Nunca recibí comunicaciones del espíritu de los muertos. No tengo ninguna prueba que justifique el no creer en la posibilidad de tales comunicaciones. No obstante, desapruebo enérgicamente la práctica de mantener o intentar mantener comunicaciones semejantes. A menudo son falaces: un mero producto de la imaginación. En el caso que tales comunicaciones sean posibles, su práctica es dañosa tanta para el médium como para los espíritus. Atrae y liga a la tierra al espíritu invocado, cuyo esfuerzo debiera dirigirse a desprenderse de la tierra, elevándose más cada vez. Un espíritu no es necesariamente puro por estar desencarnado sino que carga consigo las debilidades a que estaba sujeto en la tierra. Por consiguiente, las informaciones o los consejos que suministren no han de ser por fuerza ciertos o sanos. Que a los espíritus les guste comunicarse con quienes están en la tierra no es razón para darles ese placer. Por el contrario, debiera apartárselos de ese apego ilegítimo, sobre todo por el daño que les hace.
En cuanto a los médiums, sé positivamente por experiencia que quienes mantienen —o piensan que mantienen— ésas comunicaciones sufren desvaríos o debilidad mental y quedan incapacitados para el trabajo práctico. No puedo recordar ningún amigo que, habiendo celebrado esas comunicaciones, haya extraído de ello algún tipo de beneficio.
Young India, 12-9-’29, p. 302