10. Nuestra religión

La analogía más adecuada, aunque muy incompleta, que encuentro para la religión es compararla con el matrimonio. Este es —o suele ser— un lazo indisoluble. En mayor grado lo es el lazo de la religión. Uno se mantiene fiel a la propia religión y halla pleno contento en esa adhesión de la misma manera que el marido se mantiene fiel a su mujer —o la mujer a su marido—, no porque crean que el otro tiene alguna exclusiva superioridad sobre el resto de las personas pertenecientes a su mismo sexo, sino porque encuentran que tiene una atracción que es irresistible aunque no puedan definirla. Al igual que un marido fiel no necesita considerar a las otras mujeres inferiores a su esposa para mantener su fidelidad, la persona que abraza una religión no tiene necesidad de considerar a las demás inferiores a la suya. Extendamos aún más la analogía: así como la fidelidad a la esposa no presupone ceguera ante sus defectos, la fidelidad a la propia religión no presupone ceguera ante los defectos de esa religión. En realidad, la fidelidad, no la ciega adhesión, exige una percepción aguda de los defectos y, por consiguiente, una conciencia aguda de cuál es el remedio apropiado para eliminarlos. Dada la concepción que tengo de la religión, me es innecesario analizar las bellezas del hinduismo. El lector puede estar seguro que no seguiría siendo hinduista si no estuviera seguro de sus muchas bellezas. Sólo que, dentro de mi economía, no necesito que esas bellezas sean exclusivas. Por lo tanto, mi acercamiento a las demás religiones no es con una actitud de manía crítica sino con la del devoto que espera encontrar en las otras religiones parecidas bellezas y desea incorporar lo bueno que halle en esas creencias y que echa de menos en su propia religión.

Harijan, 1-2-’33, P. 4

A pesar de ser un fiel hinduista, encuentro en mi fe lugar para las enseñanzas cristianas, islámicas y zoroastrianas; en consecuencia hay gente a quienes les parece que mi hinduismo es un conjunto de cosas diversas, en tanto otras me tildan de ecléctico. Ahora bien, llamar ecléctica a una persona es decirle que no tiene fe cuando, por el contrario, la mía es una fe muy amplia que no se opone a los cristianos —incluso a los hermanos Plymouth— y tampoco al más fanático de los musulmanes. Es una fe basada en la más amplia tolerancia posible. Renuncio a denostar a un hombre por sus convicciones fanáticas puesto que trato de verlas desde su punto de vista. Esa amplia fe es lo que me mantiene. Sé que es una posición un tanto embarazosa, pero para los otros, no para mí.

Young india, 22.1-’27, p. 425