Yo no considero a Dios una persona. La Verdad es para mí Dios y la Ley de Dios y Dios no son cosas ni hechos diferentes —como podrían serlo un rey terrenal y su ley—, puesto que Dios es una Idea, la Ley misma. Por lo tanto, es imposible concebir a Dios infringiendo la Ley; por esto, Él no rige las acciones y se aparta. Cuando decimos que El rige nuestras acciones, simplemente estamos usando un lenguaje humano que trata de limitar a Dios. Por el contrario, Él y Su Ley están en todas partes y gobiernan todo. En consecuencia, no creo que Él responda en detalle a cada una de nuestras preguntas, aunque no hay duda que gobierna nuestro obrar: creo con firmeza que ni una brizna de pasto crece o se mueve independientemente de Su voluntad. El libre albedrío de que gozamos es menor que el de un pasajero en la cubierta atestada de gente de un barco.
«¿Siente usted una sensación de libertad en: su comunidad con Dios?».
—Sí, no siento la estrechez que sentiría en un bote repleto de pasajeros. Aunque sé que mi libertad es menor que la del pasajero, aprecio esa libertad puesto que me he empapado hasta los tuétanos de la enseñanza fundamental del Gita que dice que el hombre es el hacedor de su propio destino —en el sentido de que tiene libertad de elección y también por la forma en que usa dicha libertad—. Sin embargo, él hombre no puede controlar los resultados: en el momento en que cree que puede, fracasa.
Harijan, 23-3-’40, p. 55
La perfección es el atributo del Todopoderoso y, sin embargo, ¡qué gran demócrata es Dios! Cuánto mal y cuánta farsa recibe de nosotros. Debe padecer hasta que nosotros —insignificantes criaturas Suyas— dudamos de Su existencia, a pesar de que Él está en cada átomo que se halla cerca de nosotros, alrededor de nosotros y dentro nuestro.
No obstante, Se ha reservado el derecho a manifestarse a quien quiera que Él elija. Es un Ser sin manos, sin pies y sin órganos; empero, puede ser visto por quien Él ha elegido para autorrevelarse.
Harijan, 14-11-’36, p. 316
En un sentido estrictamente científico, Dios es la causa tanto del bien como del mal. Él dirige la daga del asesino tanto como el bisturí del cirujano. Sin embargo, respecto de los fines humanos, el bien y el mal son distintos e incompatibles y simbolizan la luz y las tinieblas, Dios y Satán.
Harijan, 20-2-’37, p. 9
Las leyes de la naturaleza son inmutables e invariables y no ocurren milagros en cuanto a su infracción e interrupción. Sin embargo nosotros —seres limitados— imaginamos toda clase de cosas y atribuimos a Dios nuestras limitaciones.
Harijan, 14-4-’37, p. 87
Dios es para mí Verdad y Amor. Dios es ética y moral; Dios es intrepidez. Dios es la fuente de Luz y Vida y, sin embargo, está más allá de todo esto, Dios es conciencia; es, inclusive, el ateísmo del ateo, porque en Su amor ilimitado Dios permite que el ateo viva. Él es quien busca en los corazones. Él trasciende todo lenguaje y razón. Él nos conoce y conoce nuestros corazones mejor que nosotros mismos. Él no se fía de nuestras palabras porque sabe que a menudo no hablamos seriamente —algunas veces a sabiendas y otras sin saberlo—. Es un Dios personal para aquellos que necesitan Su presencia personal. Él se ha encarnado para quienes necesitan Su contacto. Él es la más pura esencia. Dios simplemente es para los que tienen fe; es todas las cosas para todos los hombres. Dios está en nosotros y, sin embargo, está por encima y más allá de nosotros. Se puede proscribir la palabra «Dios» del Congreso, pero nadie tiene el poder de desterrar la Cosa misma. Además la conciencia es, sin dudas, sólo una pobre y laboriosa paráfrasis de la simple combinación de cuatro letras que forman la palabra Dios. Él no puede dejar de ser solo porque en Su nombre se cometen horribles inmoralidades y brutalidades inhumanas. Él es resignación. Dios es paciente pero también es terrible. Es el personaje más exigente del mundo actual y del mundo por venir. Dios nos mide con la misma medida con que nosotros medimos a nuestros prójimos —ya sean hombres o bestias—. La ignorancia no es excusa para Él y, al mismo tiempo, es todo misericordia, ya que siempre nos da la oportunidad de arrepentirnos. Es el demócrata más grande que el mundo haya conocido puesto que nos deja «libres» para que elijamos por nosotros mismos entre el bien y el mal. Es el tirano máximo que jamás se haya conocido porque a menudo aparta la copa de nuestros labios y nos deja un margen de libre albedrío totalmente desproporcionado, tan sólo para regocijarse a costa nuestra. Por eso, el mundo es lo que el hinduismo llama Su diversión: lila, o la ilusión, maya. Nosotros no existimos, sólo Él existe; y si queremos ser, debemos cantar eternamente. Su gloria y hacer Su voluntad. Bailemos al son de Su bansi —de su flauta— y todo estará bien.
Young India, 5-3-’25, p. 81
Me habéis preguntado por qué considero que Dios es la Verdad. En mi temprana juventud me enseñaron a repetir lo que en las escrituras hindúes se conoce como los mil nombres de Dios. Sin embargo, estos mil nombres de Dios no son, de ninguna manera, todos los posibles. Nosotros creemos —y personalmente pienso que es cierto— que Dios tiene tantos nombres como criaturas haya y por esto también decimos que Dios es innombrable; dado que Dios tiene muchas formas, Lo consideramos sin forma y puesto que Él nos habla mediante numerosas lenguas, Lo consideramos carente de habla —y así sucesivamente—. Luego, cuando comencé a estudiar el islamismo, descubrí que también allí tenían muchos nombres para Dios. Yo decía Dios es amor con aquellos que dicen Dios es Amor. Sin embargo, en lo profundo de mi ser solía decirme que Dios puede ser amor, pero que, por sobre todas las cosas, Dios es verdad. Así, llegué a la conclusión de, que si existe alguna posibilidad de que el lenguaje humano logre dar una descripción acabada de Dios, esa posibilidad era para mí decir que Dios es Verdad. Sin embargo, hace dos años di otro paso adelante y declaré que la Verdad es Dios. Vosotros habréis de ver la sutil diferencia entre ambas afirmaciones, a saber: Dios es Verdad y la Verdad es Dios. Arribé a esa conclusión después de una continua e implacables búsqueda de la Verdad que comenzó hace aproximadamente cincuenta años. Descubrí entonces que la forma de lograr el mayor acercamiento posible a la Verdad era a través del amor. Pero descubrí asimismo que el amor tiene diversas acepciones —por lo menos en la lengua inglesa— y que el amor humano en el sentido de pasión puede volverse también algo degradante. Del mismo modo, descubrí que el amor en el sentido del ahimsa sólo tiene un número limitado de adeptos en el mundo. Sin embargo, jamás encontré un doble significado en relación con la verdad. Aún los ateos no han dudado de la necesidad ni del poder de la verdad, aunque en su apasionada búsqueda de la misma no hayan vacilado en negar hasta la existencia misma de Dios —lo cual, desde su punto de vista personal, es correcto—. A causa precisamente de este razonamiento, me di cuenta de que era mejor decir la Verdad es Dios que decir Dios es la Verdad. Me viene a la memoria el nombre de Charles Bradlaugh, que se complacía en llamarse ateo: cuando se sabe algo de él —como me sucede a mí— nunca se lo consideraría ateo. Lo llamaría hombre temeroso de Dios, aunque sé que él rechazaría ese título. Si Yo le dijera: «Usted es un hombre temeroso de la verdad, Sr. Bradlaugh, y por lo tanto un hombre temeroso de Dios», su rostro se cubriría de rubor. Yo desarmaría inmediatamente su crítica diciendo que la Verdad es Dios, tal como lo he hecho con las críticas de muchos jóvenes. Sumemos a lo anterior el gran obstáculo de que millones de personas han tomado el nombre de Dios para cometer en Su nombre atrocidades sin cuento. Por supuesto que los científicos también han cometido a menudo crueldades en nombre de la verdad. Sé que cuando se practica la vivisección en animales, los hombres están perpetrando crueldades inhumanas en nombre de la verdad y la ciencia. Por lo tanto, no importa la manera en que describamos a Dios: en el camino tropezaremos siempre con una serie de dificultades. La mente humana es una cosa limitada; por ello, cuando pensamos en un ser o entidad que está más allá de nuestro humano poder de comprensión, lo hacemos sujetos necesariamente a nuestras limitaciones.
Asimismo, hay algo más en la filosofía hindú, a saber: solo Dios es y no existe nada más. Esta misma verdad la encontramos enfatizada y ejemplificada en el kalma del islamismo. Allí encontramos claramente expuesto que solo Dios es y no existe nada más. En realidad, la palabra sánscrita para Verdad —sat— significa literalmente lo que existe. Por esto —y por diversas razones que podría darles— he llegado a la conclusión de que la definición «La Verdad es Dios» me resulta altamente satisfactoria.
Cuando se quiere descubrir que la Verdad es Dios, el único medio inevitable es el amor, es decir, la no-violencia y como creo que los medios y el fin son en esencia términos convertibles, no vacilaría en decir que Dios es amor.
«¿Qué es entonces la Verdad?».
Es una pregunta difícil (respondió Gandhiji), pero personalmente la he resuelto diciéndome que es aquello que nos dice la voz interior. Vosotros os preguntaréis entonces cómo es que diferentes personas piensan en verdades distintas y contradictorias. Considerando que la mente humana trabaja en innumerables niveles y que la evolución de la mente humana no es la misma para todos, se desprende que lo que puede ser verdad para uno puede resultar falso para otro; por tal motivo, los que han realizado experiencias en ese sentido, han llegado a la conclusión de que para realizar dichas experiencias deben atenerse a ciertas condiciones. Al igual que para llevar a cabo experimentos científicos es indispensable seguir un curso de instrucción científica, para que una persona tenga la capacidad de realizar experimentos en el reino espiritual es necesario que observe una estricta disciplina preliminar. Por lo tanto, antes de hablar de nuestra voz interior debiéramos tener en cuenta nuestras limitaciones. Creemos, basándonos en la experiencia, que quienes realicen una búsqueda individual de la verdad como Dios, deberán efectuarla mediante votos diversos, como por ejemplo el voto de verdad, el voto de brahmacharya (pureza) —puesto que no se puede compartir el amor a la verdad y a Dios con ninguna otra cosa—, el voto de no-violencia, el de pobreza y el de no-posesión. A menos que uno se imponga asimismo los cinco votos, será mejor no embarcarse en dicho experimento. Se prescriben también algunas condiciones más, pero no es necesario que las enumere a todas. Es suficiente decir que quienes han realizado estas experiencias saben que no es conveniente que todos pretendan oír la voz de la conciencia. Esta afirmación se debe a que en el momento presente todo el mundo reclama el derecho a hacer oír su conciencia sin seguir previamente una disciplina, sea ésta cual fuere. Por otra parte, se le entrega tanta mentira a un mundo aturdido que todo lo que yo puedo decirles, con verdadera humildad, es que la verdad sólo será hallada por aquel que posea un gran sentido de la humildad. Si queremos nadar en el seno del océano de la verdad, debemos reducirnos a cero. Desgraciadamente, no puedo seguir más allá por esta senda fascinante.
Young India, 31-12-’31, pp. 427-28
Existen innumerables definiciones de Dios porque sus manifestaciones son innumerables. Estas manifestaciones me abruman de admiración y temor reverente y, por momentos, me pasman. Pero sólo adoro a Dios como verdad. Aún no he encontrado a Dios, pero sigo buscándolo. Estoy dispuesto a sacrificar las cosas que me son más queridas para proseguir con esa búsqueda. Espero estar preparado para dar hasta mi propia vida si se me exigiera ese sacrificio. Pero hasta tanto no haya comprendido esa Verdad Absoluta, tendré que atenerme a la verdad relativa tal como la he concebido. Esa verdad relativa deberá ser en el entretanto mi luz, mi amparo y mi escudo. A pesar de que este camino es riguroso, estrecho y cortante como el filo de una navaja, a mí me ha resultado el más rápido y el más fácil: Hasta mis errores, grandes como el Himalaya, me han parecido insignificantes porque he seguido estrictamente dicho camino —sendero que he recorrido de acuerdo con mi propia luz y que me ha salvado de fracasar—. A medida que avanzaba he tenido a menudo tenues vislumbres de la Verdad Absoluta y de Dios y día a día crece en mí la convicción de que sólo Él es real y que todo lo demás es irreal.
Una nueva convicción se ha ido apoderando de mí: todo lo que me es posible, le es posible inclusive a un niño —y tengo buenas razones para decirlo—. Los instrumentos para la búsqueda de la verdad son tan simples como dificultosos: pueden resultar imposibles para una persona arrogante y completamente posibles para un niño inocente. El que busca la Verdad tiene que ser más humilde que el polvo. Todo el mundo aplasta el polvo bajo sus pies, pero el que busca la Verdad debe ser tan humilde como para que hasta el polvo pueda aplastarlo.
Que cientos de personas como yo perezcan, pero que reine la Verdad.
De la Introducción a la Autobiografía, pp. 8-7