Acto III

Escena I

(Cleéreta, Filenio)

CLEÉRETA.— (Saliendo de su casa con la hija). Pero bueno, ¿es que no va a ser posible que me obedezcas cuando te [505] prohíbo algo? ¿Es que estás dispuesta a hacer caso omiso de la autoridad de tu madre?

FILENIO.— Pero, ¿cómo me iba a ser posible guardar mis sentimientos de fidelidad, si quisiera complacerte conduciéndome en la forma que tú me mandas?

CLEÉRETA.— ¿Es que está acaso bonito el hacer la contra a lo que yo te mando?

FILENIO.— ¿Pero qué es lo que pasa?

CLEÉRETA.— ¿Eso se llama guardar los sentimientos de fidelidad, el menoscabar la autoridad materna?

FILENIO.— Yo ni condeno a las que obran bien ni apruebo a [510] las que se portan mal.

CLEÉRETA.— Anda, que estás hecha una enamorada con muy buen pico.

FILENIO.— Madre, así es mi oficio: la lengua pide, el cuerpo desea, el corazón habla, los hechos te dan la pauta.

CLEÉRETA.— Yo quería corregirte y tú te pones ahora a hacerme reproches.

FILENIO.— Por Dios, madre, yo ni te hago reproches ni pienso que me sería lícito el hacerlo; sólo que me lamento [515] de mi suerte al verme separada de aquel a quien amo.

CLEÉRETA.— ¿Me va a ser posible coger yo también la palabra en todo el santo día?

FILENIO.— Habla tú, por ti y por mi; tú eres la que das la pauta para hablar y para callar; pero si suelto yo el remo y [520] me dedico a no hacer nada en cubierta, no funciona nada en tu casa.

CLEÉRETA.— ¿Qué es lo que dices, descarada, más que descarada? ¿Cuántas veces te he prohibido dirigir la palabra a Argiripo, el de Deméneto, hacerle carantoñas, charlar con él, ni siquiera mirarle? A ver, ¿qué es lo que nos ha dado? ¿Qué regalos que nos ha mandado? ¿Es que acaso piensas [525] que las palabras zalameras son oro y las cosas bien dichas sustituyen a las dádivas? Tú eres la primera en quererle, la primera en buscarle, la primera en hacerle venir. De los que te dan, te burlas; los que se burlan de ti, por esos te mueres. ¿O es que te parece bien estar esperando. Si alguno te promete que te hará rica, cuando se vaya su madre al otro barrio? ¡Por Dios!, que corremos nosotras y toda [530] nuestra casa el gran peligro de morirnos de hambre mientras estamos esperando la muerte de la otra. Yo te digo, que si no me trae aquí las veinte minas dichas, que te juro que se le pondrá de patitas en la calle, a ése, que no sabe dar otra cosa más que lloriqueos. Este es el último día en el que acepto la excusa de que no tiene.

FILENIO.— [535] Madre, si me privas de la comida, me aguantaré.

CLEÉRETA.— Yo no te prohíbo amar a los que pagan para ser amados.

FILENIO.— Pero madre, mi corazón lo tiene ya otro. ¿Qué voy a hacer? Dime.

CLEÉRETA.— Toma, mira mis canas, si es que quieres obrar en interés propio.

FILENIO.— [539-540] También el pastor que guarda ovejas a sueldo, madre, tiene alguna propia, con la que se consuela, déjame amar sólo a Argiripo, tal como el corazón me lo pide, él es mi elegido.

CLEÉRETA.— Anda y vete dentro, por Dios, no he visto cosa más descarada que tú.

FILENIO.— Como quieras, madre, tu hija está hecha a obedecerte. (Entran en casa).

* * * *

Escena II

(Líbano, Leónidas)

LÍBANO.— [545] Sean dadas alabanzas y gracias a la Alevosía, puesto que a base de nuestros timos, engaños y manipulaciones, fiados en lo sufridas que son nuestras espaldas y en la fuerza de nuestros brazos…, nosotros, que frente a látigos [549-550], hierros candentes, cruces y grillos, potros, cárceles, virotes, lazos, argollas y frente a los implacables ejecutores, que se tienen sabidas de memoria nuestras espaldas, por haberlas marcado ya tantas veces de cicatrices…***. Todas estas legiones y estas tropas y estos ejércitos, después de [555] una dura lucha, se han dado a la fuga, a causa de nuestros perjurios; todo ello debido a la valentía de éste mi colega y a lo servicial que es uno. ¿Quién más intrépido para aguantar golpes?

LEÓNIDAS.— Te juro que no podrías tú ensalzar todas tus hazañas tan bien como yo las fechorías que cometiste en tiempo de paz y de guerra. De verdad que las puedo enumerar [560] todas una por una: cuando defraudaste al que puso confianza en ti, cuando fuiste infiel a tu amo, cuando juraste en falso solemnemente a sabiendas y como te daba la gana, cuando has horadado paredes, has sido cogido en delito de robo, cuando has tenido que defender tu causa, sin ayuda, contra ocho tíos bien fornidos, que no se andan [565] con contemplaciones y saben manejar bien los látigos.

LÍBANO.— Leónidas, yo confieso que es verdad lo que dices. Pero, te juro que también se pueden enumerar tus numerosas y verdaderas fechorías: cuando a sabiendas hiciste traición al que era fiel contigo, cuando has sido cogido en robo manifiesto y has sido azotado, cuando has jurado en falso, [570] cuando has echado mano a algún objeto sagrado, cuando tantas veces has causado a los amos pérdidas, molestias y deshonor, cuando has negado que se te ha dado lo que se te ha dado, cuando has sido más fiel a tu amiga que a tu amigo, o cuando tantas veces, por tener una piel de elefante, has acabado con las fuerzas de ocho azotadores provistos [575] de flexibles varas de olmo. ¿Qué tal la forma en que te he dado las gracias haciendo el elogio de mi colega?

LEÓNIDAS.— Lo has hecho tal como era digno de mí, de ti y de la condición de ambos.

LÍBANO.— Basta ya de esto y contéstame a lo que te pregunte.

LEÓNIDAS.— Pregunta lo que quieras.

LÍBANO.— ¿Tienes las veinte minas?

LEÓNIDAS.— [580] Eres un adivino; caray, que el viejo Deméneto se ha portado de maravilla con nosotros. ¡Hay que ver con qué habilidad fingía que yo era Sáurea! Casi no pude contener la risa, cuando se puso a chillarle al otro, por no haber querido fiarse de mí en su ausencia; ni una vez se le escapó el no llamarme Sáurea, su mayordomo.

LÍBANO.— [585] Espera un momento.

LEÓNIDAS.— ¿Qué es lo que pasa?

LÍBANO.— ¿No es Filenio ésa que sale ahí con Argiripo?

LEÓNIDAS.— Calla el pico, ellos son; vamos a escuchar lo que dicen.

LÍBANO.— Mira, él está llorando y ella le sujeta por la capa y llora también. ¿Qué será lo que pasa? Vamos a escuchar en silencio.

LEÓNIDAS.— ¡Eh!, se me acaba de ocurrir una cosa. ¡Si tuviera ahora mismo un palo!

LÍBANO.— ¡Pero para qué!

LEÓNIDAS.— [590] Para darle a los borricos, si acaso se pusieran a rebuznar aquí dentro de la bolsa.

* * * *

Escena III

(Argiripo, Filenio, Líbano, Leónidas)

ARGIRIPO.— ¿Por qué me retienes?

FILENIO.— Porque te quiero y si te vas, me quedo sin ti.

ARGIRIPO.— Adiós, que lo pases bien.

FILENIO.— Me parece que lo pasaría un poco mejor si te quedaras.

ARGIRIPO.— Adiós, que sigas bien.

FILENIO.— ¿Que siga bien, cuando al irte me pones mala?

ARGIRIPO.— Tu madre me ha dado un ultimátum, me ha mandado a casa.

FILENIO.— Pues va a enterrar a su hija antes de tiempo, si me [595] tengo que ver privada de ti.

LÍBANO.— ¡Ahí va!, le han puesto de patitas en la calle.

LEÓNIDAS.— Exacto.

ARGIRIPO.— Déjame, por favor.

FILENIO.— ¿A dónde te vas ahora? ¿Por qué no te quedas aquí?

ARGIRIPO.— Me quedaré luego por la noche, si quieres.

LÍBANO.— ¿Te das cuenta qué rumboso se pone tratándose de trabajo nocturno? No parece sino que por el día estuviera más ocupado que un Solón, dictando leyes para el [600] pueblo. ¡Qué manera de hacer papeles! Que quienes se dispongan a cumplir las leyes de éste, de seguro que no serán jamás gentes de provecho, no harán otra cosa día y noche sino empinar el codo.

LEÓNIDAS.— Desde luego si pudieran, yo creo que no se alejaría él de ella ni un palmo, con la prisa que aparenta ahora y con tanto amagar que se marcha.

LÍBANO.— Calla ya el pico, que pueda oír lo que dice éste. [605]

ARGIRIPO.— Adiós.

FILENIO.— ¿Pero a dónde vas con tanta prisa?

ARGIRIPO.— Adiós, digo; en el otro mundo nos veremos, que estoy decidido a quitarme la vida cuanto antes.

FILENIO.— Por favor, ¿qué es lo que he hecho yo para que te empeñes en acarrearme la muerte?

ARGIRIPO.— ¿Yo acarrearte la muerte a ti? ¿Yo, que si viera que peligraba tu vida, te entregaría la mía y que sacrificaría [610] una parte de la mía para alargar la tuya?

FILENIO.— ¿Pues por qué amenazas con que te vas a quitar la vida? ¿Qué es lo que crees que voy a hacer yo, si haces tú eso que dices?

ARGIRIPO.— ¡Oh, eres más dulce que la dulce miel!

FILENIO.— [615] Mi vida, abrázame.

ARGIRIPO.— Con toda mi alma.

FILENIO.— ¡Ojalá nos podamos ir así los dos juntos a la tumba!

LEÓNIDAS.— ¡Ay, Líbano, pobre de aquel que ama!

LÍBANO.— ¡Caray, yo creo que es mucho más pobre el que está colgado!

LEÓNIDAS.— Bien que lo sé yo por experiencia. Vamos a rodearlos, tú de un lado, yo de otro.

(A Argiripo) —Amo, se te saluda. Pero bueno, ¿es que es humo esa mujer que estás abrazando?

ARGIRIPO.— [620] ¿Por qué?

LEÓNIDAS.— Como tienes los ojos así lagrimosos, por eso te lo preguntaba.

ARGIRIPO.— Habéis perdido a la persona que hubiera sido una vez para vosotros vuestro patrono.

LEÓNIDAS.— Pues, lo que es yo, no he perdido un patrono, porque no lo he tenido nunca.

LÍBANO.— Hola, Filenio.

FILENIO.— Los dioses os concedan todos vuestros deseos.

LÍBANO.— Si mis deseos se cumplieran, querría una noche contigo y una jarra de vino.

ARGIRIPO.— [625] ¡Mucho cuidado con lo que dices, bribón!

LÍBANO.— Es para ti para quien lo quiero, no para mí.

ARGIRIPO.— Entonces, si es así, di todo lo que te venga en gana.

LÍBANO.— Apalear a éste (a Leónidas) me viene en gana.

LEÓNIDAS.— Sí, que te va a creer eso nadie, tú, marica, con esa cabeza llena de ricitos, ¿tú me vas a dar palos a mí, si tu alimento es recibirlos?

ARGIRIPO.— ¡Cuánto más afortunados sois vosotros que yo, [630] Líbano! A la tarde habré dejado de existir.

LÍBANO.— Pero bueno, ¿por qué motivo?

ARGIRIPO.— Por el motivo de que yo amo a Filenio y ella me ama a mí y no puedo encontrar lo que darle, y su madre, a pesar de mi amor, me ha echado de casa. Veinte minas me han llevado a la muerte, veinte minas, que ha prometido Diábolo entregarle hoy a ella, para que no la deje estar con [635] otro un año entero. ¿Os dais cuenta de la fuerza y del poder que tienen veinte minas? El que las pierde, queda a buen seguro; yo, que no las pierdo, estoy perdido.

LÍBANO.— ¿Ha entregado el otro ya el dinero?

ARGIRIPO.— No.

LÍBANO.— Entonces, anímate, no padezcas.

LEÓNIDAS.— Ven por aquí un momento, Líbano, que quiero hablar a solas contigo.

LÍBANO.— Como quieras. (Se retiran los dos).

ARGIRIPO.— Venga ya, abrazaos de paso, que así se habla [640] con más gusto.

LÍBANO.— Una y la misma cosa no agrada de la misma manera a todos, amo, sábetelo. A vosotros, que estáis enamorados, os gusta charlar abrazados; yo no tengo interés ninguno en que éste me abrace y a él le pasa otro tanto de lo mismo conmigo. O sea, que haz tú eso que nos aconsejas a nosotros que hagamos.

ARGIRIPO.— Yo desde luego, y bien sabe Dios que con mucho [645] gusto; retiraos ahí entre tanto un poco, si os parece.

LEÓNIDAS.— (A Líbano). ¿Quieres que le gastemos una broma al amo?

LÍBANO.— Y bien merecido que se lo tiene.

LEÓNIDAS.— ¿Quieres que haga que me abrace Filenio delante de él?

LÍBANO.— ¡Ja, que si quiero!

LÍBANO.— Ven conmigo.

ARGIRIPO.— ¿Habéis dado ya con alguna solución? Ya habéis charlado bastante.

LEÓNIDAS.— Escuchadme y prestadme atención y tragaos lo [650] que voy a decir. En primer lugar, nosotros no negamos ser tus esclavos; pero si se te entregamos veinte minas, ¿cómo nos llamarás?

ARGIRIPO.— Libertos.

LEÓNIDAS.— ¿Patronos no?

ARGIRIPO.— Sí, más bien eso.

LEÓNIDAS.— Aquí, en esta bolsa, hay veinte minas; si quieres, te las doy.

ARGIRIPO.— [655] Los dioses te guarden siempre, guardián de tu amo, gloria del pueblo, tesoro de riquezas, salud de los humanos[5], y soberano del amor. Suelta la bolsa aquí, ponla llanamente en mi cuello.

LEÓNIDAS.— No, que no quiero, que siendo mi amo, me lleves esa carga.

ARGIRIPO.— ¿Por qué no te liberas de ese peso y me lo cargas a mí?

LEÓNIDAS.— [660] Yo la llevaré; tú, como corresponde al señor, marcharás delante de mí sin carga alguna.

ARGIRIPO.— Entonces, ¿qué?

LEÓNIDAS.— ¿Qué hay?

ARGIRIPO.— ¿Por qué no me entregas la bolsa, para que yo sienta su peso sobre mis hombros?

LEÓNIDAS.— Dile a ésta (Filenio), a quien se las va a dar, que me la pida y que se entienda conmigo, que me hace el efecto que tiene mucha pendiente el lugar donde dices que te la ponga llanamente.

FILENIO.— [665] Leónidas, mis ojos, rosa mía, mi alma, alegría mía, dame el dinero, no quieras separar a dos enamorados.

LEÓNIDAS.— Llámame entonces tu gorrioncete, tu pollito, tu codorniz, dime que soy tu corderito, tu cabrito, tu ternerito, cógeme de las orejas y pon tus labios en los míos.

ARGIRIPO.— ¿A ti te va a besar, bribón?

LEÓNIDAS.— ¿Y qué tiene eso de malo? Te juro que no vas a [670] llevarte nada, a no ser que te abraces a mis rodillas.

ARGIRIPO.— A la fuerza ahorcan: serán abrazadas. ¿Me das lo que te pido?

FILENIO.— Anda, Leónidas de mi alma, ayuda al amo en sus amores, redímete de la esclavitud con este beneficio y cómprate con este dinero.

LEÓNIDAS.— Eres un encanto y una delicia, y si este dinero fuera mío, no me lo pedirías en vano; más vale que se lo [675] pidas a ése, él me lo ha dado a mí para que lo guardara. Hale, monada, allí; toma, Líbano. (Le da la bolsa).

ARGIRIPO.— Tú, patibulario, ¿otra vez me burlas?

LEÓNIDAS.— Jamás lo haría, si no hubieras abrazado mis rodillas de tan mala gana. Venga, ahora te toca a ti, sigue con la broma y abraza a la joven.

LÍBANO.— Calla, ya verás. [680]

ARGIRIPO.— Vamos a abordar ahora a éste, Filenio, que es una buena persona, a diferencia de ese ladrón.

LÍBANO.— Vamos a dar unos paseítos, ahora les toca suplicarme a mí.

ARGIRIPO.— ¡Caray!, por favor, Líbano, si quieres salvar a tu amo de hecho, dame esas veinte minas. Tú ves que estoy enamorado y no tengo dinero.

LÍBANO.— Ya se verá. En principio, estoy dispuesto a ello. [685] Vuelve al anochecer. Por lo pronto, dile a ésta que me lo pida y que se entienda conmigo.

FILENIO.— ¿Quieres que te lo pida nada más que diciéndote cositas, o tengo que darte un beso?

LÍBANO.— Las dos cosas.

FILENIO.— Hala pues, Líbano, yo te suplico, sálvanos tú también a los dos.

ARGIRIPO.— ¡Oh Líbano, patrono mío, entrégame eso! Es [690] más oportuno que sea el liberto y no el patrón quien lleve la carga por la calle.

FILENIO.— Líbano querido, tú, niña de mis ojos, eres un amor y un encanto, por favor, yo hago todo lo que tú quieras, pero danos ese dinero.

LÍBANO.— Entonces, llámame patito, paloma o cachorrito, [695] golondrina, grajito, gorrioncito chiquitín, haz de mí una serpiente, que tenga una lengua doble, haz de tus brazos un collar, cuélgate de mi cuello.

ARGIRIPO.— ¿Que se cuelgue de tu cuello, bandido?

LÍBANO.— ¿Es que te parece que no lo merezco? Para que no hayas dicho en vano un tal despropósito, verás, me vas a servir de montura, si es que quieres hacerte con el dinero.

ARGIRIPO.— [700] ¿Que te sirva de montura?

LÍBANO.— ¿Que te vas a llevar el dinero de otra manera?

ARGIRIPO.— ¡Ay de mí! Si te parece que está bien que el amo sirva de montura a su esclavo, sube.

LÍBANO.— Así hay que domar a estos engreídos; ponte, pues, así como cuando eras un chiquillo, sabes lo que quiero decir. (Argiripo se pone a cuatro patas). Venga, así, muy bien, desde luego, en cuanto a penco, no hay otro más listo que tú.

ARGIRIPO.— [705] Hale, sube.

LÍBANO.— Ahora mismo. ¡Eh, qué es eso! ¡Qué manera de marchar es ésa! Te voy a acortar la ración de cebada si no coges un buen trote.

ARGIRIPO.— Líbano, por favor, ya está bien.

LÍBANO.— Ni que lo pienses; ahora te espolearé para que subas una cuesta arriba al galope, después te mandaré al molino para que te las hagan pasar negras a fuerza de [710] correr. ¡Sooo! Que me baje ya en la cuesta abajo, aunque no te lo mereces de malo que eres.

ARGIRIPO.— Y ahora, ¿qué?; por favor, después de que nos habéis tomado el pelo como os ha dado la gana, ¿nos dais el dinero?

LÍBANO.— Con la condición de que me dediques una estatua y un altar y de que me hagas la ofrenda de un toro, como si fuera un dios, que yo soy para ti la divinidad de la Salud en persona.

LEÓNIDAS.— Amo, no le hagas caso a éste y ocúpate conmigo y dame a mí los honores que él te ha pedido y hazme una [715] súplica.

ARGIRIPO.— Y a ti, ¿qué divinidad te voy a llamar?

LEÓNIDAS.— Yo soy la Fortuna y la Fortuna a tus pies.

ARGIRIPO.— Eso me gusta más.

LÍBANO.— Tú, ¿es que hay algo mejor para el hombre que la Salud?

ARGIRIPO.— Yo puedo alabar a la Fortuna sin por eso hacer de menos a la Salud.

FILENIO.— Por Dios, las dos son buenas personas.

ARGIRIPO.— Estaría de acuerdo, si es que recibo de ellas un beneficio.

LEÓNIDAS.— A ver, expresa un deseo que quieras que se te [720] cumpla.

ARGIRIPO.— Y si lo hago, ¿qué?

LEÓNIDAS.— Pues se te realizará.

ARGIRIPO.— Yo deseo todo un año entero el favor de Filenio.

LEÓNIDAS.— Ya lo has conseguido.

ARGIRIPO.— ¿De verdad?

LEÓNIDAS.— De verdad, te digo.

LÍBANO.— Ahora, dirígete a mí y haz la prueba: expresa el deseo que quieres que se te cumpla: se te cumplirá.

ARGIRIPO.— ¿Qué otra cosa voy yo a desear más sino aquello que me falta, veinte minas contantes y sonantes para dárselas [725] a la madre de Filenio?

LÍBANO.— Se te darán, un poco de optimismo; se te cumplirán tus deseos.

ARGIRIPO.— Como de costumbre, la Salud y la Fortuna se burlan de los mortales.

LEÓNIDAS.— Yo he sido la cabeza en este asunto de proporcionarte el dinero.

LÍBANO.— Y yo los pies.

ARGIRIPO.— Pues lo que yo veo es, que lo que decís no tiene [730] ni pies ni cabeza; yo no acierto a saber qué es lo que queréis decir, ni por qué me gastáis estas bromas.

LÍBANO.— Basta ya de burlas. Ahora vamos a decirte cómo son las cosas. Atiende, pues, Argiripo. Tu padre nos ha mandado traerte este dinero.

ARGIRIPO.— ¡Qué a tiempo y con cuánta oportunidad!

LÍBANO.— Aquí dentro hay veinte minas, buenas, pero mal [735] adquiridas; él nos ha encargado entregártelas bajo ciertas condiciones.

ARGIRIPO.— ¿Bajo cuáles, por favor?

LÍBANO.— Que le cedas la muchacha por una noche y que le des una cena.

ARGIRIPO.— Dile que venga, por favor; se tiene más que merecido que le cumplamos sus deseos, que él es quien ha compuesto nuestros descompuestos amores.

LEÓNIDAS.— Pero tú, Argiripo, ¿vas a poder sufrir verla en brazos de tu padre?

ARGIRIPO.— [740] Esto (agitando la bolsa) me lo hará sufrir fácilmente. Leónidas, ve corriendo, por favor; dile a mi padre que venga.

LEÓNIDAS.— Ya hace tiempo que está ahí dentro (en casa de Filenio).

ARGIRIPO.— Pues no ha pasado por aquí.

LEÓNIDAS.— Es que ha dado la vuelta para entrar a escondidas por la puerta falsa por el jardín, para que no le viera ninguno de casa ir ahí, por miedo de que se enterara su mujer; si tu madre se entera de la historia esta del dinero…

ARGIRIPO.— [745] Ea, no vengáis ahora con malos agüeros.

LÍBANO.— Entraos enseguida.

ARGIRIPO.— A pasarlo bien.

LEÓNIDAS.— Y vosotros, a amar bien.