Escena I
(Diábolo, Gorrón)
DIÁBOLO.— Venga, enséñame el contrato ese que has escrito entre mi amiga y la alcahueta y yo; léeme todas las cláusulas; desde luego te las pintas solo para estos asuntos.
GORRÓN.— A la señora se le van a poner los pelos de punta, cuando se entere de las cláusulas que hemos puesto.
DIÁBOLO.— Venga, por favor, léemelo.[750]
GORRÓN.— ¿Me escuchas?
DIÁBOLO.— Soy todo oídos.
GORRÓN.— «Diábolo, hijo de Glauco, ha entregado a la proxeneta Cleéreta veinte minas, para que Filenio esté con él de noche y de día durante el plazo de un año».
DIÁBOLO.— Y con otro ninguno.
GORRÓN.— ¿Pongo eso también? [755]
DIÁBOLO.— Ponlo y cuida de escribirlo bien claro.
GORRÓN.— «No dejará entrar a otra persona ninguna en su casa; ni que diga que se trata de un amigo o un patrono suyo o un amante de una amiga suya; las puertas estarán cerradas para todos, excepto para ti. Ella deberá poner un [760] letrero en la puerta que diga: “Ocupada”. O para el caso de que diga que ha recibido una carta del extranjero, no deberá tener en casa carta alguna, ni tampoco tabla encerada ninguna; si es que tiene algún cuadro que no sirva para maldita la cosa, que lo venda; en el caso de que [765] no lo haya enajenado en un plazo de tres días después de haber recibido el dinero de ti, deberá quedar a tu disposición, pudiéndolo quemar, si quieres, para que no tenga ella cera para escribir cartas. Ella no podrá invitar a nadie a cenar, sino a ti. Ella no podrá dirigir su mirada a ninguno [770] de los invitados; si mira a otra persona fuera de ti, que quede ciega al momento, ítem, ella beberá junto contigo y lo mismo que tú: tú le pasarás la copa, ella beberá a tu salud, luego beberás tú».
DIÁBOLO.— Me parece muy bien.
GORRÓN.— [775] «Ella deberá evitar toda clase de sospechas. Al levantarse de la mesa, cuidará de no tocar con su pie el pie de nadie; cuando pase al diván de al lado o al bajarse del mismo, no dará la mano a nadie. No dará su anillo a nadie para que lo vea[6], ni pedirá el de nadie para verlo ella. No deberá ofrecer el juego de las tabas a nadie más que a ti. [780] Cuando ella tire, no dirá “por ti”, sino que te nombrará con tu nombre; puede invocar la ayuda de la diosa que le parezca, pero no la de un dios; pero si acaso le entra escrúpulo, entonces, te lo dirá a ti, y tú le pedirás al dios en su nombre, que le sea propicio. Ella no deberá hacer señas ni [785] guiños, ni asentir con gestos a nadie. Para el caso de que se apague la lámpara, no deberá moverse ni un pelo en la oscuridad».
DIÁBOLO.— Estupendo; naturalmente lo hará así. Pero, bueno, luego en el dormitorio… Eso quítalo mejor, allí tengo interés desde luego en que se mueva mucho; no quiero que encuentre un pretexto, que diga que es que se lo han prohibido.
GORRÓN.— [790] Sí, comprendo, tienes miedo a verte cogido.
DIÁBOLO.— Exacto.
GORRÓN.— O sea, que lo quito, como dices, ¿no?
DIÁBOLO.— Desde luego.
GORRÓN.— Escucha lo que sigue.
DIÁBOLO.— Habla, soy todo oídos.
GORRÓN.— «Ella no dirá palabras de doble sentido ni deberá saber otra lengua que la del Ática. Si acaso le entra tos, cuidará de no toser de forma que deje ver la lengua a [795] nadie. Y para el caso que ella haga así como si se le cayera la moquita, tampoco entonces hará así (se relame el labio superior); es mejor que tú le limpies los labios, que no que vaya ella a tirarle un beso a nadie en público. Su madre, la proxeneta, no vendrá entre tanto a beber con los comensales ni le dirá una mala palabra a nadie; si la dice, será castigada [800] con no probar el vino durante un plazo de veinte días».
DIÁBOLO.— ¡Muy bien redactado, un contrato estupendo!
GORRÓN.— «Ítem, si da orden a una esclava de que le ofrezca a Venus o a Cupido coronas de flores o guirnaldas o perfume, deberá un esclavo tuyo observar si es que se las [805] da realmente a Venus o a algún hombre. Si acaso dice que quiere abstenerse alguna vez, deberá luego darte tantas noches de amor, como las noches que se ha abstenido». Ahí tienes, nada de pamplinas ni de sonsonetes de entierro.
DIÁBOLO.— Encuentro que está todo muy bien. Ven, vamos a entrar.
GORRÓN.— Te sigo. (Entran en casa de Cleéreta).
* * * *
Escena II
(Diábolo, Gorrón)
DIÁBOLO.— (Saliendo con Gorrón de casa de Cleéreta). Ven [810] por aquí. No, ¿voy a aguantarme yo con una cosa así ni voy a guardármela para mis adentros? Mejor quisiera verme muerto que dejar de contárselo todo a su mujer. (Volviéndose hacia dentro de la casa, donde está Deméneto). Conque, ¿qué te parece?, con una amiga, como si fueras un pollo, y luego con tu mujer vas y te disculpas diciéndole que eres ya un viejo; ¿birlándole la amiga a su amante y [815] atascando a la tercera de dinero, mientras que en casa a tu mujer la dejas limpia a escondidas? Mejor, quiero asegurarme de que no que te salgas con la tuya sin que nadie diga una palabra. Te aseguro, que me voy ahora mismo derecho a ella, para informar a quien tú —si no es que ella te toma la delantera— vas a arruinar de todas todas para poder hacer frente a los gastos de tus calaveradas.
GORRÓN.— [820] Mi opinión es que hay que proceder de la siguiente manera: es mejor que me encargue yo de este asunto y no tú, para que no piense ella que lo haces más bien incitado por los celos que no por atención a su persona.
DIÁBOLO.— Tienes toda la razón; arréglatelas para meter al [825] otro en un lío y en una reyerta. Di a su mujer que está de francachela en pleno día con su hijo en casa de una amiga y que la está desvalijando a ella.
GORRÓN.— Déjate de advertencias, yo me encargo del asunto.
DIÁBOLO.— En casa te espero.