Acto V

Escena I

(Argiripo, Deméteno)

ARGIRIPO.— Anda, padre, vamos a ponernos a la mesa.

DEMÉNETO.— Como tú ordenes, hijo, así se hará.

ARGIRIPO.— (A los esclavos). ¡Muchachos, poned la mesa!

DEMÉNETO.— [830] A ver, hijo. ¿Te produce pesadumbre, si ella se pone aquí junto conmigo?

ARGIRIPO.— La piedad filial, padre, hace que no me duela el verlo; aunque la quiero, soy capaz con todo de hacerme a llevar con paciencia el verla a tu lado.

DEMÉNETO.— A los jóvenes, les está bien el ser respetuosos, Argiripo.

ARGIRIPO.— Por Dios, padre, tú te lo tienes bien merecido.

DEMÉNETO.— Hala, pues, disfrutemos del convite bebiendo y [835] charlando a placer. Yo no quiero que sea temor, sino amor, lo que mi hijo experimente por mí.

ARGIRIPO.— Yo experimento las dos cosas, tal y como corresponde a un buen hijo.

DEMÉNETO.— Te lo creeré, si te veo con una cara más alegre.

ARGIRIPO.— ¿Es que piensas que no lo estoy?

DEMÉNETO.— ¿No lo voy a pensar, si estás ahí con una cara más larga que si tuvieras un plazo ante los tribunales?

ARGIRIPO.— No digas eso. [839-840]

DEMÉNETO.— No estés tú así y verás como no lo digo.

ARGIRIPO.— Venga, mírame. ¿Ves? Me río.

DEMÉNETO.— ¡Ojalá se rían de esa manera los que me quieren mal!

ARGIRIPO.— Yo sé desde luego, padre, el motivo por el que tú crees que te pongo mala cara: el que ella está contigo. Y a mí, padre, para decirte la verdad, eso es lo que me trae a mal traer; y no porque yo no quiera para ti todo lo que tú mismo quieras; pero es que yo estoy enamorado de ella. Si [845] fuera otra la que estuviera ahí contigo, no me importaría lo más mínimo.

DEMÉNETO.— Pero es que yo quiero precisamente a ésta.

ARGIRIPO.— O sea, que tú tienes lo que quieres; yo querría que también ése fuera mi caso.

DEMÉNETO.— Aguanta sólo este día, puesto que te he dado la posibilidad de estar con ella un año y te he proporcionado el dinero para tus amores.

ARGIRIPO.— Sí, claro, precisamente por eso me has quedado [849-850] obligado.

DEMÉNETO.— Entonces, ¿por qué no me pones una cara más alegre?

* * * *

Escena II

(Artemona, Gorrón, Argiripo, Deméteno, Filenio)

ARTEMONA.— Por favor, ¿dices que mi marido está ahí de copeo con mi hijo y que le han dado a la fulana veinte minas y que el padre comete una desvergüenza tal a sabiendas de su hijo?

GORRÓN.— [855] Artemona, no vuelvas a creerme de aquí en adelante ni un pelo de nada, si es que me coges en mentira ahora.

ARTEMONA.— ¡Y yo, pajolera de mí, que pensaba que tenía un marido modelo, un hombre no bebedor, una persona de mérito, ordenado, amante en extremo de su mujer!

GORRÓN.— Pues ahora sábete, que es el más pillo de todos los mortales, un borracho, un donnadie, un libertino que no puede ver a su mujer ni en pintura.

ARTEMONA.— [860] Bien sabe Dios que, si no fuera verdad todo eso que dices, no haría las cosas que está haciendo ahora.

GORRÓN.— Te juro que yo también le había tenido siempre por una persona como Dios manda, pero con esta jugada, se me ha quedado al descubierto. ¡Mira que ponerse de copeo con el hijo y repartirse con él la amiga, el viejo ese decrépito!

ARTEMONA.— ¡Demonio, ésas son las cenas a las que sale [865] todas las noches! Se pone con que va a casa de Arquidemo, de Quereas, de Queréstrato, de Clinias, de Cremes, Cratino, Dinias, o Demóstenes, y lo que hace en realidad es corromper a su hijo en casa de una fulana y dedicarse a corretear locales de mala fama.

GORRÓN.— ¿Por qué no das orden a tus esclavos de que se lo lleven en volandas a casa?

ARTEMONA.— ¡Espérate, te juro que le voy a hacer la vida imposible!

GORRÓN.— Ése no me cabe duda que va a ser su destino, al [870] menos mientras estés tú casada con él.

ARTEMONA.— Desde luego. Ése era el que no estaba dedicado más que a su trabajo en el senado o a atender a sus clientes y por eso luego, agotado del trabajo, se llevaba la santa noche roncando; por dar el jornal fuera es por lo que vuelve a mí cansado por la noche; el campo ajeno lo ara y el propio lo deja baldío, y además no contento con ser él [875] un canalla, coge y corrompe también a su hijo.

GORRÓN.— Acércate conmigo por aquí, verás cómo le coges con las manos en la masa.

ARTEMONA.— Te juro que no hay nada que hiciera con más gusto.

GORRÓN.— ¡Un momento!

ARTEMONA.— ¿Qué pasa?

GORRÓN.— ¿Si divisaras a tu marido tumbado en el diván con una corona de flores a la cabeza y abrazado a su amiga, si lo vieras, podrías reconocerlo?

ARTEMONA.— Sí que puedo, demonio. [880]

GORRÓN.— ¡Ea!, mira, ahí le tienes.

ARTEMONA.— ¡Muerta soy!

GORRÓN.— Espera un poco; vamos a observar desde aquí a escondidas qué hacen sin que ellos nos vean.

ARGIRIPO.— Padre, ¿cuándo vas a acabar de abrazarla?

DEMÉNETO.— Yo te confieso, hijo mío…

ARGIRIPO.— ¿El qué?

DEMÉNETO.— Que estoy completamente con el alma en los pies por culpa del amor de ésta.

GORRÓN.— ¿Oyes lo que dice?

ARTEMONA.— Y tanto que lo oigo.

DEMÉNETO.— ¡Y que no le voy yo a quitar a mi mujer su mantón [885] preferido para traértelo a ti! Te juro que no me harían renunciar a ello ni por un año de vida de mi mujer.

GORRÓN.— ¿Crees tú que es hoy cuando ha empezado a frecuentar las casas públicas?

ARTEMONA.— ¡Demonio, él era quien me estaba sisando, mientras yo sospechaba de mis esclavas y las hacía atormentar sin que fueran culpables!

ARGIRIPO.— [890] Padre, di que nos sirvan vino; ya hace mucho que me tomé la primera copa.

DEMÉNETO.— Sírvenos vino, muchacho, empieza por mi derecha, y tú, por mi izquierda, venga, dame un beso.

ARTEMONA.— ¡Ay, pobre de mí, muerta soy, cómo la besa el maldito, el viejo, con un pie en la sepultura que está ya!

DEMÉNETO.— Dios mío, un aliento un poco más dulce que el de mi mujer.

FILENIO.— Oye, dime, ¿es que a tu mujer le huele el aliento!

DEMÉNETO.— [895] Agua sucia preferiría beber, si fuera preciso, que no besarla a ella.

ARTEMONA.— ¿Te parece bonito? Te juro que te la vas a ganar por haber dicho esa injuria contra mí. Deja, vuelve a casa y verás cómo te hago saber las consecuencias que trae el hablar mal de una esposa que tiene su dote.

FILENIO.— ¡Dios mío, pobre de ti!

ARTEMONA.— Dios mío, bien merecido se lo tiene.

ARGIRIPO.— [900] Padre, dime, ¿la quieres tú a madre?

DEMÉNETO.— ¿Que si la quiero? Ahora la quiero, porque no está presente.

ARGIRIPO.— ¿Y cuando lo está?

DEMÉNETO.— Entonces muerta la quisiera ver.

GORRÓN.— Éste te quiere mucho, a juzgar por lo que dice.

ARTEMONA.— Yo te aseguro que me va a pagar cara esa retahíla: si vuelve hoy a casa, me vengaré de él comiéndomelo a besos.

ARGIRIPO.— Echa las tabas, padre, que echemos luego nosotros (Echando las tabas). ¡Que tú, Filenio, seas mía y que [905] mi mujer pase a mejor vida! ¡Ha salido la jugada de Venus![7] ¡Muchachos, un aplauso, y servidme una copa de vino con miel por esta jugada!

ARTEMONA.— No puedo aguantar más el oír tanto golpe.

GORRÓN.— No tiene nada de particular, si es que no has aprendido el oficio de batanero[4a]. ***; tíratele a los ojos, eso es lo mejor.

ARTEMONA.— (Lanzándose sobre Deméneto). Te juro que yo seguiré viviendo y que esa invocación que acabas de hacer [910] te va a salir pero que bien cara.

GORRÓN.— (Aparte). ¿No hay nadie que vaya a carrera a buscar al tío que prepara los cadáveres?

ARGIRIPO.— Madre, se te saluda.

ARTEMONA.— ¡Quédate con tus saludos!

GORRÓN.— Muerto es Deméneto; ya es tiempo de que me quite de en medio, que la pelea va tomando fuerzas que es un placer… Voy a buscar a Diábolo, a decirle que su encargo ha sido cumplido según sus deseos y le propondré que nos pongamos a la mesa mientras que éstos están ahí enzarzados. Después, le traeré aquí mañana a la tercera, [915] para que le entregue las veinte minas y pueda así también el pobre enamorado tener parte en los favores de Filenio; yo espero que Argiripo se dejará convencer de disfrutarla con él una noche sí y otra no. Porque si no lo consigo, me he quedado sin mi rey, tan grande es la llama del amor que le devora. (Se va).

ARTEMONA.— (A Filenio). ¿Qué tienes tú que recibir aquí en [920] tu casa a mi marido?

FILENIO.— ¡Dios mío, pobre de mí, que casi me hace morir de asco!

ARTEMONA.— ¡Arriba, galán enamorado, largo a casa!

DEMÉNETO.— Muerto soy.

ARTEMONA.— No, muerto no, sino, no lo niegues, el más sinvergüenza de todos los mortales. Pero todavía sigue sin moverse, el cuco este. ¡Arriba, enamorado, a casita!

DEMÉNETO.— ¡Ay de mí!

ARTEMONA.— ¡Y tanto! ¡Arriba, enamorado, a casita!

DEMÉNETO.— [925](A Filenio). Échate, pues, un poco para allá.

ARTEMONA.— ¡Arriba, enamorado, a casita!

DEMÉNETO.— Yo te suplico, esposa mía.

ARTEMONA.— ¿Ahora de pronto te acuerdas de que soy tu esposa? Antes, cuando estabas soltando esa retahíla de insultos contra mí, entonces, no era tu esposa, sino un ser inaguantable.

DEMÉNETO.— Estoy del todo perdido.

ARTEMONA.— Conque apesta el aliento de tu mujer, ¿eh?

DEMÉNETO.— Tiene un perfume de mirra.

ARTEMONA.— ¿Me has quitado ya el mantón para dárselo a tu amiga?

FILENIO.— [930] Sí que es verdad, que prometió que te lo iba a quitar.

DEMÉNETO.— ¿No te callarás?

ARGIRIPO.— Yo estaba pretendiendo disuadirle, madre.

ARTEMONA.— ¡Bonito hijo estás hecho! (A Deméneto.) ¿Es ésa la conducta de la que debe un padre dar ejemplo a sus hijos? ¿No te da vergüenza?

DEMÉNETO.— Yo te juro, si no de otra cosa, de ti, mujer mía, sí que me da vergüenza.

ARTEMONA.— ¡Cuco!, ¿con esa cabeza llena de canas tiene que venir tu mujer a sacarte de una casa de perdición?

DEMÉNETO.— [935] Artemona, la cena se está haciendo. ¿No puedo quedarme por lo menos hasta que cene?

ARTEMONA.— Te juro que vas a cenar hoy el castigo que te mereces.

DEMÉNETO.— Mala noche me espera: mi mujer me condena y me lleva a casa.

ARGIRIPO.— Ya te decía yo, padre, que no te portaras mal con ella.

FILENIO.— Oye, que no te olvides del mantón.

DEMÉNETO.— (A Argiripo). ¡Manda a ésta que desaparezca de mi vista!

ARTEMONA.— ¡A casita! [940]

FILENIO.— Dame un beso, antes que os marchéis.

DEMÉNETO.— Vete al cuerno.

FILENIO.— No, sino aquí, a casa. Ven conmigo, mi vida.

ARGIRIPO.— Con mil amores.