Escena I
(Pirgopolinices, Palestrión)
PIRGOPOLINICES.— Es un placer cuanto todo lo que haces te sale de maravilla y tal como lo habías pensado: hoy he enviado al gorrón [950] al rey Seleuco con los mercenarios que le he contratado como tropas de seguridad para su reino mientras que yo estoy de permiso.
PALESTRIÓNS.— Anda y preocúpate tú de tus cosas mejor que de las de Seleuco, que se te ofrece ahora por mediación mía un partido inesperado y estupendo.
PIRGOPOLINICES.— No hay más, lo dejo todo de lado y te escucho. Habla, tienes mis oídos a tu disposición.
PALESTRIÓNS.— [955] Echa una mirada, no sea que haya alguien al acecho de nuestra conversación, porque se me ha dado el encargo de que lleve este asunto muy en secreto.
PIRGOPOLINICES.— (Después de mirar a su alrededor). No hay nadie.
PALESTRIÓNS.— Por primera providencia, toma, aquí tienes una prenda de amor.
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué significa este anillo?, ¿de dónde lo has sacado?
PALESTRIÓNS.— De una mujer estupenda, deliciosa, que está enamorada de ti [960] y arde en deseos de tu sin par beldad; su criada me dio este anillo para que te lo entregara a ti.
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué es, libre o una esclava liberta?
PALESTRIÓNS.— Como que me iba a atrever yo a hacer de tercero entre una liberta y tú, que no das abasto a corresponder a todas las mujeres libres que te solicitan.
PIRGOPOLINICES.— [964-965] ¿Tiene marido o no?
PALESTRIÓNS.— Lo tiene, pero no lo tiene.
PIRGOPOLINICES.— ¿Cómo puede tenerlo y no tenerlo al mismo tiempo?
PALESTRIÓNS.— A ver, porque es joven y está casada con un viejo.
PIRGOPOLINICES.— ¡Bravo!
PALESTRIÓNS.— Es una mujer linda y fina de verdad.
PIRGOPOLINICES.— A ver si me vas a estar echando mentiras.
PALESTRIÓNS.— Ella es la única mujer digna de tu beldad.
PIRGOPOLINICES.— Caray que no debe ser guapa la joven, por lo que dices. Pero ¿quién es?
PALESTRIÓNS.— La mujer del viejo este vecino nuestro, Periplectómeno. [970] Está que se muere por ti y quiere abandonar al viejo, no lo puede ver; por eso me ha mandado rogarte y suplicarte que le des esa posibilidad.
PIRGOPOLINICES.— Te juro que yo lo estoy deseando, si ella quiere.
PALESTRIÓNS.— ¿Que si quiere ella?
PIRGOPOLINICES.— ¿Y qué hacemos de la amiga esta que tengo en casa?
PALESTRIÓNS.— [975] Pues mándala que se vaya donde le dé la gana; además, han venido a Éfeso su hermana gemela y su madre a buscarla.
PIRGOPOLINICES.— Oye, tú, ¿que ha venido su madre a Éfeso?
PALESTRIÓNS.— Lo dicen personas que lo saben.
PIRGOPOLINICES.— ¡Uf, menuda ocasión para ponerla de patitas en la calle!
PALESTRIÓNS.— Bueno, pero ¿quieres quedar tú bien personalmente?
PIRGOPOLINICES.— Venga y habla por esa boca.
PALESTRIÓNS.— ¿Quieres despedirla en seguida de modo que se vaya ella por las buenas?
PIRGOPOLINICES.— [980] Naturalmente.
PALESTRIÓNS.— Entonces debes hacer lo siguiente: riquezas tienes tú más que de sobra; dile que le regalas las joyas y los vestidos que le habías dado, que se lo lleve y se marche a donde le dé la gana.
PIRGOPOLINICES.— De acuerdo…, pero mira no vaya a ser que me quede sin ésta y la otra cambie de opinión.
PALESTRIÓNS.— Bah, que no te andas con tiquismiquis: si te quiere más que a las niñas de sus ojos.
PIRGOPOLINICES.— [985] Soy el ojito derecho de Venus.
PALESTRIÓNS.— Chst, calla, se abre la puerta, retírate aquí un poco a este lado…, ésta es su barquilla mensajera, la que sale ahora.
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué dices de barquilla?
PALESTRIÓNS.— Es su criada la que sale ahora fuera, la que me entregó el anillo ese que te he dado.
PIRGOPOLINICES.— Caray, que ésta también es bonita.
PALESTRIÓNS.— Quita, ésta es un mono y un avechucho en comparación con la otra. [990] ¿No ves cómo está a la caza con la vista y al acecho con los oídos?
* * * *
Escena II
(Milfidipa, Pirgopolinices, Palestrión)
MILFIDIPA.— (Aparte). Ya está delante de la casa el circo donde tengo que hacer mi comedia; disimularé como si no los viera ni supiera todavía que está aquí el militar.
PIRGOPOLINICES.— Calla, vamos a estar a la escucha, a ver si dice algo de mí.
MILFIDIPA.— [995] ¿Hay por aquí alguien que se ocupe más de asuntos ajenos que de los propios, que esté espiando mis pasos, algún ocioso que no necesita ganarse la vida con el sudor de su frente? Ésos tengo yo ahora miedo de que se me pongan en medio y me estorben si salen de su casa mientras viene aquí la persona que arde en deseos por el militar, mi ama, por amor [997] del cual se le estremece el alma ahora a la pobre, locamente enamorada de tan sin par belleza, el militar Pirgopolinices.
PIRGOPOLINICES.— ¿Pues no está ésta también del todo perdida por mí? Está ponderando mi belleza. [1000] Caray, sus palabras no echan de menos el jabón.
PALESTRIÓNS.— ¿Por qué motivo?
PIRGOPOLINICES.— Pues porque habla bien limpiamente y a las claras.
PALESTRIÓNS.— Hable lo que hable de ti, no le roza ni un punto a nada que no sea limpio y subido.
PIRGOPOLINICES.— Y después es que ella misma es una mujer en extremo flamante y encantadora. Te juro, Palestrión, que me están entrando unas ganillas…
PALESTRIÓNS.— [1005] Pero antes de ver a la otra con tus propios ojos vas…
PIRGOPOLINICES.— ¿Acaso veo lo que sólo sé por tus palabras? Es que, además, la barquilla esta que tú decías, como la otra no está aquí, pues nada, que me incita a quererla.
PALESTRIÓNS.— Tú, más vale que te dejes de querencias con ésta, que es mi novia; en cuanto que la otra se case hoy contigo, me caso yo luego en seguida con ésta.
PIRGOPOLINICES.— ¿Por qué no te acercas y le hablas?
PALESTRIÓNS.— Ven, pues, conmigo.
PIRGOPOLINICES.— Te sigo los pasos.
MILFIDIPA.— [1010] (Aparte). ¡Ojalá pueda encontrar a la persona de aquel por quien he salido de casa!
PALESTRIÓNS.— Puedes y se te cumplirán tus deseos; ten confianza, no temas: hay aquí una persona que sabe dónde está lo que buscas.
MILFIDIPA.— ¿Quién habla ahí?
PALESTRIÓNS.— Quien es compañero de tus conciliábulos y partícipe de tus designios.
MILFIDIPA.— Entonces, no oculto lo que quiero ocultar.
PALESTRIÓNS.— Mejor dicho, lo ocultas y no lo ocultas. [1015]
MILFIDIPA.— ¿Cómo puede ser eso?
PALESTRIÓNS.— Se lo ocultas a los que no merecen confianza; yo te soy incondicionalmente fiel.
MILFIDIPA.— Venga la consigna, que sepa si eres de nuestras bacantes[46].
PALESTRIÓNS.— Una cierta mujer está enamorada de un cierto hombre.
MILFIDIPA.— Ay, eso es una cosa muy corriente.
PALESTRIÓNS.— Pero no hay muchas que envíen una prenda tomada de su dedo.
MILFIDIPA.— Ahora caigo en la cuenta, ya me has allanado el camino. Pero ¿hay aquí alguien más?
PALESTRIÓNS.— Sí y no.
MILFIDIPA.— Venga, escúchame en secreto. [1020]
PALESTRIÓNS.— ¿Mucho rato o poco?
MILFIDIPA.— Sólo cuatro palabras.
PALESTRIÓNS.— (Al militar). Espera un momento, ahora mismo vuelvo.
PIRGOPOLINICES.— Y yo ¿qué?, ¿aquí nada más que de plantón tanto rato, un hombre de mi beldad y de mis méritos?
PALESTRIÓNS.— Ten paciencia y espera: es de tus cosas de lo que me estoy ocupando.
PIRGOPOLINICES.— Date prisa, que me muero de tanto esperar.
PALESTRIÓNS.— Bien sabes tú que con esta clase de mercancías hay que andarse con mucho tacto.
PIRGOPOLINICES.— Bueno, bueno, haz como mejor te parezca.
PALESTRIÓNS.— (Aparte). Verdaderamente un adoquín tiene más caletre que él. (Vuelve a acercarse a Milfidipa). [1025] Ya estoy aquí, ¿qué es lo que me quieres?
MILFIDIPA.— Dime cómo quieres que se le dé asalto[47].
PALESTRIÓNS.— Haz como que se muere por él.
MILFIDIPA.— Sí, eso ya.
PALESTRIÓNS.— Alábale su beldad y su buena facha y nómbrale todos sus éxitos.
MILFIDIPA.— Para eso no me falta chispa, como lo acabas de ver ahora mismo.
PALESTRIÓNS.— Tú, por lo demás, estáte atenta y a la mira, y da la caza según lo que yo vaya diciendo. [1030]
PIRGOPOLINICES.— A ver: ¿te ocupas por fin ya un poco de mi persona, te vienes para acá ahora mismo?
PALESTRIÓNS.— Aquí me tienes, a la orden.
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué es lo que te está contando ésa?
PALESTRIÓNS.— Dice que la otra no hace sino lamentarse que está la pobre toda atormentada y afligida y llorosa porque le faltas, porque se ve privada de ti. Por eso ha mandado a ésta aquí para buscarte.
PIRGOPOLINICES.— Dile que se acerque.
PALESTRIÓNS.— Pero ¿sabes lo que tienes que hacer? Debes dar muestras de altivez, como si tú no quisieras, y luego me chillas por andar divulgando por ahí tus cosas a los cuatro vientos. [1035]
PIRGOPOLINICES.— Comprendo, haré como dices.
PALESTRIÓNS.— ¿La llamo entonces a la mujer esta que quiere hablarte?
PIRGOPOLINICES.— Que se acerque, si algo quiere.
PALESTRIÓNS.— Joven, si quieres algo, ven, acércate.
MILFIDIPA.— Buenos día, hermoso.
PIRGOPOLINICES.— Me ha nombrado con mi sobrenombre. Que los dioses colmen todos tus deseos.
MILFIDIPA.— Poder disfrutar de la vida en tu compañía…
PIRGOPOLINICES.— Picas demasiado alto.
MILFIDIPA.— [1040] No digo yo, sino mi ama, que anda muerta por ti.
PIRGOPOLINICES.— Hay otras muchas que quieren lo mismo, sin que ello sea posible.
MILFIDIPA.— Te juro que no me extraña si te tienes en tanto, un hombre de tal beldad y tan ilustre por su valor, su figura y sus hazañas. ¿Hay otro que fuera más digno de ser un dios?
PALESTRIÓNS.— (Aparte). ¡Uf!, verdaderamente no es un ser humano; un buitre tiene más de hombre que él, digo yo.
PIRGOPOLINICES.— [1045] Me daré importancia, ahora que ella me está alabando de esa forma.
PALESTRIÓNS.— (A Milfidipa por lo bajo). ¿Ves cómo se pavonea el imbécil? (Al militar). Venga, dale una contestación, ésta es esa que viene de parte de aquella que te dije antes.
PIRGOPOLINICES.— ¿De cuál de ellas? Son tantas las que me acosan, no puedo acordarme.
MILFIDIPA.— De aquella que despoja sus dedos para adornar los tuyos; yo le di a éste ese anillo de parte de quien arde en deseos por ti y él te lo entregó.
PIRGOPOLINICES.— [1050] ¿Qué es lo que deseas entonces? Habla.
MILFIDIPA.— Que no rechaces a quien te desea, a quien de momento vive sólo por tu vida: tú eres el único que puede decidir si debe abrigar aún una esperanza o renunciar a ella.
PIRGOPOLINICES.— ¿Y qué es, en fin, lo que quiere?
MILFIDIPA.— Hablarte y abrazarte, acariciarte, tenerte cerca de sí. Una cosa es segura: si no corres en su ayuda, se desesperará; [1054a] ¡ea, pues, tú, Aquiles mío de mi alma atiende mis súplicas, [1055] dígnese tu beldad salvar a la beldad de mi ama, no quieras ocultar tu generosa índole, oh tú, héroe sin par, hecho a expugnar ciudades y subyugar reyes!
PIRGOPOLINICES.— ¡Caray, qué asunto más desagradable! ¿Cuántas veces te he prohibido, bribón, andar por ahí comprometiéndome con cualquiera?
PALESTRIÓNS.— ¿Lo estás viendo, joven? Te lo he dicho antes y te lo vuelvo a repetir ahora: [1059-1060] si no se le da a este verraco su paga, no está dispuesto a dar de su simiente a hembra ninguna.
MILFIDIPA.— Se le dará el precio que pida.
PALESTRIÓNS.— Él coge un talento de oro filípico[48]; por menos no lo hace jamás.
MILFIDIPA.— ¡Huy, eso es demasiado barato!
PIRGOPOLINICES.— Yo no soy de natural avaricioso; riquezas tengo más que suficientes, más de mil celemines de doblones de oro puro.
PALESTRIÓNS.— [1065] Aparte de tus otros tesoros, y luego, no lingotes, montañas de plata, más altas que el mismo Etna.
MILFIDIPA.— [1066a](Aparte). ¡Ay qué hombre más embustero!
PALESTRIÓNS.— (Por lo bajo a Milfidipa). ¿Que tal le tomó el pelo?
MILFIDIPA.— Y yo, ¿qué tal lo hago?
PALESTRIÓNS.— De maravilla.
MILFIDIPA.— (Al militar) Bueno, por favor, despáchame ya.
PALESTRIÓNS.— ¿Por qué no le contestas ya lo que sea, o que sí o que no?
MILFIDIPA.— ¿Por qué atormentas a una pobre desgraciada que no te ha hecho jamás daño alguno?
PIRGOPOLINICES.— [1070] Dile que salga ella misma aquí; dile que estoy dispuesto a complacerla en todo.
MILFIDIPA.— No haces sino lo que corresponde: querer a la que te quiere…
PIRGOPOLINICES.— (Por lo bajo). No es tonta la joven. ¿Eh?
MILFIDIPA.— … y no rechazar mi mensaje y haber cedido a mis súplicas. (A Palestrión, por lo bajo). ¿Qué tal?, ¿cómo lo hago?
PALESTRIÓNS.— No puedo contener la risa, ¡ja, ja, ja, ja!
MILFIDIPA.— Pues por lo mismo me había yo vuelto para este otro lado.
PIRGOPOLINICES.— [1075] Mujer, no sabes tú bien la magnitud del honor que le hago a tu ama.
MILFIDIPA.— Lo sé, y además se lo diré a ella.
PALESTRIÓNS.— Un favor así se lo podía haber vendido a otra a precio de oro.
MILFIDIPA.— De verdad que te lo creo.
PALESTRIÓNS.— A las que éste les hace un hijo, no tienen más que guerreros de pura cepa y les viven 800 años.
MILFIDIPA.— (Aparte). ¡Ay de ti, guasón!
PIRGOPOLINICES.— Qué, mil años enteros y veros viven y, de generación en generación. [1080]
PALESTRIÓNS.— No, yo me quedé un poco corto, no se fuera a creer ésta que eran cuentos míos.
MILFIDIPA.— ¡Muerta soy!, ¿cuántos años vivirá éste, si sus hijos tienen una vida tan larga?
PIRGOPOLINICES.— Sabrás, joven, que yo he nacido al día siguiente del mismo Júpiter.
PALESTRIÓNS.— No, es que si hubiera nacido un día antes que él, sería éste el rey del cielo.
MILFIDIPA.— Por favor, ya basta: dejadme escapar con vida, si es posible, de vuestro lado. [1085]
PALESTRIÓNS.— Pues ¿por qué no te vas ya, una vez que tienes contestación?
MILFIDIPA.— Me voy, y ahora mismo te pongo aquí a aquella a cuyo servicio estoy; ¿quieres algo más?
PIRGOPOLINICES.— Sí, el no ser más guapo de lo que soy, que no son más que desasosiegos los que me produce mi beldad.
PALESTRIÓNS.— ¿Qué haces ahí todavía de pasmarote?, ¿por qué no te marchas?
MILFIDIPA.— Ahora.
PALESTRIÓNS.— Oye, todavía una cosa: que se lo digas bien dicho, así que le dé brincos el corazón en el pecho. (Por lo bajo). Dile a Filocomasio, si está ahí, que se pase a nuestra casa, que el militar está aquí.
MILFIDIPA.— [1090] Está aquí con mi ama, escuchando a escondidas nuestra conversación.
PALESTRIÓNS.— Muy bien hecho, así sabrán mejor cómo tienen que comportarse.
MILFIDIPA.— No me detengas más, me voy.
PALESTRIÓNS.— Ni te detengo ni te pongo un dedo encima ni te… me callo.
PIRGOPOLINICES.— Dile a la otra que salga en seguida; no tengo ahora otro asunto más urgente.
* * * *
Escena III
(Pirgopolinices, Palestrión
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué es lo que me aconsejas ahora que debo de hacer con mi amiga, Palestrión?; [1095] porque es de todo punto imposible el traer a la otra a casa antes de haberla despedido a ella.
PALESTRIÓNS.— ¿A qué me consultas lo que debes hacer? Ya te dije cómo podías salir del paso sin el menor disgusto: que se quede con todas las joyas y los vestidos que le diste: [1100] que lo coja, que se quede con ello, que se lo lleve; y le dices también que es la mejor ocasión para que se vuelva a su casa: dile que han venido su hermana gemela y su madre, en cuya compañía podrá muy bien llegar a su patria.
PIRGOPOLINICES.— ¿Cómo sabes tú que están aquí?
PALESTRIÓNS.— Pues porque he visto con mis propios ojos que estaba [1105] aquí una hermana suya.
PIRGOPOLINICES.— ¿Ha venido ya a verla?
PALESTRIÓNS.— Sí.
PIRGOPOLINICES.— Y ¿es buena moza?
PALESTRIÓNS.— Caray, no te ves nunca harto.
PIRGOPOLINICES.— ¿Y dónde decía la hermana que está la madre?
PALESTRIÓNS.— El patrón del barco que las trajo me dijo que estaba en cama en el barco, que tenía un mal de ojos, que los tenía hinchados; [1110] el patrón se hospeda aquí en casa de los vecinos.
PIRGOPOLINICES.— Y el patrón ¿qué tal?, ¿es buen mozo?
PALESTRIÓNS.— Anda, vete ya; bonito semental hubieras sido tú, que lo mismo te dan los machos que las hembras. Ahora, tú, a lo que estamos.
PIRGOPOLINICES.— [1115] En cuanto a esa propuesta que has hecho, quiero que seas tú el que hable con ella de eso…, porque tú te entiendes bien con ella.
PALESTRIÓNS.— ¿No es mejor que vayas tú y soluciones tú mismo tus propios asuntos? Dile que no tienes más remedio que casarte, que los parientes te lo han aconsejado y los amigos te obligan.
PIRGOPOLINICES.— [1120] ¿Crees tú?
PALESTRIÓNS.— ¡Vaya que si lo creo!
PIRGOPOLINICES.— Voy entonces a entrar. Tú, mientras, estáte aquí a la mira, para llamarme cuando salga la otra.
PALESTRIÓNS.— Tú ocúpate de lo tuyo.
PIRGOPOLINICES.— Esto ya es cosa hecha…, y si no quiere de grado, la echaré por la fuerza.
PALESTRIÓNS.— [1125] No hagas eso; es mucho mejor que se vaya de buenas. Y dale lo que te dije, que se lleve las joyas y los vestidos que le habías dado.
PIRGOPOLINICES.— De muy buena gana.
PALESTRIÓNS.— Yo creo que te será difícil convencerla: pero éntrate, no te estés aquí
PIRGOPOLINICES.— [1130] Como quieras.
PALESTRIÓNS.— (A los espectadores.) ¿Tenía o no tenía yo razón con lo que os dije antes del mujeriego este del militar? Ahora me haría falta que salieran Acroteleutio o su esclava o Pleusicles. ¡Bendito sea Júpiter!, la oportunidad en persona está conmigo: precisamente cuando estaba deseando verlos, [1135] los veo salir a todos aquí de casa del vecino.
* * * *
Escena IV
(Acroteleutio, Milfidipa, Palestrión, Pleusicles)
ACROTELEUTIO.— Venid conmigo y mirad, no vaya a haber por aquí algún testigo.
MILFIDIPA.— Lo que es yo, no veo a nadie aparte del que venimos a buscar.
PALESTRIÓNS.— Yo también os buscaba a vosotros.
MILFIDIPA.— ¿Qué tal, querido arquitecto?
PALESTRIÓNS.— ¿Yo arquitecto? ¡Bah!
MILFIDIPA.— ¿Qué pasa?
PALESTRIÓNS.— [1140] Pues que en comparación contigo no merezco ni meter un clavo en la pared.
MILFIDIPA.— Vamos, ¿de verdad?
PALESTRIÓNS.— Eres mala con gracia y ¡tienes una lengua! ¡Qué bien que has sabido timar al militar!
MILFIDIPA.— Pues eso no ha sido nada.
PALESTRIÓNS.— Tú tranquila, nos va saliendo todo a pedir de boca. [1145] Vosotras seguid colaborando como hasta ahora; el militar ha entrado para rogar en persona a su amiga que se vaya con su hermana y su madre a Atenas.
PLEUSICLES.— ¡Bravo, estupendo!
PALESTRIÓNS.— Más aún: las joyas y los vestidos que le había dado se los regala todos para que se marche; así se lo he aconsejado yo.
PLEUSICLES.— Desde luego que no habrá problema si ella lo quiere y él lo está deseando.
PALESTRIÓNS.— [1150] ¿No sabes tú que cuando subes desde el fondo de un pozo hasta la superficie hay un peligro muy grande de que te vuelvas a caer desde lo alto al fondo? Ahora estamos nosotros en lo alto del pozo: si el militar se da cuenta de algo, habremos trabajado en vano: ahora más que nunca hay que andarse con pies de plomo.
PLEUSICLES.— [1155] Yo veo que materia no nos falta: tres mujeres, tú eres el cuarto, yo el quinto, Periplectómeno el sexto. Con toda la capacidad de supercherías que tenemos entre los seis, estoy segura de que podremos dar asalto a traición a la ciudad que sea.
PALESTRIÓNS.— A ver, atención ahora.
ACROTELEUTIO.— Para eso estamos aquí, por si querías algo.
PALESTRIÓNS.— Muy bien. A ver, tú, Acroteleutio, que te voy a designar tu campo de operaciones.
ACROTELEUTIO.— [1160] Mi general, se cumplirán tus órdenes, en lo que dependa de mis fuerzas.
PALESTRIÓNS.— Quiero que times al militar de lo lindo, con salero, a lo grande.
ACROTELEUTIO.— Te juro que esa orden es un placer para mí.
PALESTRIÓNS.— ¿Y sabes cómo?
ACROTELEUTIO.— Sí, haciendo como que me muero de amor por él.
PALESTRIÓNS.— Muy bien.
ACROTELEUTIO.— [1165] Y como que por causa de su amor voy a deshacer mi matrimonio, porque me quiero casar con él.
PALESTRIÓNS.— Exacto. Sólo una cosa: tienes que decirle que esta casa te pertenece a ti por tu dote y que el viejo se ha ido de aquí después que os habéis divorciado, para que no tema él entrar en una casa ajena.
ACROTELEUTIO.— Tienes mucha razón.
PALESTRIÓNS.— Pero cuando él salga de su casa, quiero que tú, desde lejos, [1170] hagas como si, en comparación de su beldad, no tuvieras en nada la tuya propia y como si te encogiera su categoría, y al mismo tiempo tienes que ponderar su beldad, su simpatía, su buena facha, su guapura, ¿está claro?
ACROTELEUTIO.— Sí. ¿Te basta si te entrego mi obra tan bien terminada que no tengas reparo que ponerle?
PALESTRIÓNS.— [1175] Me basta. Ahora (a Plesicles) te toca a ti la vez, pon atención a mis instrucciones: inmediatamente después de que ella entre en casa, entonces te presentas en seguida tú aquí vestido de patrón de navío; tienes que ponerte una gorra parda y una visera para los ojos, ponte también un capotillo verde [1180] —que ése es el color que lleva la gente de mar— anudado en el hombro izquierdo y el brazo que te quede libre, y un cinturón de lo que sea: tiene que parecer que eres un piloto. Todas estas cosas las hay en casa de Periplectómeno, porque tiene esclavos que son pescadores.
PLEUSICLES.— Y luego que esté disfrazado como dices, venga, ¿qué es lo que tengo que hacer?
PALESTRIÓNS.— [1184-1185] Te presentas aquí para buscar a Filocomasio de parte de su madre, para que, si está dispuesta a irse de Atenas, vaya contigo al puerto en seguida y que mande que se lleve al barco el equipaje que quiera; le dices que, si no quiere ir, que tú te haces a la mar, porque sopla un viento favorable.
PLEUSICLES.— No está mal el cuadro; venga, sigue.
PALESTRIÓNS.— [1190] Él le dirá en seguida que se vaya, que se dé prisa para no hacer esperar a la madre.
PLEUSICLES.— Eres más listo que listo.
PALESTRIÓNS.— Yo le diré a Filocomasio que le diga al militar que le ayude yo a llevar los bultos al puerto y él me ordenará ir con ella. Y yo entonces, para que estés con ella, cojo y me marcho a Atenas contigo.
PLEUSICLES.— Y cuando llegues allí, no consentiré que sigas siendo esclavo ni un día más y te daré la libertad.
PALESTRIÓNS.— [1195] Hale, deprisa, ve y disfrázate.
PLEUSICLES.— ¿Algo más?
PALESTRIÓNS.— Que tengas presente todo lo que te he dicho.
PLEUSICLES.— Me marcho.
PALESTRIÓNS.— (A Acroteleutio y Milfidipa). Y vosotras entrad también ahora mismo, porque él va a salir de un momento a otro de casa.
ACROTELEUTIO.— Tus órdenes son sagradas para nosotras.
PALESTRIÓNS.— Hale, marchaos, pues. (Entran en casa de Periplectómeno). ¡Qué oportunidad, que ahora mismo se abre la puerta!, sale muy sonriente, se conoce que lo ha conseguido, ¡pobre infeliz, que va corriendo tras una cosa que no existe!
* * * *
Escena V
(Pirgopolinices, Palestrión)
PIRGOPOLINICES.— [1200] He conseguido de Filocomasio lo que quería y como quería, en buena amistad y de común acuerdo.
PALESTRIÓNS.— ¿Y qué has hecho tanto rato ahí dentro?
PIRGOPOLINICES.— Nunca me he sentido tan amado por esta mujer como ahora.
PALESTRIÓNS.— ¿Cómo es eso?
PIRGOPOLINICES.— ¡Qué cantidad de palabras me ha hecho derrochar, qué tenacidad tan grande he tenido que vencer! Pero al fin conseguí [1205] lo que quería; le he concedido, le he regalado todo lo que quiso, todo lo que me pidió; tú también estás entre los regalos que le he hecho.
PALESTRIÓNS.— ¿Yo también?, ¿cómo voy a poder yo vivir sin ti?
PIRGOPOLINICES.— Venga, no te apures; yo te daré luego también la libertad[49]. Es que yo he estado intentando a ver si podía conseguir de alguna manera que se marchase sin ti, pero nada, que se empeñó.
PALESTRIÓNS.— No me queda sino poner en los dioses y en ti todas mis esperanzas. [1210] A fin de cuentas, aunque me resulta muy duro por tener que verme privado del mejor de los amos, al menos me consuela el haberte podido arreglar, gracias a tu galanura, el asunto con la vecina esta que te he proporcionado.
PIRGOPOLINICES.— ¿Para qué más? Yo estoy dispuesto a darte la libertad y una buena suma en metálico si me lo consigues.
PALESTRIÓNS.— Ya te lo conseguiré.
PIRGOPOLINICES.— Pero es que estoy ardiendo en deseos de ello.
PALESTRIÓNS.— [1215] Modera tus ímpetus, no seas tan apasionado. Pero mira, ahí sale ella ahora de su casa.
* * * *
Escena VI
(Milfidipa, Acroteleutio, Pirgopolinices, Palestrión)
MILFIDIPA.— [1220] (A Acroteleutio, por lo bajo). Ama, mira, ahí está el militar.
ACROTELEUTIO.— ¿Dónde?
MILFIDIPA.— Ahí a la izquierda.
ACROTELEUTIO.— Ya lo veo
MILFIDIPA.— Míralo de reojo, que no se dé cuenta de que lo vemos.
ACROTELEUTIO.— Ya lo veo. Te digo que ahora es la ocasión de volvernos todavía más malas de lo que somos.
MILFIDIPA.— Tú tienes que empezar.
ACROTELEUTIO.— (En voz alta). Dime, por favor, ¿de verdad que has hablado con él en persona? (Por lo bajo). Habla fuerte, que nos oiga.
MILFIDIPA.— Con él en persona he hablado, te lo juro, y además con toda tranquilidad, todo el tiempo que quise, sin prisas de ninguna clase, tal como me vino en gana.
PIRGOPOLINICES.— ¿Oyes lo que dice?
PALESTRIÓNS.— Claro que lo oigo: ¡qué gozo tiene de ir a tu encuentro!
ACROTELEUTIO.— ¡Ay, qué mujer con más suerte eres!
PIRGOPOLINICES.— ¡Hay que ver qué pasión siente por mí!
PALESTRIÓNS.— Te lo mereces.
ACROTELEUTIO.— Te aseguro que me llama la atención el que, como dices, hayas podido verle y conseguir que atendiera tus súplicas; [1225] dicen que no es posible dirigirse a él sino por carta o por medio de un embajador, como si fuera un rey.
MILFIDIPA.— Naturalmente, pues sí que me costó el poder hablarle y que accediera a mi petición.
PALESTRIÓNS.— ¡Menuda fama tiene entre las mujeres!
PIRGOPOLINICES.— ¿Qué remedio me queda si es así la voluntad de Venus?
ACROTELEUTIO.— ¡Ay, qué agradecida le estoy a Venus y cómo le ruego y le suplico que me conceda la gracia del hombre a quien amo, [1230] al objeto de todas mis ansias!; quiera él dignarse en su bondad acceder a mis deseos.
MILFIDIPA.— Yo abrigo la esperanza de que así será, aunque son muchas las que lo solicitan; pero él las rechaza, las excluye a todas menos a ti.
ACROTELEUTIO.— Pues ése es el temor que me atormenta: como es tan descontentadizo, no sea que sus ojos le hagan cambiar de opinión [1235] cuando me vea y que por ser tan refinado le induzca mi aspecto a rechazarme.
MILFIDIPA.— No creo, no seas tan pesimista.
PIRGOPOLINICES.— ¡Qué manera de hacerse de menos ella misma!
ACROTELEUTIO.— Me temo que lo que tú le has dicho sobrepase a mi belleza real.
MILFIDIPA.— Ya me he cuidado yo de que supere tu hermosura a todo lo que él se pueda figurar.
ACROTELEUTIO.— Te juro que si no me quiere tomar por esposa, [1240] me abrazaré a sus rodillas y le suplicaré; de otro modo, si no lo puedo conseguir, me daré la muerte; estoy seguro de que no me será posible vivir sin él.
PIRGOPOLINICES.— Veo que hay que impedir que se suicide, ¿me acerco a ella?
PALESTRIÓNS.— De ninguna manera: ¿no ves que te haces de menos si eres tú el que te prodigas? [1245] Déjala más bien que venga ella de por sí; deja que te busque, que te añore, que esté a tu expectación; ¿es que quieres perder sin más ni más esa aureola de gloria? Yo te aviso, no lo hagas de ninguna manera, que una cosa así, el ser amado por una mujer de esa forma, no le ha pasado a ningún otro mortal salvo a dos: tú y Faón de Lesbos[50]
ACROTELEUTIO.— ¿Entro en su casa o le llamas tú para que salga él, querida Milfidipa?
MILFIDIPA.— Es mejor esperar a que salga alguien de la casa.
ACROTELEUTIO.— [1250] Pero es que yo no puedo contenerme ya más sin entrar.
MILFIDIPA.— Está cerrada la puerta.
ACROTELEUTIO.— Pues la rompo.
MILFIDIPA.— Tú no estás en tu juicio.
ACROTELEUTIO.— Si es que él ha estado alguna vez enamorado o si tiene tanto talento como belleza, sabrá tener clemencia y disculparme, si es el amor el que me induce a obrar así.
PALESTRIÓNS.— Por favor, ¡cómo está la pobre de perdida por ti!
PIRGOPOLINICES.— Y yo por ella.
PALESTRIÓNS.— Calla, que no se entere.
MILFIDIPA.— ¿Qué haces ahí de pasmarote?, ¿por qué no llamas a la puerta?
ACROTELEUTIO.— [1255] Porque no está dentro el que busco.
MILFIDIPA.— ¿Cómo lo sabes?
ACROTELEUTIO.— Por el olor, porque mi nariz lo notaría si es que estuviera dentro.
PIRGOPOLINICES.— ¡Qué inspiración la de esa mujer!; como está enamorada de mí, por eso le ha concedido Venus el don de la profecía.
ACROTELEUTIO.— Aquí cerca anda por donde sea el que quiero ver, porque siento su perfume.
PIRGOPOLINICES.— Caray, ésta ve ya más con la nariz que con los ojos.
PALESTRIÓNS.— Es que está ciega de amor.
ACROTELEUTIO.— [1260] Sosténme, por favor.
MILFIDIPA.— ¿Para qué?
ACROTELEUTIO.— Para que no caiga al suelo.
MILFIDIPA.— Pero ¿qué pasa?
ACROTELEUTIO.— Que no puedo estar en pie, la vista me hace desmayarme.
MILFIDIPA.— Entonces, seguro que es que has visto al militar.
ACROTELEUTIO.— Así es.
MILFIDIPA.— Yo no le veo, ¿dónde está?
ACROTELEUTIO.— Si estuvieras enamorada, lo verías.
MILFIDIPA.— Te juro que no estás tú más enamorada de él que yo, ama…, si tuviera tu permiso.
PALESTRIÓNS.— Verdaderamente, nada más que echarte la vista encima quedan todas las mujeres prendadas de ti.
PIRGOPOLINICES.— [1265] No sé si te lo he dicho ya alguna vez o no: es que yo soy de la prosapia de Venus.
ACROTELEUTIO.— Querida Milfidipa, ve por favor y acércate a él.
PIRGOPOLINICES.— ¡Qué temor le infundo!
PALESTRIÓNS.— Se acerca a nosotros.
MILFIDIPA.— Quisiera hablaros.
PIRGOPOLINICES.— Nosotros también a ti.
MILFIDIPA.— Tal como me encargaste, he hecho salir aquí a mi ama.
PIRGOPOLINICES.— Ya lo veo.
MILFIDIPA.— Dile, pues, que se acerque.
PIRGOPOLINICES.— He decidido no rechazarla como a las demás, puesto que me lo pediste. [1270]
MILFIDIPA.— Seguro que no puede decir ni una palabra si se acerca más a ti; mientras te estaba mirando, los ojos le paralizaron la lengua.
PIRGOPOLINICES.— Veo que no hay más remedio que aliviarle a esta mujer su mal.
MILFIDIPA.— ¡Qué manera de temblar y qué timidez le entró al verte!
PIRGOPOLINICES.— Eso mismo les sucede a hombres bien armados, no tienes que extrañarte de que le pase a una mujer; pero ¿qué es lo que quiere de mí?
MILFIDIPA.— [1275] Que vayas a su casa: quiere vivir y estar contigo toda la vida.
PIRGOPOLINICES.— ¿Yo voy a ir allí estando casada? Me echaría mano el marido.
MILFIDIPA.— ¡Qué va, si ha despedido a su marido por causa tuya!
PIRGOPOLINICES.— ¿Y cómo ha podido hacer una cosa así?
PALESTRIÓNS.— Pues porque la casa le pertenece por su dote.
PIRGOPOLINICES.— ¿De verdad?
MILFIDIPA.— De verdad, te lo juro.
PIRGOPOLINICES.— Dile que se entre en casa; ahora mismo voy yo también. [1280]
MILFIDIPA.— Mira que no te tardes, no la hagas sufrir más.
PIRGOPOLINICES.— No me tardaré; íos.
MILFIDIPA.— Ya vamos. (Entra con Acroteleutio en casa de Periplectómeno).
PIRGOPOLINICES.— Pero ¿qué ven mis ojos?
PALESTRIÓNS.— ¿Qué es lo que ves?
PIRGOPOLINICES.— Quien sea viene hacia acá con atuendo de marino.
PALESTRIÓNS.— Va a nuestra casa, seguro que te busca a ti, éste es el patrón del barco.
PIRGOPOLINICES.— Debe ser que viene a buscar a Filocomasio.
PALESTRIÓNS.— Seguro.
* * * *
Escena VII
(Pleusicles, Palestrión, Pirgopolinices)
PLEUSICLES.— [1285] (Aparte). Si yo no supiera los disparates —que cada cual a su estilo— se cometen por culpa del amor, me daría vergüenza ir así vestido por tal motivo. Pero después que es cosa sabida la serie de desmanes y maldades que cometieron muchos por estar enamorados, para no hablar de Aquiles, que consintió en ver morir a tantos de sus compatriotas[51]… , [1290] pero ahí veo a Palestrión con el militar: tengo que cambiar de tema. (Alzando la voz). Desde luego, las mujeres es que son hijas de la lentitud en persona; se puede uno imaginar cualquier clase de tardanza que dure lo mismo, pero así y todo, parece que no se le hace a uno tan larga como cuando son las mujeres las que te hacen esperar; [1295] debe ser que están ya hechas a ello. Es que yo vengo a buscar a Filocomasio; pero voy a llamar a la puerta. ¡Ah de la casa! ¿No hay nadie?
PALESTRIÓN.— ¿Qué hay, joven? ¿Qué es lo que deseas? ¿Por qué llamas a la puerta?
PLEUSICLES.— Busco a Filocomasio; vengo de parte de su madre. Si [1300] está dispuesta a irse, que salga ya; está deteniéndonos a todos, queremos hacernos a la mar.
PIRGOPOLINICES.— Ya hace tiempo que está todo dispuesto. Anda, Palestrión, llévate unos esclavos que te ayuden a transportar al barco sus joyas, sus aderezos, los vestidos y todos los objetos de valor. Ya está todo preparado, todos mis regalos, que se los lleve. [1305]
PALESTRIÓN.— Voy.
PLEUSICLES.— Tú, por favor, date prisa.
PIRGOPOLINICES.— En seguida va. Oye, tú, ¿qué es eso?, ¿qué es lo que te ha pasado en el ojo?
PLEUSICLES.— Demonio, yo tengo mi ojo.
PIRGOPOLINICES.— No, si yo digo el izquierdo.
PLEUSICLES.— Te explicaré: por culpa del amor, maldición, he perdido el ojo izquierdo; si me hubiera dejado de tanto amorío, lo tendría ahora igual que este otro. [1310] Pero ya es demasiado lo que me están deteniendo ésos.
PIRGOPOLINICES.— Mira, ya salen.
* * * *
Escena VIII
Palestrión, Filocomasio, Pirgopolinices, Pleusicles)
PALESTRIÓNS.— Pero bueno, ¿cuándo vas a dejar ya de llorar?
FILENIO.— ¿Cómo quieres que no llore?, me marcho de donde pasé la época más maravillosa de toda mi vida.
PALESTRIÓNS.— Mira, ahí está el hombre que viene de parte de tu madre y tu hermana.
FILENIO.— Sí, ya lo veo.
PIRGOPOLINICES.— Tú, Palestrión.
PALESTRIÓNS.— ¿Qué quieres?
PIRGOPOLINICES.— ¿Por qué no haces sacar todo lo que le he dado. [1315]
PLEUSICLES.— Buenos días, Filocomasio.
FILENIO.— Buenos días.
PLEUSICLES.— Tu madre y tu hermana me han encargado que te diera muchos saludos de su parte.
FILENIO.— Gracias.
PLEUSICLES.— Te ruegan que vengas mientras que el viento nos es favorable, para que se tiendan las velas. Si no hubiera sido por los ojos de tu madre, hubieran venido las dos conmigo.
FILENIO.— Voy… aunque a desgana; pero la piedad filial…
PLEUSICLES.— Lo sé; tú eres una persona razonable. [1320]
PIRGOPOLINICES.— Si no hubiera vivido conmigo, sería hoy una boba.
FILENIO.— Pues eso es lo que me duele, el tener que separarme de un hombre así. Es que tú tienes la habilidad de hacer encantadora la vida a cualquiera que tengas a tu lado; el ser tu compañera me había hecho crecerme, y ahora veo que tengo que renunciar a ese título de gloria.
PIRGOPOLINICES.— ¡Bueno, no llores!
FILENIO.— [1325] No puedo remediarlo cuando te veo.
PIRGOPOLINICES.— ¡Vamos, ánimo!
FILENIO.— Yo sé bien el dolor que siento.
PALESTRIÓNS.— Pues lo que es a mí, Filocomasio, no me extraña si te encontrabas aquí a gusto, si te sujetan aquí la beldad de este hombre, su conducta, su bizarría; mira yo que no soy más que su esclavo y se me saltan las lágrimas al mirarle, de pensar que nos tenemos que separar.
FILENIO.— Por favor, ¿me dejas abrazarte antes de irme?
PIRGOPOLINICES.— No faltaba más. [1330]
FILENIO.— ¡Ay, mis ojos, mi vida!
PALESTRIÓNS.— (A Pleusicles). Tú, por favor, sujétala, no se vaya a caer.
PIRGOPOLINICES.— Oye, ¿qué es eso?
PALESTRIÓNS.— Es que como se tiene que separar de ti, de pronto se ha sentido mal la pobre.
PIRGOPOLINICES.— Anda dentro corriendo y trae un poco de agua.
PALESTRIÓNS.— No, agua no, es mejor que repose un poco. No te metas tú de por medio, por favor, hasta que vuelva en sí.
PIRGOPOLINICES.— Oye, ésos tienen las caras demasiado juntas, no me hace gracia. ¡Quita los labios de los suyos, marinero, que te la vas a ganar!
PLEUSICLES.— [1335] Es que estaba viendo a ver si respiraba o no.
PIRGOPOLINICES.— Pues haber acercado la oreja.
PLEUSICLES.— Si lo prefieres, la suelto.
PIRGOPOLINICES.— No, sosténla.
PALESTRIÓNS.— ¡Desgraciado de mí!
PIRGOPOLINICES.— (A los esclavos en la casa). ¡Salid y sacad todas las cosas que le he regalado a Filocomasio!
PALESTRIÓNS.— Yo te saludo de nuevo, lar familiar, antes de marcharme. Mis queridos compañeros, compañeras de esclavitud, que lo paséis bien; [1340] yo os ruego que os portéis bien los unos con los otros y también conmigo, aunque ausente.
PIRGOPOLINICES.— Vamos, Palestrión, serénate.
PALESTRIÓNS.— ¡Ay, me es imposible contener las lágrimas al separarme de ti!
PIRGOPOLINICES.— Llévalo con calma.
PALESTRIÓNS.— Bien me sé yo el dolor que siento.
FILENIO.— Pero ¿qué es esto?, ¿qué pasa, qué veo?, ¡oh mi luz, salve! ***
PLEUSICLES.— [1345] ¿Qué hay?, ¿estás ya mejor?
FILENIO.— Por favor, ¿a quién estoy abrazando? ¡Ay de mí!, ¿es que he perdido la cabeza?
PLEUSICLES.— No temas, amor mío.
PIRGOPOLINICES.— A ver, ¿qué significa eso?
PALESTRIÓNS.— Es que había perdido el sentido. Estoy temblando, no vaya a descubrirse todo al final.
PIRGOPOLINICES.— ¿Todo?, ¿el qué?
PALESTRIÓNS.— No, el llevar ahora todos estos bultos detrás de nosotros por la ciudad, [1350] no vaya a ser que la gente hable de ti.
PIRGOPOLINICES.— Yo he dado lo que era mío y no lo de nadie. Me trae sin cuidado lo que digan; hale, íos ya con el favor de los dioses.
PALESTRIÓNS.— No, si yo lo digo por ti.
PIRGOPOLINICES.— Ya lo sé.
PALESTRIÓNS.— Ahora, adiós.
PIRGOPOLINICES.— Adiós, Palestrión.
PALESTRIÓNS.— Id vosotros por delante, yo os alcanzo luego; quiero hablar unas palabras con el amo. (Se van del lado del puerto). Aunque es verdad que has tenido tú siempre otros esclavos de más confianza que yo, [1355] a pesar de eso quiero darte las gracias por todo, y, si tú lo hubieras querido, hubiera preferido mil veces servirte a ti que ser liberto con otro.
PIRGOPOLINICES.— Vamos, consuélate.
PALESTRIÓNS.— ¡Ay pobre de mí, cuando pienso que tengo que cambiar de costumbres, aprender los hábitos mujeriles y olvidarme de los guerreros!
PIRGOPOLINICES.— [1360] Procura salir con bien de ello.
PALESTRIÓNS.— Me será imposible, no tengo ya gusto para nada.
PIRGOPOLINICES.— Anda, síguelos, no les hagas esperar.
PALESTRIÓNS.— Adiós.
PIRGOPOLINICES.— Adiós, que te vaya bien.
PALESTRIÓNS.— No te olvides de mí; si acaso soy un día libre (yo te daré noticia), sigue prestándome tu ayuda.
PIRGOPOLINICES.— No es otra mi condición.
PALESTRIÓNS.— [1365] Piensa siempre lo fiel que te he sido. Si así lo haces, sabrás entonces al fin quién es el que se porta bien contigo y quién es el que se porta mal.
PIRGOPOLINICES.— Lo sé, y buena cuenta que me he dado de ello muchas veces.
PALESTRIÓNS.— Pero sobre todo hoy vas a darte cuenta de ello; más aún, ya verás cómo podrás decir que ha sido hoy cuando te he dado verdaderas pruebas de ello.
PIRGOPOLINICES.— Casi no puedo contenerme de decirte que te quedes aquí.
PALESTRIÓNS.— Huy, eso de ninguna manera, dirán entonces que eres un embustero y un traidor, [1370] dirían que es que no tenías ningún otro esclavo fiel aparte de mí; palabra, si creyera que lo podías hacer sin faltar a tu honor, te lo aconsejaría. Pero es imposible, no lo hagas de ninguna manera.
PIRGOPOLINICES.— Hala, márchate ya.
PALESTRIÓNS.— Me conformaré, sea lo que sea.
PIRGOPOLINICES.— Adiós, pues.
PALESTRIÓNS.— Más vale que me dé prisa…
PIRGOPOLINICES.— Otra vez adiós. (Se va). Yo que le había tenido siempre por un esclavo malo de verdad y ahora me doy cuenta de su fidelidad; si bien lo pienso, hice una tontería con quedarme sin él. Ahora voy en busca de mis amores. Pero ya oigo, ya ha sonado ahí la puerta.
* * * *
Escena IX
(Un joven escalvo, Pirgopolinices)
ESCLAVO.— (Hablando con los de dentro de la casa). Basta ya de admoniciones, que yo me sé bien lo que tengo que hacer, yo daré con él esté donde esté. [1380] Ya andaré yo los pasos, cueste lo que me cueste.
PIRGOPOLINICES.— A mí me busca ése; voy a su encuentro.
ESCLAVO.— ¡Eh, tú eres el que busco, salud, el más encantador y el más oportuno de todos los mortales, ojito derecho de dos dioses!
PIRGOPOLINICES.— ¿De dos?, ¿de cuáles?
ESCLAVO.— Marte y Venus.
PIRGOPOLINICES.— [1385] ¡Qué chico más avispado!
ESCLAVO.— Mi ama te ruega que pases, tú solo eres el objeto de sus deseos, de sus anhelos, de sus ansias: ven y consuela a tu amante. ¿Por qué te detienes?, ¿por qué no pasas?
PIRGOPOLINICES.— Voy. (Entra).
ESCLAVO.— Él mismo se ha quedado prendido en las redes; dentro está preparada la emboscada. Al acecho le espera el viejo para lanzarse sobre ese seductor, ese sinvergüenza: [1390] está tan engreído con su guapura, que se cree que se enamoran de él todas las mujeres que le ven, y la verdad es que todos le aborrecen, lo mismo ellas que ellos. Ahora, hale, ¡al barullo! Ya se oye el griterío ahí dentro.