Acto I

Escena I

(Líbano, Deméneto)

LÍBANO.— Así como tú deseas que, sano y salvo, te sobreviva tu único hijo, así te conjuro yo por tu vejez y por la persona de quien te tiene con el corazón en un puño, tu [20] señora esposa: si me dices ahora algo que no sea la pura verdad, ojalá que te sobreviva ella una vida entera y te largues tú al otro barrio, vivo en vida de ella.

DEMÉNETO.— Tú me haces una pregunta invocando al dios de la Fidelidad, o sea, que veo que no me queda sino jurar [25] también lo que te conteste. [Me apremias en una forma tal con tu pregunta, que no sería capaz de quedarme con nada dentro al contestarte.] De modo que, venga, dime enseguida qué es lo que quieres saber. Lo que yo sepa, no dejaré de hacértelo saber también a ti.

LÍBANO.— ¡Por Dios!, Deméneto, te lo ruego, contéstame en [30] serio a lo que te pregunte, y además sin decir mentira.

DEMÉNETO.— Venga, habla por esa boca.

LÍBANO.— ¿Tienes tú intenciones de mandarme allí donde la piedra restriega a la piedra?

DEMÉNETO.— ¿Y eso qué significa?, ¿o en dónde diablos se encuentra ese lugar?

LEÓNIDAS.— Allí donde lloran las malas personas que están dedicadas a moler la polenta[2a], en las islas Garrotarias y [35] Arrastracadenarias, donde toros que están ya muertos arremeten contra hombres que están todavía vivos.

DEMÉNETO.— ¡Caray!, Líbano, ya caigo a qué lugar te refieres: tú dices quizá el molino.

LÍBANO.— No, no, por Dios, ni lo digo, ni quiero que lo diga nadie, escupe esas palabras, por favor.

DEMÉNETO.— Bueno, bueno, como quieras. [40]

LÍBANO.— Venga, venga, sigue escupiendo.

DEMÉNETO.— ¿Todavía más?

LÍBANO.— Sí, ¡por Dios!, todavía más, desde el fondo de las tragaderas.

DEMÉNETO.— Pero bueno, ¿hasta cuándo?

LÍBANO.— Hasta reventar.

DEMÉNETO.— ¡Que te la vas a ganar!

LÍBANO.— Hasta reventar —tu mujer, quiero decir, no tú—.

DEMÉNETO.— En recompensa de lo que acabas de decir, ya sabes, [44-45] no tienes nada que temer.

LÍBANO.— Dios te oiga.

DEMÉNETO.— A ver, atiéndeme tú ahora: ¿por qué motivo voy yo a tener que andar sonsacándote, por qué te voy a hacer amenazas por no haberme informado o por qué, en fin, voy a estar enfadado con mi hijo como hacen otros padres? [50]

LÍBANO.— ¿Qué novedades son esas? (Aparte). ¡Qué cosas! Temblando estoy, no sea que me vaya a salir por peteneras.

DEMÉNETO.— Yo sé que mi hijo está enamorado de la prójima esta de al lado, Filenio. ¿Es así o no, Líbano?

LÍBANO.— Vas por buen camino: es así como dices. Pero lo [55] peor es que le ha entrado una enfermedad muy grave.

DEMÉNETO.— ¿Una enfermedad? ¿Cuál?

LÍBANO.— A ver, pues la enfermedad de que las dádivas[2b] no corresponden a sus promesas.

DEMÉNETO.— ¿Eres tú el que está al servicio de sus amoríos?

LÍBANO.— Sí, y también Leónidas.

DEMÉNETO.— ¡Caray!, hacéis bien, y bien agradecido que os estoy por ello. Pero, mi mujer, Líbano, tú sabes ya la clase [60] de pieza que es, ¿no?

LÍBANO.— Tú eres el primero en sufrir las consecuencias, pero nosotros no nos quedamos tampoco fuera de cuenta.

DEMÉNETO.— No puedo por menos de decir que es una persona molesta e inaguantable.

LÍBANO.— Antes te lo creo que te oigo decirlo.

DEMÉNETO.— [65] De hacerme a mí caso los otros padres, Líbano, serían tolerantes con sus hijos: ésa es la única forma de granjearse su afecto y su simpatía. Por lo que a mí toca, pongo todo mi empeño en hacerlo así: yo quiero ser amado de los míos; yo quiero tomar ejemplo de mi padre, que por [70] mor mío, fue y se disfrazó de marinero y engañó al rufián para llevarse a la joven de la que yo estaba enamorado. A su edad, no se avergonzó de una tal impostura, granjeándose así con sus bondades el afecto de su hijo. Yo estoy decidido a seguir su conducta. Es que mi hijo, Argiripo, me [75] ha pedido hoy dinero para sus amores; y yo quiero de todos modos condescender a su ruego. [Yo quiero favorecer sus amores, quiero que sienta afecto por su padre.] Aunque su madre le tiene atado corto, cosa que por lo general son los padres los que lo suelen hacer. A mí, desde [80] luego, no se me pasa por las mientes cosa semejante; sobre todo, una vez que él me ha hecho digno de su confianza, no estaría ni medio bien que yo no fuera a hacer honor a su buen natural; él ha acudido a mí, como debe hacer un hijo respetuoso con su padre y por eso es mi deseo que disponga de dinero para su amiga.

LÍBANO.— Me hace a mí el efecto que esos deseos tuyos son [85] completamente vanos: Sáurea, el esclavo que tu mujer ha traído con su dote, dispone de más medios que tú mismo.

DEMÉNETO.— Verdad es que al aceptar el dinero de su dote, vendí al mismo tiempo mi autoridad. Ahora te voy a decir en dos palabras qué es lo que quiero de ti. Mi hijo necesita [90] rápido veinte minas: ocúpate de ponerlas a su disposición sin demora.

LÍBANO.— ¿De dónde demonios?

DEMÉNETO.— Sácamelas a mí.

LÍBANO. . —No dices más que pamplinas: es como si me dices que le quite los vestidos a uno que está en cueros. ¿A ti te las voy a sacar? Venga, tú, hale, vuela sin tener alas. ¿A ti te las voy a sacar, si no dispones de una perra, a no ser que [95] tú, a tu vez, se las saques a tu mujer?

DEMÉNETO.— A mí, a mi mujer, al esclavo Sáurea, según puedas, engáñanos, bírlanos el dinero: yo te doy palabra de no ponerte dificultades, si lo consigues hoy mismo.

LÍBANO.— ¡Menudo encarguito el que me das! Por el mar corre la liebre, por el monte la sardina.

DEMÉNETO.— Dile a Leónidas que te ayude; trama, inventa lo que sea: tu único objetivo tiene que ser que mi hijo disponga hoy del dinero que debe dar a su amiga.

LEÓNIDAS.— Una cosa, Deméneto.

DEMÉNETO.— A ver. [105]

LÍBANO.— Si se da la casualidad de que caigo en una emboscada, ¿estás dispuesto a redimirme, si se apoderan de mí los enemigos?

DEMÉNETO.— Estáte tranquilo.

LÍBANO.— Entonces, tú a lo tuyo. Yo me voy al foro, si no mandas más, ¿de acuerdo?

DEMÉNETO.— ¡Hale!, andando. ¡Ah, una cosa!

LÍBANO.— ¿Qué?

DEMÉNETO.— Si quiero algo, ¿dónde vas a estar? [110]

LÍBANO.— Donde me dé la gana. Desde luego, de aquí en adelante no temo ningún mal de parte de nadie, después de que, con lo que me has dicho, me has dejado tu actitud bien clara; más todavía, tú mismo me importas un bledo, si consigo rematar mi empresa. Me voy, pues, al foro y allí daré comienzo a mi plan.

DEMÉNETO.— Oye, yo estaré donde el banquero Arquibulo.

LÍBANO.— O sea, ¿en el foro?

DEMÉNETO.— Sí, por si surge algo.

LÍBANO.— Muy bien. (Se va).

DEMÉNETO.— No creo que haya en todo el mundo un esclavo más redomado que éste, ni más ladino, ni del que sea más [120] difícil ponerse a salvo; pero al mismo tiempo, si es que quieres que te hagan algo en debida forma, no tienes más que encargárselo a él; preferirá la peor de las muertes antes que no dar cima a lo que ha prometido. Desde luego estoy tan seguro de que mi hijo tendrá a su disposición el dinero, [125] como que estoy viendo ahora este bastón en mis manos. Pero me voy ya para el foro, como quería; me voy y espero allí en el banquero.

* * * *

Escena II

(Argiripo)

ARGIRIPO.— (Saliendo de casa de Cleéreta). Pero, ¿será posible? ¡Mira que echarme de la casa! ¿Éste es el pago que me dais por haberme portado como me he portado? Tú eres mala con quien es bueno contigo, y con el que es malo, eres [130] buena; pero me las vas a pagar, porque me voy ahora derecho a la policía, y daré allí vuestros nombres y os va a costar la cabeza, ¡embaucadoras, maléficas, perdición de la juventud! Chico, el mar no es mar en comparación con [135] vosotros, sois el más bravío de los mares; en el mar hice mi fortuna, aquí me he quedado limpio de ella. Ni pagado ni agradecido, todo en vano lo que os he dado, todas mis atenciones con vosotras, pero lo que es en adelante, te haré todo el mal que pueda y te lo tendrás bien merecido. Te juro, que te haré volver al punto de donde saliste, a la más [140] cochina de las miserias, y te juro que vas a enterarte de lo que eres ahora y lo que has sido antes, tú, que antes que yo viniera con tu hija y le entregara mi amor, estabas más pobre que una rata y tenías que contentarte con un pedazo de pan negro y un par de harapos, y dabas gracias a todos los dioses si es que no te faltaba lo poco que tenías. Tú misma, ahora que te va tanto mejor, quieres ignorarme a mí, a quien me lo debes, malvada. Ya verás qué mansa te [145] voy a poner a fuerza de hambre, tan arisca que estás ahora, espérate. Porque yo contra tu hija no tengo nada, ella no tiene culpa ninguna; ella no actúa más que por lo que tú le dices, no hace más que obedecer tus órdenes: tú eres su madre y su ama al mismo tiempo. De ti es de quien me voy a vengar, a ti es a quien te voy a dar el golpe de gracia, como te lo mereces y conforme a tu conducta conmigo. Pero mira la malvada, cómo ni siquiera piensa que sea digno de que se me acerque, de que hable conmigo y de [150] que intente apaciguarme. Ahí sale al fin, la embaucadora esa; yo pienso que aquí a la puerta podré decirle a mis anchas lo que me venga en gana, ya que dentro no me lo han permitido.

* * * *

Escena III

(Cleéreta, Argiripo)

CLEÉRETA.— Ni a cambio de buenos doblones de oro[1] le vendería a nadie una sola de tus palabras, puesto que en el caso [155] de que alguien me las quisiera comprar, todos esos insultos tuyos no son para mí más que puro oro y pura plata: tú tienes clavado el corazón aquí en nuestra casa con un dardo de Cupido; anda, prueba a huir lo más deprisa que puedas, al remo y a la vela: mientras más te vayas metiendo mar adentro, tanto más te empujarán las olas en dirección al puerto.

ARGIRIPO.— Pues yo te juro que no estoy dispuesto a pagar [160] peaje aquí a este aduanero; en adelante puedes estar segura de que te trataré con arreglo a tu conducta conmigo y con mi dinero, puesto que tú no me tratas a mí en forma adecuada a mi proceder, y me echas de casa.

CLEÉRETA.— Bien sabido nos tenemos que todo eso no son más que bravatas, a las que luego no siguen los hechos.

ARGIRIPO.— Yo solo te he sacado de tu soledad y de tu miseria; aunque sea yo solo quien la posea, no podrías nunca pagarme lo que me debes.

CLEÉRETA.— [165] Sí señor, poséela siempre que puedas pagarme el precio que te pida, pero con la condición de que seas tú el que ofrezca la suma más alta, puedes contar siempre con la seguridad de que tú eres el elegido.

ARGIRIPO.— ¿Y hay acaso algún término para dar? Porque tú no te ves nunca harta; en cuanto que has recibido algo, ya estás nada más que mirando a ver qué puedes pedir de nuevo.

CLEÉRETA.— ¿Y qué término hay para llevártela, para hacer el [170] amor? ¿Es que te ves alguna vez harto? No has hecho más que traérmela, cuando pides otra vez que te la entregue.

ARGIRIPO.— Yo te he dado lo concertado.

CLEÉRETA.— Y yo te dejé la muchacha; una cosa se va por la otra, el servicio a cambio del dinero.

ARGIRIPO.— Te portas muy mal conmigo.

CLEÉRETA.— ¿Por qué me haces reproches si cumplo con mi deber? Porque nunca jamás ha habido un escultor, ni un pintor ni un poeta que hayan figurado que una proxeneta [175] como Dios manda trate bien a ningún enamorado.

ARGIRIPO.— Es que es en tu propio interés el tener algo más de consideración conmigo, así me puedes conservar más tiempo.

CLEÉRETA.— ¿No sabes tú una cosa? La que tiene consideraciones con los amantes, no las tiene consigo misma. Los amantes son para la proxeneta como el pescado: no son buenos más que cuando están fresquitos; sólo el pescado fresco está jugoso y agrada al paladar, da igual cómo lo prepares, cocido o asado, le des las vueltas que le des; el [180] amante que está todavía fresquito, ése es el que está dispuesto a dar y a que le pidan lo que sea, porque su bolsa está todavía llena, no se fija en lo que da, ni en los gastos que hace, porque va a lo que va. No tiene otro deseo que el de agradar a su amiga, agradarme a mí, agradar a la acompañanta, agradar a los sirvientes, agradar también a las criadas; hasta a mi perrillo le hace carantoñas un [185] amante nuevo, para que le haga fiestas cuando le vea. Yo no digo más que la verdad: es lo natural que cada uno ande con vista en lo que se refiere a su oficio.

ARGIRIPO.— Bien sé por experiencia que es verdad lo que dices, y sus buenos dineros que me ha costado.

CLEÉRETA.— ¡Caray!, que si tuvieras ahora para dar, hablarías de otra manera; por eso piensas que te la vas a llevar a fuerza de malas palabras.

ARGIRIPO.— No es ésa mi manera de ser. [190]

CLEÉRETA.— Tampoco es la mía el dejártela de balde. Así y todo, en atención a tu edad y a tu persona y a que nos has proporcionado más ganancias a nosotras que a tu propia reputación, si se me entregan en mano dos talentos de plata[2] contantes y sonantes, te la dejo esta noche de balde, por ser tú quien eres.

ARGIRIPO.— [195] ¿Y si no los tengo?

CLEÉRETA.— Yo te creeré que es así; a ella, con todo, se la llevará otro.

ARGIRIPO.— ¿Dónde ha quedado todo lo que hasta ahora te di?

CLEÉRETA.— Gastado está, que si me quedara todavía, te entregaría la muchacha, no te pediría absolutamente nada; el día, el agua, el sol, la luna, la noche, todo eso no necesito comprarlo por dinero: pero todas las otras cosas que se necesitan, no las podemos comprar más que por cuanto [200] vos contribuisteis[3]; cuando vamos al panadero a buscar el pan, el vino al tabernero, no te dan la mercancía hasta tener el dinero en mano; el mismo sistema tenemos nosotras; nuestras manos tienen cien ojos, no creen más que lo que ven. Hay un viejo refrán que dice: inútil es obligar a pagar, etc. —tú ya sabes a quién—. No digo más.

ARGIRIPO.— Ahora que estoy desplumado me hablas de una [205] manera distinta, bien otras son tus palabras ahora, digo, y antes, cuando os daba, bien diferentes de antes, cuando intentabas cazarme a fuerza de carantoñas y de zalamerías; entonces, hasta la casa misma parecía sonreírme cuando llegaba; me asegurabas, que tanto tú como tu hija me preferíais a mí entre todos los demás; cuando os daba algo, como pichones andabais las dos siempre colgadas de mi [210] boca, no teníais otros deseos que los míos, siempre andabais tras de mí, hacíais siempre lo que yo decía, lo que yo quería; lo que no quería, lo que os prohibía, hacíais por evitarlo, ni intentar hacerlo se os pasaba siquiera por la imaginación. Ahora en cambio, os importa tres pitos lo que quiera o deje de querer, malvadas.

CLEÉRETA.— Pero, ¿es que no sabes? Este oficio nuestro es [215] parecidísimo al del pajarero. El pajarero, una vez que prepara el terreno, esparce los granos; los pájaros cogen la querencia[2c]. Para ganar algo, no hay más remedio que hacer algún gasto; vienen muchas veces a comer, pero si una vez los cazan, entonces se desquita el cazador de ellos. Lo [219-220] mismo es con nosotras: la casa es para nosotras el campo de caza, el pajar soy yo, el cebo es la muchacha, el lecho es el reclamo, los enamorados son los pájaros: ellos cogen la querencia a fuerza de zalamerías, de besos, de palabras dulces y suaves; si es que tientan una tetita, no es más que en interés del pajarero; si les arrancan un besito, entonces, [225] le tienes ya cazado sin necesidad de más redes. ¡Mira que habérsete olvidado todo esto, tú que has estado tanto tiempo en la escuela del amor!

ARGIRIPO.— Tú tienes la culpa, que despides a tu alumno a medio enseñar.

CLEÉRETA.— Tú puedes volver tranquilamente, cuando tengas para los honorarios; ahora, lárgate.

ARGIRIPO.— ¡Espera, espera, escucha! Dime cuánto es lo que crees que te debo de dar por ella, para que no esté durante [230] un año con ningún otro más que conmigo.

CLEÉRETA.— ¿Tú? Veinte minas, y con una condición: si otro las entrega antes, adiós. (Hace ademán de irse).

ARGIRIPO.— Espera, que te quiero decir todavía otra cosa, antes de que te vayas.

CLEÉRETA.— Di lo que te dé la gana.

ARGIRIPO.— Yo no estoy todavía del todo en las últimas, todavía me queda algo que perder, tengo de donde darte lo que me pides, pero sólo te lo daré imponiendo mis condiciones [235], para que lo sepas, o sea, que esté a mi disposición todo un año y no reciba a ningún otro hombre más que a mí.

CLEÉRETA.— No, si quieres, mejor todavía, haré castrar a los esclavos que hay en casa. En fin tráenos un contrato, diciendo lo que quieres de nosotras; ponnos las condiciones [240] que quieras, como te dé la gana: solamente no te olvides de traer también el dinero, por todo lo demás estoy dispuesta a pasar sin dificultad alguna. Es que, sabes, las casas de trata son muy parecidas a las de los aduaneros: si apoquinas, abiertas, si no tienes de qué apoquinar, cerradas. (Entra en casa).

ARGIRIPO.— ¡Muerto soy, si no encuentro las veinte minas! Y desde luego, si no pierdo ese dinero, soy yo el que estoy [245] perdido. Ahora me voy al foro y lo intentaré por todos los medios, de la forma que sea, rogaré y suplicaré a todos los amigos con los que me tope, estoy decidido a abordarlos y a suplicarles a todos lo mismo si viene a cuento que si no viene. Y si no consigo que me las presten, voy y cojo y las tomo a rédito. (Se va en dirección al foro).