Capítulo 3

Vale. He cometido estupideces en el pasado. No estupideces consistentes, sino ocasionales. Y he cometido errores, podéis apostar por ello.

Pero durante el viaje de regreso a Bon Temps, con mi mejor amigo al volante, dándome el silencio que necesitaba, medité concienzudamente. Noté un cosquilleo en la parte posterior de los ojos. Aparté la mirada y me froté la cara con un pañuelo del bolso. No quería que Sam me ofreciera sus simpatías.

Tras recomponerme, dije:

—He sido estúpida.

Para mérito suyo, se sorprendió.

—¿En qué estás pensando? —preguntó. Pudo haber dicho: «¿Cuál de todas las veces?».

—¿Crees que las personas pueden cambiar de verdad, Sam?

Se tomó un momento para ordenar sus pensamientos.

—Es una pregunta muy amplia, Sookie. La gente puede cambiar hasta cierto punto, claro que sí. Los adictos pueden ser lo bastante fuertes para dejar de consumir droga. La gente puede ir a terapia y aprender a controlar un comportamiento extremo. Pero eso es un sistema externo. Una técnica de gestión del orden impuesta sobre el equilibrio natural de las cosas, sobre lo que realmente es la persona: un adicto. ¿Tiene sentido?

Asentí.

—Así que, en general —prosiguió—, debería decir que no, que la gente no cambia, sino que puede aprender a comportarse de otra manera. Me gustaría creer lo contrario. Si tienes un argumento que me desdiga, estaría encantado de escucharlo. —Giramos por el camino privado, adentrándonos en el bosque.

—Los niños cambian a medida que crecen y se adaptan a la sociedad y a sus propias circunstancias —expliqué—. A veces de forma positiva, a veces de forma negativa. Y creo que si amas a alguien, te esfuerzas por suprimir las costumbres que puedan molestarle, ¿no? Pero esas costumbres o inclinaciones siguen estando ahí. Sam, tienes razón. Son otros casos de personas que imponen una reacción aprendida sobre la original.

Me miró con preocupación mientras aparcaba detrás de la casa.

—¿Qué te pasa, Sookie?

Meneé la cabeza.

—Soy idiota —le dije. Era incapaz de mirarlo fijamente a la cara. Me arrastré fuera de la ranchera—. ¿Te vas a tomar lo que queda de día libre o te veré en el bar más tarde?

—Me tomaré el día. Escucha, ¿necesitas que me quede por aquí? No sé exactamente qué es lo que te preocupa, pero sabes que podemos hablar de ello. No tengo ni idea de lo que está pasando en el Hooligans, pero hasta que las hadas tengan ganas de contárnoslo…, estaré por aquí si me necesitas.

Era una oferta sincera, pero también sabía que quería irse a casa, llamar a Jannalynn, hacer planes para esa noche y darle el regalo que tanto se había molestado en comprarle.

—No es necesario —le respondí para tranquilizarlo, sonrisa incluida—. Tengo un millón de cosas que hacer antes de ir a trabajar, y mucho en lo que pensar. —Por decirlo suavemente.

—Gracias por acompañarme hasta Shreveport, Sookie —expresó Sam—. Pero creo que me equivoqué al intentar que tu familia te contase las cosas. Llámame si no aparecen esta noche. —Lo despedí con la mano mientras se metía de nuevo en la ranchera para volver por Hummingbird Road a su casa, detrás del Merlotte’s. Sam nunca se ausentaba del todo del trabajo, pero, por otra parte, era un trayecto muy corto el que tenía que hacer.

Ya estaba haciendo planes mientras abría la puerta trasera.

Tenía ganas de darme una ducha…, no, un baño. Era realmente maravilloso estar sola, que Claude y Dermot no estuviesen en casa. Estaba repleta de nuevas sospechas, pero ésa era una sensación ya demasiado familiar. Pensé en llamar a Amelia, mi amiga bruja que había vuelto a Nueva Orleans, a su casa reconstruida y trabajo restablecido, para pedirle consejo acerca de varios asuntos. Al final, no descolgué el teléfono. Tendría demasiadas cosas que explicar. La perspectiva ya me cansaba, y ésa no era la mejor manera de iniciar una conversación. Quizá un correo electrónico sería lo mejor. Podría meditar mejor las cosas.

Llené la bañera con aceites de baño y me metí en el agua caliente con mucho cuidado, apretando los dientes a medida que me iba sumergiendo. Los muslos aún me escocían un poco. Me depilé las piernas y las axilas. Acicalarme siempre me ayuda a sentirme mejor. Una vez fuera, y después de que los aceites me dejaran noqueada como un luchador de lucha libre, me pinté las uñas de los pies y me cepillé el pelo, aún maravillada por lo corto que se me había quedado. Pero al menos aún me pasaba de los omóplatos, me tranquilicé a mí misma.

Lustrosa y limpia, me puse la ropa de trabajo del Merlotte’s, lamentando cubrir mis recién pintadas uñas con calcetines y zapatillas. Intentaba no pensar, y lo cierto es que estaba haciendo un buen trabajo.

Me quedaba media hora hasta tener que salir al trabajo, así que encendí el televisor y pulsé el botón de mi grabadora de vídeo para ver el número del día anterior de Jeopardy[3] Habíamos empezado a ponerlo en el bar todos los días, ya que los clientes se entretenían bastante intentando averiguar las respuestas. Jane Bodehouse, nuestra alcohólica más veterana, resultó ser toda una experta en cine, y Terry Bellefleur demostró ser un gran conocedor del mundo de los deportes. Yo solía acertar la mayor parte de las preguntas sobre escritores, ya que leo mucho, y Sam tenía buen ojo para la Historia estadounidense posterior a 1900. Yo no siempre me encontraba en el bar cuando daban el concurso, así que decidí grabar los programas cada día. Me encantaba el mundo feliz de ¡Jeopardy!, sobre todo cuando daban sesión doble, como tocaba hoy. Cuando terminó el concurso, ya era hora de marcharse.

Disfrutaba conducir hasta el trabajo para el turno de noche cuando aún había luz. Encendí la radio y me puse a cantar Crazy con los Gnarls Barkley. Me identificaba con esa canción.

Me crucé con Jason, que iba en dirección opuesta, quizá de camino a casa de su novia. Michele Schubert aún estaba con él. Como Jason al fin estaba madurando, quizá lo suyo fuese algo permanente… si ella quería. El punto más fuerte de Michele era que no se dejaba cautivar por los aparentemente fuertes encantos de Jason en la cama. Si estaba loca por él o celosa de su atención, lo disimulaba perfectamente. Me quitaba el sombrero ante ella. Saludé a mi hermano y él me correspondió con una sonrisa. Parecía feliz, sin problemas. Lo envidiaba desde lo más hondo de mi corazón. Había muchas ventajas en cómo afrontaba Jason la vida.

La concurrencia en el Merlotte’s volvía a ser escasa. Nada sorprendente; una bomba incendiaria es bastante mala publicidad. ¿Y si el negocio no se recuperaba? ¿Y si el Redneck Roadhouse de Vic seguía captando clientes? A la gente le gustaba el Merlotte’s porque era relativamente tranquilo, relajado, porque la comida era buena (aunque limitada en su variedad) y la bebida generosa. Sam siempre había sido un tipo popular hasta que los cambiantes anunciaron su existencia. La misma gente que había recibido a los vampiros con una cauta aceptación parecía considerarlos como la gota que colma el vaso, por así decirlo.

Fui al almacén en busca de un delantal limpio y luego al despacho de Sam para guardar el bolso en el profundo cajón de su escritorio. No estaría de más contar con una pequeña taquilla. Podría guardar mi bolso y cambiarme de ropa en las noches de los pequeños desastres, como cuando se vierte la cerveza o se derrama la mostaza.

Me tocaba relevar a Holly, que se iba a casar con Hoyt, el mejor amigo de Jason, en octubre. Sería la segunda boda de Holly y la primera de Hoyt. Habían decidido hacerlo a lo grande, con una gran ceremonia en la iglesia y una recepción posterior en el mismo recinto. Sabía más del asunto de lo que me gustaría. Si bien aún faltaban meses para la boda, Holly ya se había empezado a obsesionar con los pequeños detalles. Dado que su primera boda la había oficiado un juez de paz, en teoría ésta era su última oportunidad de vivir su sueño. Podía imaginar la opinión de mi abuela acerca del vestido de novia blanco, ya que Holly tenía un hijo pequeño en la escuela. Pero, vaya, si eso le hacía feliz. El blanco suele simbolizar la virginal pureza de la novia. Hoy, eso sólo significaba que se había comprado un vestido caro que no podría utilizar más y dejaría colgado en un armario después del gran día.

Hice una señal a Holly para llamar su atención. Estaba hablando con el hermano Carson, el nuevo sacerdote de la iglesia baptista de Calgary. Se pasaba por allí de vez en cuando, pero nunca pedía alcohol. Holly terminó la conversación y vino hacia mí para contarme el estado de las mesas, que no era demasiado complicado. Me entró un escalofrío cuando vi el rastro quemado en medio del suelo. Una mesa menos que servir.

—Eh, Sookie —dijo Holly, haciendo una pausa de camino a la parte de atrás para recuperar su bolso—, vendrás a la boda, ¿verdad?

—Claro, no pienso perdérmela.

—¿Te importaría servir el ponche?

Eso era un honor; no tanto como ser la dama de honor, pero aun así importante. No me lo esperaba.

—Me encantaría —expresé con una sonrisa—. Ya lo hablaremos a medida que se acerque la fecha.

Holly estaba satisfecha.

—Perfecto. Bueno, esperemos que el negocio remonte para poder seguir trabajando en septiembre.

—Todo irá bien —anuncié, aunque no estaba nada convencida de ello.

Estuve esperando media hora a Claude y Dermot en casa esa noche, pero no aparecieron y no me sentía con ganas de llamar. Habían prometido que hablarían conmigo; la charla que supuestamente debía ilustrarme acerca de mi herencia feérica. Al parecer, no sería esa noche. Si bien deseaba obtener algunas respuestas, me di cuenta de que tampoco me molestaba. Había sido una jornada muy atareada. Concluí que estaba enfadada. Intenté permanecer despierta para oírlos llegar, pero no aguanté más de cinco minutos.

Cuando desperté a la mañana siguiente, poco después de las nueve, no percibí ninguna de las habituales señales que delataban la presencia de mis huéspedes. El cuarto de baño del pasillo presentaba exactamente el mismo aspecto que la noche anterior, no había platos sucios en la pila de la cocina y nadie se había dejado ninguna luz encendida. Salí por el porche cubierto de la parte trasera. Nada, ningún coche.

A lo mejor estaban demasiado cansados para conducir el camino de vuelta a Bon Temps, o quizá les había sonreído la suerte. Cuando Claude se mudó conmigo, me dijo que si hacía alguna conquista, se quedaría en su casa de Monroe con el afortunado. Di por sentado que Dermot haría lo mismo, aunque, pensándolo bien, nunca lo había visto con nadie, fuese hombre o mujer. También había dado por hecho que le gustaban más las mujeres que los hombres por la sencilla razón de que se parecía a Jason, que adoraba a las mujeres. Ideas preconcebidas. Idiota.

Me preparé unos huevos con tostadas y algo de fruta y leí un libro de la biblioteca de Nora Roberts mientras desayunaba. Hacía semanas que no me sentía tan yo misma. Exceptuando la visita al Hooligans, la jornada anterior había sido agradable y no tenía a nadie quejándose en la cocina por la falta de pan de maíz entero o agua caliente (Claude) o haciendo chistes floridos cuando lo único que deseaba era leer (Dermot). Era agradable descubrir que aún podía disfrutar de la soledad.

Canté en la ducha y me maquillé. Era hora de volver al trabajo para el primer turno. Miré el salón, cansada de verlo como un vertedero. Me recordé a mí misma que mañana vendrían los de la tienda de antigüedades.

Había más clientela en el bar que anoche, lo cual no hizo sino ponerme más contenta. Me sorprendió un poco ver a Kennedy tras la barra. Tenía el aspecto impecable de la reina de la belleza que fue una vez, a pesar de llevar unos vaqueros ajustados y una camiseta de tirantes a rayas blancas y grises. Hoy tocaba el día de las mujeres bien acicaladas.

—¿Dónde está Sam? —pregunté—. Pensé que vendría a trabajar.

—Me llamó esta mañana para decirme que seguía en Shreveport —me dijo Kennedy, mirándome de reojo—. Imagino que el cumpleaños de Jannalynn fue mejor de lo esperado. Necesito echar todas las horas posibles, así que me alegró tener que sacar el trasero de la cama para traerlo hasta aquí.

—¿Qué tal están tus padres? —pregunté—. ¿Han venido a verte últimamente?

Kennedy esbozó una sonrisa amarga.

—Sólo de paso, Sookie. Siguen deseando que volviese a ser la reina de la belleza del desfile y enseñase en las clases dominicales, pero me mandaron un cheque cuando salí de prisión. Tengo suerte de tenerlos.

Sus manos se quedaron quietas en un vaso a medio secar.

—He estado pensando —dijo, e hizo una pausa. Esperé a que siguiera. Sabía lo que venía a continuación—. Me preguntaba si quien incendió el bar no sería un familiar de Casey —añadió con mucha cautela—. Cuando le disparé, no hacía más que salvar mi propia vida. No me paré a pensar en su familia, ni en la mía, ni en nada más que seguir viva.

Kennedy nunca había hablado de eso antes, cosa que comprendía perfectamente.

—¿Y quién no pensaría sólo en eso, Kennedy? —dije en voz baja, pero intensa. Deseaba que sintiera mi absoluta sinceridad—. Nadie en su sano juicio hubiera hecho otra cosa. No creo que Dios deseara que te dejases matar. —Aunque tampoco tenía nada claro lo que sí quería Dios. Lo que quería decir era que habría sido de auténtico imbécil dejarse matar.

—No habría reaccionado tan a la ligera si esas mujeres no se hubiesen adelantado —admitió Kennedy—. Su familia supongo que sabe que pegaba a las mujeres…, pero me pregunto si seguirán culpándome sus familiares; si no sabrían que estaba en el bar e intentaron matarme aquí.

—¿Alguien de su familia es cambiante? —pregunté.

Kennedy parecía desconcertada.

—¡Oh, por Dios, no! ¡Son baptistas!

Intenté reprimir la sonrisa, pero me fue imposible. Un segundo después, Kennedy se echó a reír.

—En serio —insistió—, no lo creo. ¿Crees que el que lanzó la bomba era un licántropo?

—U otro tipo de cambiante. Sí, eso creo, pero no se lo digas a nadie. Sam ya está padeciendo bastantes consecuencias.

Kennedy asintió en completa aquiescencia. Un cliente me llamó para que le llevara una botella de salsa picante y tenía pedidos pendientes.

La camarera que debía relevarme llamó para decir que se le había pinchado una rueda y me quedé en el Merlotte’s dos horas más. Kennedy, que estaría hasta el cierre, me mareó la cabeza sobre lo indispensable que era, hasta que la espanté con una toalla. Se animó bastante cuando Danny apareció por la puerta. Saltaba a la vista que había hecho una parada en casa después del trabajo para ducharse y volver a afeitarse. Se subió a un taburete de la barra mientras contemplaba a Kennedy como si el mundo volviese a estar al completo.

—Ponme una cerveza, y que sea rápido, mujer.

—¿Quieres que te la tire a la cabeza, Danny?

—Me da igual cómo me la sirvas. —Y se intercambiaron unas sonrisas.

Poco después de anochecer, mi móvil se puso a vibrar en mi bolso abierto. Acudí al despacho de Sam en cuanto me fue posible. Era un mensaje de texto de Eric. «Luego te veo», decía. Y eso era todo. Pero una genuina sonrisa pobló mi boca el resto de la noche, y al llegar a casa redoblé mi alegría al ver a Eric sentado en mi porche delantero, por mucho que me hubiese destrozado la cocina. Y llevaba consigo una tostadora nueva, con un lazo rojo pegado a la caja.

—¿A qué debo este honor? —pregunté con aspereza fingida. No quería que Eric supiera que anhelaba su visita, aunque lo más probable era que ya se hiciese una idea merced a nuestro vínculo de sangre.

—Últimamente no nos lo hemos pasado muy bien —dijo, y me tendió la tostadora.

—¿Te refieres a tener que apagar un incendio y ver cómo Pam y tú os matabais? Vale, creo que no te puedo quitar la razón. Gracias por la tostadora nueva, aunque no me atrevería a clasificarla como diversión. ¿Qué tienes en mente?

—Un polvo espectacular, pero más tarde, por supuesto —dijo, levantándose y acercándose a mí—. Se me ha ocurrido una postura que todavía no hemos probado.

No soy tan flexible como Eric, y la última vez que intentamos algo realmente novedoso me dolió la cadera durante días. Pero estaba dispuesta a experimentar.

—¿Y qué quieres que hagamos antes de ese polvo espectacular? —pregunté.

—Tenemos que ir a un club de baile nuevo —me explicó, pero noté una sombra de preocupación en su voz—. Así lo llaman para atraer a la gente joven y atractiva, como tú.

—¿Y dónde está ese club? —Llevaba horas de pie y no era el plan que más me cautivaba. Pero también había pasado mucho tiempo desde que salimos a divertirnos como pareja… en público.

—Está entre aquí y Shreveport —dijo Eric antes de titubear—. Victor acaba de abrirlo.

—Oh. ¿Crees que es aconsejable que vayas? —pregunté, desalentada. El programa de Eric se había reducido a cero en la escala de atractivo.

Victor y Eric estaban enzarzados en una pugna silenciosa. Victor Madden era el apoderado en Luisiana de Felipe, rey de Nevada, Arkansas y Luisiana. Felipe vivía en Las Vegas y Eric, Pam y yo nos preguntábamos si le había dado este gran hueso a Victor sencillamente para deshacerse de un tipo tan desmedidamente ambicioso de sus territorios más ricos. En lo más hondo, deseaba la muerte de Victor. Había mandado a sus dos secuaces más fieles, Bruno y Corinna, a matarnos a Pam y a mí, simplemente para debilitar a Eric, a quien Felipe había conservado como sheriff más eficiente del Estado.

Pam y yo habíamos vuelto las tornas. Bruno y Corinna no eran más que montones de cenizas junto a la interestatal y nadie sería capaz de demostrar que nosotras acabamos con ellos.

Victor hizo saber que ofrecía una sabrosa recompensa para cualquiera que le facilitase información sobre el paradero de sus secuaces, pero nadie había picado aún. Los únicos que sabíamos lo que había pasado éramos Pam, Eric y yo. Victor no lo tendría fácil para acusarnos directamente, ya que eso equivaldría a admitir que había mandado a esos dos para matarnos. Se parecía a un culebrón mexicano.

La próxima vez, Victor podría enviar a alguien más cauto y cuidadoso Bruno y Corinna habían pecado de confiados.

—No sería muy inteligente ir a ese club, pero no tenemos otro remedio —indicó Eric—. Victor me ha ordenado que me presente con mi esposa. Pensará que le tengo miedo si no aparezco contigo.

Pensé en ello mientras buscaba en mi armario, intentando dar con algo que fuese adecuado con un club de moda. Eric estaba tumbado en mi cama, las manos detrás de la cabeza.

—Tengo algo en el coche, se me había olvidado —dijo de repente, y antes de darme cuenta había salido por la puerta. Volvió a los segundos, portando una prenda cubierta con una funda de plástico en una percha.

—¿Qué? —pregunté—. Pero si no es mi cumpleaños.

—¿Es que un vampiro no puede hacerle un regalo a su amante?

Tuve que sonreír.

—Pues claro —asentí. Adoro los regalos. La tostadora no había sido más que un anticipo. Ésta era la sorpresa.

Retiré la funda de plástico cuidadosamente. La prenda era un vestido. Probablemente.

—Esto, ¿esto es todo? —pregunté, sosteniéndolo en alto. Era apenas una tirilla para el cuello en forma de U; una amplia U, tanto por delante como por detrás, y el resto era un brillante tejido plisado y broncíneo, como si fuesen muchas cintas de bronce cosidas juntas. Bueno, en realidad no tantas. La vendedora había dejado la etiqueta del precio. Intenté no mirarla, no lo conseguí y no pude evitar dejar caer la mandíbula una vez asimilada la cifra. Por ese precio, podía comprar diez prendas en Wal-Mart, o tres en Dillard’s.

—Estarás preciosa —afirmó Eric con una significante sonrisa de pillo—. Todos me envidiarán.

¿Quién no se sentiría bien vistiendo eso?

Salí del cuarto de baño y descubrí que mi nuevo amigo Immanuel había vuelto. Había desplegado todo un centro de peinado y maquillaje sobre mi tocador. Me sentí muy extraña en la compañía de dos hombres en mi habitación. Esa noche, Immanuel parecía de mucho mejor humor. Incluso su atrevido corte de pelo lucía más interesante. Mientras Eric observaba tan atentamente como si sospechase que Immanuel fuese un asesino, el delgaducho peluquero me repeinó, me onduló y me maquilló. No me lo había pasado tan bien delante de un espejo desde que Tara y yo éramos pequeñas. Cuando Immanuel terminó, mi aspecto era… brillante y confiado.

—Gracias —atiné a decir, preguntándome dónde se había escondido la auténtica Sookie.

—Un placer —repuso Immanuel seriamente—. Tienes una piel estupenda. Me encanta trabajar contigo.

Nadie me había dicho nunca nada parecido, y lo único que se me ocurrió por respuesta fue:

—Déjame una tarjeta, por favor.

Se sacó una y la apoyó contra una muñeca de porcelana que mi abuela adoraba. La yuxtaposición me hizo sentir un poco triste. Habían pasado muchas cosas desde su muerte.

—¿Qué tal está tu hermana? —pregunté, ya que estaba pensando en cosas tristes.

—Hoy ha tenido un día genial —dijo Immanuel—. Gracias por preguntar.

Si bien no miró a Eric mientras lo comentaba, vi que aquél apartaba la mirada, la mandíbula tensa. Estaba irritado.

Immanuel se marchó después de recoger su parafernalia. Encontré un sujetador sin tirantes y un tanga (prenda que odiaba, pero ¿quién querría ponerse ropa interior normal debajo de un vestido como ése?), y empecé a prepararme. Afortunadamente, tenía unos zapatos negros de tacón alto. Sabía que unas sandalias de tira irían mejor con el vestido, pero tendría que conformarme con los tacones.

Eric no se perdió detalle mientras me vestía.

—Qué suave —dijo, pasando su mano por mi pierna.

—Eh, si sigues haciendo eso no iremos a ningún club y toda esta preparación habrá sido en balde. —Llamadme patética, pero la verdad es que deseaba que alguien, aparte de Eric, contemplase el efecto total de mi nuevo vestido, el nuevo maquillaje y el nuevo peinado.

—Yo no diría eso —replicó, pero optó por ponerse su propia ropa para la fiesta. Le recogí la melena en una coleta con una cinta negra para que tuviese aspecto acicalado. Parecía un bucanero en horas libres.

Deberíamos estar contentos, emocionados por nuestra cita, ansiando bailar juntos en el club. Era incapaz de saber lo que estaba pensando Eric mientras nos dirigíamos hacia el coche, pero sabía que no estaba contento con el lugar adonde íbamos y lo que teníamos que hacer.

Ya éramos dos.

Decidí aligerar la atmósfera con un poco de conversación ligera.

—¿Cómo vas con los nuevos vampiros? —pregunté.

—Vienen cuando deben y pasan el tiempo que tienen que pasar en el bar —dijo Eric sin entusiasmo. Tres de los vampiros que habían acabado en la Zona de Eric tras el Katrina le habían pedido permiso para quedarse, aunque deseaban anidar en Minden, no en la propia Shreveport.

—¿Qué pasa con ellos? —dije—. No pareces muy emocionado con las nuevas incorporaciones a tus filas. —Me deslicé en el asiento. Eric rodeó el coche.

—Palomino es buena —admitió a regañadientes tomando el asiento del conductor—. Pero Rubio es estúpido y Parker es débil.

No conocía a los tres lo suficiente como para debatirlo. Palomino, de quien sólo se conocía ese nombre, era una joven y atractiva vampiresa con un aspecto poco convencional; su piel era morena, pero el pelo era rubio platino. Rubio Hermosa era guapo, pero Eric tenía razón; era un tipo oscuro con muy poca conversación. Parker era el mismo bicho raro en la muerte que había sido en vida, y a pesar de haber mejorado las instalaciones informáticas del Fangtasia, se pasaba la vida asustado por su propia sombra.

—¿Quieres contarme lo de tu discusión con Pam? —le pregunté tras abrocharme el cinturón. En vez de su Corvette, Eric había traído el Lincoln del club. Era increíblemente cómodo, y dada su forma de conducir con el Corvette, siempre me resultaba agradable salir con el Lincoln.

—No —zanjó Eric. De repente estaba muy pensativo y emanaba preocupación.

Esperé a que ordenara sus pensamientos.

Esperé un poco más.

—Vale —dije, esforzándome por recuperar mi sentido del placer en una cita con un hombre extremadamente atractivo—. Muy bien. Lo haremos a tu manera. Pero me temo que el sexo será un poco menos espectacular si sigo preocupada por ti y por Pam.

Esa concesión a la ligereza me granjeó una oscura mirada por su parte.

—Sé que Pam quiere crear otro vampiro —señalé—. Sé que hay un elemento de tiempo implicado.

—Immanuel no debería haber hablado —contestó Eric.

—Fue agradable que alguien compartiese información conmigo; información directamente relacionada con gente que me importa. —¿Es que tenía que hacerle un croquis?

—Sookie, Víctor me ha ordenado que no dé permiso a Pam para tomar un vampiro neonato. —La mandíbula de Eric se selló como una trampa de acero.

Oh.

—Intuyo que los reyes controlan la procreación —dije con cautela.

—Sí. Absolutamente. Pero entenderás que Pam me está volviendo loco con esto, al igual que Victor.

—Pero Victor no es el rey, ¿verdad? ¿Y si se lo consultas directamente a Felipe?

—Cada vez que me salto a Victor, encuentra una forma de castigarme.

De nada servía seguir hablando del tema. Dos fuerzas opuestas tiraban de Eric al mismo tiempo.

Así, de camino al club de Victor, que, según Eric, se llamaba El Beso del Vampiro, hablamos de la visita de los de la tienda de antigüedades al día siguiente. Me habría encantado hablar de infinidad de cosas, pero a la vista de la abrumadora dificultad que afrontaba Eric, no quise esgrimir mis propios problemas. Además, tenía la sensación de que no conocía todos los particulares de la situación de Eric.

—Oye —dije, consciente de que mi voz surgió muy abruptamente y con demasiada intensidad—. No me lo cuentas todo sobre tus negocios, ¿me equivoco?

—No te equivocas —respondió claramente—. Pero se debe a muchas razones, Sookie. Las más importantes son que no podrías hacer más que preocuparte y te pondrían en peligro. El conocimiento no siempre es poder. —Apreté los labios y rehusé mirarlo. Infantil, lo sé, pero no acababa de creerle.

Tras un momento de silencio, añadió:

—También está el que no estoy acostumbrado a compartir mis preocupaciones diarias con ningún humano, y hay costumbres difíciles de cambiar después de miles de años.

Vale. Y uno de esos secretos me implicaba a mí. Vale. Evidentemente, Eric interpretó mi introspección y aceptación de mala gana, porque decidió que se había acabado la tensión del momento.

—Pero tú me lo cuentas todo, mi amor, ¿verdad? —me pinchó.

Lo miré intensamente, negándome a responder.

No era lo que se esperaba.

—¿No? —preguntó, y no pude alcanzar todas las connotaciones que mostraba su tono. Decepción, preocupación, un toque de enfado y una pizca de excitación. Era mucho para una sola palabra, pero juro que estaba todo ahí—. Esto es un giro inesperado —murmuró—. Y aun así decimos que nos amamos.

—Eso decimos —comulgué—. Y yo te amo, pero empiezo a ver que estar enamorados no implica compartir todo lo que pensaba.

No tuvo nada que decir al respecto.

Pasamos por el Road Redneck de Vic de camino al nuevo club, e incluso desde la interestatal pude ver que el aparcamiento estaba atestado.

—Mierda —exclamé—. Ahí está toda la clientela del Merlotte’s. ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?

—Entretenimiento. Lo llamativo de ser el sitio nuevo. Camareras con pantalones mínimos y camisetas que más parecen una excusa —enunció Eric.

—Oh, ya vale —contesté, asqueada—. ¿Qué pasa con el problema de que Sam sea un cambiante y todo lo demás? No sé cuánto aguantará el Merlotte’s.

Sentí una oleada de placer procedente de Eric.

—En ese caso, tendrías un trabajo —dijo con falsa simpatía—. Podrías trabajar para mí en el Fangtasia.

—No, gracias —respondí inmediatamente—. Acabaría hasta las narices de ver fanáticos de los vampiros todas las noches, deseando siempre lo que no deberían tener nunca. Es triste y está mal.

Eric me miró de reojo, no muy satisfecho con mi veloz respuesta.

—Así es como me gano la vida, Sookie; gracias a los sueños pervertidos y las fantasías de los humanos. La mayoría son turistas que vienen al Fangtasia una o dos veces y luego se vuelven a Minden o Emerson y cuentan a sus vecinos cómo fue caminar por el lado salvaje. O son de la base de las Fuerzas Aéreas que disfrutan demostrando lo duros que son al tomarse unas copas en un bar de vampiros.

—Lo comprendo. Y sé que si los fanáticos no pueden ir al Fangtasia, acudirán a cualquier otra parte donde puedan estar cerca de los vampiros. Pero creo que no me gustaría estar en un ambiente así todos los días. —Me sentía orgullosa de poder trabajar en un entorno agradable.

—¿Qué harías entonces, si cierran el Merlotte’s?

Buena pregunta, y una cuya respuesta tendría que meditar tranquilamente.

—Me buscaría otro trabajo de camarera —respondí—, puede que en el Crawdad Diner. Las propinas no serían tan generosas, pero sería menos fastidioso. A lo mejor intentaría hacer algún curso por Internet y sacarme algún título. No estaría mal aumentar mi formación.

Hubo un momento de silencio.

—No has mencionado contactar con tu bisabuelo —comentó Eric—. Él podría asegurarse de que nunca te faltase nada.

—Seguro que podría —dije, sorprendida—. Contactar con él, quiero decir. Supongo que Claude sabría cómo. De hecho, estoy segura de que sí. Pero Niall dejó muy claro que mantener el contacto no le parecía una buena idea. —Era mi turno de pensar en silencio—. Eric, ¿crees que Claude tiene un motivo oculto para haberse mudado conmigo?

—Por supuesto; y Dermot también —contestó Eric sin titubeos—. Sólo me extraña que lo preguntes.

No era la primera vez que se me hacía cuesta arriba hacer frente a los avatares de mi vida. Tuve que afrontar una oleada de autocompasión, de amargura, mientras me forzaba a analizar las palabras de Eric. Era algo que ciertamente sospechaba, y por eso le había preguntado a Sam si creía que la gente cambia de verdad. Claude siempre había sido un gurú del egoísmo, un aristócrata del interés en sí mismo. ¿Por qué iba a cambiar? Oh, claro, echaba de menos estar cerca de otras hadas, especialmente ahora que sus hermanas habían muerto. Pero ¿por qué se vendría a vivir con alguien con tan poca sangre feérica como yo (especialmente tras haber sido responsable indirecta de la muerte de Claudine), a menos que tuviese otros planes en mente?

La motivación de Dermot se me antojaba igual de opaca. Lo fácil habría sido asumir que tenía un carácter similar al de Jason por su gran parecido con él, pero había aprendido (gracias a las experiencias más duras) lo que pasaba cuando iba con ideas preconcebidas. Dermot había estado sujeto a un hechizo durante mucho tiempo, un conjuro que lo había puesto al borde de la locura, pero a pesar del influjo que ejercía sobre su mente, Dermot siempre había intentado hacer lo correcto. Al menos eso era lo que me había dicho, y tenía una mínima prueba de que eso era cierto.

Aún cavilaba sobre mi ingenuidad cuando tomamos una salida en medio de la nada. Se veían los destellos de las luces del Beso del Vampiro, que era de lo que se trataba.

—¿No temes que todos los que frecuenten el Fangtasia dejen de ir en cuanto descubran este club? —pregunté.

—Sí.

Mi pregunta había sido estúpida, así que no tuve en cuenta lo escueto de su respuesta. Eric debía de haber dado muchas vueltas al vuelco económico que supondría aquello desde que Víctor compró el edificio. Pero no pensaba conceder a Eric más licencias. Éramos una pareja y, o compartía toda su vida conmigo, o me dejaba tranquila con mis preocupaciones. Estar con Eric no era nada fácil. Lo miré, consciente de lo estúpido que sonaría todo aquello para uno de los fanáticos que iban al Fangtasia. Eric era sin duda uno de los hombres más guapos que había conocido. Era fuerte, inteligente y fantástico en la cama.

Ahora mismo, había un muro de gélido silencio entre ese hombre fuerte, inteligente y atractivo y yo. Y duró hasta que terminó de aparcar. No fue fácil encontrar un hueco, lo que ahondó en su enfado. Tampoco es que lo disimulase demasiado.

Dado que había sido convocado, no habría estado de más dejarle un hueco reservado frente a la puerta, o permitirle que accediera libremente por la puerta trasera. Además, dejar que comprobara lo difícil que era aparcar implicaba una clara señal de lo concurrido que era el Beso del Vampiro.

Ay.

Me esforcé por apartar mis preocupaciones. Tenía que concentrarme en los problemas que estábamos a punto de afrontar. A Victor no le gustaba Eric ni confiaba en él, y el sentimiento era mutuo. Desde que Victor fue designado al mando de Luisiana, la posición de Eric como única reminiscencia de la época de Sophie-Anne se había vuelto muy precaria. Estaba convencida de que me habían permitido seguir con mi vida tranquilamente porque Eric me había arrastrado al matrimonio a ojos de los vampiros.

Eric, los labios apretados en una fina línea, rodeó el coche para abrirme la puerta. Sabía que empleaba esa maniobra para estudiar el aparcamiento en busca de amenazas. Se puso de tal manera que estuviera entre el club y yo. Cuando saqué las piernas del coche, me preguntó:

—¿Quién está en el aparcamiento, mi amor?

Me levanté cuidadosa y lentamente, los ojos centrados para concentrarme. En la tibia noche, con una suave brisa meciéndome el pelo, proyecté mi sexto sentido.

—Hay una pareja haciendo el amor en un coche a dos filas de aquí —susurré—. Un hombre vomitando detrás de la camioneta negra, al otro lado del aparcamiento. Dos parejas acaban de entrar en un Escalade. Un vampiro junto a la puerta del club. Otro acercándose, muy deprisa.

Cuando un vampiro entra en alerta, no hay malentendido posible. Los colmillos de Eric se desplegaron, todos sus músculos se tensaron y se giró a toda velocidad para afrontar el peligro.

—Mi señor —dijo Pam. Asomó de las sombras de un deportivo. Eric se relajó y yo lo imité gradualmente. Cualquiera que fuese la razón que les había hecho pelearse en mi casa, había quedado apartada por esa noche—. Me adelanté, tal como me pediste —murmuró, dejando que el viento nocturno se llevase sus palabras. Su rostro tenía un aspecto extrañamente oscuro.

—Pam, sal a la luz —dije.

Lo hizo, aunque no estaba obligada a obedecerme.

La oscuridad que aquejaba la piel de Pam era el resultado de la pelea. Los vampiros no sufren moretones exactamente como nosotros y se curan rápidamente, pero sufren un serio castigo físico, el rastro tarda algo más en desaparecer.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Eric. Su voz destilaba vacío, lo que sabía que no traería nada bueno.

—Les dije a los guardias de la puerta que tenía que entrar para asegurarme de que Victor supiera que estabas de camino. Una excusa para comprobar la seguridad del interior.

—Te lo impidieron.

—Sí.

Se levantó un poco más de brisa, agitando el aire por todo el aparcamiento y revolviéndome el pelo. Eric tenía el suyo recogido por la nuca, pero Pam tuvo que agarrarse el suyo. Hacía meses que Eric deseaba la muerte de Victor y, a mi pesar, yo podía decir lo mismo. No estaba canalizando únicamente la rabia y la preocupación de Eric, sino que yo misma comprendía lo mejor que sería la vida si Victor desapareciera.

Había cambiado mucho. En momentos así, me sentía triste y aliviada de poder pensar en la muerte de Victor, ya no sólo sin remordimiento, sino con ansia positiva. Mi determinación por sobrevivir y asegurar el bienestar de mis seres queridos era más fuerte que la religión que tanto había atesorado desde siempre.

—Tenemos que entrar, o mandarán a alguien a buscarnos —ordenó finalmente Eric y enfilamos la puerta principal en silencio. Sólo nos faltaba una canción de tipos duros sonando de fondo: algo ominoso y guay, con mucha percusión para indicar: «Los vampiros visitantes y su secuaz humana se adentran en la trampa». Sin embargo, la música del club no iba en consonancia con el drama. Hips Don’t Lie no es precisamente música de tipos duros.

Nos cruzamos con un hombre barbudo que estaba regando la gravilla junto a la puerta. Aún se notaban algunas manchas de sangre fresca.

—No es la mía —bufó Pam.

La vampira de guardia en la entrada era una recia morena que lucía un collar de cuero tachonado y un corsé a juego con un tutú (lo juro por Dios) y notas de motorista. La falda llena de volantes era lo único que desentonaba.

Sheriff Eric —dijo con un marcado acento británico—. Soy Ana Lyudmila. Bienvenido al Beso del Vampiro. —Ni siquiera se dignó a mirar a Pam, mucho menos a mí. Era de esperar que ni me mirase, pero su desplante a Pam era todo un insulto, puesto que ya había tenido un encuentro con el personal del club. Ese comportamiento era la típica espoleta que podía llevar a Pam a rebasar los límites, y se me ocurrió que ése podía ser el plan. Si Pam se ponía agresiva, los nuevos vampiros tendrían una razón legítima para matarla. La diana a la espalda de Eric adquiriría unas proporciones desmesuradas.

Naturalmente, yo ni siquiera era un factor en su plan, ya que no eran capaces de imaginarse lo que podría hacer una humana frente a la fuerza y la velocidad de los vampiros.

Y como no era Superwoman, probablemente tuvieran razón. No estaba segura de cuántos vampiros sabían que no era del todo humana, o cuánto les importaría siquiera saber que tenía una parte de hada. No solía exhibir ninguna cualidad feérica. Mi valor estriba en mis capacidades telepáticas y mi vínculo con Niall. Y como Niall había abandonado este mundo para quedarse en el de las hadas, pensaba que ese valor había perdido muchos enteros. Pero Niall podía regresar al mundo humano en cualquier momento, y era la esposa de Eric según el rito vampírico. Eso quería decir que Niall se pondría del lado de Eric en un conflicto declarado. Al menos ésa era mi mejor baza. Con las hadas, ¿quién sabe? Había llegado el momento de reafirmarme.

Puse la mano en el hombro de Pam y le di una palmada. Era como dar una palmada a una roca. Sonreí a Ana Lyudmila.

—Hola —dije como una animadora colocada—. Soy Sookie. Estoy casada con Eric. Supongo que no lo sabías. Y ésta es Pam, la vampira convertida de Eric y su brazo derecho. Supongo que eso tampoco lo sabías. Porque, de lo contrario, no dirigirte a nosotros de la forma adecuada debería entenderse como una falta de respeto intencionada —concluí, clavándole la mirada.

Como si la estuviese obligando a tragarse una rana viva, Ana Lyudmila dijo:

—Bienvenidas, mujer humana de Eric y respetada luchadora Pam. Mis disculpas por no dispensaros la bienvenida adecuada.

Pam contemplaba a Ana Lyudmila como si se preguntase cuánto le llevaría arrancarle las pestañas de una en una. Le di un golpecito en el hombro con mi puño. Amiga, amiga.

—No pasa nada, Ana Lyudmila —respondí—. Ningún problema.

Me tocó a mí ser objeto de la mirada de Pam e hice todo lo que pude para no dar un respingo. Para añadir enteros a la tensión, Eric ejercía su mejor imitación de una imponente roca blanca. Le lancé una mirada cargada de intención.

Ana Lyudmila no hubiese podido con Pam. Le faltaban las agallas. Además, parecía buena chica, y estaba segura de que si a un vampiro se le ocurría ponerle la mano encima, acabaría notando los efectos colaterales.

Un segundo después, Eric dijo:

—Creo que tu señor nos está esperando. —Su tono era de moderada reprimenda. Se aseguró de que su enorme autocontrol resultara evidente.

Si Ana Lyudmila hubiese sido capaz de sonrojarse, creo que así habría sido.

—Sí, por supuesto —dijo—. ¡Luis! ¡Antonio! —Dos jóvenes, uno moreno y otro castaño, surgieron del gentío. Vestían shorts y botas de cuero. Dejémoslo ahí. Vale, los trabajadores del Beso del Vampiro tenían su propio look. Había supuesto que Ana Lyudmila seguía sus propios criterios estilísticos, pero al parecer todos los trabajadores vampiros debían llevar atuendos en plan esclavo sexual de las cavernas. Al menos ésa era la idea que me daban.

Luis, el más alto de los dos, nos dijo con un fuerte acento inglés:

—Sígannos, por favor.

Sus pezones estaban perforados, cosa que no había visto nunca antes, y, como es natural, me vi en el anhelo de querer echarles un vistazo más de cerca. Pero en mi manual de estilo es de mal gusto mirar fijamente los atributos ajenos, por muy exhibidos que estuviesen.

Antonio no podía ocultar el hecho de que Pam lo había impresionado, pero eso no lo detendría si Víctor ordenase matarnos a todos. Seguimos a la parejita del bondage por la atestada pista de baile. Esos shorts de cuero eran toda una aventura vistos por detrás, os diré. Y las fotos de Elvis decorando todas las paredes eran toda una vista igualmente. Una no siempre pone el pie en un club vampírico con toques de burdel decorado con temática de Elvis y matices bondage.

Pam también estaba admirando la decoración, pero no con su habitual humor sardónico. Parecían estar pasando muchas cosas por su cabeza.

—¿Cómo están vuestros tres amigos? —le preguntó a Antonio—. Los que intentaron impedirme entrar.

El otro esbozó una sonrisa apretada, y me dio la sensación de que los vampiros heridos no eran precisamente sus amigos.

—Están tomando sangre de unos donantes en la parte de atrás —dijo—. Creo que el brazo de Pearl se ha curado.

Mientras nos precedía por el ruidoso local, Eric evaluaba las instalaciones con una serie de miradas casuales. Era importante que pareciese relajado, como si estuviese seguro de que su jefe no pretendía hacerle daño. Lo sabía por nuestro vínculo de sangre. Como nadie parecía tenerme en cuenta, me sentía libre de mirar donde quisiera… aunque esperaba hacerlo con la actitud descuidada más adecuada.

Había al menos veinte chupasangres en el Beso del Vampiro, más de los que jamás hubo en el Fangtasia a la vez. También había muchos humanos. Desconocía la capacidad del edificio, pero tenía la seguridad de que la habían excedido. Eric tendió la mano hacia atrás para agarrarme con su frío tacto. Tiró de mí hacia delante, me rodeó los hombros con el brazo izquierdo y Pam se nos arrimó por detrás. Estábamos en DEFCON Cuatro, Alerta Naranja o como quiera que se llame antes de una detonación nuclear. La tensión vibraba a través del cuerpo de Eric como la cuerda de una guitarra eléctrica enchufada.

Y entonces vimos la fuente de tanta tensión.

Victor estaba sentado en la parte de atrás, en una especie de apartado VIP. El recinto estaba rodeado por una bancada cuadrada roja de terciopelo, ante la cual se centraba la típica mesa baja de centro. Estaba atestada de pequeños bolsos de noche, copas a medio beber y billetes de dólar. Victor ocupaba el centro del grupo, abarcando con los brazos a la chica y el chico que lo flanqueaban. Aquello era una estampa de lo que los humanos conservadores más temían: el vampiro depravado seduciendo a la juventud de Estados Unidos, induciéndola a participar en orgías, a la bisexualidad y al consumo de sangre. Miré a los dos humanos. Si bien uno era chico y la otra chica, a la vista parecían lo mismo. Adentrándome en sus mentes, me di cuenta rápidamente de que ambos estaban drogados, ambos tenían veintiún años y ambos eran sexualmente experimentados. Sentí un poco de pena por ellos, pero sabía que no podía sentirme responsable. Aunque aún les quedaba darse cuenta, no eran más que las mascotas de Víctor. Su posición se correspondía con su vanidad.

Había otra humana en el apartado, una joven que se sentaba sola. Llevaba un vestido blanco de falda larga y sus ojos marrones se fijaron en Pam con desesperación. Estaba claramente aterrada por la compañía. Un instante antes habría apostado a que Pam no podría ahondar más en su rabia y su desdicha, pero me había equivocado.

—Miriam —susurró Pam.

Oh, por Jesucristo Pastos de Judea. Ésa era la mujer que Pam quería convertir, la misma que quería convertirse en su vampira neonata. Debía de ser la mujer más enferma que había visto fuera de un hospital. Pero su pelo marrón claro estaba peinado para la fiesta, la habían maquillado, si bien los cosméticos resaltaban tanto en su rostro profundamente pálido que los labios parecían blancos.

Eric no mostró expresión alguna, pero sabía que se estremecía por dentro, pugnando por mantener la cara de póquer y los pensamientos claros.

Victor se había ganado muchos puntos con esa emboscada.

Luis y Antonio se situaron en la entrada del apartado VIP tras facilitarnos el paso. No estaba muy segura de si estaban allí para impedir que entrase nadie o que saliésemos nosotros. También nos custodiaban figuras de Elvis a tamaño real. No me impresionaron. Había conocido al Elvis auténtico.

Víctor nos dio la bienvenida con una maravillosa sonrisa, blanca y llena de dientes, tan brillante como la del presentador de un concurso.

—¡Eric, cómo me agrada verte en mi nuevo proyecto empresarial! ¿Te gusta la decoración? —Abarcó el atestado club con mano ligera. Si bien no era un hombre muy alto, quedaba muy claro que era el rey en su castillo, y estaba saboreando cada minuto. Se inclinó hacia delante para coger su copa de la mesa.

Hasta el cristal de la copa era dramático: oscuro, ahumado, acanalado. Encajaba con esa «decoración» de la que tanto se enorgullecía. Si tuviera la ocasión de describírselo a alguien, cosa que me parecía muy poco probable en ese momento, la habría definido como «burdelesco» temprano: mucha madera oscura, exceso de papel en la pared, cuero y terciopelo rojo. Se me hacía pesado y muy colorido, aunque probablemente hablasen mis prejuicios por mí. La gente que no paraba de dar vueltas en la pista de baile parecía estar pasándolo bien independientemente de la decoración. La banda que tocaba estaba compuesta por vampiros, así que tocaba genial. Tocaban canciones del momento salpicadas con temas más blues y rock. Dado que la banda podría haber tocado con Robert Johnson y Memphis Minnie, contaban a sus espaldas con varias décadas de práctica.

—Estoy asombrado —dijo Eric con una voz absolutamente neutra.

—¡Perdonad mis modales! Sentaos, por favor —invitó Víctor—. Os presento a… ¿cómo te llamabas, cariño? —preguntó a la chica.

—Soy Mindy Simpson —dijo con una sonrisa coqueta—. Éste es mi marido, Mark Simpson.

Eric devolvió el saludo con un parpadeo de ojos. Pam y yo aún no habíamos entrado en el juego de la conversación, así que no nos vimos en la necesidad de responder.

Victor no nos presentó a la mujer pálida. Era evidente que se guardaba lo mejor para el final.

—Veo que has traído a tu querida esposa —indicó Victor cuando como recién llegados tomamos asiento a su derecha, en la larga bancada. No era tan cómoda como hubiese esperado, y la profundidad del asiento no compaginaba muy bien con la longitud de mis piernas. La talla de Elvis a tamaño real a mi derecha estaba ataviada con su famoso mono de paracaidista. Qué estilo.

—Sí, estoy aquí —respondí, desalentada.

—Y tu famosa lugarteniente, Pam Ravenscroft —prosiguió Victor, como si nos estuviese identificando a un micrófono oculto.

Apreté la mano de Eric. No podía leerme la mente, que (al menos en ese momento) me parecía una lástima. Estaban pasando allí muchas cosas que no conocíamos. A ojos de un vampiro, como esposa humana de Eric, aparecía como primera concubina designada. El título de «esposa» me proporcionaba estatus y protección, volviéndome teóricamente intocable para otros vampiros y sus siervos. No me alegraba precisamente de ser una ciudadana de segunda clase, pero cuando comprendí por qué Eric me había engañado para acabar así, fui reconciliándome poco a poco con mi título. Ahora era el momento de demostrarle un poco de apoyo a cambio.

—¿Desde cuándo está abierto el Beso del Vampiro? —Sonreí al aborrecible Victor. Tenía años de experiencia a la espalda de parecer feliz cuando no lo estaba y era la reina de la charla casual.

—¿No has visto toda la publicidad previa? Sólo tres semanas, pero ha sido todo un éxito —dijo Victor, apenas mirándome. No le interesaba en absoluto como persona. Ni siquiera se sentía atraído por mí sexualmente. Creedme, reconozco esas señales. Estaba más interesado en mí como criatura cuya muerte heriría a Eric. En otras palabras, mi ausencia sería más útil que mi existencia.

Como se estaba dignando a hablar conmigo, se me ocurrió aprovechar la ocasión.

—¿Pasas mucho tiempo aquí? Me sorprende que no te necesiten más a menudo en Nueva Orleans. —¡Toma! Esperé su respuesta con la sonrisa fija en mi cara.

—Sophie-Anne prefería una base permanente en Nueva Orleans, pero yo veo la tarea de gobierno como algo más flexible —respondió Victor ingeniosamente—. Me gusta mantener una mano firme sobre todo lo que ocurre en Luisiana, sobre todo desde que sé que soy un simple regente que cuida del Estado para Felipe, mi amado rey. —Su sonrisa se transformó en una mueca feroz.

—Felicidades por la regencia —dijo Eric, como si no existiese nada más deseable.

Había mucha falsedad en aquel lugar. Tantas indirectas que podías ahogarte en ellas. Y puede que nos ocurriese.

—Eres más que bienvenido —remarcó Victor con ferocidad—. Sí, Felipe me ha decretado como su regente. Es muy poco habitual que un rey consiga amasar tantos territorios como él, y se ha tomado su tiempo para decidir qué hacer. Y ha decidido quedarse todos los títulos para él.

—¿También serás el regente de Arkansas? —preguntó Pam. Al oír su voz, Miriam Earnest empezó a llorar. Hasta el momento, había intentado hacer el menor ruido posible, pero no hay sollozo que pase desapercibido. Pam no la miró.

—No —contestó Victor a regañadientes—. Rita la Roja ha recibido ese honor.

No sabía quién podía ser Rita la Roja, pero tanto Eric como Pam parecían impresionados.

—Es una gran luchadora —me dijo Eric—. Una vampira poderosa. Es una gran elección para reconstruir Arkansas.

Genial, a lo mejor podríamos irnos a vivir allí.

Si bien no puedo leer la mente de los vampiros, esa vez no me fue necesario. Bastaba con observar el rostro de Victor y comprender que había deseado, anhelado, el título de rey y deseado gobernar los nuevos territorios de Felipe. Su decepción se había mudado en ira, y canalizaba esa ira hacia Eric, el objetivo más claro a su alcance. Provocarlo y entrometerse en su territorio ya no era suficiente para Victor.

Y ésa era la razón por la que Miriam estaba en el club esa noche. Intenté adentrarme en su mente. Tras palpar cuidadosamente sus lindes, me topé con una neblina blanca. Estaba drogada, aunque no sabía con qué ni si lo había tomado por voluntad propia o coaccionada.

—Sí, por supuesto —dijo Victor, devolviéndome al momento repentinamente. Mientras exploraba la mente de Miriam, los vampiros habían seguido hablando de Rita la Roja—. Mientras ella se pone manos a la obra aquí al lado, pensé que sería apropiado desarrollar la zona de Luisiana que linda con su territorio. He abierto un club humano aparte de éste. —Victor casi ronroneaba.

—Eres el dueño del Redneck Roadhouse de Vic —señalé ateridamente. ¡Claro! Debí haberlo imaginado. ¿Es que Victor se dedicaba a coleccionar razones para que quisiera verlo muerto? Naturalmente, la economía no tenía nada que ver con la vida y la muerte, pero sus caminos se cruzaban demasiado a menudo.

—Sí —confirmó Victor con una sonrisa. Estaba tan encantado como un Santa Claus de centro comercial—. ¿Has estado allí? —Volvió a dejar su vaso en la mesa.

—No, he estado demasiado ocupada —dije.

—Pero si me habían comentado que el negocio ha bajado mucho en el Merlotte’s —comentó Victor, intentando mostrar una falsa preocupación que descartó a continuación—. Sookie, si necesitas trabajo, te recomendaré a mi encargado del Redneck Roadhouse…, a menos que prefieras trabajar aquí. ¡Eso sí que sería divertido!

Tuve que coger aire. Se produjo un largo momento de silencio. Durante ese instante, todo permaneció en un delicado equilibrio.

Con asombrosa capacidad de control, Eric emparedó su rabia, al menos temporalmente.

—Sookie está bien donde trabaja ahora, Victor —dijo—. De lo contrario, se vendría a vivir conmigo o quizá a trabajar en el Fangtasia. Es una estadounidense moderna, acostumbrada a mantenerse a sí misma. —Lo contestó como si se enorgulleciera de mi independencia, aunque sabía que no era el caso. No comprendía por qué me obcecaba en mantener mi trabajo—. Y hablando de mis asociadas femeninas, Pam me ha comentado que la has metido en cintura. No es muy habitual reprender a la mano derecha de un sheriff. Es una tarea que debería estar reservada a su superior directo. —Eric se permitió dejar que se notara cierta amenaza en su voz.

—No estabas aquí —protestó Victor con suavidad—. Además, se mostró muy irrespetuosa con mis porteros al insistir en entrar para comprobar la seguridad antes de tu llegada, como si hubiese algo en este club capaz de amenazar a nuestro sheriff más poderoso.

—¿Querías hablar de algo? —zanjó Eric—. No es que no me encante ver lo que has hecho aquí. Aun así… —Dejó que su voz se apagara, como si fuese demasiado educado para decir que tenía mejores cosas que hacer.

—Por supuesto, gracias por recordármelo —asintió Victor. Se echó hacia delante para recuperar el vaso gris ahumado y acanalado que un camarero había rellenado con un denso caldo rojizo oscuro—. Disculpadme, no os he ofrecido nada para beber. ¿Sangre para vosotros, Eric, Pam?

Pam había aprovechado la conversación para desviar la mirada hacia Miriam, que parecía como si se fuese a derrumbar en cualquier momento, y puede que por última vez. Pam se obligó a dejar de mirarla y centrarse en Victor. Sacudió la cabeza sin decir nada.

—Gracias por la oferta, Victor —respondió Eric—, pero…

—Sé que brindaréis conmigo. La ley me impide ofreceros un trago de Mindy o Mark, ya que no están registrados como donantes, y no hay nadie más respetuoso de la ley que yo. —Sonrió a Mindy y a Mark, quienes le correspondieron como dos idiotas—. Sookie, ¿tú qué quieres?

Eric y Pam estaban obligados a aceptar la oferta de sangre sintética, pero como yo era humana, me podía permitir insistir en que no tenía sed. Aunque me hubiese ofrecido un chuletón a la brasa con tomates verdes fritos, le habría dicho que no tenía hambre.

Luis hizo una señal a uno de los camareros y éste se esfumó para reaparecer a los segundos con unas botellas de TrueBlood. Las llevaba en una amplia bandeja, junto con otras tantas copas del llamativo fluido que bebía Víctor.

—Estoy seguro de que las botellas no encajan con vuestro sentido de la estética —dijo Víctor—. Me resultan ofensivas.

Al igual que los demás camareros, el hombre que nos trajo las bebidas era humano, un tipo atractivo con taparrabos de cuero (más escueto incluso que los shorts de cuero de Luis) y botas altas. Una especie de roseta impresa en el taparrabos enmarcaba su nombre escrito: «Colton». Sus ojos eran de un desconcertante gris. Cuando depositó la bandeja sobre la mesa para descargarla, estaba pensando en alguien llamado Chic o Chico. Y cuando nuestras miradas se encontraron directamente, pensó: «Lo de las copas es sangre de hada, no dejes que tus vampiros la beban».

Me lo quedé mirando durante un prolongado instante. Sabía de mis capacidades. Ahora yo sabía algo sobre él.

Había oído hablar de mi telepatía, algo habitual ya en la comunidad sobrenatural, y había creído en ella.

Colton bajó la mirada.

Eric giró el tapón para abrir la botella y la elevó para verter su contenido en una copa.

«No», pensé con todas mis fuerzas. No podíamos comunicarnos telepáticamente, pero le envié una oleada de negatividad y rogué porque se diera por aludido.

—No tengo nada contra el embotellado en este país, como tú tampoco —dijo Eric con suavidad, llevándose la botella directamente a los labios. Pam hizo lo mismo.

Un destello de irritación cruzó el rostro de Victor tan rápidamente que podría haber pensado que eran imaginaciones mías si no hubiese estado tan atenta a su reacción. El camarero de ojos grises se retiró.

—¿Has visto a tu bisabuelo últimamente, Sookie? —preguntó Victor, como si pretendiese decir «¡Te he pillado!».

Había en su voz una fracción de ignorancia fingida sobre mi ascendencia feérica.

—No en las dos últimas semanas —dije cautelosamente.

—Pero en tu casa viven dos de los tuyos.

No era ningún secreto, y estaba segura de que Heidi, la nueva incorporación de Eric, se lo había dicho a Victor. Lo cierto es que Heidi no tenía elección; desventajas de tener familia humana a la que aún se quiere.

—Sí, mi primo y mi tío abuelo se quedarán conmigo una temporada. —Me enorgullecí de sonar casi aburrida.

—Me preguntaba si podrías darme alguna información sobre el estado de la política en el mundo feérico —pidió Victor con cadencia melodiosa. Mindy Simpson, cansada de una conversación que no la incluía, se puso a hacer pucheros. Poco inteligente.

—Pues me temo que no va a poder ser. No me meto en esos asuntos —le contesté.

—¿De verdad? Incluso ¿después de tu terrible experiencia?

—Sí, a pesar de ella —dije llanamente. Claro, estaba deseando hablar de mi rapto y agresión. Maravilloso tema de conversación en una fiesta—. Es sencillamente que no soy un animal político.

—Pero sí un animal —constató Víctor con el mismo tono suave.

Se produjo un momento de gélido silencio. No obstante, estaba decidida a que si Eric moría intentando matar a ese vampiro, no sería por un insulto hacia mí.

—Así soy yo —repuse, devolviéndole la sonrisa con intereses—. Viva y de sangre caliente. Hasta podría lactar. El paquete mamífero al completo.

Victor entrecerró los ojos. Quizá me había pasado.

—¿Querías hablar de algo más, regente? —inquirió Pam, adivinando acertadamente que Eric estaba demasiado enfurecido como para hablar—. No tengo inconveniente en quedarme aquí hasta que quieras o en la medida en que mis palabras te satisfagan, pero lo cierto es que esta noche tengo trabajo en el Fangtasia, y mi señor Eric tiene una reunión a la que asistir. Y, por lo que se ve, mi amiga Miriam tiene una cogorza de las buenas, así que me la llevaré a casa para que la duerma.

Victor miró a la mujer pálida como si acabase de reparar en su presencia.

—Oh, ¿acaso la conoces? —preguntó dejadamente—. Sí, ahora que lo recuerdo, alguien me lo ha mencionado. Eric, ¿es ésta la mujer que me contaste que Pam deseaba convertir? Lamento haber tenido que decir que no, ya que, según veo, no vivirá bastante.

Pam no se inmutó. Ni siquiera parpadeó.

—Podéis iros —continuó Victor, exagerando el tono improvisado—, ya que os he comunicado la noticia de mi regencia y habéis visto mi precioso club. Oh, estoy pensando en abrir un establecimiento de tatuajes y puede que una firma de abogados, aunque el hombre que tengo pensado para el puesto debería estudiar Derecho moderno. Se sacó su licenciatura en París, allá por el siglo XVIII. —Su indulgente sonrisa se evaporó al momento—. ¿Sabías que como regente tengo derecho a abrir negocios en el dominio de cualquier sheriff? Todo el dinero de los nuevos clubes vendrá directamente a mí. Espero que tus ingresos no se resientan demasiado, Eric.

—En absoluto —replicó Eric. En realidad, no creo que aquello tuviese ningún significado—. Todos formamos parte de tu dominio, mi señor. —Si su voz hubiese sido la colada, habría dado latigazos al aire de lo seca que era.

Nos levantamos, más o menos a la vez, e inclinamos la cabeza hacia Victor. Este agitó una mano desdeñosa y se estiró para besar a Mindy Simpson. Mark se arrimó más al otro lado del vampiro para acariciarle el hombro con la nariz. Pam se dirigió hacia Miriam Earnest y la rodeó con un brazo para ayudarla a levantarse. Una vez de pie y apoyándose en Pam, Miriam se concentró para conseguir llegar hasta la puerta. Puede que su mente estuviese empañada, pero sus ojos eran como gritos.

Abandonamos el local envueltos en un torvo silencio (al menos en cuanto a nuestra conversación; por los altavoces sonaba Never let up), escoltados por Luis y Antonio. Los hermanos pasaron junto a la robusta Ana Lyudmila para seguirnos hasta el aparcamiento, cosa que me sorprendió.

Tras rebasar la primera fila de coches, Eric se giró para encararlos. No era casualidad que un Escalade bloquease la vista entre Ana Lyudmila y nuestro pequeño grupo.

—¿Tenéis alguna cosa que decirme, vosotros dos? —preguntó con mucha suavidad. Como si de repente comprendiese que estaba fuera del Beso del Vampiro, Miriam boqueó y se echó a llorar. Pam la cogió en brazos.

—No fue idea nuestra, sheriff —dijo Antonio, el más bajo de los dos. Sus abdominales embadurnados en aceite destellaron bajo las luces del aparcamiento.

—Somos leales a Felipe, nuestro verdadero rey —continuó Luis—, pero Victor no es una persona fácil de satisfacer. Fue un castigo para nosotros la noche que nos asignaron venir a Luisiana para servirle. Ahora que Bruno y Corinna han desaparecido, todavía no ha encontrado a nadie que los sustituya. No hay ningún lugarteniente con fuerza. No para de viajar, intentando mantener bajo vigilancia cada rincón de Luisiana —prosiguió Luis, sacudiendo la cabeza—. Abarcamos más terreno del que podemos controlar. Tiene que asentarse en Nueva Orleans, reconstruir la estructura vampírica local. No tenemos por qué ir por ahí con unos trapos de cuero que apenas nos tapan el trasero, drenando los ingresos de tu club. Reducir a la mitad los ingresos no es una política económica saludable, y los costes de inversión fueron muy altos.

—Si lo que queréis es que declare una traición abierta a mi nuevo señor, os habéis equivocado de vampiro —señaló Eric, y yo intenté impedir abrir la boca como una tonta. Pensé que había vuelto la Navidad en pleno junio cuando Luis y Antonio revelaron su descontento, pero estaba claro que no había sido lo suficientemente malpensada una vez más.

—Los shorts de cuero son atractivos comparados con la mierda sintética que yo tengo que ponerme —dijo Pam. Sostenía a Miriam, pero no la miró para referirse a ella, como si deseara que todos nos olvidásemos de que la chica estaba allí. La queja sobre su indumentaria no era injustificada, pero sí irrelevante. Pam se sentía inútil si no estaba trabajando. Antonio le lanzó una mirada de asqueada desilusión.

—Esperábamos que fueses mucho más fiera —murmuró. Miró a Eric—. Y de ti que fueses más audaz. —Él y Luis se volvieron y regresaron al club.

Después de aquello, Pam y Eric empezaron a moverse con rapidez, como si tuviésemos un plazo para abandonar la propiedad.

Pam cogió en volandas a Miriam y la llevó al coche de Eric. Éste abrió la puerta de atrás para que deslizara a su novia en el asiento y luego ocupara la plaza de al lado. Al parecer, las prisas eran la tónica de la noche, así que me subí al asiento del copiloto y me abroché el cinturón en silencio. Miré hacia atrás y vi que Miriam se había desmayado en cuanto se sintió a salvo.

Cuando abandonamos el aparcamiento, Pam empezó a reír disimuladamente mientras Eric esbozaba una amplia sonrisa. Estaba demasiado desconcertada para preguntarles qué era tan divertido.

—Es que Victor no se puede contener —dijo Pam—. Mira que montar un numerito con mi pobre Miriam.

—¡Y luego la inestimable oferta de los gemelos de los shorts de cuero!

—¿Viste la cara de Antonio? —preguntó Pam—. ¡En serio, no recuerdo habérmelo pasado tan bien desde esa vez que le enseñé los colmillos a esa vieja que se quejaba del color con el que había pintado mi casa!

—Eso les dará algo en lo que pensar. —Rió Eric. Me miró con los colmillos extendidos—. Ha sido un gran momento. No puedo creer que pensara que picaríamos con eso.

—¿Y si Antonio y Luis eran sinceros? —pregunté—. ¿Y si Victor ha tomado la sangre de Miriam o la ha convertido él mismo? —Me revolví en el asiento para mirar a Pam.

Me observaba casi con lástima, como si yo fuese una romántica desesperada.

—Eso es imposible —dijo—. Estaba en un lugar público, ella tiene muchos familiares humanos y sabe que lo mataría si lo hiciese.

—No si murieses tú antes —afirmé. Eric y Pam no parecían compartir mi respeto por las tácticas letales de Victor. Casi parecían locamente arrogantes—. ¿Y cómo estáis tan seguros de que Luis y Antonio os estaban tendiendo una trampa sólo para ver cómo reaccionabais?

—Si iban en serio con lo que decían, volveremos a saber de ellos —zanjó Eric—. Si lo han intentado con Felipe y éste los ha rechazado, no les quedará otro recurso.

Y sospecho que eso es lo que ha pasado. Dime, amor mío, ¿qué pasaba con las bebidas?

—Lo que pasaba es que había rebañado el interior de los vasos con sangre de hada —expliqué—. El camarero humano, el tipo de los ojos grises, me dio la pista.

De repente, sus sonrisas desaparecieron como si alguien hubiese pulsado un interruptor. Tuve un instante de desagradable satisfacción.

La sangre pura de hada es tóxica para los vampiros. No había forma de saber qué habrían hecho Pam y Eric si hubiesen bebido de esos vasos. Y lo hubiesen hecho de un trago, ya que el olor es tan arrebatador como la propia sustancia.

En cuanto a intentos de envenenamiento, ése era de los sutiles.

—No creo que esa cantidad hubiese provocado que actuásemos de modo incontrolado —dijo Pam, pero no parecía muy confiada.

Eric arqueó sus cejas rubias.

—Fue un experimento cauteloso —comentó, pensativo—. Podríamos haber atacado a cualquiera en el club, o podríamos haberla emprendido con Sookie por su interesante aroma feérico. Podríamos haber cometido una estupidez en público, en todo caso. Nos podrían haber arrestado. Detenernos fue una jugada excelente, Sookie.

—Sirvo para algunas cosas —respondí, borrando el acceso de miedo que me provocaba la idea de que Eric y Pam se lanzasen sobre mí presas de un frenesí feérico.

—Y tú eres la mujer de Eric —observó Pam en voz baja.

Eric la atravesó con la mirada desde el espejo retrovisor.

El manto de silencio que nos envolvió en ese momento era tan denso que podría haberse cortado con un cuchillo. Esa pelea secreta entre Pam y Eric empezaba a ser molesta y frustrante, y eso por decir algo.

—¿Hay algo que deba saber? —pregunté, temiendo la respuesta. Pero cualquier cosa era mejor que la ignorancia.

—Eric ha recibido una carta… —empezó a contar Pam antes de que pudiera asimilar que Eric se había movido para darse la vuelta como un rayo, extender el brazo y agarrarla del cuello. Dado que aún estábamos en marcha y él conducía, mi horror fue mayúsculo.

—¡Mira al frente, Eric! No empecéis de nuevo con las peleas —dije—. ¡Tengo que saberlo!

Eric aún agarraba a Pam con la mano derecha; una presa que habría acabado con ella si aún fuese humana. Manejaba el volante con la izquierda y llevó el coche hasta la cuneta antes de detenerlo. No había tráfico de frente ni luz alguna a nuestras espaldas. No sabía si ese aislamiento me parecía algo bueno o malo. Eric volvió a mirar a su vampira convertida y sus ojos estaban tan encendidos que prácticamente lanzaban chispas.

—No hables, Pam. Es una orden. Sookie, déjalo estar.

Podría haber dicho muchas cosas. Como por ejemplo: «No soy tu vasalla y diré lo que me venga en gana», o «Que te jodan, quiero salir de aquí», y llamar a Jason para que me recogiese.

Pero me quedé callada.

Me avergüenza admitir que en ese momento sentí auténtico miedo de Eric, un vampiro tan desesperado como determinado a atacar a su mejor amiga porque no quería que yo supiese… algo. A través del vínculo que tenía con él recibí una amalgama de emociones negativas: miedo, ira, sombría determinación, frustración.

—Llévame a casa —dije.

En un escalofriante susurro, Miriam susurró:

—Llevadme a casa…

Tras un largo instante, Eric soltó a Pam, que se colapso en el asiento trasero como un saco de patatas. Se fundió con Miriam en un abrazo protector. Envueltos en un gélido silencio, Eric me llevó de vuelta a casa. No hubo mayor mención del sexo que supuestamente teníamos programado después de la «diversión» de la noche. Dadas las circunstancias, habría preferido practicarlo con Luis y Antonio. O con Pam. Me despedí de ella y de Miriam, salí y me encaminé hacia mi casa sin mirar atrás.

Supongo que Eric, Pam y Miriam volvieron a casa juntos, y que en algún momento Eric permitió que Pam volviese a hablar, pero es algo que no sé.

No pude dormir después de lavarme la cara y colgar el precioso vestido. Albergué la esperanza de poder volver a ponérmelo para una ocasión futura más alegre. Estaba demasiado guapa para sentirme tan desdichada. Me preguntaba si Eric habría actuado esa noche con tanta sangre fría si hubiese sido yo a quien Victor hubiera atrapado, drogado y colocado en esa bancada para exhibirme al mundo entero.

Y había otra cosa que me quitaba el sueño. Esto es lo que le habría preguntado si a Eric no le hubiera dado por jugar a los dictadores: «¿De dónde ha sacado Víctor la sangre de hada?».

Eso es lo que le habría preguntado.