Acto I

Escena I

(Euclión, Estáfila)

EUCLIÓN.— [40] ¡Fuera, digo, hala, fuera, afuera contigo,maldición!, ¡mirona, más que mirona, con esos ojos de arrebañadera!

ESTÁFILA.— Pero, ¿por qué me pegas? ¡Desgraciada de mí!

EUCLIÓN.— ¿Que por qué te pego, desgraciada! Pues para que lo seas de verdad y para que lleves una vejez tal como te la mereces, de mala que eres.

ESTÁFILA.— Pero, ¿por qué me echas ahora de casa?

EUCLIÓN.— ¿A ti te voy a tener que dar yo cuentas,cosechera [45] de palos? ¡Allí, retírate de la puerta! ¡Mira qué manera de moverse! ¿Pues sabes lo que te espera? ¡Maldición! ¡Como llegue a echar mano de un palo o de un látigo, verás cómo te alargo esos pasitos de tortuga!

ESTÁFILA.— ¡Mejor prefería verme en la horca que no tener [50] que servir en tu casa en esta forma!

EUCLIÓN.— ¡Mira cómo rezonga para sus adentros, la maldita! Los ojos te voy a sacar, malvada, para que no puedas andar espiando lo que hago. Retírate más, un poco más, [55] un —¡eh!, para ahí—. Te juro que si te mueves de ahí ni un dedo ni una uña o si vuelves la cara para acá antes de que yo te lo ordene, en la horca vas a acabar, a ver si así aprendes. No he visto en mi vida una vieja más mala que [60] ésta. ¡Menudo miedo la tengo!, de que se las arregle para engañarme si me descuido y que se huela dónde está escondido el oro; en la nuca tiene también ojos, la maldita. [66] Bueno, voy ahora a dar una vuelta, a ver si está todavía el oro allí donde lo dejé, desgraciado de mí, que no me deja este asunto ni un momento de tranquilidad. (Entra en casa).

ESTÁFILA.— Por Dios, que no puedo figurarme qué clase de maleficio o de locura le ha entrado a mi amo: lo mismo [70] que ahora me echa de casa hasta diez veces al día, desgraciada de mí. Por Dios, que no sé qué mal le trae de esta manera; se pasa las noches enteras en vela, por el día no se mueve de casa, ¡ni que fuera un zapatero cojo! Y no sé ya [75] cómo ocultarle la deshonra de su hija, que está a punto de dar a luz; me parece que la mejor solución sería echarme una soga al cuello y quedarme colgando como una espingarda.

* * * *

Escena II

(Euclión, Estáfila)

EUCLIÓN.— [80] Por fin salgo ya de casa más desahogado, después de comprobar que está todo en orden. (A Estáfela). ¡Éntrate ya y vigila ahora allí!

ESTÁFILA.— ¿También ésas? ¿Que vigile dentro? ¿Acaso para que no se lleven la casa? Porque otra cosa no veo yo que puedan sacar de ahí los ladrones, así está toda de vacía; como haber, no hay ahí más que arañas.

EUCLIÓN.— [85] Milagro que no me haga Júpiter por mor de ti un rey Filipo o un Darío[8], bruja. Quiero quedarme con mis arañas, confieso que soy pobre y estoy conforme con ello y me amoldo a la voluntad de los dioses. Éntrate y [90] cierra la puerta, enseguida vuelvo. Mucho cuidado con dejar entrar a nadie en la casa. Para el caso de que viniera alguien a pedir fuego, quiero que lo apagues, que no haya motivo de que venga nadie a pedírtelo: si el fuego vive, tú dejarás de vivir al instante. Di también que se ha ido el [95] agua, si alguien viene a pedírtela; el cuchillo, el hacha, el macharatajo, el mortero, todos esos cacharros que andan siempre pidiendo prestados los vecinos, di que han venido los ladrones y se los han llevado. En resumen, mientras yo esté fuera, no quiero que se deje entrar a nadie en mi casa. [100]

Todavía más te digo, así venga la buena suerte en persona, no la dejes entrar.

ESTÁFILA.— ¡Por Dios!, de eso me parece que se cuida ya ella misma, porque hasta ahora no ha puesto jamás los pies en nuestra casa, a pesar de no andar lejos de por aquí.

EUCLIÓN.— Calla y adentro contigo.

ESTÁFILA.— Callo y entro.

EUCLIÓN.— Cierra por favor la puerta con los dos pestillos. Yo vuelvo enseguida. (Estáfela entra en casa). Se me parte [105] el alma de tener que salir de casa. Juro que me voy pero que completamente a la fuerza. Pero yo sé lo que me hago. Porque es que el jefe de nuestra curia ha dicho que va a hacer un reparto de a moneda de plata por cabeza; si lo dejo y no voy a por ello, enseguida van a sospechar todos [110] que es que tengo un tesoro en casa, porque es muy inverosímil que una persona pobre se deje pasar la ocasión de ir a recoger dinero, sea la cantidad que sea.

Es que precisamente mientras que me esfuerzo por ocultar con tanto empeño que no se entere nadie, parece que lo saben todos y [115] me saludan todos más atentos que me saludaban antes, se acercan, se paran conmigo, me dan la mano, me preguntan qué tal estás, cómo se anda, qué haces. Ahora, a lo que iba, y luego a casita lo más pronto posible.