Acto IV

Escena I

(Esclavo de Licónides)

ESCLAVO.— He aquí una acción digna de un buen esclavo, el hacer lo que yo traigo entre manos, ejecutar las órdenes del amo sin demora y con buena voluntad.

Porque el esclavo que quiere servir a su señor según los deseos de éste, debe poner mano primero a las cosas de su señor y [590] después a las suyas propias.

Si duerme, debe dormir de manera que no olvide su condición de esclavo. Pues quien sirve a un amo enamorado, como es mi caso, si ve que el amor es más fuerte que su amo, yo pienso que es el deber del esclavo el contenerle para que no se pierda, pero no empujarle a donde le lleva su pasión. Así como a los niños, [595] cuando están aprendiendo a nadar, se les pone un flotador para que no tengan que esforzarse tanto y naden y muevan las manos más fácilmente, igual pienso yo que el siervo debe de ser como un salvavidas para su amo enamorado, para que se sostenga y no se vaya al fondo como una sonda de plomo. El siervo debe adivinar las órdenes de su amo, de modo que sus ojos sepan leer la expresión de su rostro, debe apresurarse a ejecutar sus órdenes con más [600] velocidad que una veloz cuadriga. Quien tenga estos preceptos en cuenta, se verá libre del castigo del látigo y no dará ocasión a sacar brillo a las cadenas de sus pies. El caso es que mi amo está enamorado de la hija de Euclión, el viejo ese pobre que vive ahí, pero según ha sabido, la muchacha ha sido prometida aquí a Megadoro, su tío. Por [605] eso me ha mandado a espiar, para que le tenga al corriente de lo que pasa. Así que ahora, sin que nadie tenga nada que sospechar, me voy a sentar aquí en este altar, para poder observar lo que sucede de esta parte y de la otra.

* * * *

Escena II

(Euclión, Esclavo de Licónides)

EUCLIÓN.— Santa Fidelidad, yo te suplico, no descubras a nadie el escondrijo de mi oro. No es que tenga miedo de [610] que lo encuentre, que lo he dejado bien escondido. ¡Dios mío, bonita presa iba a hacer el que se encontrara la olla llena de oro! No lo permitas, Santa Fidelidad, yo te suplico. Ahora me voy al baño, para luego hacer el servicio religioso y no hacer esperar a mi yerno; de modo que cuando venga, lleve a mi hija enseguida a su hogar. Santa Fidelidad, mira, una y otra vez te lo pido, que me lleve la olla [615] salva de tu templo; a tu fidelidad he confiado el oro, en tu bosque sagrado y en tu templo lo he depositado.

ESCLAVO.— Santo Dios, ¿qué es lo que dice este hombre?, ¿que ha escondido aquí en el templo de la Fidelidad una olla llena de oro? Santa Fidelidad, escucha mi súplica y no le seas más fiel a él que a mí.

Pero me parece que éste es el [620] padre de la muchacha que quiere mi amo. Voy a entrar y a registrar el templo, a ver si encuentro dónde sea el oro, mientras que el otro está ocupado. Pero si lo encuentro, ¡oh Santa Fidelidad!, prometo ofrecerte una jarra de vino con miel de más de tres litros de cabida; primero te la ofrezco a ti, y luego, al coleto que me la tiro, después que te la haya ofrecido.

* * * *

Escena III

(Euclión)

EUCLIÓN.— (Volviendo). Por algo es que me grazna el [625] cuervo aquí a la mano izquierda; y es que además estaba al mismo tiempo graznando y escarbando la tierra con las patas. Al momento se me ha puesto el corazón a saltar y a danzar en el pecho.

¡Venga, venga, deprisa y a la carrera! (Va hacia el templo).

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Escena IV

(Euclión, Esclavo de Licónides)

EUCLIÓN.— (Saliendo del templo tirando del esclavo). Fuera de aquí, lombriz de caño sucio, conque acabas ahora mismo de salir de la tierra, hace nada ni rastro había de ti, pues ahora que estás ahí, verás, vas a acabar tus días, tú, [630] malabarista, te las vas a tener que ver conmigo pero que de muy mala manera.

ESCLAVO.— Pero, ¿a qué viene esa furia, qué tengo yo que ver contigo, abuelo, por qué me zarandeas, por qué me arrastras, por qué me golpeas?

EUCLIÓN.— Tú, cosechero de palos, ¿todavía me lo preguntas, ladrón, más que ladrón?

ESCLAVO.— ¿Pero qué es lo que te he robado?

EUCLIÓN.— ¡Venga, devuélvemelo!

ESCLAVO.— Pero, ¿qué te voy a devolver?

EUCLIÓN.— ¿Encima me lo preguntas?

ESCLAVO.— Yo no te he quitado nada a ti. [635]

EUCLIÓN.— Pero para ti me has quitado algo, ¡dámelo, venga!

ESCLAVO.— ¿Cómo venga?

EUCLIÓN.— No puedes quitármelo.

ESCLAVO.— Pero, ¿qué es lo que quieres?

EUCLIÓN.— Dame.

ESCLAVO.— Desde luego que me creo yo que estás acostumbrado a que te las den, abuelo.

EUCLIÓN.— Dame, hale, déjate de pamplinas, no estoy yo ahora para bromas.

ESCLAVO.— Pero, ¿qué te voy a dar? ¿Por qué no llamas a lo que sea por su nombre? ¡Maldición!, yo no he cogido ni [640] tocado nada.

EUCLIÓN.— Enséñame las manos.

ESCLAVO.— Aquí las tienes, te las enseño, míralas.

EUCLIÓN.— Bien, venga, enséñame la tercera.

ESCLAVO.— Este viejo está endemoniado y mal de la cabeza. ¿No ves que me estás tratando injustamente?

EUCLIÓN.— Desde luego que sí, pero sólo por no haberte colgado ya, pero bien sabe Dios, que te colgaré, si no confiesas.

ESCLAVO.— Pero, ¿qué voy a confesar?

EUCLIÓN.— [645] ¿Qué es lo que te has llevado de aquí?

ESCLAVO.— Los dioses me confundan, si te he quitado algo tuyo (aparte) y si no es que quería quitártelo.

EUCLIÓN.— Venga, sacude la capilla esa.

ESCLAVO.— Como quieras.

EUCLIÓN.— No sea que lo tengas entre los vestidos.

ESCLAVO.— Tienta tú mismo por donde te dé la gana.

EUCLIÓN.— ¡Ah!, mira que amable se pone ahora el muy sinvergüenza, para que piense que no se ha llevado nada. Yo me sé esos trucos. Venga enséñame otra vez la mano [650] derecha.

ESCLAVO.— Aquí la tienes.

EUCLIÓN.— Ahora enséñame la izquierda.

ESCLAVO.— Toma, las dos al mismo tiempo.

EUCLIÓN.— Basta de registros. Devuélvemelo.

ESCLAVO.— ¿El qué te voy a devolver?

EUCLIÓN.— Ah, te estás burlando, tú lo tienes.

ESCLAVO.— ¿Que lo tengo? ¿El qué tengo?

EUCLIÓN.— No quiero decirlo, no estás más que deseando oírlo; lo mío, sea lo que sea, que lo tienes tú, devuélvemelo.

ESCLAVO.— ¡Estás mal de la cabeza! Me has registrado como te ha dado la gana y no me has encontrado nada tuyo. (Hace ademán de irse).

EUCLIÓN.— [655] Espera, espera, ¿quién es aquél?, ¿quién era el otro que estaba ahí dentro contigo? ¡Dios mío, estoy perdido! El otro está ahí dentro haciendo de las suyas; si dejo a éste, se me escapa. En fin de cuentas a éste ya le he registrado de punta a cabo, éste no tiene nada. Vete donde te dé la gana.

ESCLAVO.— Mal rayo te parta.

EUCLIÓN.— Bonita manera de dar las gracias. Ahora voy ahí a cortarle el gañote a tu cómplice. ¿Te largas ya de mi [660] presencia? ¿Acabas o no acabas de irte?

Mucho cuidado con volver a aparecer ante mi vista.

(Entra en el templo).

* * * *

Escena V

(Esclavo de Licónides)

ESCLAVO.— Morirme de la peor de las muertes prefería antes que no dársela hoy al viejo. Ahora ya no se atreverá a esconder el oro ahí, seguro que lo saca y lo cambia de lugar. ¡Ajajá!, suena la puerta: ¡el viejo, que saca el oro [665] fuera! Voy a retirarme aquí un poco junto a la puerta.

* * * *

Escena VI

Euclión, Esclavo de Licónides)

EUCLIÓN.— Anda, que tenía yo una opinión bien distinta de la confianza que merecía la diosa de la Fidelidad, pero sí, a punto ha estado de burlarse de mí en mis propias barbas; de no ser por el cuervo, perdido hubiera estado, pobre de mí. No, que no me gustaría poco ver otra vez al cuervo que [670] me dio el aviso, para decirle algunas palabras de reconocimiento, porque algo de comer, lo mismo sería darlo que perderlo. Ahora estoy pensando un sitio solitario, para esconder esto. Fuera de la muralla está el bosque de Silvano [675], que queda apartado del camino y está muy cerrado con sauces; allí buscaré un sitio. Desde luego, mejor se lo confío a Silvano que no a la Fidelidad.

ESCLAVO.— ¡Ole, ole!, los dioses están de mi parte, voy a adelantarme al viejo, me subo a un árbol y desde allí [680] observaré dónde esconde el oro. Aunque, ahora que lo pienso, el amo me había mandado esperarle aquí; es igual, prefiero los monises, aunque sea a costa de palos.

* * * *

Escena VII

(Licónides, Eunómia, [Fedria])

LICÓNIDES.— Esto es todo, madre, ya estás tú también al tanto de toda la historia con la hija de Euclión. Ahora, madre, te ruego y te suplico otra vez lo mismo que antes; habla al tío, madre, por favor.

EUNOMIA.— [685] Bien sabes tú que mi único deseo es cumplir los tuyos; yo confío que tendré éxito con mi hermano. El motivo es además justificado, si es verdad lo que dices, que violaste a la muchacha cuando estabas bebido.

LICÓNIDES.— [690] ¿Voy yo a decirte a ti una mentira, madre?

FEDRIA.— (Desde dentro). ¡Ay, aya, por favor, me muero, me vienen los dolores, Juno Lucina, ayúdame!

LICÓNIDES.— ¡Mira, madre, hechos y no palabras, grita, le viene el parto!

EUNOMIA.— [695] Ven conmigo, hijo, a mi hermano, que consiga de él lo que me pides.

LICÓNIDES.— Ve, madre, yo te sigo. Pero, ¿dónde puede estar mi esclavo? Le había dicho que me esperara aquí.

Aunque ahora que lo pienso, si es que está ocupado en mi servicio, no es justo que me enfade con él. Voy dentro, donde se [700] están celebrando los comicios sobre mi vida.

* * * *

Escena VIII

(Esclavo de Licónides)

ESCLAVO.— (Entra con la olla en las manos). En el mundo entero no hay fuera de mí nadie que supere en riquezas a los grifos, habitantes de montes de oro. Los reyes corrientes no merecen ni nombrarlos, mendigos son en comparación mía: ¡el rey Filipo en persona soy! ¡Qué día tan fantástico! Cuando me fui hace un momento, llegué allí mucho [705] antes que el viejo y me puse a esperar subido en un árbol. Desde allí podía observar dónde escondía el oro. De que se va, me bajo y saco de la tierra la olla llena de oro. Entonces [710] veo al viejo que vuelve, pero él no me ve a mí, que me había desviado un poco del camino. Eh, eh, ahí está. Me voy a esconderlo en casa.

* * * *

Escena IX

(Euclión, Licónides)

EUCLIÓN.— Estoy perdido, destrozado, muerto. ¿En qué dirección echaré a correr, en cuál no echaré a correr?

¡Al ladrón, al ladrón! ¿A cuál, quién? No lo sé, tengo nublada la vista, voy andando a ciegas y no puedo percibir ni a [715] dónde voy ni dónde estoy ni quién soy. (Al público). Por favor, auxiliadme, os lo pido y os lo suplico, y decidme quién me lo ha quitado. ¿Qué dices tú? A ti te daré crédito, que tienes cara de buena persona. ¿Qué pasa? ¿Por qué os reís? Os conozco a todos, sé que hay aquí muchos ladrones, disimulados con el blanco de sus vestiduras[14] y que están [720] aquí sentados como si fueran personas decentes. ¿Qué, no lo tiene ninguno de éstos? ¡Me has matado! Dime entonces, ¿quién lo tiene? ¿No lo sabes?

¡Ay desgraciado de mí, qué desgracia me ha caído! [721ª] Mala es mi perdición y peores mis avíos, gemidos, males, tan grande tristeza [722ª] me trajo este día, hambre y pobreza.

Soy el más desgraciado de toda la tierra. [723ª] ¿Para qué quiero ya vivir, si tanto oro perdí, [724ª] guardado con cuidados sin fin?

Yo mismo de tantas satisfacciones me privé, [725ª] otros por mi ruina y mi mal del oro van ahora a disfrutar. [726] ¿Cómo lo podré soportar?

LICÓNIDES.— ¿Quién se queja aquí delante de nuestra casa con tan tristes lamentos? ¡Pero si es Euclión! Ahora sí que estoy del todo perdido, seguro que sabe que su hija ha [730] dado ya a luz. Ahora no sé, si irme o quedarme, si acercarme a hablarle o salir huyendo.

¿Qué hago? Por Dios, no lo sé.

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Escena X

(Euclión, Licónides)

EUCLIÓN.— ¿Quién habla ahí?

LICÓNIDES.— Yo, un desgraciado.

EUCLIÓN.— Yo sí que lo soy, un hombre perdido, tan grandes son los males y las tristezas que me acosan.

LICÓNIDES.— No te pongas así.

EUCLIÓN.— ¿Cómo no voy a ponerme así, por favor?

LICÓNIDES.— Porque yo soy quien ha cometido la acción que te inquieta, lo confieso.

EUCLIÓN.— ¿Pero qué es lo que dices?

LICÓNIDES.— La pura verdad. [735]

EUCLIÓN.— Pero, joven, ¿qué motivos te he dado yo para que hicieras una cosa semejante, acarreándome la perdición mía y de mis hijos?

LICÓNIDES.— Un dios me empujó, él fue quien me sedujo hacia ella.

EUCLIÓN.— ¿Cómo?

LICÓNIDES.— Confieso que he cometido una falta y que soy culpable; por eso vengo a rogarte, que te dignes concederme tu perdón.

EUCLIÓN.— Pero, ¿cómo te has atrevido a hacer una cosa [740] así, tocar lo que no era tuyo?

LICÓNIDES.— ¿Qué quieres que le hagamos? Ya está hecho, y lo hecho hecho está; los dioses lo han querido, digo yo, porque de no ser así, seguro estoy que no hubiera sucedido.

EUCLIÓN.— Y yo digo que los dioses han querido que te ponga en mi casa en el potro y te mande al otro barrio.

LICÓNIDES.— Por Dios, no digas una cosa así.

EUCLIÓN.— ¿Qué tenías tú que tocar lo que era mío sin mi consentimiento?

LICÓNIDES.— [745] Es que lo hice por culpa del vino y de la pasión.

EUCLIÓN.— Descarado, ¿te atreves a venirme con esas explicaciones, sinvergüenza? Pues si fuera una cosa permitida el poder disculparse en esa forma, en pleno día les arrebataríamos las joyas a las señoras a todas vistas y luego, si [750] nos echaban mano, nos disculparíamos diciendo que estábamos borrachos y enamorados. Una cosa bien barata es el amor y el vino si al borracho y al enamorado le es lícito hacer impunemente lo que le venga en gana.

LICÓNIDES.— Pero yo vengo por mi voluntad a suplicarte que me perdones mi locura.

EUCLIÓN.— No me hace a mí gracia la gente que viene con excusas, después de haber obrado mal. Tú sabías que no era tuya, no debías haberla tocado.

LICÓNIDES.— [755] Pues porque me he atrevido a tocarla, no pongo inconvenientes en que sea yo precisamente el que me quede con ella.

EUCLIÓN.— ¿Tú te vas a quedar con ella siendo mía en contra de mi voluntad?

LICÓNIDES.— Yo no la exijo en contra de tu voluntad, pero juzgo que me pertenece, es más, tú mismo, Euclión, tendrás que reconocer, digo, que debe ser mía.

EUCLIÓN.— Como no me devuelvas…

LICÓNIDES.— ¿Qué es lo que te voy a devolver?

EUCLIÓN.— [760] Lo que es mío y me has quitado, ¡maldición!, te voy a llevar al juez y te voy a hacer un proceso.

LICÓNIDES.— ¿Que yo te quito lo tuyo? ¿De dónde? o ¿de qué se trata?

EUCLIÓN.— (Irónicamente) ¡Que Dios te bendiga tal y como es verdad que no lo sabes!

LICÓNIDES.— Como no sea que tú me digas qué es lo que echas de menos.

EUCLIÓN.— La olla de oro, digo, te reclamo, que me has confesado tú mismo que me la has quitado.

LICÓNIDES.— Por Dios, ni lo he dicho ni mucho menos lo he hecho.

EUCLIÓN.— ¿Lo niegas?

LICÓNIDES.— Una y mil veces, porque ni sé ni tengo la menor [765] idea de qué oro ni de qué olla se trata.

EUCLIÓN.— La olla que me has robado del bosque de Silvano, venga, hale, devuélvemela, yo la reparto contigo, aunque seas un ladrón, no te voy a molestar, hale, devuélvemela.

LICÓNIDES.— Tú no estás en tu juicio, llamarme a mí ladrón.

Yo, Euclión, creía que tú habías tenido noticia de otra [770] cosa, que me atañe; es algo de mucha importancia sobre lo que quisiera hablar contigo en calma, si es que tienes tiempo.

EUCLIÓN.— Dime entonces bajo palabra de honor: ¿no me has robado tú el oro?

LICÓNIDES.— Palabra de honor que no.

EUCLIÓN.— ¿Ni sabes tampoco quién me lo ha quitado?

LICÓNIDES.— Palabra.

EUCLIÓN.— ¿Y me lo dirás, si sabes quién ha sido?

LICÓNIDES.— Lo prometo.

EUCLIÓN.— ¿Y no cogerás para ti parte alguna de aquel que [775] lo tiene ni darás acogida al ladrón?

LICÓNIDES.— Así es.

EUCLIÓN.— Y ¿si mientes?

LICÓNIDES.— Entonces, que el soberano Júpiter haga de mí lo que le venga en gana.

EUCLIÓN.— Eso me basta. Venga, di ahora qué quieres.

LICÓNIDES.— Por si acaso no conoces a mi familia: Megadoro, tu vecino, es mi tío, mi padre era Antímaco, yo soy Licónides [780], mi madre es Eunomia.

EUCLIÓN.— Claro que conozco a tu familia. ¿Qué es lo que quieres? Eso es lo que deseo saber.

LICÓNIDES.— Tú tienes una hija.

EUCLIÓN.— Sí, ahí en mi casa.

LICÓNIDES.— Según yo sé, se la has prometido a mi tío.

EUCLIÓN.— Estás al tanto de todo.

LICÓNIDES.— Mi tío me ha encargado comunicarte, que renuncia al matrimonio.

EUCLIÓN.— ¿Que renuncia, después de estar todo dispuesto [785] y hechos los preparativos para la boda? ¡Los dioses todos de la corte celestial le maldigan, que por su culpa he perdido yo hoy por mi mala suerte tal cantidad de oro, desgraciado de mí!

LICÓNIDES.— Anímate, Euclión, no digas cosas de mal agüero. Ahora, lo cual sea para bien tuyo y de tu hija, di, Dios lo haga.

EUCLIÓN.— Dios lo haga.

LICÓNIDES.— Lo mismo digo en mi favor. Escucha ahora: [790] nadie que ha cometido una falta, tiene luego la vileza de no avergonzarse y no querer disculparse.

Ahora yo te conjuro, Euclión, a que si yo, por atolondramiento, os he faltado a ti o a tu hija, me perdones y me la des por legítima esposa. Yo confieso que he hecho violencia a tu [795] hija, durante la vigilia de Ceres, por culpa del vino y de la pasión juvenil.

EUCLIÓN.— ¡Ay de mí!, ¿qué fechoría oigo de ti?

LICÓNIDES.— ¿A qué esos ayes, si te he hecho abuelo para las bodas de tu hija? Porque ha dado a luz, nueve meses después, echa la cuenta; por eso ha presentado mi tío la renuncia [800] al matrimonio en favor mío; entra en casa, infórmate de si es así como digo.

EUCLIÓN.— Estoy del todo perdido, una desgracia llama a la otra, voy dentro, para enterarme de cuál es la verdad de todo esto.

LICÓNIDES.— Yo te sigo ahora mismo. Ya parece que vamos llegando a buen puerto. Pero, ¿por dónde andará mi esclavo? Le esperaré aquí un poco y después me acercaré a [805] casa de Euclión. Entretanto le daré tiempo para informarse de todo por la vieja, el aya y sirvienta de su hija; ella está al tanto de todo.