Escena I
(Eunomia, Megadoro)
EUNOMIA.— Yo quisiera, hermano, que tú tuvieras la convicción [120] de que mis palabras nacen de mi afecto hacia ti y de mi interés por tu bien, ya que vienen de parte de una verdadera hermana. Aunque no se me oculta que se nos tiene aversión a las mujeres, porque tenemos fama de charlatanas [125], y con razón y hasta dicen que ni hoy en día ni nunca jamás ha habido una mujer que fuera muda. Así y todo, hermano, quiero que reflexiones lo siguiente: nadie hay más allegado para ti que yo, ni que tú para mí, por lo [130] que es natural que discurramos de común acuerdo y nos aconsejemos mutuamente aquello que consideremos que es en interés del bien de ambos y que no nos lo andemos ocultando o callando por miedo, sino que hagamos intercambio mutuo de nuestras opiniones. Éste es el motivo por el que te he traído aquí a solas para poder hablar con tranquilidad contigo de tus intereses familiares.
MEGADORO.— [135] Eres una mujer fantástica, ¡dame esa mano!
EUNOMIA.— ¿Fantástica? ¿Dónde está? ¿Es que hay alguna que lo sea?
MEGADORO.— Tú lo eres.
EUNOMIA.— ¿Yo?
MEGADORO.— Si te empeñas, entonces, no.
EUNOMIA.— [140] Sé sincero, una mujer fantástica no existe. Cada una es peor que la otra, hermano.
MEGADORO.— Ésa es también mi opinión y de seguro que no te voy a llevar la contraria en ese punto, hermana.
EUNOMIA.— [142ª] Préstame atención, por favor.
MEGADORO.— Soy todo oídos, no tienes más que mandar, si quieres algo.
EUNOMIA.— Es una cosa, que en mi opinión, es lo mejor [145] para ti lo que quiero aconsejarte.
MEGADORO.— Hermana, eres la misma de siempre.
EUNOMIA.— Me alegro.
MEGADORO.— A ver, hermana, ¿de qué se trata?
EUNOMIA.— Se trata de una cosa que ojalá te traiga felicidad sin término: para que tengas hijos…
MEGADORO.— ¡Dios lo haga!
EUNOMIA.— Quiero que contraigas matrimonio. [150]
MEGADORO.— ¡Dios mío, muerto soy!
EUNOMIA.— Pero, ¿qué pasa?
MEGADORO.— Pobre de mí, tus palabras, hermana, me hacen saltar los sesos, son más duras que la piedra.
EUNOMIA.— Ea, haz lo que te dice tu hermana.
MEGADORO.— Si fuera de mi agrado, sí que lo haría.
EUNOMIA.— Es por tu bien.
MEGADORO.— Sí, antes morir que casarme. De todos modos, estoy dispuesto a ello, si me das una mujer con la condición de que entre mañana en casa y pasado mañana la saquen… Si estás de acuerdo con esta condición, entonces, [155] enseguida, haz los preparativos de la boda.
EUNOMIA.— Yo, hermano, te tengo ya buscada una, que tiene una buena dote, pero… es un poco mayor, una mujer [160] así de media edad. Si quieres que la pida para ti en tu nombre, estoy dispuesta a hacerlo.
MEGADORO.— ¿Me permites hacerte una pregunta?
EUNOMIA.— No faltaba más, pregunta lo que te apetezca.
MEGADORO.— Si un hombre de más de media edad, se casa con una mujer de edad media, si se da el caso de que la vieja se queda en estado del viejo, ¿no crees que la criatura recibe de todas todas el nombre de Póstumo?
Yo, hermana, [165] quiero ahorrarte y aminorarte todos esos cuidados. Gracias a Dios y a nuestros mayores, tengo suficientes riquezas; grandes partidos, afán de representar, ricas dotes, vocinglerías, órdenes, calesas con marfiles, mantones, púrpuras, todo eso me trae sin cuidado, cosas todas que no hacen más que reducir a los maridos a la servidumbre.
EUNOMIA.— Dime entonces, quién es la que quieres tomar [170] por esposa.
MEGADORO.— Ahora mismo. ¿Conoces tú al viejo este pobrete de aquí al lado, Euclión?
EUNOMIA.— Claro que le conozco y, por Dios, que no es mala persona.
MEGADORO.— Su hija, que es soltera, quiero pedir por esposa.
No me digas nada hermana, que sé lo que vas a decir: que es pobre; pues pobre y todo, me gusta.
EUNOMIA.— [175] Que sea para bien.
MEGADORO.— Así lo espero.
EUNOMIA.— ¿Algo más?
MEGADORO.— Que te vaya bien.
EUNOMIA.— Lo mismo digo, hermano. (Entra en casa).
MEGADORO.— Voy a acercarme a ver a Euclión, si está en casa. Ah, mira, ahí viene, vuelve ahora mismo de donde sea.
* * * *
Escena II
(Euclión, Megadoro)
EUCLIÓN.— No, si tenía yo el presentimiento al salir de casa [180] de que iba en tonto, y por eso me marchaba a disgusto: no se ha presentado ni nadie de la curia, ni el jefe que iba a hacer el reparto. Ahora, derecho a casa, que, bueno, estar, estoy aquí, pero en realidad de verdad, con mi magín, es allí donde estoy.
MEGADORO.— ¡Salud y suerte, Euclión!
EUCLIÓN.— Queda con Dios, Megadoro.
MEGADORO.— ¿Qué tal, contento y bien de salud?
EUCLIÓN.— (Aparte). No creas que cuando un rico se pone [185] tan amable con un pobre, es así a la buena de Dios: ése sabe ya que tengo el oro, por eso me saluda tan atento.
MEGADORO.— Dime, pues, ¿sigues bien?
EUCLIÓN.— A ver, en lo referente a los monises, así así.
MEGADORO.— Caray, si es que sabes llevarlo, tienes bastante para un buen pasar.
EUCLIÓN.— (Aparte). La vieja le ha descubierto lo del oro, ¡maldición!, está más claro que el agua; cuando vuelva a casa le voy a cortar la lengua y a sacarle los ojos.
MEGADORO.— ¿Qué es lo que estás hablando ahí a solas?
EUCLIÓN.— [190] Me estoy quejando de mi pobreza. Tengo una muchacha soltera ya mayor, sin dote y que no hay quien la case, lo que es yo no soy capaz de encontrarle una colocación.
MEGADORO.— Calla, no te apures, Euclión, se le dará una dote, estoy dispuesto a ayudarla. Habla, si necesitas algo, no tienes más que mandar.
EUCLIÓN.— (Aparte). Con tanto ofrecimiento, lo que hace en realidad es pedir; está con la boca abierta dispuesto nada más que a tragarse mi oro; en una mano tiene una [195] piedra y con la otra te enseña un pan. Yo no me fío de nadie que siendo rico se pone tan atento con un pobre, al mismo tiempo que te tiende tan amable la mano, te carga con el daño que sea; yo me conozco a estos pulpos, que una vez que le han echado la garra a algo, no lo sueltan ni a tiros.
MEGADORO.— Atiéndeme un momento, si no te incomoda, Euclión, tengo que hablarte de un asunto que nos interesa [200] a los dos.
EUCLIÓN.— (Aparte). ¡Ay desgraciado de mí, eso es que me han soplado el oro! Seguro que es que quiere por eso hacer una componenda conmigo, pero voy un momento a casa a dar una vuelta.
MEGADORO.— ¿A dónde vas?
EUCLIÓN.— Ahora mismo vuelvo, que tengo que ir a casa a ver una cosa. (Entra en casa).
MEGADORO.— Caray, me parece que en cuanto le diga algo de la hija, de que me la dé en matrimonio, va a pensar que me [205] burlo de él; es que yo no he visto nadie que se ande con más estrecheces a causa de su pobreza.
EUCLIÓN.— (Aparte, saliendo de casa). Gracias a Dios, todo está en orden; en orden está lo que no ha fenecido. ¡Menudo miedo tenía! Antes de entrar en casa, casi me desmayo. Aquí me tienes, Megadoro, para lo que quieras mandar. [210]
MEGADORO.— Gracias. Vamos a ver, contéstame francamente y sin reparos a lo que te pregunte.
EUCLIÓN.— De acuerdo, con tal que no me preguntes algo que yo no tenga gana de decir.
MEGADORO.— Dime, ¿qué opinión te merece mi linaje?
EUCLIÓN.— Buena.
MEGADORO.— ¿Me tienes por una persona honorable?
EUCLIÓN.— Desde luego.
MEGADORO.— ¿Qué dices de mi conducta?
EUCLIÓN.— Digo que no es ni mala ni reprobable.
MEGADORO.— ¿Sabes… la edad que tengo?
EUCLIÓN.— Sé que es elevada, lo mismo que tus riquezas.
MEGADORO.— [215] Yo, por mi parte, bien sabe Dios que siempre he creído, y lo sigo creyendo, que eres lo que se dice un ciudadano sin tacha.
EUCLIÓN.— (Aparte). A éste le da el tufo del oro. ¿Qué es lo que quieres entonces de mí?
MEGADORO.— Puesto que tú estás bien informado sobre mi persona y yo sobre la tuya, ahora, lo cual sea para bien mío, tuyo y de tu hija, te pido que me la des a ella por esposa. Prométemelo.
EUCLIÓN.— [220] Vamos, Megadoro, esa manera de proceder no es digna de tu conducta, burlarte de mí, una persona pobre, que no te ha hecho nunca nada ni a ti ni a los tuyos. De verdad, ni de hecho ni de palabra me he portado nunca contigo como para darte ocasión a que hagas lo que haces.
MEGADORO.— Por Dios que no es mi intención el burlarme de ti; ni me burlo, ni creo que venga ello a cuento.
EUCLIÓN.— ¿Por qué me pides entonces la mano de mi hija?
MEGADORO.— Pues para que tú veas acrecentado tu bienestar [225] por mí y yo el mío por ti y los tuyos.
EUCLIÓN.— Pero es que, Megadoro, yo pienso que tú eres un hombre rico, influyente y yo el último de los pobretones, o sea, que si te doy a mi hija en matrimonio, me parece como si tú fueras un buey y yo un borrico; si me pongo a la par de ti, al no poder llevar la carga como tú, [230] yo, el asno, pararía en el barro, tú, el buey, no me dignarías una mirada, tal como si no existiera; tú me dejarías sentir tu superioridad y al mismo tiempo sería el hazmerreír de la gente de mi clase; me quedaría sin establo fijo en una parte y en la otra, en el caso de que sobreviniera una separación: los asnos me harían pedazos a mordiscos y los bueyes me envainarían con sus cuernos. Así que veo yo un [235] gran peligro en eso de pasarse de los asnos a los bueyes.
MEGADORO.— Mientras más te arrimes a las gentes de bien, tanto mejor para ti. Euclión, acepta mi propuesta, oye lo que te digo y prométeme a tu hija.
EUCLIÓN.— Pero no tengo dote que darle.
MEGADORO.— Déjate de dotes, con tal que sea de buena condición, bastante dotada está.
EUCLIÓN.— No, yo te lo digo, porque no vayas a pensar que [240] he encontrado un tesoro.
MEGADORO.— Lo sé, no hace falta que me lo avises; prométeme la mano de tu hija.
EUCLIÓN.— Sea. (Se oyen unos golpes). ¡Santo Dios, ahora sí que estoy perdido!
MEGADORO.— ¿Qué te pasa?
EUCLIÓN. ¿Qué es lo que ha sonado, algo así como un ruido metálico? (Entra corriendo en casa).
MEGADORO.— (Volviéndose a mirar hacia su casa). No, es que he mandado cavar aquí en casa el jardín. ¿Pero dónde está [244-245] éste? Se ha marchado sin darme una contestación. Se porta con altanería porque ve que busco su amistad; hace igual que todos: deja a una persona rica ir a buscar el favor de un pobre; el pobre no se atreve a entrar en contacto con él; por miedo, echa a perder la cosa y luego, después que feneció la ocasión, entonces, cuando ya es tarde, la echa de menos.
EUCLIÓN.— [250] (Hablando con Estáfila a la puerta). ¡Maldición!, si no te hago arrancar la lengua de raíz, te doy orden y te autorizo a que me hagas castrar por quien te dé la gana.
MEGADORO.— Caray, Euclión, estoy viendo que me tomas por una persona a propósito para, a pesar de mi edad, andar jugando conmigo, y eso sin que yo dé motivo para ello.
EUCLIÓN.— ¡Por Dios!, Megadoro, ni lo hago, ni aunque quisiera, tendría posibles para juegos de ninguna clase.
MEGADORO.— [255] Entonces, ¿qué? ¿Me prometes la mano de tu hija?
EUCLIÓN.— Pero con las condiciones y con la dote que te dije.
MEGADORO.— Entonces, ¿me la prometes?
EUCLIÓN.— Te la prometo.
MEGADORO.— Que sea para bien.
EUCLIÓN.— Dios lo haga. Pero ten presente que hemos convenido que no llevaría dote al matrimonio.
MEGADORO.— Lo sé.
EUCLIÓN.— Pero yo también me sé los subterfugios que os [260] gastáis: lo convenido no está convenido, lo no convenido está convenido, según os viene en gana.
MEGADORO.— No habrá problema entre nosotros. Pero, ¿tienes algo en contra de que celebremos la boda hoy mismo?
EUCLIÓN.— De ninguna manera, todo lo contrario.
MEGADORO.— Entonces me voy para hacer los preparativos. ¿Algo más?
EUCLIÓN.— Nada, que te vaya bien.
MEGADORO.— (A su esclavo). ¡Tú, Estróbilo, ven conmigo enseguida deprisa al mercado!
EUCLIÓN.— Se fue. ¡Dioses inmortales, lo que puede el oro! [265] Estoy seguro que es que se ha enterado de que tengo un tesoro en casa y no está más que deseando echarle la garra, por eso se ha empeñado en emparentarse conmigo.
* * * *
Escena III
(Euclión, Estáfila)
EUCLIÓN.— ¿Dónde estás tú, demonio, que le has cascado ya a toda la vecindad que le iba a dar una dote a mi hija? Tú, Estáfila, te estoy llamando. ¿Es que estás sorda? Deprisa, [270] lava y purifica el cacho de vajilla que hay en casa, que he prometido a mi hija: hoy mismo la caso con Megadoro.
ESTÁFILA.— Que sea para bien, pero por Dios, no puede ser con tanta prisa.
EUCLIÓN.— Calla y vete. Ocúpate de que esté todo a punto cuando vuelva del foro. Y cierra la casa, ahora mismo vuelvo. (Se va).
ESTÁFILA.— Dios mío, ¿qué hago yo ahora? Estamos al [275] borde de la perdición, lo mismo yo que la hija del amo, que está a punto de dar a luz y se va a descubrir su deshonra; hasta ahora lo hemos tenido oculto y en secreto, pero ya es imposible. Me voy dentro, para que cuando vuelva el amo esté dispuesto lo que me ha mandado. ¡Dios mío, no es nada el brebaje de penas y de palos que estoy viendo que voy a tener que tragarme!
* * * *
Escena IV
(Estróbilo, Ántrax, Congrión)
ESTRÓBILO.— [280] Después que el amo ha hecho la compra y contratado los cocineros y estas flautistas en el mercado, me ha dado orden de hacer de todo dos partes equitativas.
ÁNTRAX.— Hm, a mí, te lo digo a las claras, a mí no me partes tú; si quieres que vaya entero a donde sea, estoy dispuesto.
CONGRIÓN.— [285] ¡Bonito puto me estás hecho! ¡Mira qué decente que es! Y a la postre, si alguien te lo pide, anda que no dejarías hacerlo.
ESTRÓBILO.— Ántrax, yo lo había dicho en otro sentido, no en ese que tú te figuras. Bien, mi amo celebra hoy su boda.
ÁNTRAX.— ¿Quién es el padre de la novia?
ESTRÓBILO.— [290] Euclión, el vecino de aquí al lado. Por eso me ha dado orden de que se le dé la mitad de la compra, uno de los cocineros y una de las flautistas.
ÁNTRAX.— ¿Dices entonces que la mitad para aquí y la mitad para vuestra casa?
ESTRÓBILO.— Exacto.
ÁNTRAX.— [295] ¿Qué, es que no podía el viejo este hacer la compra de su dinero para las bodas de la hija?
ESTRÓBILO.— ¡Ja!
ÁNTRAX.— ¿Qué pasa?
ESTRÓBILO.— ¿Que qué pasa, dices? Ese viejo es más seco que la piedra pómez.
ÁNTRAX.— ¿De verdad?
CONGRIÓN.— ¿Es posible?
ESTRÓBILO.— Tú figúrate***: se empeña en que está arruinado [300], del todo perdido; hasta implora el socorro de los dioses y los hombres en cuanto que ve que se escapa por donde sea humo de su chabola. Lo que es más, cuando se va a la cama, se pone un saquillo de cuero atado a la boca.
ÁNTRAX.— ¿Pero, para qué?
ESTRÓBILO.— No sea que se le escape algo de aire mientras duerme.
ÁNTRAX.— ¿También se tapa el agujero de atrás, para que [305] no se le escape el aire mientras duerme?
ESTRÓBILO.— Yo pienso que me lo debes creer, igual que dado el caso te lo creería yo también a ti.
ÁNTRAX.— No, no, si te lo creo.
ESTRÓBILO.— Pero, ¿sabes? ¡Ja, cuando se baña, llora, porque se gasta agua!
ÁNTRAX.— ¿Crees tú que podríamos conseguir del viejo un [310] talento magno para comprarnos la libertad?
ESTRÓBILO.— ¡Uf!, así le pidieras prestada el hambre no te la daría. Veréis, otra cosa: hace poco le cortó el barbero las uñas: fue y recogió y se llevó todas las recortaduras.
ÁNTRAX.— ¡Caray!, sí que es un tío roñoso de verdad.
ESTRÓBILO.— ¿Que si es roñoso y vive como un miserable? [315] Verás, el otro día se le llevó un milano la carne; coge y se va lloriqueando al pretor, empieza allí a exigir llorando y lamentándose, que se le permitiera hacer un proceso al milano. Cientos de cosas te podría contar, si tuviéramos [320] tiempo.
Pero a ver, ¿cuál de los dos es más ligero?
ÁNTRAX.— Yo, en consonancia con mi mayor categoría.
ESTRÓBILO.— Yo pregunto por un cocinero, no por un ladrón.
ÁNTRAX.— ¡Un cocinero es lo que digo!
ESTRÓBILO.— ¿Y tú qué dices?
CONGRIÓN.— Digo que soy así como ves.
ÁNTRAX.— [325] ¡Ése es un cocinero de domingo, no va a guisar más que una vez por semana!
CONGRIÓN.— El nombre de ladrón, que seis letras tiene, tú, ladrón, ¿te atreves a hablar mal de mí?
ÁNTRAX.— Ladrón tú, más que ladrón.
* * * *
Escena V
(Estróbilo, Ántrax, Congrión)
ESTRÓBILO.— Calla ya y coge el cordero más gordo y llévalo ahí dentro a casa.
ÁNTRAX.— Vale.
ESTRÓBILO.— Tú, Congrión, toma éste y vete allí dentro y vosotros iros con él.
CONGRIÓN.— [330] ¡Caray!, vaya una manera de repartir, ésos se llevan el cordero más gordo.
ESTRÓBILO.— A cambio te llevarás tú la flautista más gorda; ve con él, Frigia, y tú, Eleusio, aquí a nuestra casa.
CONGRIÓN.— [335] ¡Ay Estróbilo, traicionero, largarme aquí con el viejo avaro este! Y si necesito algo, ¿qué?
¡Hasta perder la voz lo tendré que pedir antes que se me dé nada!
ESTRÓBILO.— Estás tonto y, por lo que veo, no tiene sentido el portarse decentemente cuando resulta que lo echas en saco roto.
CONGRIÓN.— ¿Y eso, por qué?
ESTRÓBILO.— [340] ¿Que por qué, dices? En primer lugar, ahí descuida, que no tendrás problema alguno: si necesitas algo, tráetelo de tu casa, para que no pierdas el tiempo en pedirlo. Aquí, en cambio, en casa de mi amo hay un lío y una cantidad de gente enorme, muebles, joyas, vestidos, [345] vajilla de plata; si fenece algo (y yo sé que tú eres muy capaz de no tocar nada, si no tienes nada a tu alcance) dicen: ¡los cocineros se lo han llevado, echarles mano, atarlos, azotarlos, a la cisterna con ellos!; nada de eso te puede pasar a ti, porque aquí no hay nada para llevarse. Hale, ven conmigo.
CONGRIÓN.— Vale.
* * * *
Escena VI
(Estróbilo, Estáfila, Congrión
ESTRÓBILO.— ¡Tú, Estáfila, sal y ábrenos! [350]
ESTÁFILA.— ¿Quién va?
ESTRÓBILO.— Soy yo, Estróbilo.
ESTÁFILA.— ¿Qué es lo que quieres?
ESTRÓBILO.— Que hagas pasar a estos cocineros y aquí a la flautista; ten también la compra para la fiesta de las bodas; es para Euclión de parte de Megadoro.
ESTÁFILA.— Oye, tú, ¿son las bodas de Ceres[9] lo que vais a celebrar?
ESTRÓBILO.— ¿Por qué? [355]
ESTÁFILA.— Pues porque no veo vino por ninguna parte.
ESTRÓBILO.— Pero se traerá cuando venga el amo del mercado.
ESTÁFILA.— Aquí nosotros no tenemos ni gota de leña.
CONGRIÓN.— ¿Tenéis vigas?
ESTÁFILA.— ¡Sí que tenemos, demonio!
CONGRIÓN.— Pues entonces hay también leña, no hace falta ir fuera a buscarla.
ESTÁFILA.— Qué, tú, tío asqueroso, por mucho que estés al [360] servicio del puro dios del fuego, ¿vas a querer que por culpa de la cena o por llevarte tú tu salario prendamos fuego a nuestra casa?
CONGRIÓN.— No, no, no he dicho nada.
ESTRÓBILO.— Hale, llévalos dentro.
ESTÁFILA.— ¡Venid conmigo!
* * * *
Escena VII
(Pitódico [¿Estróbilo?])
ESTRÓBILO.— ¡Hale! Yo entretanto voy a ver qué hacen los cocineros, que bien sabe Dios que es la única ocupación [365] que tengo hoy, el vigilarlos. Como no sea que haga una cosa: que preparen la cena dentro de la cisterna; luego cuando esté, la subimos en cestos arriba. Y para el caso de que se coman abajo lo que guisen, se quedan los de arriba en ayunas y los de abajo desayunados. ¡Pero estoy aquí charlando [370] como si no tuviera nada que hacer, con toda la casa llena de Monipodios! (Se va).
* * * *
Escena VIII
(Euclión, Congrión)
EUCLIÓN.— Quise darme un empujoncillo hoy al fin para regalarme un poco por las bodas de mi hija: voy al mercado, pregunto por el pescado: está caro; caro el borrego, [375] cara la vaca, la ternera, el atún, el cerdo: todo caro; caro sobre todo, por falta de pasta, así que me marcho de mal humor, porque no puedo comprar nada; con tres palmos de narices les he dejado a todos esos sinvergüenzas. Después, me pongo yo a pensar entre mí por el camino: si [380] echas la casa por la ventana en un día de fiesta, tienes que privarte los demás días, a no ser que hayas andado con cuenta.
Después que le expuse este razonamiento a mi caletre y a mi estómago, quedamos al fin de acuerdo en lo que desde el principio había sido mi propósito, o sea, casar a mi hija con el menor gasto posible; entonces he comprado [385] este poquillo de incienso y estas coronas de flores, que le pondré a nuestro lar en el hogar, para que haga feliz a mi hija en su matrimonio.
Pero, ¿mi casa abierta? Y dentro, ¡qué jaleo! Desgraciado de mí, me están robando.
CONGRIÓN.— (Desde dentro). Ve a pedirle a algún vecino una [390] olla más grande que ésta, si es posible; ésta es pequeña, aquí no coge.
EUCLIÓN.— ¡Ay de mí, estoy perdido, Dios mío! Se me roba el oro, se busca una olla. Muerto soy si no me doy prisa a entrar en casa. Apolo, yo te suplico, ven en mi socorro, ayúdame, atraviesa con tus saetas a esos ladrones de mi [395] tesoro, tú, que has prestado ya ayuda a otros en iguales circunstancias. Pero voy allá corriendo, antes de que sea demasiado tarde. (Entra en casa).
* * * *
Escena IX
(Ántrax)
ÁNTRAX.— (Saliendo de casa de Megadoro y hablando con los otros cocineros dentro). Dromón, escama el pescado. Tú, Maquerión, deshuesa el congrio y la murena, lo más rápido que puedas, yo voy a la casa de al lado, a pedirle a [400] Congrión un molde para pan.
Tú, si tienes cabeza, me vas a dejar este gallo más liso que un saltarín bien afeitado. Pero ¿qué son esos gritos que salen de la casa de al lado? Seguro que es que los cocineros están haciendo de las [405] suyas. Me voy dentro, no sea que se vaya a armar aquí también el mismo jaleo.