servicios esenciales en los ayuntamientos y comunidades autónomas, y los gastos obligados e inversiones necesarias en el Estado. Eso implica mirar con esos «ojos de recorte» del ministro todo aquello que sea superfluo.

Las empresas así lo entienden; por eso se centran en su negocio, revisan gastos y costes, rehacen planes y toman medidas para concentrarse en lo esencial. Porque dedicarse a los flecos cuando tenemos un problema es una mala estrategia en todos los ámbitos, sea el social, el laboral o el doméstico.

Hay que obrar con prudencia

El tercer principio es la prudencia. Se trata de una virtud que hay que ejercitar siempre. Una virtud que requiere conocer y medir las consecuencias de las acciones y, una vez evaluadas, decidir llevarlas a cabo o no. Es una virtud también discreta, de poco ruido. No es fácil, pero sí básica y muy relacionada con el «no distraerse», pues ambas deben centrarse en el corazón de las cosas.

Algo curioso de las crisis es que convierten en prudentes a personas que se han caracterizado por actitudes enloquecidas. Los casos más indecentes se dan en los banqueros. Resulta muy curioso ver a algunos propietarios de bancos que han vendido millones de euros de productos estructurados «tóxicos» —como les llaman ahora eufemísticamente (vamos, lo que en lenguaje ninja se conoce simple y llanamente como «porquería»)—, de los que no tenían ni idea, sentados con el presidente de un gobierno de una determinada nación, para ver cómo resuelven la crisis creada por ellos mismos, hablando como si estuviesen en el club de golf, mientras esos clientes que han perdido fortunas o los ahorros de toda su vida se manifiestan en la calle. Es una imagen vergonzosa. Pues bien, a todos esos personajes que vendían frívolamente porquería a cambio de una comisión más alta ahora les entra un ataque de prudencia y empiezan a hablar de volver al corazón del negocio bancario. ¡Podían haberlo pensado antes!

El ideal de no pegar golpe

Hace un tiempo, iba yo por la calle y me encontré con un chaval de unos cuarenta años que me saludó muy cariñosamente y me dijo: «Yo dormí en su casa de San Quirico». Me pasa con una cierta frecuencia. Gente desconocida me agradece el que alguien —mi mujer, mis hijos, ahora mis nietos— les hayan dado posada en casa. Me dijo quién era y me acordé de él. Le puse pelo, lo adelgacé unos kilos, le quité arrugas y lo reconocí: el capitán de barco.

La cosa tiene su historia. Hace muchos años, este chico (porque entonces era un chico) comió en nuestra casa y yo le pregunté qué pensaba estudiar. La respuesta no se me ha olvidado: «Capitán de barco, porque no se pega ni golpe». Me quedé impresionado, no por lo que me dijo de los capitanes de barco, que sí que dan golpe y tienen una responsabilidad muy seria, sino por el hecho de que, para un chaval de diecisiete años, el objetivo en su vida fuera conseguir llegar a no pegar ni golpe. Algo así, como «trabajemos duro rápidamente, para conseguir descansar lo antes posible».

Esa actitud es la que hay que evitar. En su lugar, hay que inculcar el valor del esfuerzo y del trabajo. Y eso desde que los niños son niños. Hablando con ellos y, sobre todo, predicando con el ejemplo.

Y además de todo eso

Pero esos tres principios (optimismo, no distraerse y prudencia) no serán suficientes si no van acompañados por trabajo y sacrificio. Que unidos en una única palabra dan como resultado esfuerzo.

Lo sé, eso de la cultura del esfuerzo suena a rancio. Pero en este caso me gusta recordar aquella frase de Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido durante la segunda guerra mundial, que prometía a su pueblo «sangre, sudor y lágrimas». Aunque la famosa frase no rezaba exactamente así, sino «sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas». Por qué suelen quitarle la palabra «esfuerzo» es algo que ignoro y que resta potencia al aserto. Porque si hay sangre, podemos echarle la culpa a alguien; si hay sudor le echamos la culpa al calor y si hay lágrimas le echamos la culpa a la cebolla que estamos pelando. Pero el esfuerzo es algo que tenemos que hacer nosotros; no podemos pasárselo a nadie.

Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a llevar una vida muy cara y ahora tenemos que hacernos a llevar otra vida más normalita, menos cara; y más molesta, pues hay que trabajar y eso cansa siempre, a veces es incómodo y a menudo requiere mucho sacrificio personal. Por ello, parafraseando al gran Churchill, yo prometería estas cuatro cosas:

punteo.png Esfuerzo, mucho esfuerzo

punteo.png Como consecuencia, sudor, mucho sudor

punteo.png Como consecuencia, algo de sangre

punteo.png Como consecuencia, alguna lágrima que otra

Pero estoy convencido de que así conseguiríamos salir de este agujero. Llámame ingenuo, pero creo que son las soluciones que hay que aplicar o, al menos, la mentalidad que hay que tener en cuenta.

Si no tenemos valores, vamos mal

Tenemos que aprovechar esta inmejorable ocasión que nos brinda la crisis para recuperar nuestros valores. Para mí, un valor es algo fundamental, algo que te dirige la vida. Si esos valores que tiene la persona son buenos, hará cosas buenas, y si las repite, se podrá decir que tiene virtudes humanas, porque la virtud es lo que se consigue a base de repetir buenas acciones.

¿A qué valores me refiero? Apunta, porque son importantes:

punteo.png Laboriosidad. O sea, trabajar, darse cuenta de que las cosas no caen del cielo. O lo hacen si las forzamos a que caigan. Y trabajar bien significa:

punteo.png Reciedumbre. Ser fuertes y, cuando uno se cansa, seguir, porque como dicen en Cataluña, els cansats fan la feina, es decir, «los cansados hacen el trabajo». Yo mismo prohibí decir a los empleados de una empresa que estaban agotados. No sé si les gustó, pero ya estaba cansado de que todo el mundo se agotase tan pronto.

punteo.png Sinceridad. O sea, decir siempre la verdad. Lo que no quiere decir siempre toda la verdad.

punteo.png Lealtad. No traicionar a la empresa para la que se trabaja durante el tiempo que dura esa relación, lo que no quiere decir que toda nuestra vida profesional esté ligada a la misma empresa. La vida ya nos irá llevando por un lado y por otro, pero allá donde nos lleve deberemos comportarnos según este valor.

punteo.png Humildad. No pensar que lo sabes todo y, por el contrario, creer que los demás saben algo que tú no sabes. Y saber que si admites no saber algo, la gente respirará aliviada y te ayudará.

punteo.png Alegría. Porque no hay quien aguante a un tristón profesional. La alegría va ligada al optimismo o, lo que es lo mismo, a la lucha por salir adelante en cualquier situación. En este caso, hay que tener en cuenta que el tío más peligroso es el que dice que él no es pesimista, sino realista. ¡Huye de ese! Es un auténtico esterilizador de ilusiones. Relacionada con esta virtud está la capacidad de celebrar que a los demás les vayan las cosas bien, que triunfen.

Con estas virtudes en mente, con mucho trabajo y mucho esfuerzo, quizá podamos acortar ese largo tramo en forma de L de la crisis. Si todo esto te parece demasiado vago, o un simple catálogo de intenciones, pasa página. En el siguiente capítulo bajaré un poco más a la arena para discurrir algo más concreto, aunque no sé si más efectivo.