Acto II

Escena I

(Palestrión)

PALESTRIÓN.— Distinguido público, heme aquí dispuesto a contarles el argumento de esta comedia, [80] si es que ustedes tienen la bondad de prestarme su atención. Si alguien no quiere escuchar, que se levante y se marche, para hacer sitio donde sentarse al que lo quiera. [85] Ahora os diré el argumento y el título de la comedia que vamos a representar, que es para lo que estáis aquí reunidos en este lugar de fiesta: en griego se titula la pieza Alazón, lo que en latín se dice gloriosus, o sea, fanfarrón. Esta ciudad es Éfeso; el militar este que acaba de irse ahora a la plaza es mi amo, un fanfarrón, un sinvergüenza, [90] un tipo asqueroso, que no vive sino del perjurio y del adulterio. Se empeña en que le persiguen todas las mujeres, y, en realidad, no es sino el hazmerreír de ellas por donde quiera que va. Por eso tienen aquí por lo general las golfas el morro torcido, a fuerza de burlarse de él haciéndole muecas con los labios. [95] En cuanto a un servidor, no hace mucho que me encuentro a las órdenes del susodicho militar: ahora mismo les digo cómo es que pasé a ser esclavo suyo en lugar del amo que tenía antes; prestad atención, que ahora empiezo a contar el argumento. Yo estaba en Atenas al servicio de un amo que era una bellísima persona y que estaba enamorado [100] de una cortesana hija de madre de Atenas del Atica[19], y a ella le pasaba lo mismito con él, lo cual se puede decir que es la forma ideal de amar. Mi amo fue enviado a Naupacto con un asunto oficial de gran importancia. Entretanto, se presenta el militar este en Atenas y empieza a insinuarse con la amiga de mi amo; [105] venga a camelar a la madre trayéndole vino, aderezos, buenas cosas de comer, hasta que consigue hacerse persona de confianza en casa de la señora. En cuanto que se le presentó la ocasión, [110] va y engaña a la madre de la muchacha de la que estaba enamorado, y, sin que ella se dé cuenta, coge a la hija, la embarca y la trae a la fuerza aquí a Éfeso. Cuando yo me entero de que la amiga de mi amo ha desaparecido de Atenas, cojo [115] y, lo más rápidamente que puedo, me busco un pasaje y me embarco en dirección a Naupacto para informarle de lo sucedido. Hete ahí que nos encontrábamos ya en alta mar, cuando aparecen por permisión divina unos piratas que capturan el barco en donde yo iba, o sea que encuentro mi perdición antes de encontrarme con mi dueño como era mi propósito. [120] El que me hizo cautivo me entregó como esclavo al militar este, que me lleva con él a su casa, donde al entrar me topo con la amiga ateniense de mi amo. Ella al reconocerme me hace señas con los ojos de que no le hable; [125] luego, cuando tuvimos ocasión, se me queja de sus infortunios: me dice que está deseando salir huyendo de aquella casa y volver a Atenas, que ella sigue queriendo a mi amo el de Atenas y que no hay para ella otra persona más aborrecible que el militar. Yo, que me doy cuenta de la situación en que está la muchacha, [130] cojo y escribo una carta y se la entrego en secreto a un comerciante para que se la lleve a mi amo el de Atenas, el que estaba enamorado de la chica, para que se persone aquí en Éfeso. No ha hecho él caso omiso de mi mensaje, [135] porque ha venido y se aloja aquí junto a nosotros, en casa de un antiguo amigo de su padre, un viejo que es realmente un hombre encantador; que está nada más que a servirle los pensamientos a su enamorado huésped y que nos ayuda con su colaboración y sus consejos. O sea que yo he podido organizar aquí un truco estupendo para que pudieran reunirse los enamorados [140]: en una habitación que el militar ha reservado para su amiga, donde tiene prohibido que nadie ponga los pies aparte de ella, allí en esa habitación he hecho un boquete en la pared por donde la muchacha pueda pasar en secreto a la casa del vecino de al lado —a sabiendas del viejo, por supuesto; él ha sido quien me ha dado la idea—; [145] y es que el otro esclavo a quien el militar ha encargado la custodia de su amiga es un pobre diablo, o sea, que a fuerza de ingeniosos trucos y de bien tramados engaños le pondremos un velo delante de los ojos y conseguiremos que no haya visto lo que ha visto; [150] y después, para que no os confundáis, la misma muchacha va a hacer el papel de dos, de la que vive aquí en esta casa y de otra que va a vivir en la casa de al lado —en sí es siempre una y la misma, pero simulará ser cada vez una distinta; ésta es la forma en que vamos a pegársela a su guardián—. Pero suena la puerta del viejo, nuestro vecino: [155] es él el que sale; ése es el viejo tan saleroso que les acabo de decir ahora mismo.

* * * *

Escena II

(Periplectómeno, Palestrión)

PERIPLECTÓMENO.— (Hablando a los de dentro de la casa). Como a la próxima vez no le rompáis los huesos a cualquiera de fuera de casa que veáis por el tejado, os voy a dejar los costados hechos unos zorros; es que de esta forma no son ya los vecinos testigos de todo lo que ocurre dentro de mi casa, tal como se ponen a observar desde arriba por el patio. Así que ya sabéis, tenéis orden estricta de que a cualquier persona de la casa del militar [160] que veáis en nuestro tejado, no siendo Palestrión, le echéis abajo a la calle; ni que diga que es que está buscando una gallina o una paloma o un mono, os jugáis la vida si no le dais de palos hasta dejarle fuera de combate. Y además, para que no se salten la ley esa en contra del juego de las tabas[20], ya sabéis, les hacéis migas las propias veréis cómo no vuelven a ponerse a la mesa con ellas[21].

PALESTRIÓN.— Por lo que oigo, alguno de los nuestros debe de haber hecho una mala pasada, que da el señor aquí orden de romperles las tabas a mis colegas; bah, a mí me ha dejado fuera de cuenta, tanto me da lo que haga con los otros. Voy a hablarle.

PERIPLECTÓMENO.— ¿No es ése Palestrión?

PALESTRIÓN.— ¿Qué hay Periplectómeno?

PERIPLECTÓMENO.— [170] Si me dieran a elegir, no habría muchas personas a quienes viera ahora con más gusto que a ti.

PALESTRIÓN.— ¿Qué es lo que pasa?, ¿qué jaleo es ese que te traes ahí con nuestros esclavos?

PERIPLECTÓMENO.— Muertos somos.

PALESTRIÓN.— Pero ¿qué es lo que ocurre?

PERIPLECTÓMENO.— Todo se ha descubierto.

PALESTRIÓN.— ¿Qué es todo?

PERIPLECTÓMENO.— Ahora mismo ha estado quien sea de los vuestros [175] desde el tejado viendo por el patio a Filocomasio aquí en casa besándose con mi huésped.

PALESTRIÓN.— ¿Quién es el que lo ha visto?

PERIPLECTÓMENO.— Uno de tus compañeros.

PALESTRIÓN.— ¿Cuál de ellos?

PERIPLECTÓMENO.— Pues no lo sé, porque salió corriendo de pronto.

PALESTRIÓN.— Barrunto que estoy perdido.

PERIPLECTÓMENO.— Cuando ya se iba, le grito: «eh, tú, qué es lo que haces ahí en el tejado», digo; «buscando un mono», me contestó mientras se iba.

PALESTRIÓN.— [180] ¡Ay, desgraciado de mí, que me voy a buscar mi ruina por culpa de un bicho tan asqueroso! Pero ¿Filocomasio está ahí todavía en tu casa?

PERIPLECTÓMENO.— Cuando salí, sí que estaba.

PALESTRIÓN.— Pues haz el favor de ir y decirle que se pase a nuestra casa lo más rápidamente posible, para que la vean allí mis compañeros, si no es que pretende que nos den a todos a la horca por camarada a causa de sus amoríos.

PERIPLECTÓMENO.— [185] Eso ya se lo he dicho yo; si no quieres otra cosa…

PALESTRIÓN.— [190] Sí que quiero, dile también que no se olvide un punto de que es una mujer y se mantenga en el ejercicio de las artes y los procedimientos femeninos.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Qué es lo que quieres decir?

PALESTRIÓN.— Quiero decir que consiga convencer al esclavo que la ha visto ahí de que no la ha visto; así haya sido vista cien veces ahí, a pesar de todo, que lo niegue; boca tiene, una buena lengua, alevosía, malicia y arrojo, decisión, tenacidad, falacia; [189a] que haga frente y venza con sus juramentos a quien la acuse; [190] no le falte capacidad para echar mentiras, para inventar falsedades, falsos juramentos, mañas tiene, capacidad de seducir, de engañar, que una mujer que tenga asomos de malicia no tiene que andar rogando a proveedor ninguno: en casa tiene un huerto con todas las hierbas y los condimentos necesarios para toda clase de malas artes.

PERIPLECTÓMENO.— [195] Yo se lo diré, si es que está aquí. Pero ¿qué es eso a lo que andas ahí dándole vueltas en tu magín, Palestrión?

PALESTRIÓN.— Calla un momento, mientras que hago recuento de mis ideas y reflexiono sobre el camino a seguir y delibero con qué mañas le salgo al paso al mañoso del colega ese que la ha visto ahí besándose, hasta conseguir que no haya visto lo que ha visto.

[200] PERIPLECTÓMENO.— Hala, yo entretanto me retiro aquí a esta parte. Fíjate, cómo está ahí con la frente fruncida, venga a cavilar, venga a discurrir; se golpea el pecho con los dedos —pues a ver si va a hacer salir al corazón a abrirle la puerta—; ahora se vuelve para el otro lado; la mano izquierda la apoya en la pierna izquierda, con la mano derecha echa cuentas con los dedos, dándose en el muslo derecho. [205] Menudos golpes se pega, parece que le vienen con dificultad las ideas; hace chasquear los dedos: las está pasando negras: no hace más que cambiar de postura; mira, ahora menea la cabeza, seguro que es que no le gusta lo que se le ha ocurrido; sea lo que sea, veo que no nos lo va a servir a medio hacer, sino bien en su punto. Y ahora se pone a hacer de albañil: pone el brazo como si fuera una columna debajo de la barbilla [210] —quita, quita, esa construcción no me gusta, que he sabido que hay un poeta romano[22] en la misma postura, custodiado día y noche por un par de guardianes—. ¡Bravo, qué postura ahora tan salerosa, como un verdadero esclavo de comedia! Éste no para hoy hasta no acabar con lo que se trae entre manos. [215] Ya lo tiene, creo. ¡Manos a la obra! ¡Alerta, no te duermas, a no ser que prefieras velar a fuerza de palos y de cardenales! A ti te digo[23], Palestrión, no duermas, digo, despiértate, digo, que es de día, digo.

PALESTRIÓN.— Te oigo.

PERIPLECTÓMENO.— ¿No te das cuenta de que tienes el enemigo encima y que te asedia por la espalda? [220] Toma una decisión, coge refuerzos, y además deprisa, no es hora de andarse con calmas; anticípate por otro camino, busca algún rodeo oculto para llevar al ejército, apremia con tu asedio al enemigo, procura ayuda para los nuestros, corta las provisiones a los contrarios y asegúrate [225] tú un camino por donde puedan llegar sin peligro víveres y provisiones a ti y a los tuyos: manos a la obra, la cosa urge; inventa, imagina; venga, deprisa, una artimaña para que no se haya visto lo que se ha visto, para que no haya pasado lo que ha pasado. Grande es la empresa que acomete este hombre, grandes las fortificaciones que construye. Palestrión, si es que te comprometes a tomar la cosa en tus manos, [230] entonces podemos estar seguros de la derrota de nuestros enemigos.

PALESTRIÓN.— Me comprometo, acepto la dirección de la empresa.

PERIPLECTÓMENO.— Y yo te aseguro que conseguirás tus fines.

PALESTRIÓN.— ¡Júpiter te bendiga!

PERIPLECTÓMENO.— ¿No quieres hacerme partícipe de tus planes?

PALESTRIÓN.— Calla mientras que te introduzco en el terreno de mis estratagemas, para que sepas lo mismo que yo mis propósitos.

PERIPLECTÓMENO.— No recibirás daño alguno de ello.

PALESTRIÓN.— [235] Mi amo el militar más que su propia piel tiene la de un elefante y no más caletre que un adoquín.

PERIPLECTÓMENO.— Lo sé.

PALESTRIÓN.— El plan que tengo, el engaño que quiero poner en práctica es el de decir que ha venido de Atenas con un amigo suyo la hermana gemela de Filocomasio, y que las dos jóvenes [240] son tan parecidas entre sí como dos gotas de agua; diré que están alojados en tu casa.

PERIPLECTÓMENO.— ¡Bravo, bravo, estupendo, me parece una idea magnífica!

PALESTRIÓN.— De modo que, si mi camarada la acusa al militar de haberla visto ahí besándose con otro, [245] yo le convenzo de que es a la hermana a quien ha visto besarse y abrazarse con su amigo en tu casa.

PERIPLECTÓMENO.— ¡Chico, fantástico! Yo también diré lo mismo si me pregunta el militar.

PALESTRIÓN.— Pero tú di que es que son parecidísimas, y además hay que avisárselo a Filocomasio para que lo sepa y no ande titubeando si el militar le pregunta algo.

PERIPLECTÓMENO.— ¡Qué engaño tan bien pensado! Pero si el militar quiere verlas a las dos al mismo tiempo, [250] ¿qué hacemos entonces?

PALESTRIÓN.— Muy fácil, se pueden dar cientos de pretextos: no está en casa, ha salido de paseo, está durmiendo, se está arreglando, está en el baño, está comiendo o bebiendo; está ocupada, no tiene tiempo, ahora no es posible. El caso es darle largas al asunto, supuesto que consigamos de buenas a primeras hacerle creer que son verdad todas las mentiras que se le echen.

PERIPLECTÓMENO.— [255] De acuerdo.

PALESTRIÓN.— Entra en casa, pues, y, si está allí Filocomasio, dile que se pase en seguida aquí a la nuestra; cuéntale todo esto, no dejes de avisarla y de advertirla que se quede bien con el plan este que hemos urdido de la hermana gemela.

PERIPLECTÓMENO.— Verás qué bien sé dejártela bien instruida. ¿Algo más?

PALESTRIÓN.— Que te metas en casa.

PERIPLECTÓMENO.— Ahora mismo. (Entra).

PALESTRIÓN.— [260] Yo también me voy a casa, a ver si con mucho disimulo puedo averiguar quién de mis compañeros ha sido el que ha ido a buscar al mono ese, que me figuro yo que no es posible que, sea quien sea, hablando con alguno de los de casa, no le haya dicho lo de la amiga del amo, que la ha visto aquí en la [265] casa de al lado besándose con otro joven, que yo me sé muy bien eso de que «lo que yo solo me sé, callármelo no podré». Si consigo dar con el que la vio, contra él dirigiré todas mis máquinas de guerra; todo está a punto: al asalto y a hacerme con él por la fuerza de mi brazo. Si no consigue localizarle, entonces iré olfateando como un perro de caza hasta dar con las huellas del zorro. [270] Pero suena nuestra puerta, me callo, que es el guardián de Filocomasio, mi compañero, el que sale.

* * * *

Escena III

(Escéledro, Palestrión)

ESCÉLEDRO.— (Saliendo de la casa del militar) Como no sea que haya ido andando en sueños por el tejado, diablos, tengo por cierto haber visto a Filocomasio, la amiga del amo, buscarse su perdición aquí en casa del vecino de al lado.

PALESTRIÓN.— [275] (Aparte). Éste es el que la ha visto besarse, según lo que oigo.

ESCÉLEDRO.— ¿Quién vive?

PALESTRIÓN.— Uno de tus compañeros: ¿qué hay, Escéledro?

ESCÉLEDRO.— Me alegro de encontrarme precisamente contigo, Palestrión.

PALESTRIÓN.— ¿Por qué?, ¿qué es lo que pasa? A ver, dime.

ESCÉLEDRO.— Mucho me temo…

PALESTRIÓN.— ¿El qué?

ESCÉLEDRO.— … que peguemos un buen salto a la peor de las horcas todos y cada uno de los habitantes de la casa.

PALESTRIÓN.— [280] Salta tú solo, que yo no tengo el menor interés en saltos ni brincos de ese género.

ESCÉLEDRO.— ¿Es que no sabes tú la última novedad ocurrida?

PALESTRIÓN.— ¿Qué es lo que ha ocurrido?

ESCÉLEDRO.— Una desvergüenza.

PALESTRIÓN.— Entonces quédate con ello, no me lo digas, que no lo quiero saber.

ESCÉLEDRO.— Pues te lo he de decir; resulta que fui a buscar hoy a nuestro mono por el tejado de aquí del vecino.

PALESTRIÓN.— [285] Verdaderamente, Escéledro, tal para cual: ¡mira que ir tras un bicho tan asqueroso!

ESCÉLEDRO.— ¡Los dioses te confundan!

PALESTRIÓN.— A ti, a ti, quiero decir, te toca la vez de seguir con tu cuento.

ESCÉLEDRO.— Resulta que me da por mirar así, por casualidad, al patio del vecino, y veo allí a Filocomasio besándose con quien sea.

PALESTRIÓN.— ¡Pero Escéledro, que me dan escalofríos![24].

ESCÉLEDRO.— [290] Pues de verdad que lo vi.

PALESTRIÓN.— ¿Tú mismo?

ESCÉLEDRO.— Yo mismo con mis propios ojos.

PALESTRIÓN.— Vamos anda, eso es una cosa muy inverosímil, no es posible que lo hayas visto.

ESCÉLEDRO.— ¿Es que crees tú que soy cegato?

PALESTRIÓN.— Eso pregúntaselo mejor a un médico. Pero yo que tú, de no estar dejado de la mano de los dioses, tendría buen cuidado de no decir una palabra de esa historia; no harías más que exponerte a perder la cabeza y todos tus huesos; [295] doblemente buscas tu perdición si te empeñas en extender tales cuentos.

ESCÉLEDRO.— ¿Por qué doblemente?

PALESTRIÓN.— La cosa no tiene vuelta de hoja: en primer lugar, caso de que levantes una calumnia a Filocomasio, motivo más que suficiente para perecer; y luego, si es que tu acusación es cierta, otro tanto de lo mismo, por ser tú precisamente su guardaespaldas.

ESCÉLEDRO.— De lo que va a ser de mí, de eso yo no sé nada, pero que he visto lo que he visto, eso sí que lo sé de cierto.

PALESTRIÓN.— [300] ¿Te empeñas, desgraciado?

ESCÉLEDRO.— ¿Qué quieres que te diga, sino lo que he visto?; y además, ahora está ella ahí en casa del vecino.

PALESTRIÓN.— Oye, pero ¿es que no está en casa?

ESCÉLEDRO.— Entra tú mismo y míralo, yo ya no exijo que se me crea nada.

PALESTRIÓN.— Y tanto que voy a mirarlo.

ESCÉLEDRO.— Yo te espero aquí; y de paso estaré al acecho a ver cuándo se recoge la ternera del pasto a su establo. [305] (Palestrión entra en casa del militar). No sé qué hacer; el militar me ha encargado su vigilancia: si la descubro, estoy perdido, pero estoy también igualitamente perdido si me callo y luego resulta que viene a descubrirse el caso. No hay nada peor ni más descarado que una mujer. Mientras que yo ando por el tejado, [310] coge ella y sale de su habitación; por favor, qué atrevimiento; si se entera el militar, te juro que va a mandar a la horca a toda la casa, inclusive un servidor. Diablos, sea como sea, preferible es cerrar el pico que jugarme el pellejo; yo no puedo guardar a una persona si es ella misma la que se vende.

PALESTRIÓN.— (Saliendo de casa del militar). ¡Escéledro, Escéledro!, ¿hay en todo el mundo otro caradura más grande que tú?, ¿alguien que haya nacido con un sino más avieso?

ESCÉLEDRO.— ¿Qué pasa?

PALESTRIÓN.— [315] ¿Por qué no te haces sacar unos ojos con los que ves cosas que no existen en parte alguna?

ESCÉLEDRO.— ¿Cómo en parte alguna'?

PALESTRIÓN.— Desde luego, yo no daría por tu vida ni un higo pocho.

ESCÉLEDRO.— Pero ¿qué es lo que pasa?

PALESTRIÓN.— ¿Que qué pasa, preguntas?

ESCÉLEDRO.— Pero ¿por qué no lo voy a preguntar?

PALESTRIÓN.— ¿Por qué no te mandas cortar esa lengua tan larga?

ESCÉLEDRO.— Pero ¿por qué me la voy a mandar cortar?

PALESTRIÓN.— [320] Filocomasio está en casa y tú decías que la habías visto en casa del vecino besándose y abrazándose con otro.

ESCÉLEDRO.— Me extraña que comas cizaña estando el trigo tan barato.

PALESTRIÓN.— ¿Por qué?

ESCÉLEDRO.— Porque estás cegato[25].

PALESTRIÓN.— Bribón, te juro que tú no es cegato lo que estás, sino ciego del todo: la joven está en casa.

ESCÉLEDRO.— ¿Cómo, en casa?

PALESTRIÓN.— En casa, sí, señor, en casa.

ESCÉLEDRO.— ¡Vamos anda, Palestrión, estás jugando conmigo!

PALESTRIÓN.— [325] Entonces tengo que tener las manos embadurnadas.

ESCÉLEDRO.— ¿Por qué?

PALESTRIÓN.— Por estar jugando con basura.

ESCÉLEDRO.— ¡Ay de ti!

PALESTRIÓN.— De ti sí que sí, Escéledro, a no ser que cambies de ojos y de dichos. Pero ha sonado nuestra puerta.

ESCÉLEDRO.— Pues yo me pongo ahí de guardia a la puerta (en casa de Periplectómeno), porque ella no tiene otra posibilidad de pasar de allí aquí si no es directamente por esa puerta.

PALESTRIÓN.— [330] ¡Pero si está en casa! Verdaderamente, Escéledro, yo no acierto con qué es lo que te trae a tan mal traer[26].

ESCÉLEDRO.— Yo sé lo que me veo y lo que me sé: a mí mismo me doy en primer lugar crédito; nadie en este mundo podrá sacarme de que la joven está aquí en esta casa; aquí me planto a la puerta para que no se me escurra y se me pase a la otra sin yo darme cuenta.

PALESTRIÓN.— (Aparte). Ya lo tengo, verás cómo consigo echarle de sus trincheras. [335] ¿Quieres que te convenza de que no ves más que fantasmagorías?

ESCÉLEDRO.— Venga, hale.

PALESTRIÓN.— ¿Y de que no tienes dos dedos de frente ni ojos en la cara?

ESCÉLEDRO.— De acuerdo.

PALESTRIÓN.— ¿Tú dices entonces que la amiga del amo está ahí en esa casa?

ESCÉLEDRO.— Además declaro que la he visto ahí dentro besándose con otro hombre.

PALESTRIÓN.— ¿Sabes tú que no hay comunicación ninguna de esa casa a la nuestra.

ESCÉLEDRO.— Sí que lo sé.

PALESTRIÓN.— [340] ¿Ni terraza ni jardín, como no sea encaramándose por el tejado al patio interior?

ESCÉLEDRO.— Sí que lo sé.

PALESTRIÓN.— Y ahora, qué; si resulta que la joven está en casa, si consigo que la veas salir de aquí de casa, ¿te mereces entonces una buena ración de palos, sí o no?

ESCÉLEDRO.— Sí que me la merezco.

PALESTRIÓN.— A ver, ponte entonces ahí de centinela en esa puerta (de la casa de Periplectómeno), no sea que se te escurra a escondidas y se pase para acá sin que te des cuenta.

ESCÉLEDRO.— Ése es mi propósito.

PALESTRIÓN.— Ahora mismo te la pongo aquí de patitas en la calle.

ESCÉLEDRO.— [345] ¡Venga ya, anda! (Palestrión entra en casa del militar). Estoy pero que deseandito saber si es que he visto lo que he visto o si va a salirse ése con la suya, como dice, de que está la joven en casa. Hombre, yo tengo ojos en la cara y no necesito los de nadie. No, es que éste le anda siempre a su alrededor, es su preferido, el primero que llaman para comer, el primero que le sirven la carne; [350] pues no lleva con nosotros más que unos tres años y a ningún otro de los esclavos le va mejor que a él en la casa. Pero yo ahora a lo mío, a guardar aquí la puerta esta; aquí delante me planto. Te juro que al menos por aquí no van a dármelas.

* * * *

Escena IV

(Palestrión, Filocomasio, Escéledro)

PALESTRIÓN.— (Saliendo con Filocomasio de casa del militar). Que no te olvides de mis instrucciones.

FILENIO.— Me asombro de que me lo repitas tantas veces.

[355] PALESTRIÓN.— Es que me temo que no te des bastante maña.

FILENIO.— Dame si quieres hasta diez inocentonas, y te las dejaré pero que bien amañadas de lo que a mí sola me sobra. Venga, adelante con tu plan. Yo me pongo ahí un poco más retirada.

PALESTRIÓN.— ¡Tú, Escéledro!

ESCÉLEDRO.— (Con los brazos extendidos delante de la puerta de Periplectómeno). Yo, aquí a lo mío; pero oídos tengo, habla lo que quieras.

PALESTRIÓN.— Me hace a mí el efecto que de la misma forma que [360] estás ahí de plantón vas a acabar tus días a las afueras con los brazos extendidos, cuando te cuelguen.

ESCÉLEDRO.— Pero ¿por qué?

PALESTRIÓN.— Vuélvete un momento y mira para allá: ¿quién es esa joven?

ESCÉLEDRO.— ¡Dioses inmortales!

PALESTRIÓN.— Eso mismo creo yo; anda ahora, cuando gustes…

ESCÉLEDRO.— ¿El qué?

PALESTRIÓN.— Disponte a terminar tus días.

FILENIO.— ¿Dónde está ese esclavo modelo que, siendo yo inocente, [365] me acusa en falso de la mayor de las ignominias?

PALESTRIÓN.— ¡Ahí lo tienes! Éste es el que me ha dicho lo que te he dicho.

FILENIO.— Malvado, ¿dices que me has visto besándome en casa del vecino?

PALESTRIÓN.— Y además ha dicho que con un joven extraño.

ESCÉLEDRO.— Sí que lo he dicho, maldición.

FILENIO.— ¿Que tú me has visto?

ESCÉLEDRO.— Y con mis propios ojos.

FILENIO.— Me parece que te vas a quedar sin ellos, por ver más de lo que ven.

ESCÉLEDRO.— [370] Nunca jamás me podrá sacar nadie de que he visto lo que he visto, demonios.

FILENIO.— Tonta y necia de mí, hablar con este loco: yo te aseguro que te va a costar la cabeza.

ESCÉLEDRO.— Despacio con esas amenazas, joven; bien me sé yo que la horca va a ser mi sepulcro; allí descansa toda mi parentela, mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuelo. Todas tus amenazas no conseguirán arrancarme los ojos de la cara. [375] Pero tú, Palestrión, escúchame un momento: por favor, ¿de dónde sale ésta ahora aquí?

PALESTRIÓN.— ¿De dónde sino de casa?

ESCÉLEDRO.— ¿De casa?

PALESTRIÓN.— ¿No te fías de mí?

ESCÉLEDRO.— Sí que me fío. De verdad que es una cosa asombrosa que haya podido pasar de allí aquí; porque, desde luego, nosotros no tenemos ni terraza ni jardín ni ventana más que con reja; y yo, por lo que a mí toca, afirmo que la he visto ahí dentro.

PALESTRIÓN.— [380] ¿Insistes, malvado, en seguir acusándola?

FILENIO.— ¡Ay, qué verdadero ha sido el sueño que he tenido esta noche!

PALESTRIÓN.— ¿Qué es lo que has soñado?

FILENIO.— Yo te lo diré: pero atended bien, por favor. He visto esta noche en sueños a mi hermana gemela que había venido de Atenas a Éfeso con un amigo suyo; [385] y los dos se alojaban aquí en la casa de al lado.

PALESTRIÓN.— (Aparte). Cuenta lo que ha soñado un servidor. A ver, sigue.

FILENIO.— Yo me ponía muy contenta de que hubiera venido mi hermana, pero soñaba también que se hacían caer sobre mí las peores sospechas, porque me parecía en sueños que uno de mis esclavos me acusaba de que me había estado besando con otro [390] muchacho, así como tú dices, cuando era mi hermana gemela la que se había besado con su amigo; una tal calumnia he soñado que se me levantaba.

PALESTRIÓN.— Pues mira, te está pasando ahora despierta lo mismo que dices que has visto dormida. ¡Ja, qué sueño más verídico! ¡Entra en casa, haz una oración![27]. [395] Yo creo que hay que darle cuenta de esto al militar.

FILENIO.— Y tanto que estoy dispuesta a hacerlo; ni voy a consentir que se me acuse en falso impunemente de un delito no cometido, (Entra en casa del militar)

ESCÉLEDRO.— Me temo haber metido la pata, según el escozor que siento por toda la espalda.

PALESTRIÓN.— ¿Te das cuenta ahora de que estás perdido?

ESCÉLEDRO.— Ahora, desde luego, es cosa segura que está en casa. Aquí me planto de centinela a la puerta, esté donde esté.

PALESTRIÓN.— [400] Pero bueno, Escéledro, ¡hay que ver qué sueño tan exacto eso que tú sospechabas de que la habías visto besándose!

ESCÉLEDRO.— Yo ya no sé el crédito que me puedo dar a mí mismo, después que me parece no haber visto lo que creo haber visto.

PALESTRIÓN.— Me parece que te pones en razón un poco demasiado tarde; si la cosa llega a oídos del amo, bonita la que te vas a ganar.

ESCÉLEDRO.— Ahora, al fin, caigo en la cuenta de que se me puso [405] una nube delante de los ojos.

PALESTRIÓN.— Pues sí que no hace rato que está la cosa clara, después que ella lleva todo el tiempo ahí dentro en casa.

ESCÉLEDRO.— Yo ya no sé qué decir: la vi, pero no la vi.

PALESTRIÓN.— Anda, caramba, que por poco nos pierdes a todos por una necedad así; por querer dártelas de tan fiel con el amo, casi te buscas tu ruina. [410] Pero suena la puerta del vecino. Me callo la boca.

* * * *

Escena V

(Filocomasto, Escéledro, Palestrión)

FILOCOMASTO.— (Saliendo de casa de Periplectómeno; a una esclava). Pon fuego en el altar, para que gozosa le tribute alabanzas y acciones de gracias a la Diana de Éfeso y la inciense con el embriagante perfume de la Arabia por haberme guardado en los dominios de Neptuno y en sus turbulentas regiones, donde he sido tan duramente combatida por las furiosas olas.

ESCÉLEDRO.— [415] ¡Oh, Palestrión, Palestrión!

PALESTRIÓN.— ¡Oh, Escéledro, Escéledro!, ¿qué quieres'?

ESCÉLEDRO.— Esa joven que acaba ahora de salir de ahí ¿es Filocomasio, la amiga del amo, o no lo es?

PALESTRIÓN.— Te juro que yo tengo la impresión de que parece ella, pero es sorprendente que haya podido pasar de aquí allí, si es que realmente lo es.

ESCÉLEDRO.— Pero ¿tienes tú dudas de si es ella?

PALESTRIÓN.— Parece ella.

ESCÉLEDRO.— [420] Vamos a acercarnos y a hablarle: ¡eh tú, Filocomasio!, ¿qué es lo que se te ha perdido en esa casa, qué buscas ahí? ¿Por qué no me contestas? Es contigo con quien hablo.

PALESTRIÓN.— Caramba, me parece más bien que es contigo mismo con quien hablas, porque lo que es ella, no dice ni pío.

ESCÉLEDRO.— A ti te digo, malvada, infame, que andas ahí vagando por las casas de los vecinos.

FILENIO.— ¿Con quién estás hablando?

ESCÉLEDRO.— [425] ¿Con quién sino contigo?

FILENIO.— ¿Y quién eres tú o qué tienes que ver conmigo?

ESCÉLEDRO.— Oye, ¿me preguntas quién soy?

FILENIO.— ¿Y por qué no te voy a preguntar lo que no sé?

PALESTRIÓN.— A ver: ¿quién soy entonces yo, si no conoces a éste?

FILENIO.— Un antipático, seas quien seas, lo mismo que el otro.

ESCÉLEDRO.— ¿Pero es que no nos conoces?

FILENIO.— A ninguno de los dos.

ESCÉLEDRO.— Estoy aterrado.

PALESTRIÓN.— ¿De qué?

ESCÉLEDRO.— De que no sea que nos hayamos extraviado donde sea, [430] porque ésta dice que no nos conoce ni a ti ni a mí.

PALESTRIÓN.— Yo quiero certificarme ahora mismo, Escéledro, de si es que somos nosotros o no lo somos, no sea que alguno de los vecinos nos hayan metamorfoseado sin darnos cuenta.

ESCÉLEDRO.— Por lo menos yo soy yo mismo.

PALESTRIÓN.— Y yo también, demonio; chica, te estás buscando tu perdición. ¡A ti te digo, eh, tú, Filocomasio!

FILOCOMASTO.— [435] Pero ¿qué clase de locura es esa de llamarme con un nombre falso y tan complicado?

PALESTRIÓN.— ¡Oye!, pues ¿cómo te llamas entonces?

FILENIO.— Justa.

ESCÉLEDRO.— Haces mal, Filocomasio, te empeñas en tener un nombre que no te va: Injusta eres y no Justa, y estás cometiendo una injusticia con mi amo.

FILENIO.— ¿Quién, yo?

ESCÉLEDRO.— Sí, tú.

FILOCOMASTO.— [440] ¿Yo, que he llegado ayer de Atenas a Éfeso con mi amigo, un muchacho ateniense?

PALESTRIÓN.— A ver: ¿y a qué es a lo que vienes a Éfeso?

FILENIO.— Me han dicho que mi hermana gemela está aquí y he venido a buscarla.

ESCÉLEDRO.— Eres una bribona.

FILENIO.— Mejor diría yo una necia, por estar aquí charlando con vosotros. Me marcho.

ESCÉLEDRO.— ¡No te irás!

FILENIO.— Suéltame.

ESCÉLEDRO.— [445] Te hemos cogido infraganti, no te suelto.

FILENIO.— Pues voy a hacer sonar mis manos, y además en tus mejillas, si no me sueltas.

ESCÉLEDRO.— (A Palestrión). ¿Qué haces ahí como un pasmarote, maldición, por qué no la coges por el otro lado?

PALESTRIÓN.— No tengo interés ninguno en meter en líos a mis costillas. ¿Qué sé yo si no es Filocomasio, sino una que se le parece mucho?

FILENIO.— ¿Me sueltas o no me sueltas?

ESCÉLEDRO.— ¿Soltarte yo? Todo lo contrario: a la fuerza y contra tu voluntad [450] y quieras que no, te meteré en casa si es que no vas de grado.

FILENIO.— Yo no estoy aquí más que de paso, yo vivo en Atenas del Ática: yo no tengo nada que ver con esa casa, ni os conozco a vosotros, ni sé quién diablos sois.

ESCÉLEDRO.— Denúnciame si quieres; yo no te soltaré antes de que me des la firme promesa de que entras en casa si te suelto.

FILOCOMASTO.— [455] Quienquiera que seas, me obligas por la fuerza; yo te doy promesa de que, si me sueltas, entraré donde me ordenes.

ESCÉLEDRO.— ¡Hale, ya estás suelta!

FILENIO.— Y ahora que lo estoy, ¡ahí te quedas! (Se va a casa de Periplectómeno).

ESCÉLEDRO.— Eso es lo que vale la palabra de una mujer.

PALESTRIÓN.— Escéledro, te has dejado escapar la presa. Es segurísimo la amiga del amo. ¿Quieres hacer ahora mismo una cosa?

ESCÉLEDRO.— ¿El qué?

PALESTRIÓN.— Tráeme una espada.

ESCÉLEDRO.— Pero ¿qué quieres hacer con una espada?

PALESTRIÓN.— [460] Voy y me cuelo de rondón en la casa: al primero que vea allí besándose con Filocomasio, cojo y le degüello.

ESCÉLEDRO.— Pero ¿es que tú crees que es ella?

PALESTRIÓN.— No es que lo crea, es que estoy seguro de que lo es.

ESCÉLEDRO.— Pues hay que ver cómo disimulaba.

PALESTRIÓN.— Venga, tráeme la espada.

ESCÉLEDRO.— Ahora mismo. (Entra en casa del militar)

PALESTRIÓN.— Una cosa es segura: no hay soldado ni de infantería ni de caballería que tenga tanto arrojo como para poder moverse [465] con tanta seguridad como una mujer. ¡Hay que ver la maestría con que ha sabido hacer su doble papel, qué manera de reírse en las mismas barbas de su avisado guardaespaldas, mi colega! Es estupendo lo del pasadizo ese abierto en la pared.

ESCÉLEDRO.— (Saliendo de casa del militar) Eh, tú, Palestrión, te puedes ahorrar eso de la espada.

PALESTRIÓN.— ¿Por qué, qué es lo que pasa?

ESCÉLEDRO.— [470] La amiga del amo está en casa.

PALESTRIÓN.— ¿Cómo, en casa?

ESCÉLEDRO.— Echada en su cama.

PALESTRIÓN.— Escéledro, verdaderamente te juro que, si es como dices, te la has cargado.

ESCÉLEDRO.— ¿Por qué?

PALESTRIÓN.— Por haberte atrevido a poner tus manos en la chica esta de la casa del vecino.

ESCÉLEDRO.— Te juro que estoy de verdad temblando.

PALESTRIÓN.— Desde luego, no habrá quien me convenza de que no sea la hermana gemela de Filocomasio: ella es, seguro, la que tú habías visto ahí besándose.

ESCÉLEDRO.— [475] A la vista está que es ella, como tú dices; verdaderamente que he estado a punto de diñarla si se lo llego a decir al amo.

PALESTRIÓN.— O sea que, si tienes dos dedos de frente, punto en boca; un esclavo debe saber más de lo que habla. Te dejo, que no quiero cuentas contigo; me voy aquí a casa del vecino, no me gustan los líos que armas. [480] Si viene el amo y pregunta por mí, allí estoy; vas y me llamas.

* * * *

Escena VI

(Escéledro, Periplectómeno)

ESCÉLEDRO.— ¡Pues no que coge éste y se larga sin ocuparse para nada de las cosas del amo, tal y como si no fuera su esclavo! La otra está, desde luego, ahora aquí dentro en casa, porque acabo yo de verla hace nada allí echada. [485] Yo me pongo aquí ahora de centinela.

PERIPLECTÓMENO.— (Saliendo de su casa y hablando como si no viera a Escéledro). Bueno, esta gente me toma por una mujer, y no por un hombre; los esclavos de mi vecino el militar, qué manera de burlarse de mí; [490] ¡mira que haberle puesto mano en contra de su voluntad y haberle querido tomar el pelo aquí a mi huéspeda, una joven libre y libre de nacimiento, que vino ayer de Atenas con un amigo mío!

ESCÉLEDRO.— ¡Muerto soy, éste viene derecho a mí! Me temo que este asunto me va a traer muy malas consecuencias, según lo que le oigo decir al viejo.

PERIPLECTÓMENO.— [495] Voy a hablarle: ¿has sido tú, Escéledro, quien ha estado ahora mismo tomando a chunga aquí a la puerta de la casa a mi huéspeda?

ESCÉLEDRO.— Vecino, escúchame, por favor.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Que te escuche encima?

ESCÉLEDRO.— Es que quiero disculparme.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Que tú me vas a venir con disculpas, después de haber cometido tamaña fechoría, una indignidad tal? ¿Acaso por ser soldados [500] os creéis que os está permitido hacer todo lo que os dé la gana, granuja, más que granuja?

ESCÉLEDRO.— ¿Me permites?

PERIPLECTÓMENO.— (Sigue hablando sin hacerle caso). Te juro por todos los dioses, por las diosas todas, que si no se me da una satisfacción moliéndote a palos desde la mañana hasta la noche por haberme roto mis canalones [505] y partido mis tejas mientras perseguías a ese mono que hace tan buena pareja contigo, y por haber estado curioseando a mi huésped en casa cuando abrazaba y besaba a su amiga y por haberte atrevido a calumniar a la amiga de tu amo a pesar de su inocencia y a acusarme a mí de la mayor de las ignominias, [510] y por haber zarandeado a mi huéspeda aquí a la puerta de mi casa; te juro, digo, que si no se me da una satisfacción a base de los palos que mereces, voy a dejar caer sobre tu amo una mayor descarga de oprobio que olas levanta un huracán en el mar.

ESCÉLEDRO.— Periplectómeno, estoy en tal forma acorralado, que no sé si debo pedirte primero cuentas a ti…, [515] o, en el caso de que ésa no sea ésta ni ésta ésa, entonces creo que más vale que te pida disculpas por todo este asunto. Pero es que tampoco sé todavía bien qué es lo que he visto; tan parecida es esa tuya a la nuestra…, [520] si es que no es la misma.

PERIPLECTÓMENO.— ¡Entra en mi casa a verlo y lo sabrás!

ESCÉLEDRO.— Con permiso.

PERIPLECTÓMENO.— ¡Qué con permiso! Es que te lo mando que entres; y entérate de todo con calma.

ESCÉLEDRO.— Así lo haré. (Se dirige a la puerta de la casa de Periplectómeno).

PERIPLECTÓMENO.— (Hablando a la puerta de la casa del militar) ¡Eh, tú, Filocomasio, pásate a toda prisa a mi casa, la cosa urge! [525] Luego, cuando haya salido Escéledro, te vas otra vez corriendo a la vuestra. A ver si va a armar ahora éste algún lío: como no la vea Escéledro ahora allí… pero se abre la puerta.

ESCÉLEDRO.— (Saliendo de casa de Periplectómeno). [529-530] ¡Dioses inmortales, misericordia! Imposible hacer una mujer más parecida y más la misma sin ser la misma; ni siquiera los dioses serían capaces.

PERIPLECTÓMENO.— Y ahora ¿qué?

ESCÉLEDRO.— Me merezco una paliza.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Qué, es ella?

ESCÉLEDRO.— Lo es, pero no lo es.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Es ésa la que viste?

ESCÉLEDRO.— La vi, y además abrazándose y besándose con tu huésped.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Es ella?

ESCÉLEDRO.— [535] No lo sé.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Quieres saberlo de todas todas?

ESCÉLEDRO.— Con toda mi alma.

PERIPLECTÓMENO.— Entra ahora mismo en vuestra casa, mira si es que está la vuestra allí dentro.

ESCÉLEDRO.— Vale, tienes mucha razón, ahora mismo estoy de vuelta. (Entra en casa del militar).

PERIPLECTÓMENO.— En mi vida he visto burlarse de nadie en forma tan divertida y tan increíble. [540] Pero ya sale.

ESCÉLEDRO.— Periplectómeno, yo te suplico por los dioses y los hombres todos, y por mi necedad, abrazado a tus rodillas…

PERIPLECTÓMENO.— ¿Qué es lo que me suplicas?

ESCÉLEDRO.— Que perdones mi ignorancia y mi necedad; ahora, al fin, me doy cuenta de que he sido un loco, un ciego, un atolondrado, [545] porque Filocomasio… dentro está.

PERIPLECTÓMENO.— Qué, ladrón, ¿las has visto ahora a las dos?

ESCÉLEDRO.— Sí que las he visto.

PERIPLECTÓMENO.— Ahora, ponme aquí a tu amo.

ESCÉLEDRO.— Confieso que me tengo merecido el mayor de los castigos y te digo que he cometido una injusticia con tu huéspeda, [550] pero es que yo creí que era la amiga de mi amo, de la que mi amo el militar me había puesto de guardián; es que, desde luego, no es posible sacar de uno y el mismo pozo dos clases de agua más iguales que lo son ella y esa huéspeda tuya. Además, confieso que estuve mirando desde el tejado al patio de tu casa.

PERIPLECTÓMENO.— Muy bien está eso de confesarme una cosa que he visto yo mismo; [555] ¿y dices que viste allí a mi huésped besándose con la muchacha esta?

ESCÉLEDRO.— Sí que lo vi, ¿por qué voy a negar lo que he visto?, pero creí que era Filocomasio.

PERIPLECTÓMENO.— ¿Piensas tú que soy yo una persona tan vil como para consentir a sabiendas [560] que se le hiciera en mi casa tan a las claras una injuria semejante a mi vecino?

ESCÉLEDRO.— Ahora, al fin, me doy cuenta de que me he portado como un necio, ahora que ya lo sé todo; pero no lo hice con mala intención.

PERIPLECTÓMENO.— Pero indebidamente, que un esclavo debe tener bajo [565] control sus ojos, sus manos y sus palabras.

ESCÉLEDRO.— Yo, desde luego, si es que de aquí en adelante abro la boca, aunque sea para decir una cosa de la que estoy seguro, llévame a la horca; yo mismo te me entregaré, pero ahora te ruego por favor que me perdones.

PERIPLECTÓMENO.— Intentaré dominarme y no pensar que lo has hecho [570] con mala intención; quedas perdonado.

ESCÉLEDRO.— ¡Los dioses te lo paguen!

PERIPLECTÓMENO.— Y tú, maldición, si no es que estás dejado de la mano de los dioses, pondrás freno a tu lengua; en adelante no has de saber tampoco lo que sabes, ni haber visto lo que has visto.

ESCÉLEDRO.— Te agradezco el buen consejo, así lo haré: ¿estás ahora del todo satisfecho?

PERIPLECTÓMENO.— Puedes marcharte.

ESCÉLEDRO.— [575] ¿Deseas alguna otra cosa?

PERIPLECTÓMENO.— Que hagas como si no existiera.

ESCÉLEDRO.— (Aparte). Éste me engaña. ¡Con qué bondad me ha hecho gracia de perdonarme! Yo me sé lo que trama: que me [580] echen mano en casa en cuanto que vuelva el militar del foro; está compinchado con Palestrión para traicionarme; lo tengo visto y lo sé ya hace tiempo. Pero te juro que no voy a picar en el cebo de ese anzuelo, porque me escaparé a donde sea y estaré escondido unos cuantos días mientras que se solucionan estos líos y se amansan las iras, que de verdad he merecido un castigo que valdría para un pueblo entero de traidores. [585] Pero, sea como sea, entro ahora en casa.

PERIPLECTÓMENO.— Al fin se fue; verdaderamente tengo por cierto que un cerdo degollado sabe más —y mejor— que éste: ¿cómo será posible convencer a una persona de que no ha visto lo que ha visto? [590] A nuestra banda se han pasado sus ojos, sus oídos, todo su discernimiento. Hasta ahora todo nos ha salido a pedir de boca; hay que ver la gracia y el salero con que ha colaborado la joven. Me voy otra vez aquí a nuestro senado, que Palestrión está ahora en mi casa y Escéledro fuera: ahora podemos celebrar asamblea plenaria. [595] Me voy dentro, no sea que se echen las suertes de los cargos en mi ausencia[28].