Escena I
(Congrión)
CONGRIÓN.— (Saliendo de casa de Euclión). ¡Eh, ciudadanos, compatriotas, habitantes y vecinos de la ciudad, forasteros todos, dadme paso que huya, dejad libres y vacías todas las calles! Nunca jamás hasta hoy había venido a cocinar a una bacanal entre bacantes, desgraciado de mí, que nos [410] han molido a golpes, a mí y a mis compañeros. Estoy todo dolorido, muerto, tal es la forma en que se ha ensañado conmigo el viejo.
¡Huy, Dios mío, estoy perdido, pobre de mí, se abre la puerta, viene, me persigue! Verás, ya sé lo que tengo que hacer, él mismo ha sido mi maestro y me lo ha enseñado. En mi vida he visto repartir leña más bonitamente, tan cargados de palos nos ha echado a todos fuera, a mí y a éstos.
* * * *
Escena II
(Euclión, Congrión)
EUCLIÓN.— [415] Ven para acá, ¿a dónde vas? ¡Sujetadle, sujetadle!
CONGRIÓN.— ¿A qué vienen esos gritos, loco?
EUCLIÓN.— Vienen a que voy a dar cuenta de ti a la policía.
CONGRIÓN.— ¿Pero, por qué?
EUCLIÓN.— Porque tienes un cuchillo.
CONGRIÓN.— Como debe un cocinero.
EUCLIÓN.— Y ¿por qué me has amenazado?
CONGRIÓN.— En lo que he hecho mal es no haberte atravesado el costado.
EUCLIÓN.— No hay en todo el mundo otro sinvergüenza igual ni nadie a quien con más gusto le haría daño aposta.
CONGRIÓN.— [420] Ja!, aunque no dijeras nada, bien clara está la cosa, los hechos cantan, que me has puesto más blando que unos zorros a fuerza de palos. ¿Pero qué tienes tú que ponerme la mano encima, tío pordiosero?
EUCLIÓN.— ¿Cómo? ¿Encima lo preguntas? ¿Quizá porque todavía me he quedado corto?
CONGRIÓN.— Deja, que te va a costar caro, si es que puedo dar [425] señales de mí.
EUCLIÓN.— No me interesa el día de mañana; por lo pronto bien claras que están las señales que llevas en la cabeza. Pero, ¿qué es lo que tenías tú que hacer en mi casa durante mi ausencia, sin mi autorización? Eso es lo que quiero saber.
CONGRIÓN.— ¡Calla entonces! Hemos venido a guisar para la boda.
EUCLIÓN.— Maldición, ¿qué tienes tú que meterte en si yo [430] como crudo o guisado, o es que eres acaso mi tutor?
CONGRIÓN.— Yo quiero saber si nos dejas o no nos dejas que preparemos aquí la cena.
EUCLIÓN.— Y yo quiero saber, si van a quedar o no van a quedar a salvo mis cosas en mi casa.
CONGRIÓN.— ¡Ojalá me pueda llevar a salvo las cosas mías que traje! A mí no me falta de nada, no creas que voy a querer nada tuyo.
EUCLIÓN.— Lo sé, no hace falta que me des lecciones, me lo tengo bien sabido.
CONGRIÓN.— [435] ¿Cuál es entonces el motivo, por el que nos impides preparar aquí la cena? ¿Qué es lo que hemos hecho, que es lo que hemos dicho en contra de tus deseos?
EUCLIÓN.— ¿Todavía me preguntas, malvado, después que estáis andando libremente de acá para allá por todos los rincones de mi casa y de sus habitaciones? Si hubieras [440] estado allí donde estaba tu oficio, en la cocina, no llevarías la cabeza partida en dos: bien merecido te lo tienes. Y ahora, para que lo sepas, como llegues a acercarte un tanto así aquí a la puerta sin mi autorización, voy a hacer de ti el más desgraciado de los mortales, ya lo sabes.
CONGRIÓN.— [445] ¿A dónde vas? ¡Vuelve acá! Así me proteja Monipodio[10] en persona, que si no das orden de que se me devuelvan mis cacharros, te voy a armar una serenata de aúpa aquí delante de tu casa. Y ahora, ¿qué hago? Anda que no he venido aquí con mala suerte.
Me han contratado por una moneda, pero ya es más que mi salario lo que me hace falta para el médico.
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Escena III
(Euclión, Congrión)
EUCLIÓN.— (Sale de su casa con la olla.) Ni un instante soltaré [450] esto, donde quiera que vaya, te lo juro. Ni hablar de consentir dejarlo aquí en medio de tan grandes peligros. (A los cocineros). Ea, entrar ya todos en buena hora, cocineros y flautistas, carga también adentro, si te parece bien, con un ejército de esclavos, hale, a guisar, a hacer y a trajinar ya lo que os dé la gana.
CONGRIÓN.— A buena hora, después que me has llenado la cabeza de rachas a fuerza de palos.
EUCLIÓN.— Anda, adentro: se os ha contratado para trabajar [455], no para echar discursos.
CONGRIÓN.— Eh, tú, abuelo, entonces te voy a exigir también una paga por los golpes que me has dado, ¡caray!, yo he sido contratado para guisar y no para recibir palos.
EUCLIÓN.— Llévame si quieres a los tribunales, no te pongas cargante. Anda, vete ya a preparar la cena o lárgate de una vez a la horca.
CONGRIÓN.— Lo mismo digo.
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Escena IV
(Euclión)
EUCLIÓN.— Por fin se fue. Santo Dios, qué atrevimiento de [460] parte de una persona pobre el entrar en tratos con un rico. Mira si no el dichoso Megadoro, que no sabe por dónde cogerme, pobre de mí, y va y hace con que por mor de mi persona me manda los cocineros y en realidad de verdad, para lo que los ha mandado es para que me la robaran. (Señalando a la olla). Luego, por si era poco todavía, el [465] gallo ese de la vieja me ha acabado de dar la puntilla ahí dentro, pues no que empieza a escarbar justo donde estaba escondida.
En resumen, me puso tan exacerbado, que cojo un palo y lo dejo tieso, por ladrón, cogido además in flagranti. ¡Qué diablos!, estoy seguro que es que los cocineros [470] le habían prometido una prima, si descubría el tesoro. Pero yo les he quitado el arma de las manos. En resumen, el gallo es el que ha hecho los gastos del combate. Pero ahí veo a mi compadre Megadoro, que vuelve de la plaza. No me atrevo a pasar de largo sin pararme con él y hablarle.
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Escena V
(Megadoro, Euclión)
MEGADORO.— [475] Les he estado contando a muchos de mis amigos mi proyecto de matrimonio: todos alaban a la hija de Euclión. Dicen que está muy bien hecho y que es una decisión acertada. Porque desde luego, en mi opinión, si los [480] demás hicieran lo mismo, o sea, casarse los ricos con las hijas de los pobres sin recibir dote, habría muchas menos distancias entre los ciudadanos y no estaríamos los ricos tan expuestos como lo estamos a la envidia de los demás. Ellas tendrían un poco más de miedo al castigo de lo que lo [485] tienen y nosotros menos gastos de los que tenemos. Desde luego ésa sería una solución que redundaría en beneficio de la mayor parte de la población. Hay algunos ambiciosos que me llevan la contraria, gentes a las que no hay ni ley ni zapatero capaz de tomar medida a su ambición y a sus insaciables deseos.
Bueno, y en el caso de que vaya alguien y pregunte: ¿Y [490] con quién se van a casar entonces las ricas, si se da esa ley para las pobres? Mira, que se casen con quien les dé la gana, con tal de que no aporten una dote. Si así fuera, tendrían más cuenta con llevar como dote más virtudes de las que ahora llevan al matrimonio. Verías tú como entonces los mulos[11], se pagaba más dinero por la compra de una mula que de una casa, que en la actualidad superan en precio a los [495] caballos, se ponían más baratos que los jamelgos galos.
EUCLIÓN.— Por Dios, que le estoy escuchando con gusto, se ha explayado de maravilla en favor del ahorro.
MEGADORO.— Ninguna podría decir entonces: «Mira que te he traído una dote mucho mayor que el dinero que tú tenías, o sea, que es justo que se me proporcione oro y púrpura, [500] esclavas, mulos, muleros, servidores, mensajeros, carrozas para pasearme».
EUCLIÓN.— ¡Qué bien se sabe éste las costumbres de las señoras! Estaría bien de prefecto para asuntos femeninos.
MEGADORO.— Hoy en día, a donde quiera que vayas, ves más [505] carruajes en las casas de la ciudad que en el campo, cuando vas a la finca. Pero todo esto es cosa de nada en comparación con cuando empiezan a pasarte las cuentas: se presenta el de la limpieza de los vestidos, el bordador en oro, el joyero, el tejedor de lana, comerciantes de cenefas, camiseros [510], tintoreros de rojo, de violeta, de nogal, o los sastres de las túnicas de manga larga, o los perfumeros, los revendedores de lencería de lino y de zapatos; los zapateros de zapatos finos, los de sandalias se presentan, se presentan los fabricantes de tejidos de malva; traen sus cuentas los de [515] la limpieza de vestidos, los que los remiendan traen sus cuentas, se presentan los corseteros y junto con ellos los fabricantes de cinturones. Te piensas que has terminado ya con todos éstos: se van y vienen entonces cientos de ellos, en los atrios están con la bolsa en la mano los fabricantes de cenefas, los de cofres para joyas. Entran, se les paga. Te [520] piensas que has acabado con ellos, cuando aparecen los tintoreros de azafrán o si no, el malasangre que sea, que viene y quiere algo.
EUCLIÓN.— Me gustaría abordarle, si no temiera que dejase de enumerar las mañas de las mujeres. Es mejor dejarle por lo pronto.
MEGADORO.— Cuando has terminado con todos estos mercaderes [525] de bagatelas, al final, para colmo se presenta un soldado y pide su impuesto; vas y echas las cuentas con tu banquero; el soldado allí esperando con el estómago vacío y diciendo que quiere cobrar: cuando has terminado las [530] cuentas con el banquero, resulta que tienes deudas con él, o sea, que hay que decirle al soldado que vuelva al día siguiente.
Todo esto y mucho más es lo que traen consigo las dotes fuertes en cuanto a inconvenientes y gastos intolerables. Total, que la mujer sin dote, ésa está en manos del [535] marido, y las dotadas lo único que aportan al matrimonio es la ruina y la desgracia de sus esposos. Pero mira, ahí está mi pariente a la puerta de su casa. ¿Qué hay, Euclión?
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Escena VI
(Euclión, Megadoro)
EUCLIÓN.— Sí que no me he tragado con gusto tus razonamientos.
MEGADORO.— Ah, pero ¿lo has oído?
EUCLIÓN.— Desde el principio todo ce por be.
MEGADORO.— De todos modos me parece que no haría mal [540] en ponerte un poco más elegante para las bodas de tu hija.
EUCLIÓN.— El saber acomodar la elegancia a lo que se tiene y el afán de representar a la propia fortuna, es dar prueba de no haberse olvidado de la propia proveniencia. De verdad, Megadoro, ni a mí ni a otra persona pobre le trae ventaja alguna en cuanto a sus asuntos económicos el qué dirán.
MEGADORO.— [545] Pero bueno, tú tienes lo suficiente y Dios así lo quiera y te aumente cada vez más lo que ahora tienes.
EUCLIÓN.— (Aparte). Eso de «lo que ahora tienes» no me hace gracia. Éste sabe lo que tengo lo mismo que yo. La vieja lo ha dicho todo.
MEGADORO.— ¿A qué andas ahí haciendo corrillo aparte?
EUCLIÓN.— ¡Caray!, estaba pensando, y con razón, cómo [550] podría culparte.
MEGADORO.— Pero, ¿qué es lo que pasa?
EUCLIÓN.— ¿Que qué pasa, dices? Después que me has llenado de ladrones todos los rincones de mi casa, desgraciado de mí, y me has metido dentro mil cocineros cada uno con seis manos, como si fueran hijos de Gerión[13]. Ni [555] Argos siquiera, que no era más que ojos, que le encargó Juno custodiar a Ío, ni Argos sería capaz de vigilarlos, y además una flautista, capaz de bebérseme sola, si manara vino, la mismísima fuente Pirene de Corinto; luego, la [560] compra.
MEGADORO.— Caray, la compra bastaría para un regimiento, he mandado hasta un cordero.
EUCLIÓN.— Sí, un cordero, que seguro estoy que no hay bicho más curioso[12] que éste.
MEGADORO.— Me gustaría realmente saber qué tiene que ver un cordero con la curiosidad ni con la curia.
EUCLIÓN.— Pues es que no es más que hueso y pellejo, tal está comido de curiosear; bueno, es que vivo y todo, si le [565] pones al sol, nada, que se le ven las entrañas, es más transparente que una farola púnica.
MEGADORO.— Pero si yo he pagado uno que estaba a puntopara matar.
EUCLIÓN.— Entonces más vale que le pagues también el entierro, porque muerto, lo está ya, según creo.
MEGADORO.— Bien, Euclión, tenemos que echar hoy un copeo juntos.
EUCLIÓN.— Te juro que yo, desde luego, de beber, nada.[570]
MEGADORO.— Que sí, hombre, que voy a mandar traer una garrafa de vino viejo de mi casa.
EUCLIÓN.— ¡Que no!, que no quiero, yo no bebo más que agua.
MEGADORO.— Ya verás la melopea que te voy a hacer coger hoy, a ti que dices que no vas a beber más que agua.
EUCLIÓN.— [575] (Aparte). Yo me sé lo que pretende éste. Eso no es más que un pretexto para dejarme fuera de combate con el vino y así, cambie después de domicilio esto que llevo aquí. (Señalando a la olla).
Pero ya tomaré yo mis medidas, porque voy a coger y a esconderlo donde sea, fuera, y no va a conseguir más que perder el tiempo y el vino al mismo tiempo.
MEGADORO.— Yo, Euclión, si no quieres nada más, me voy al baño, para prepararme para el oficio religioso. (Se va).
EUCLIÓN.— [580] Por Dios, olla de mis entrañas, qué de enemigos tienes, tú y el oro que se te ha confiado.
Ahora lo mejor es, olla querida, que te lleve fuera de casa, al templo de la Fidelidad. Allí te dejaré bien escondida, Santa Fidelidad [585], tú me conoces a mí lo mismo que yo a ti. No vayas, te suplico, a cambiar tu nombre, si te entrego mi tesoro. A ti dirijo mis pasos, confiado en la fidelidad que llevas por nombre. (Se dirige al templo).